El tiempo pasado
Yo, en cambio, nada guardo: ni dicha ni rencor.
Una a una me dieron la gloria merecida
y derrotado fui con sus mejores armas.
R. Paredes: “Memoria del solo”
El tiempo pasado
Hace ochenta años se fundó en México, en la casa de Leopoldo Méndez, la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR, de la que sólo ocasionalmente el Conaculta ha hecho mención y Alberto Híjar se ha encargado, en algún escrito, de recordar), que tuvo entre sus integrantes a Juan de la Cabada, Pablo O’Higgins, Luis Arenal, Xavier Guerrero, Ermilo Abreu Gómez, Alfredo Zalce, Fernando Gamboa, Santos Balmori, Clara Porcet y Julio Bracho. Los primeros presidentes de la LEAR fueron Juan de la Cabada, Silvestre Revueltas y José Mancisidor (más tarde, entre otros, se incorporó Octavio Paz). Mas no es este el momento para abordar una historia apasionante del quehacer artístico en el México revolucionario, sino sólo tomar a la LEAR como referencia para abordar una tarea que hoy requiere ser seriamente pensada y concretada (teoría y praxis) por los artistas e intelectuales del país: ¿cómo incidir actualmente en el problema de la organización política de ellos para que sus justas palabras de reclamo –como las de Cuarón, González Iñárritu, Del Toro, Del Paso– vayan más allá de los lugares en donde fueron pronunciadas y rebasen, con mucho, el ambiente de diatriba con que son recibidas en los medios, y se concreten, mejor, en convocatorias para el pensamiento y para la acción?
Luego de la fundación de la LEAR, que muere por avatares de la política internacional, poco se ha impulsado la organización gremial de artistas e intelectuales en el país (a excepción de los artistas del cine y el espectáculo, cuyo sindicato siempre se cobija en el seno del corporativismo), a pesar de que el motivo que generó su creación se mantuvo durante un largo tiempo: las luchas sociales –promovidas fundamentalmente por el campesinado pobre y un obrerismo incipiente– que se tradujeron en la existencia de un movimiento artístico de raíces sociales que poco a poco se diluyó. La LEAR, no hay que olvidarlo, también se vincula desde su creación con las condiciones que a nivel mundial subsistían y que eran dinamizadas, en mucho, por la existencia de un polo socialista que competía arduamente con un capitalismo que nunca dejaba de avanzar y que dio origen a su perversión nazi-fascista. Aunque, por el lado socialista, el estalinismo fue la correspondiente etapa oscura.
De hecho, desde entonces (principios de los años treinta del siglo pasado) no se sabe si a causa de un subjetivismo creciente (subjetivismo entendido aquí como pérdida del sentido social de la creación artística) que se corresponde, en el caso de los pintores, con la consolidación de galerías y subastas; los escritores se afilian a los sellos editoriales; la música, el teatro, la danza, las manifestaciones artísticas en general se concentran en los espacios cerrados y ello provoca que se pierda el interés por la organización gremial, a la vez que paralelamente la vida social pierde los contenidos revolucionarios (de reivindicación social, expresados en particular en el muralismo) que le dieron origen. En el mejor de los casos, los intelectuales se afilian como entes orgánicos al gobierno o a los partidos políticos y pelean, en su faceta de creadores artísticos, por las becas, puestos o favores que el Estado ofrece, pero poco interés muestran por la organización gremial y por retornar de nuevo al arte de contenido social. Por el contrario, se contentan con individualizar cada vez más sus tareas de creación. Las inquietudes gremialistas que cobijó la lear se desvanecen, a la vez que la misma Liga deja de funcionar.
En términos de intelectualismo, de manera paralela al avance de las tendencias de pensamiento vinculado al socialismo, en México subsistió una tendencia hasta hoy dominante: aquella que, desde el siglo XIX, se identificaba con el liberalismo y que aún hoy promueve una supuesta neutralidad del pensamiento, el cual pierde su objetividad (su sentido creativo en el caso de los artistas) si se llega a identificar con cualquier tipo de pensamiento social. Los liberales mantienen hasta hoy su hegemonía y son quienes han sostenido las tesis ideológicas de los regímenes de gobierno emanados luego de la Revolución mexicana.
Alejandro González Iñárritu, Guillermo Del Toro y Alfonso Cuarón
Qué hacer ahora
¿Será cuestión de etapas de tiempo o sólo un retraso en lo que se refiere a la organización de artistas e intelectuales en México?
Si se adopta el criterio de etapas de tiempo, en efecto la Revolución mexicana influyó determinantemente (su paralelismo con la Revolución rusa fue un factor relevante) en el compromiso social que caracterizó a artistas e intelectuales de aquella época y que se expresa, por ejemplo, en el Manifiesto del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores dirigido a “la raza indígena humillada durante siglos; a los soldados convertidos en verdugos por los pretorianos; a los obreros y campesinos azotados por la avaricia de los ricos; a los intelectuales que no estén envilecidos por la burguesía”, que redactó Siqueiros y firmaron junto con él Diego Rivera, primer vocal; Xavier Guerrero, segundo vocal, y Fermín Revueltas, José Clemente Orozco, Ramón Alva Guadarrama, Germán Cueto y Carlos Mérida. Fue publicado en el número 7 del periódico El Machete (que se transformó un año después en el órgano informativo oficial del Partido Comunista Mexicano), en la segunda quincena de junio de 1924. En ese Manifiesto, entre otras cosas, se dice:
Hacemos un llamamiento general a los intelectuales revolucionarios de México para que, olvidando su sentimentalismo y zanganería proverbiales por más de un siglo, se unan a nosotros en la lucha social y estético-educativa que realizamos […] hacemos un llamamiento urgente a todos los campesinos, obreros y soldados revolucionarios de México para que, comprendiendo la importancia vital de la lucha que se avecina y olvidando diferencias de táctica, formemos un frente único para combatir al enemigo común.
