La Venecia de hoy
Iván Bojar
Una ciudad muere cuando deja de ser ciudad. Venecia, conocida por su ambiente mágico y su sinfín de monumentos, festivales culturales y características urbanísticas, tiene que luchar con problemas cada año más graves. Antes que nada, con la problemática de la despoblación. Desde los años setenta, cuando estuve por primera vez en Venecia, y a partir de entonces alrededor de treinta veces, he podido observar la evacuación gradual de la ciudad. Hace dos décadas Venecia tenía varios cientos de miles de habitantes; hoy, la cifra no supera los diez mil.
Los servidores de la industria turística desfavorecían la vida urbana y lo subordinaban todo a la imitación y a la formación de la imagen melindrosa de una ciudad falsa. Poco a poco, Venecia ha llegado a ser un parque temático de sí misma, y todo lo que antes era verdadero hoy no es más que pura copia. Todavía es una ilusión creíble, pero a partir de la tendencia de los últimos años es claro que, sin cambios adecuados, la situación va a empeorar aún más, aunque ya esté bajo construcción el dique alrededor de Venecia y haya un montón de programas internacionales con el objetivo de preservar los valores urbanísticos frente a los cambios del nivel del mar producidos por el calentamiento global.
Empero, lo esencial es que la ciudad está vaciándose poco a poco. Hay cada vez más protestas y levantamientos que han obligado a los turistas a dejar los espacios públicos donde antes pasaban las noches con sus mochilas, y hay luchas contra los enormes buques de lujo que llegan llenos de viajeros acomodados.
Sin duda, es un espectáculo peculiar ver que un monstruo de unos doce pisos entra y pasa al lado de la Santa Maria della Salute. La cúpula de la iglesia, que debido a su aspecto monumental domina la boca del Canal Grande, parece una frágil y diminuta caja de joyas. Además de la desproporción de las escalas, hay otro problema: las agobiantes masas de turistas, lo cual no deja de ser contradictorio, porque este sitio de edificios y hogares abandonados depende precisamente de esos turistas, que contribuyen con sumas considerables a los ingresos de la ciudad y del Estado italiano, mientras los habitantes se han desplazado a los pueblos del litoral.
¿Qué se puede hacer? Los arquitectos estrella contemporáneos en Venecia querían crear un nuevo atractivo y encargaron a Santiago Calatrava diseñar el cuarto puente de piedra de los últimos mil años sobre el Canal Grande. Aunque se haya resuelto la conexión peatonal entre la estación ferroviaria, la terminal de autobuses y la Piazzale Roma que sirve de estacionamiento para los coches y autobuses que llegan a la ciudad, el nuevo puente ha provocado varios debates. La población de la ciudad que se ufana de tener una facultad de arquitectura de gran tradición, no estaba completamente contenta con la combinación de piedra caliza y vidrio, cuya superficie se desliza con las lluvias, donde el paso para las sillas de ruedas y las carriolas es igual de difícil como en cualquier otro punto de la ciudad. Incluso lo consideraron demasiado moderno y hubo varias manifestaciones en contra. A pesar de todo, Calatrava ganó el concurso internacional y dispuso del dinero llegado de la Unión Europea.
Venecia hace esfuerzos para organizar programas dignos del perfil de la ciudad y se basa en el turismo cultural. Hace algo más de dos décadas se sumó la Bienal de Arquitectura al Festival de Cine, de gran tradición, así como a la Bienal de Arte. En el lapso intermedio se organizan festivales de baile y teatro y ha retornado el Carnaval.
Todo lo anterior tiene como propósito llenar los hoteles en todas las temporadas, sin olvidar que el público de los festivales abarrota los restaurantes también. Además del desarrollo de los programas se promocionan las colecciones de los museos privados.
El de Venecia es un círculo vicioso: ser extranjero en la ciudad de Casanova y los dux es algo excelente, aunque ya resulte difícil encontrar a algún veneciano entre la muchedumbre de los vendedores de los bazares que acompañan el proyecto exitoso de festivales.
En el fenómeno de la transformación de la ciudad en un parque temático, quizás sean precisamente los vendedores de regalos quienes desempeñan el papel más desagradecido. Las joyas de cristal y los objetos de decoración tradicionales de Murano están por desaparecer y cada vez se encuentran más artículos baratos de artesanía falsa, fabricados en China. Es curioso, porque a los turistas les agrada gastar y llevar a casa las experiencias en forma de algún pequeño objeto. En los restaurantes, al llamar al cameriere, en ocho casos de diez se trata de camareros chinos amables y corteses que llevan las pizzas hablando un italiano perfecto. Los italianos de la Venecia de antes ahora son habitantes de Mestre, Marghera y Jesolo, y no vuelven a la isla para trabajar. Esa es la vida según el orden de la globalización, y es un síntoma característico del proceso descrito.
Venecia es una ciudad única y excepcional. Para volver a ser una ciudad viva debería dar respuestas únicas y singulares, en vez de utilizar los métodos de planificación creativa tan característicos de tantas ciudades. El pasado histórico y el sabor del ambiente especial construido ya no son suficientes. Sería necesario desarrollar nuevas condiciones con el propósito de promover nuevas funciones verdaderas y la formación de nuevos puestos de trabajo que aseguren el sustento, para conseguir que los habitantes vuelvan y, en los próximos siglos, puedan seguir recibiendo a sus visitantes en uno de los ambientes urbanos más hermosos del mundo.