¿Para qué sirve un diácono?
Por Mons. José Luis Dibildox Martínez
Obispo de Tampico
Ordenación Diaconal
Aniversario XLIX del Seminario Conciliar de Tampico
La vocación es un llamado amoroso de Dios que nace en el seno de la familia y crece en el Seminario, se descubre día a día y se cultiva en la vida de la gracia, bajo el impulso y las mociones del Espíritu.
Al igual que al profeta Jeremías, Dios conoce a cada uno de ustedes desde antes de formarlos en el seno materno y desde antes que nacieran ya los había consagrado como profetas.
El Señor Jesús, los ha elegido libre y amorosamente y los ha hecho sus amigos muy íntimos, dándoles a conocer todo lo que él oyó de su Padre y destinándoles para que vayan y den fruto que permanezca…
El fruto, o la misión, que el Señor les confía hoy es el SERVICIO.
Él quiere que lo sirvan en todos los hombres, especialmente en los más pobres y humildes, y que lo hagan en la Iglesia, con la Iglesia y desde la Iglesia.
El servicio o diaconía es un elemento constitutivo y esencial del ser de la iglesia y del ser cristiano.
El diácono viene a ser una personificación oficial pública y jerarquizada de la diaconía eclesial y de la diaconía cristiana; el diácono es el símbolo sacramental personalizado, y así públicamente reconocido por la investidura litúrgica, de un servicio que a todos compete.
Él diácono, por la sagrada ordenación, es constituido en la Iglesia imagen viva de Cristo siervo; su santidad consistirá en hacerse servidor generoso y fiel de Dios y de los hombres.
El diaconado, en cuanto grado del orden sagrado, imprime carácter y comunica una gracia sacramental específica.
El carácter diaconal es el signo configurativo-distintivo impreso indeleblemente en el alma del ordenado que lo configura a Cristo, quien se hizo servidor de todos.
La recepción del diaconado conlleva una gracia sacramental específica, que es fuerza, don para vivir la nueva realidad obrada por el sacramento.
Los diáconos, en comunión con el obispo y sus presbíteros, y bajo la acción del Espíritu, están al servicio del pueblo de Dios en la triple diaconía de la liturgia, de la palabra y de la caridad.
( cfr. Normas Básicas para la Formación de los Diáconos Permanentes, n.7).
Les invito, pues, a reflexionar juntos sobre tres rasgos específicos que surgen a partir de lo que la Iglesia confiesa en la liturgia de ordenación, a este ministerio tan hermoso que están por asumir como norma y estilo de vida, de manera voluntaria y generosa:
a) El primer rasgo es el servicio de la Palabra. El servicio de la caridad, cuyo modelo son los siete diáconos, de los que nos ha habla (Hech 6, 1-7), nos da el tono para reflexionar sobre el servicio de la Palabra evangelizadora y el servicio de la Palabra en la liturgia.
En esta perspectiva, se entiende cómo, en las diversas dimensiones del ministerio diaconal, un «elemento que distingue la espiritualidad diaconal es la Palabra de Dios, de la que el diácono está llamado a ser mensajero cualificado, «creyendo lo que proclama, enseñando lo que cree, viviendo lo que enseña».
Para lograr esto les recomiendo que en adelante cultiven en su propia vida una lectura creyente de la Sagrada Escritura con el estudio y la oración. Que se adentren en la Sagrada Escritura y en su correcta interpretación; en la teología del Antiguo y del Nuevo Testamento; en la interrelación entre Escritura y Tradición; en el uso de la Escritura en la predicación, en la catequesis y, en general, en la actividad pastoral
(cf. Benedicto XVI, Exhort. Apost. Post. Vebum Domini, 81).
Uno de los ritos explicativos de la ordenación es la entrega de los santos evangelios, precisamente para resaltar la naturaleza e identidad de su ministerio. Así, La caridad es amor recibido en la Palabra de Dios y ofrecido en la vida litúrgica.
