El desafío social del Evangelio
Graham Greene
Este libro esclarecedor [Church and Politics in Latin America –Iglesia y política en América Latina] que trata sobre el desarrollo del catolicismo latinoamericano con la participación de la Teología de la Liberación y las comunidades cristianas de base, hizo que al menos un hombre viejo se recargara en su respaldo y recordara cómo era la Iglesia cuando se unió a ella con cierta reticencia casi sesenta años atrás, y contemplara la inmensidad de los cambios. Era típico de aquel tiempo que la Iglesia fuera conocida por la mayor parte de la gente en Inglaterra, por razones probadas, como la Iglesia Católico Romana. En cierta medida, al unirme a ella, yo me convertía en extranjero en mi propio país; algo no malo para uno que quería ser novelista, porque un extranjero ve sus alrededores con ojos frescos. Pero ser un extranjero conlleva, también, la asunción de ciertos supuestos que me interesaban mucho menos. El principal era que como católico romano yo debía, era un supuesto generalizado, pertenecer políticamente a la derecha. Pasaron diez años y aún se suponía que como católico romano la vasta mayoría que no había leído mis libros esperara que yo fuera partidario de Franco.
Plantón de la Organizacion Cristianos Solidarios con el Pueblo Salvadoreño, frente a la embajada de EU, 23 de febrero de 1990. Foto: Raúl Ortega/ La Jornada
Óscar Arnulfo Romero en Chiapas Foto: Frida Hartz/ La Jornada
Y sin embargo, los cambios habían empezado a fines de los años 1930 y en mi primera lectura del excelente ensayo de Sobrino sobre la Iglesia en América Central me pregunté si el padre [Gustavo] Gutiérrez, a quien él cita, no estaba situando el cambio un poco tarde cuando escribió “la historia de la Iglesia en América Latina se divide en antes y después de Monseñor Romero”. Después de todo, Dom Hélder Câmara, antiguo arzobispo de Olinda y Recife, había tomado la peligrosa opción por los pobres en Brasil. (No es mencionado por fray Martín en su capítulo sobre el conflicto en la Iglesia católica brasileña, tal vez porque se confinó al período posterior de 1968 a 1979.) También hubo un indicio en México, tan temprano como 1937, de lo que podían llegar a ser las futuras comunidades cristianas de base. Como resultado de la persecución religiosa, la Iglesia había tenido una buena limpia de romanismo; incluso limpiada drásticamente como lo había visto yo en Tabasco, donde habían desaparecido las iglesias y los sacerdotes, y algo menos en Chiapas, donde no se permitía a ningún sacerdote entrar a una iglesia. Las misas secretas que se celebraban en casas privadas podían haber sido descritas como de clase media pero los domingos, cuando los indígenas bajaban de las montañas y trataban de celebrar misa, tanto como la recordaban, sin un sacerdote, de seguro estaban empezando las comunidades de base.
Pero leyendo más adelante me di cuenta de que había malentendido al padre Gutiérrez, el martirio del arzobispo Romero (el primer arzobispo asesinado en el altar desde Beckett), seguido de una muy cuidadosamente moderada condena por el papa Juan Pablo II, fue ciertamente, como él lo describe, el punto decisivo entre los comienzos esporádicos de la Iglesia latinoamericana como hoy la vemos, fortalecido por el gran descaro del apoyo a los escuadrones de la muerte en El Salvador y Guatemala y a los contras en Nicaragua por parte del gobierno de Estados Unidos, que ha causado shock en muchos miembros de la jerarquía estadunidense. La Casa Blanca se ha asegurado de que nada será como antes.
La Iglesia de los pobres y las comunidades de base muestran su fuerza no sólo contra el gobierno de Estados Unidos y los escuadrones de la muerte y los contras, sino frente a las muy romanistas visiones del cardenal Ratzinger, el gran oponente de la Teología de la Liberación, y tal vez con las comprensibles sospechas del Papa Juan Pablo II.
Y escribo “comprensibles” porque no puedo evitar el sentimiento de que la experiencia polaca del Papa en los años 1950 puede haberlo llevado a la desafortunada actitud que manifestó en su reciente visita a Nicaragua. Parece haber visto un falso paralelo entre un gobierno que incluía a tres curas católicos en las posiciones clave de Educación y Salud, Relaciones Exteriores y Cultura con el movimiento Pax, que era el intento deliberado de un gobierno extranjero para dividir a la Iglesia. Yo visité Polonia en 1955 durante un mes, después que el movimiento Pax se había establecido, y disfruté, si es ésa la palabra correcta, dos sesiones bastante alcohólicas con Boleslaw Piaseki, el líder fascista que había luchado valientemente contra los alemanes y los rusos, y para asombro de los polacos, había regresado vivo de su encarcelamiento en Moscú, con el permiso de iniciar una firma editorial católica y el derecho único de manufacturar rosarios, crucifijos, etcétera, la parafernalia de la Fe. El arzobispo se encontraba bajo arresto domiciliario y algunos curas se habían unido al movimiento Pax, pero sus iglesias se encontraban casi vacías en domingo, cuando todas las otras iglesias parecían repletas hasta desbordarse. El movimiento Pax, nacido en el extranjero, se desvaneció, pero el movimiento que dio luz a la Teología de la Liberación, las comunidades cristianas de base, la opción por los pobres, tuvo luz nativa y no tiene nada en común con Pax.
Atacada por el gobierno de Estados Unidos y perseguida en El Salvador, Chile, Paraguay y Guatemala, la Iglesia católica en el continente americano, como este libro demuestra, ha cobrado una nueva y vigorosa vida, que con el tiempo podrá, uno espera, convertir incluso a la Curia y persuadir a sus miembros de volver otra vez a las enseñanzas de Juan XXIII, en vez de seguir el sendero del cardenal Ratzinger y la CELAM, tan bien analizado aquí en un capítulo por François Houtart.
Traducciones de Rubén Moheno