Semblanza de Silvio Zavala
Enrique Florescano
La primera aproximación a la consistente producción de Silvio Zavala señala la presencia de uno de los primeros historiadores profesionales del siglo XX.
Los rasgos modernos de Zavala se anuncian con fuerza en sus primeras actividades profesionales.
En 1932, un año después de su llegada a Madrid, concluye su tesis de maestría, que se publica ese mismo año.
El siguiente ve aparecer su tesis doctoral, Los intereses particulares en la conquista de la Nueva España.
Formado en la entonces rigurosa disciplina del Derecho Constitucional, por influencia de su recordado maestro Rafael Altamira, se inicia en la historia de las instituciones.
Tres años más tarde, esa determinación produce dos obras innovadoras y notables por su rigor analítico y fuerza demostrativa: Las instituciones jurídicas en la conquista de América y La encomienda Indiana.
A la edad de veintiséis años, Silvio Zavala había sentado plaza como uno de los jóvenes historiadores más notables de Hispanoamérica, bajo la guía de maestros de renombre internacional.
Estos primeros estudios abrieron un surco que años más tarde seguiría cultivando: el estudio de las instituciones, pero también de las ideas políticas que modelaron la acción de España en América en la época colonial.
La conquista española y el régimen social que se instauró en América como consecuencia de ese acontecimiento fueron los dos grandes intereses históricos que nacieron con sus primeros estudios.
En esa época, cuando el discurso político cargado de pronunciamientos ideológicos comenzaba a invadir la obra de los historiadores, Zavala asumió el compromiso de sustentar sus conclusiones con una abrumadora colección de testimonios rigurosamente verificados.
La Utopía de Tomás Moro en Nueva España, publicada en 1937, fue uno de los primeros títulos en el campo que hoy llamamos historia de las ideas.
En esa obra breve y admirable, mostró que el estudio de los problemas morales e ideológicos exige del historiador un cuidado extremo para no volcar en el pasado las pasiones que asaltan a nuestro presente.
Con sagacidad, puso en claro que las ideas humanistas que guiaron los proyectos sociales emprendidos por Vasco de Quiroga en la Nueva España, provenían del pensamiento utópico y contestatario del inglés Tomás Moro.
Otro rasgo moderno de Silvio Zavala es el ejercicio cabal de las diversas tareas que hoy definen el oficio de historiador.
Si desde su juventud destacó como un investigador sobresaliente, más tarde hizo frente a las diversas exigencias que agobian al historiador profesional: escritor de síntesis y de obras didácticas para el sistema educativo; profesor y director de tesis; fundador y director de revistas de historia; fundador y director de seminarios, cátedras e instituciones de enseñanza e investigación de la Historia; editor de publicaciones y colecciones de Historia; promotor de seminarios y congresos; cabeza de los gremios y asociaciones de historiadores…
Sería difícil encontrar una actividad entre las muchas que hoy definen las funciones del historiador en la cual Silvio Zavala no hubiera intervenido y dejado su huella.
Un rasgo particular de Zavala y de su generación (la generación que fundó los institutos de humanidades de la unam, El Colegio de México, el Fondo de Cultura Económica y el Instituto Nacional de Antropología e Historia), que establece un contraste muy marcado con los rasgos corporativos e intolerantes que asumieron algunas instituciones académicas en la segunda mitad del siglo, es su decisión de estimular “la pluralidad de los enfoques” en la historiografía y en la investigación científica.
En una entrevista con Peter Bakewell, confesó: “No creo en una sola clave que abra la verdad de la Historia, y desconfío de las modas, que sabemos que son pasajeras.”
Sus actividades como director de instituciones de investigación y docencia estuvieron marcadas por la apertura a los nuevos enfoques que en esos años se desarrollaban en Europa, Estados Unidos y América Latina.
Como nunca antes, y pocas veces después, las aulas, la biblioteca y la cafetería de El Colegio de México se poblaron de profesores procedentes de múltiples países, de estudiantes llegados de diversas partes de América y de convivencias plurales.
Como apuntó el mismo Zavala, se creyó entonces “que era necesario abrir el espíritu y no vivir enclaustrados”.
Partidario de esa visión amplia de la Historia, Zavala se manifestó contra las posiciones adoptadas por la escuela de los Annales, cuyos seguidores “no querían saber nada de los estados, de las instituciones, de la política, de las guerras…”, y se definían en favor de las “estructuras” y en contra de la “superestructura” […] “Yo vi claramente el contrasentido, quizá por venir de ultramar y ser discípulo de un historiador de la civilización: Rafael Altamira. Él me enseñó a tener una concepción global y a no hacer esa dicotomía entre las bases económicas y sociales y el resto de la sociedad. Yo lo veía todo tan unido, tan influidas unas cosas por otras que, en el fondo, no compartía esa división de la historia lanzada por los Annales que iba a triunfar durante más de una generación en el mundo entero.”
En relación con las direcciones que siguió la investigación histórica en los tiempos más recientes, Zavala no vaciló en hacer públicas sus críticas.
Al referirse a los estudios de la segunda mitad del siglo xx, observa que hay obras “de valor que sí contribuyen a ensanchar el conocimiento”; pero también registra desviaciones.
Señala, por ejemplo, que la anterior generación de historiadores “era modesta. Pensaba que el pasado es un campo muy grande, muy difícil, en el que apenas podemos encontrar algunas verdades”.
En contraste con esa modestia, la generación actual le parece “petulante”. “Sabe y dicta todo […] Le regala al pasado sus modelos, sus ideas, su lenguaje gremial.”
Al valorar esa tendencia, concluye que “una parte por lo menos de esta historiografía del siglo XX indicará más sobre el siglo XX que sobre los siglos anteriores que pretende estudiar”.
Contrariamente a la vida breve de la mayoría de las obras de Historia contemporánea, es común ver reeditar las obras antiguas de Silvio Zavala, después de pasados treinta, cuarenta o cincuenta años de su primera edición, sin modificaciones, con un añadido que recoge las aportaciones recientes, sin que éstas alteren la tesis originales.
Esta cualidad, que resalta frente al carácter efímero y volátil de una gran parte de la historiografía contemporánea, me parece que se explica por los principios que desde sus orígenes guiaron sus investigaciones.
En primer lugar, el principio de establecer los hechos históricos a partir de un manejo acucioso de las fuentes directas, particularmente de los archivos, de los cuales ha extraído una de las colecciones más ricas y ordenadas de fuentes que se han publicado en el siglo XX.
En segundo lugar, su extremo cuidado para comprender el hecho histórico en su tiempo, su lugar y su lenguaje, evitando introducir en el análisis los problemas o las perspectivas del presente.
En tercer lugar, su decisión de no pronunciarse sobre los hechos examinados antes de reunir los datos que por sí mismos pudieran dar cuenta de esos hechos.
Y finalmente, su fidelidad a la idea de que seguir el desenvolvimiento de los hechos históricos en el tiempo y en la forma como éstos se manifiestan en la realidad, es condición necesaria para su correcta evaluación.
Esta manera de concebir y practicar la tarea del historiador creó un nuevo nivel de rigor en la investigación histórica mexicana e hispanoamericana, señaló un camino frente a las ideologías de diverso signo que le fueron contemporáneas y antagónicas, y hoy sigue mostrando la solidez y permanencia de una obra hecha con probidad.