Cervantes Quijote camina: 400 años
José Cueli
El Quijote es olvido que actúa y elabora el dolor síquico en otro espacio. Magia demoniaca-cervantina inscrita en espacios inestables, abiertos, indecibles en discurso que (el otro) se convierte en indispensable. Espacio imaginario que se da donde el narcisismo uno indiferenciado se vacía y el deseo (dulcineo) aparece como constructor de espacios. Discernimiento hechicería cervantina renovada en otro contrato temporal espacial. Soledad desdoblada orientada hacia el uno, que hace de ella otro.
Quijotesca búsqueda desesperada de espacio síquico, sin centralidad ni fijeza. Representación de fantasías, sueños, delirios, imágenes ancestrales. Renacimiento cotidiano, horas, minutos, segundos del deseo encuentro y ruptura de la sexualidad objeto del deseo que no cumple en su totalidad expectativas. Imaginación que une pueblo a pueblo de Toboso en el horizonte espacio solo sueño, de cuyo nombre no quiero acordarme signo confuso que el dolor por la ruptura reclama.
Deseo que requiere de la representación imagen de la espera, esperanza idealizadora, que nunca concuerda con el encuentro en sí mismo. Idealización de la mujer que integra la imposibilidad de lo eterno de la pareja. Espera que sólo se da en ese espacio nuevo atemporalizado, juego de enlaces y articulaciones de signos en movimiento que varían significados en que muere y nace el deseo, donde nadie canta pero se canta, donde nadie ha nacido porque nadie puede nacer, pero nace y donde nadie puede morir porque no ha nacido y vive.
Deseo negro, sonido negro, espacio negro cervantino verbalizado en el Quijote. Articulación de lo fragmentado, dividido, inacabable en el enlace integrado, opuesto a la desintegración, muerte. Vacío de no ser más que uno, identidad síquica perdida, melancólica, insoportable, no representable.
Cervantes Quijote extranjero en un mundo terrorífico, delirante. Espacio de poder omnipotente. Deseo de reinventar el sexo volando al compás de música polivalente, infinita, inacabable, creación interior, plena, reflexiva, dueña de pérdidas y duelos. Rencuentro de su madre dulcinea fuente de excitación inimaginable: piel suave, roce tierno, hueco que apenas formado se funde y articula al calor del abrazo y el contacto con el pecho terciopelo, pezón nirvana, sentimiento oceánico. Nueva ruptura y búsqueda desesperada de ella, en mí. Omnipotencia garante suprema contra la aburrición, máscara de la melancolía.
Ella en el fondo y forma. El fondo en el papel del elemento intuitivo y la forma en el del racional. Dos idiomas intraducibles: vehículo en que lo intuido imaginario en ese espacio síquico, se puede concretar en lenguaje revelador de lo inconsciente. Sentimiento negro oscuro de la nada, intuición sexual fuera del tiempo sólo telepatía –breve levedad del ser a lo Milan Kundera– posibilidad de renacer al sufrir el dolor y la pérdida. Nuevas telepatías y espacios imaginarios, basados en la carencia de ella que es el mismo Quijote. Intuición de lo ingobernable situado fuera del tiempo y el espacio externo.
Lenguaje interno único de la espera, ojos brillando como luces invisibles de primavera. Tiempos y espacios síquicos que abren caminos y tornan a Cervantes Quijote, caminante que penetra, sin saber cómo ni por dónde, mientras el deseo camina, la carne se calienta aparece y desaparece en fusión en ella misma, fascinada en la propia imagen, con pánico a la escritura interna abre caminos que diferencia, corta, identifica y es base de la sicología cervantina, sicología del otro y anulación de la sicología individual (¿existe?).