También de ese Manifiesto se desprende una creencia para entonces muy extendida entre intelectuales y artistas: “No sólo todo lo que es trabajo noble, todo lo que es virtud, es don de nuestro pueblo (de nuestros indios muy particularmente), sino la manifestación más pequeña de la existencia física y espiritual de nuestra raza como fuerza étnica brota de él, y lo que es más, su facultad admirable y extraordinariamente particular de hacer belleza: el arte del pueblo de México es la manifestación espiritual más grande y más sana del mundo y su tradición indígena es la mejor de todas.” Finalmente allí se afirma: “Y es grande precisamente porque siendo popular es colectiva, y es por eso que nuestro objetivo fundamental radica en socializar las manifestaciones artísticas tendiendo hacia la desaparición absoluta del individualismo por burgués.” Tres ejes sobresalen en ese documento que son clave y son los que llaman directamente a la organización gremial. Uno, unirse a la lucha social y estético-educativa; dos, privilegiar el arte del pueblo y particularmente el de tradición indígena, y tres, “socializar las manifestaciones artísticas tendiendo hacia la desaparición absoluta del individualismo por burgués”. En la medida en que esos tres ejes se desvanecen, se desvanece el interés por la organización gremial de los artistas e intelectuales del país.
La segunda opción –pensando en términos organizacionales– surgiría entonces a la palestra: el tiempo para que los artistas e intelectuales se organicen sólo se ha retrasado, pero pareciera que ha llegado otra vez el momento de reactivar esa organización. Si tal afirmación fuese correcta, tomando en consideración que en la actualidad indistintamente la decadencia del Estado y la voracidad del modo de producción capitalista reclaman que los sectores de la sociedad que más sufren los estragos de esa situación –recordar las palabras de los cuatro artistas mencionados al inicio de la nota– sean quienes realicen acciones para frenar de tajo esos deterioros y, en particular, las causas que los originan. Aunque si bien es ahí –en cómo frenar los deterioros mencionados–, en donde aún el panorama no se vislumbra con claridad, sí adelanta una necesidad: la de organizar desde abajo y a la izquierda (esto no es una receta, es un proceso basado en la conciencia, en la reflexión y luego la acción), a los sectores de la sociedad que más sufren el deterioro social (es decir, casi setenta por ciento de la población, hoy pauperizada) y a aquellos sectores (los que han logrado ilustrarse) que con más claridad vislumbran la crítica situación social contemporánea. En el caso de estos últimos, el dilema ya no radica en el tiempo (de que ha llegado el tiempo de organizarse, ha llegado) sino en el cómo, y de ahí la necesidad de acudir a la Historia: ¿de qué nos sirve la experiencia de las organizaciones que en tiempo pasados promovieron la organización de artistas e intelectuales?
Un primer esbozo de respuesta tendría que ver con la recuperación, matizada, de los tres ejes que, a raíz de la Revolución, impulsaron el Manifiesto aquí mencionado (el del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores de 1924) y que tienen que ver básicamente, uno, con unirse organizadamente a la lucha social; dos, con recuperar el sentido social de la creación artística, y tres, con impulsar la difusión masiva de las actividades artísticas. Si esos tres principios se pudieran recuperar y llevar a la práctica, podrían servir como base para discutir una plataforma que permita avanzar hasta ver cómo pueden organizarse artistas e intelectuales (sindicato, frente, unión, liga), con el propósito de estructurar sus esfuerzos de resistencia ante un panorama como el que dibuja Del Toro: “El pedo del apocalipsis es que no queda nadie y México está a punto de vivir un apocalipsis social. Lo creo firmemente y el que los medios no lo repliquen abiertamente no quiere decir que no ocurra, y eso es lo trágico.” Lo anterior conllevaría frenar el deterioro de un país, México, acerca del cual Del Paso ha dicho esto: “…hoy también me duele hasta el alma que nuestra patria chica, nuestra patria suave, parece desmoronarse y volver a ser la patria mitotera, la patria revoltosa y salvaje de los libros de historia”. Pero, ¿qué hay más allá de los discursos?
Si algo se quiere hacer hoy en el terreno que corresponde a artistas e intelectuales en un momento de crisis mundial del capitalismo, lo cierto, y muy particularmente en el caso de México, es que el siguiente paso en la lucha es organizarse para formar un frente unido que haga suyos los intereses propios del sector. Comenzar a unirse para discutirlo y concretarlo como en su tiempo lo hicieron el Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores y la lear es una lección que hoy no hay que olvidar. Es cierto, las épocas postrevolucionarias eran distintas a las actuales, pero el paralelismo que aquí se postula surge de requerimientos similares: darle sentido a una lucha hoy necesaria pero que se lleva a cabo de una manera anárquica y amorfa.
Si se lograra el objetivo de que artistas e intelectuales se organicen para darle una concreción orgánica a sus justas inconformidades, mucho se avanzaría para que esas inconformidades tuvieran un sentido más trascendente.