Susan Sontag
Producto emblemático de su tiempo y su cultura
Su primer libro es una novela, El benefactor, publicada en 1963, con el cual se abrió paso para colaborar en varias de las revistas más prestigiadas de Nueva York: Harper´s, The New York Review of Books y The Partisan Review.
Pero fue su libro Contra la interpretación, una recopilación de ensayos, el que de inmediato la proyectó como una de las figuras más influyentes en la intelectualidad de su generación dentro y fuera de Estados Unidos, a fines de los años sesenta del siglo XX.
Había enorme necesidad de entender lo que sucedía en ese periodo de intenso reacomodo social, cultural y político.
En ese libro (publicado en 1966, aunque algunos textos datan de 1961) ella ofrecía respuestas a preguntas que estaban en el aire en un momento de cambios e intensa efervescencia social y política.
En ese sentido, Susan y su obra son “producto” emblemático de su tiempo y su cultura.
Para la edición conmemorativa de los 30 años de ese primer libro de ensayos, Sontag escribió un comentario en el que sostiene: “Soy consciente de que Contra la interpretación se ve como un texto que es la quintaesencia de aquella era, ya mítica, conocida como los años sesenta. Evoco la etiqueta con renuencia, puesto que no me entusiasma la omnipresente convención de empaquetar la vida de uno, la vida de la época de uno, en décadas. Y no fueron los años sesenta, entonces. Para mí fue básicamente el tiempo en que, al fin, escribí una novela que me gustó lo bastante como para publicarla, y empecé a descargar parte de la carga de ideas sobre arte y cultura y de la empresa propia del conocimiento que me habían distraído de escribir obras de ficción.”
Susan Sontag se quería narradora antes que nada, era el tipo de escritura que –a decir de su hijo– más placer le deparaba. Además de El benefactor, escribió las novelas Estuche de muerte (1967), En América (1996), El amante del volcán (1992) y el libro de relatos Yo, etcétera (1978).
Pero su avidez de conocimiento, su proverbial curiosidad intelectual por infinidad de temas, la alejaban continuamente de la narrativa.
En el prólogo al libro póstumo de Sontag, Al mismo tiempo, Rieff cuenta que el día de su cumpleaños número 70 -un año antes de sucumbir ante el cáncer- su madre le confió que “lo que más anhelaba era tiempo, tiempo para emprender la obra que la escritura de ensayos le había detraído con tanta frecuencia y por tan largos periodos. Cuanto más se enfermaba, se refería con sombría pesadumbre al tiempo perdido”
.Sería falaz, no obstante, concluir que Sontag renegaba del género que le dio reconocimiento, influencia, celebridad y trascendencia. Tenía en muy alta estima al ensayo, como se percibe en la disertación sobre el género publicado por La Jornada Semanal
“Los ensayos ingresaron en mi vida de lectora precoz y apasionada de una manera tan natural como lo hicieron los poemas, los cuentos y las novelas. Estaba Emerson al igual que Poe, los prefacios de Shaw al igual que sus obras teatrales, y un poco después los Ensayos de tres décadas de Thomas Mann, y La tradición y el talento individual de T.S. Eliot en paralelo con La tierra baldía y Los cuatro cuartetos, y los prefacios de Henry James al igual que sus novelas. Un ensayo podía ser un acontecimiento tan transformador como una novela o un poema.”
En el mismo texto, Sontag hace una definición que se le puede aplicar de cabo a rabo: “Un ensayista influyente es alguien con un sentido agudizado de aquello que no se ha discutido (apropiadamente) o de aquello que se debería discutir (de una manera diferente). Con todo, lo que hace perdurar un ensayo no son tanto sus argumentos cuanto el despliegue de una mente compleja y una destacada voz prosística.”
Una mente compleja y una destacada voz prosística son, en efecto, las que se despliegan poderosas y provocadoras en los ensayos de Sontag, reunidos también en libros posteriores a Contra la interpretación: Estilos radicales, Bajo el signo de Saturno, Sobre la fotografía, La enfermedad y sus metáforas, El sida y sus metáforas, Cuestión de énfasis y el libro póstumo Al mismo tiempo, prologado por su hijo, David Rieff.
Carlos Fuentes consideró en su momento que “el gran aporte” intelectual de Sontag “consistió en revelar el valor de lo popular, la importancia de lo que parecería menos importante, el cine, la moda, la cursilería, el camp, la relevancia de lo marginal, excéntrico, perecedero, las obras del tiempo en su sentido más radical”.
La ensayista desafió las jerarquías entre alta y baja cultura, la polarización entre forma y contenido y la falsa disyuntiva entre pensar o sentir. Lo señalaba explícitamente en sus reflexiones o lo mencionaba en sus declaraciones, como cuando le dijo en 1978 al periodista Jonathan Cott, en una célebre entrevista para la revista Rolling Stone: “si voy a “un concierto de Patti Smith me gusta, participo, lo disfruto y lo experimento más intensamente porque he leído a Nietzsche”.
Y en la misma charla llegó a decir: “Debido a Bill Haley y sus cometas y Chuck Berry me divorcié y dejé el mundo académico para empezar una nueva vida”.
Más allá de las anécdotas en sí, estas referencias tangenciales al rock reflejan el espíritu disidente que caracteriza la vida y obra de Susan Sontag.
Dicho espíritu no se proyectó únicamente sobre el campo específico de la cultura, también se expresó crítico y desafiante sobre temas sociales y políticos cruciales. Sobresale, entre otros, su cuestionamiento sistemático e irreductible a la política exterior de su país, al que abiertamente calificó como un imperio.
Este aspecto de la actividad pública de la autora de Viaje a Hanoi, Carlos Fuentes lo resume así: “Susan estuvo presente en Vietnam para denunciar el error de una guerra y en Sarajevo para averiguar el horror de otra. Su batalla política final la dio contra el gobierno de George W. Bush y los peligros de una política externa producto de la ignorancia, la soberbia y el peligro de suprimir, en los propios Estados Unidos, las libertades públicas. Fue la primera y más fuerte de las intelectuales del Norte contra la pandilla de la Casa Blanca y las teorías suicidas del unilateralismo y la guerra preventiva”.
Disentir en estos temas del gobierno de EU y del discurso dominante, implicaba exponerse al linchamiento público, enfrentarse a las acusaciones y calumnias de la maquinaria propagandística. Es el caso de los ataques contra Irak después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. En medio del dolor y la conmoción, so pena de ser acusado de traición, resultaba políticamente incorrecto señalar la responsabilidad de la propia política internacional estadounidense ante algo así.
Sontag lo hizo. En una entrevista publicada por La Jornada (6 de marzo de 2003,) Sontag advirtió que detrás de la ya irrefrenable determinación del equipo de George W. Bush de llevar adelante sus planes de ataque a Irak se encontraba la “vocación de dominio mundial” de una nación caótica y violenta, que favorece la pena de muerte y la posesión de armas en los hogares mientras practica gran variedad de religiones y se empeña en moralizar a otros. El 11 de septiembre –subrayó– dio pretexto a un proyecto cuyo objetivo era reconfigurar Medio Oriente.
Hace diez años, Susan Sontag murió de leucemia en un hopistal de Nueva York. Fue la conclusión de una batalla que empezó en 1976, cuando le diagnosticaron cáncer por primera vez, a los 43 años.
En radical reordenamiento que actualmente experimenta el mundo, su voz es una de las que más se extrañan: su insobornable lucidez, su disidencia, su originalidad. Pero ahí están sus libros, todavía en diálogo con nuestro presente.