Hoy, es importante que asumamos el desafío de combatir la “Ignorancia de la Fe”, una forma de pobreza, más triste y más lacerante que la pobreza material, pues, “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo, ignorar sus enseñanzas y su estilo de vida”; por ello, los invito a que asuman el compromiso de educar en la fe a las nuevas generaciones, con el firme propósito de que asimilen los valores humanos y cristianos, a fin de tender a la búsqueda y al amor de lo verdadero y lo bello y poder penetrar en la realidad divina que satisface toda la existencia humana y todas las dimensiones de la persona (cf. LG 15). Que la Palabra de Dios sea siempre su alimento y el pan que compartan con sus hermanos.
b) El segundo rasgo es el servicio en la liturgia sacramental y en la oración oficial de la Iglesia. Los diáconos hacen suya la voz de los fieles para presentarla al obispo diocesano y, en la liturgia a Dios mismo.
Los diáconos ayudan al obispo y a los presbíteros a hacer realidad la reunión eucarística que está a punto de realizarse desde el umbral del templo.
El servicio de los diáconos consiste en conducir a sus hermanos de la vida ordinaria al altar y del altar a la vida ordinaria.
Cuando ustedes tomen en sus manos la ofrenda del pueblo de Dios y la depositen en las manos de quien presida la Eucaristía, recuerden que con ustedes van las intenciones y necesidades, los gozos y las fatigas de muchos fieles que se acogen con esperanza a la Iglesia.
En la Liturgia de las Horas podrán hallar una fuente muy abundante de santificación.
Esta oración es la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún: es la oración de Cristo, con su cuerpo, al Padre.
Por tanto, orando con la Liturgia de las Horas contribuirán a cumplir el deber de la Iglesia y participarán del altísimo honor de la Esposa de Cristo, ya que, mientras alaban a Dios, están ante su trono en nombre de la madre Iglesia.. ¡Vivan con alegría este ministerio y este oficio que hoy asumen con libertad! La Iglesia confía en ustedes, ustedes confíen en la Iglesia. ¡Vivan íntima y profundamente, en la eucaristía y en la oración, su encuentro cotidiano con el Señor que los llama amigos!.
c) El tercer rasgo es el servicio de la solidaridad con los pobres. Este rasgo se descubre cuando los diáconos testimonian la autenticidad de la Eucaristía que la Iglesia local celebra en la solidaridad con los pobres de la comunidad a la que sirven.
El sacramento del Altar es inseparable del sacramento del hermano.
En otras palabras, el servicio de los diáconos consiste en manifestar el vínculo del misterio de Cristo en la Eucaristía con el misterio de Cristo en los pobres.
Hoy, hay muchos rostros sufrientes que nos duelen: la situación precaria de muchas familias; la desintegración familiar; la situación de miseria que viven muchos enfermos y ancianitos; jóvenes y niños que se ven obligados a abandonar la escuela y a luchar por el sustento cotidiano, siendo víctimas de la violencia, la explotación y la corrupción; padres de familia desempleados y angustiados; familias enteras que lloran el secuestro de uno o varios de sus seres queridos; encarcelados que justa o injustamente viven la amargura de su celda y muchos otros hermanos cuya vida está marcada por el dolor y el sufrimiento.
Todos, pastores y fieles, necesitamos responder a la luz de la fe y trabajar por un mundo más humano y más digno para todos.
Sólo quien es auténticamente libre es auténticamente caritativo. Y sólo quien es caritativo es capaz de dar su vida por los demás al estilo de Jesucristo, casto, pobre y obediente.
El diaconado al estilo de Jesús pide un corazón indiviso, es decir, una opción esponsal exclusiva, perenne y total del único y supremo Amor, para que su servicio a la Iglesia pueda contar con una total disponibilidad. Así, el anuncio del Reino se verá favorecido por el testimonio valiente de quien, por ese Reino, ha dejado todo, incluso sus bienes más queridos (cfr. NBDP, 36).
Néstor y Héctor, ustedes le recordarán a la Iglesia que son inseparables los servicios evangelizadores y litúrgicos de los servicios solidarios. Por eso, su tarea es muy hermosa y clara: el ejercicio de la Palabra y del servicio litúrgico en la caridad. Dicho de otra manera, lo específico del ministerio que ahora reciben radica en hacer presente y vivo el servicio de amor de Cristo a la humanidad que es el mismo Evangelio, dirigido preferentemente a los pobres (Lc 4, 18).
Empiecen su diaconado con gran alegría, esperanza, generosidad y entrega.
Sean humildes, obedientes y administradores justos y honestos.
Y aunque la misión parezca muy difícil, ¡no tengan miedo!, pues, irán a donde el Señor los envíe y dirán lo que Él les mande, sabiendo que Él estará siempre con ustedes para protegerles.