Proust: efeméride
Teresa del Conde
Esta nota tiene como antecedente inmediato el haber escuchado y en discreta forma participado ‘en una conferencia que ante un compacto gupo de estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México resumió el artista Manuel Marín, quien ha preparado un cursillo con la idea de conmemorar el centenario de la publicación de Por el camino de Swan. Hay efemérides que tienen la gran pertinencia de remitirnos a textos, o a obras de cualquier índole que en un cierto momento nos hicieron cambiar de alguna manera nuestros hábitos consuetudinarios y pudiera ser que Proust esté entre quienes eso provocan.
No pretendo seguir el discurso de Marín, con el que guardo casi absoluto acuerdo, más bien quiero proporcionar el recuerdo de uno de los puntos nodales de A la recherche… muy comentado por varios estudiosos, no sólo de Proust. Me refiero a su pasaje sobre Vermeer de Delft que contra lo que suele ocurrir con otros pasajes de la novela, no corresponde a irrupción de la memoria involuntaria, ni a la evocación rememorada o a la asociación libre, sino a una proyección personal directa y probablemente (eso no es seguro) a una exaltada percepción por parte del escritor.
La primera vez que estuvo no frente al original, sino frente a una reproducción fotográfica de la Vista de Delft, según acota su biógrafo británico William C. Carter fue en el ámbito familiar de un autor tan celebrado como discutido en su tiempo: Alphonse Daudet. Paul, nieto o sobrino nieto de éste y dueño de la reproducción, fue íntimo amigo de Proust. Así empezó a conocer a Vermeer, cosa que lo llevó a leer trabajos sobre historia del arte que había publicado uno de los más afamados críticos de su tiempo: Charles Ephrousi, fundador y director de la Gazette des Beaux-Arts. Este personaje poseía originales de Gustave Moreau y de Claude Monet, quien indudablemente fue uno de los modelos (ni con mucho el único) para el pintor Elstir.
La mayor revelación artística que tuvo Proust durante el viaje «curativo» que hizo a Bélgica y Holanda en 1902 tuvo lugar, el 18 de octubre en el Mauritshuis de La Haya según carta dirigida a su madre. Allí vio la pintura que le depararía tal efecto de percepción y emoción, que no hay estudioso de Vermeer que se prive de citar lo que Proust escribió al respecto casi 20 años después. La vista del original le hizo exclamar «que era la más bella pintura del mundo». Inicialmente la tomó como pretexto para asignar a su personaje Charles Swan la tarea de escribir un estudio sobre Vermeer.
Transcurrido el tiempo, Proust, casi siempre encamado como bien se sabe, escribía y ocasionalmente salía de noche.
El 21 de abril de 1921 el Jeu de Paumme inauguró una exposición de pintores holandeses. El diplomático Paul Morand, conocedor de la fascinación del escritor por ese cuadro, dialogó con los curadores a efecto de que lo incluyeran en la muestra y lo consiguió. Poco después del vernissage le preguntó a Proust si había ido a ver la exposición. Él decidió no dormirse al alba sino mantenerse despierto hasta la hora de apertura del museo. Iría a ver la exposición y acto seguido una de dibujos de Ingress. Convocó a otro amigo suyo: Jean Louis Vaudoyer a que lo acompañara «para poder asirse de su brazo… El hombre muerto que soy». Ya al salir de su casa sufrió un vértigo. Esa mañana de mayo le fue tomada la última fotografía en vida (ya muerto, Man Ray le tomó varias). Aparece impecablemente vestido, asiendo un bastón, muy erguido, frunciendo el ceño por la luz que le toca de frente.
La narración sobre la muerte de Bergotte que Proust narra en La prisionera (quinto tomo de A la recherche) inspiró la idea de que su visita a la exposición holandesa generó esa parte del relato. Así es, pero el doctor Robert Proust comentó que su hermano en esos días realmente padecía leve ataque de uremia, aparte de los males usuales; Proust trasladó directamente su propia condición al colapso y muerte de Bergotte frente a la Vista de Delft. Por tanto en ese momento el modelo para ese personaje no es Anatole France, sino él mismo. En este caso hay una identificación directa de la persona física del autor y lo que le sucede frente al cuadro con el tema que trata. Hace morir a su personaje exclamando «Un petit pan de mur jaune» (Un pequeño panel de muro amarillo), «de una belleza que se basta a sí misma, como una preciosa obra de arte china».
Cuando pude ver ese cuadro, busqué por todos lados ese pequeño panel amarillo, después lo he bajado a la pantalla luminosa, lo he observado en diapositivas y en reproducciones, hay del lado derecho de esa pintura muy apaesada unas minúsculas zonas amarillas, una con un tejabán, pero no parecen aislables por sí mismas, de modo que puede pensarse que Proust tuvo que procurarse un asidero hasta que transcurriera el estado limítrofe en el que se encontraba. Ese escueto detalle del que antes de escribir sobre la exposición manifestó no acordarse, ¿le generó una visión de la muerte antes de la muerte? y además una condición de vida a través de la obra. Los libros de Bergotte presidieron su velorio como ángeles protectores y la Vista de Delft quedó doblemente santificada a través de su incrustación en La prisionera.