Los Rolling Stones, por cuarta vez en México
En medio del delirio de más de sesenta mil personas, cientos de ellas trepadas en los puentes aledaños, cunetas, camellones, árboles y arbotantes para de esa manera verlos gratis, los Rolling Stones culminaron su cuarta visita a México. Un paraíso musical, porque estos británicos están en el mejor momento de su carrera: tocan como dioses.
Un acorde brutal sale expulsado de la guitarra de Keith Richards, quien levanta el brazo al aire para guiar el efecto de la chispa divina que acaba de arrojar con su instrumento y el índice señala al cielo: fuegos de artificio truenan multicolores en la noche.
Seguirá tremebunda sucesión de explosiones que durará 127 minutos y quedará para toda la vida en la mente y el corazón de 120 mil personas que presenciaron esta nueva intervención mexicana.
¿Lo mejor de las dos noches mexicanas? Midnight Rambler, porque los Stones están en pleno dominio de sus facultades musicales. Finalmente aprendieron a tocar como sus ídolos: los grandes maestros negros del blues del Delta del Mississipi.
Las noches del lunes y del jueves ocurrieron rituales masivos con una música salvaje, primitiva, multiorgásmica. Durante más de dos horas nos mantuvieron arriba, arriba, arriba y más arriba cada vez. Todos cantando con ellos qué digo cantando, berreando: please to meet you / I hope you get my name… let´s spende the night together… paint it in black… I miss you…
¡Fuuuuummm! Una nueva explosión cimbra el piso que tiembla bajo los brincos lunáticos de la masa que suda, canta, grita, mueve la cabeza con frenesí, porque está sonando Gimme Shelter y esto es la locura.
¡Braaaamm! Vuelve a tremar la tierra, porque está sonando esa lasciva sucesión de acordes que conforma otro ritual: Honky Tonk Women y la masa vocifera aún más fuerte: its the jooonki tonk, jooonkitonk güimeeeen / guime guime guime / de jonki tonk blues.
Y la palabra blues resuena, vuela y sobrevuela las sesenta mil cabezas de vario linaje que conforman un manicomio de renovación, un templo de expiación y renacimiento, una orgía salvaje de sexo y rocanrol, que son lo mismo. Guime guime guime de jonki tonk blues.
Uno parecía ver en escena al mismísimo Muddy Waters, porque Mick Jagger ya aprendió a cantar como él, mientras Ronnie Wood y Keith Richards sueltan riffs endemoniados de profunda exquisitez musical con ojos cerrados. En éxtasis.
Esta nueva ejecución de Midnight Rambler quedará para la historia por varias razones, extrictamente musicales, entre ellas el suspense, el dominio de los tempi, el balance exacto de las masas sonoras.
En medio de la bruma, Mick Jagger asemeja una Pavlova sin tutú. Levanta los brazos cual Cisne Negro y la música se eleva con ellos. Los baja lentamente y a esa velocidad pasosa el tempo baja, el ritmo disminuye, la presión arterial se pone al mínimo y reina entonces el silencio.
¿Silencio en medio de un concierto de rock? Y sobre todo ¿silencio en medio de un concierto de los Rolling Stones?
Silencio. El esplendor del silencio. Y la quietud. Porque todo está quieto cuando Mick Jagger ha bajado los brazos pavlovianos hacia el suelo, Ronnie Wood quedó congelado, ojos cerrados, en medio de un acorde, Keith Richards también es víctima de un encantamiento y Charlie Watts se quedó con la baqueta a medio camino hacia el parche del tambor.
Y de repente, en una milésima de segundo, una nueva explosión ocupa el sitio del silencio: ¡Cataplúm! Suena Sympathy for the Devil y ya no hay ningún cuerdo en esta catedral convertida en manicomio. Sí, una catedral. El Foro Sol es un enorme descampado, un campamento al aire libre, sin techo ni cobijo. Pero la locura que ha poseído a estos sesenta mil mortales estupefactos y en alarido con esta música tremebunda, convierte el coso en catedral. La más pecaminosa, la más pútrida, sudada, vertida en todo tipo de fluidos corporales.
Porque hay que ver cómo Mick Jagger se despoja lentamente de su casaca roja a lo Mozart y la manera como desabotona su blusa roja-pasión de seda, y es como una hermosa dama en el momento sublime previo al amor.
Catedral de lo sublime: un coro de jovencitas y jovencitos entona la introducción de ensueño de una pieza que manifiesta El Malestar en la Cultura freudiano: You can´t always get what you want y el saxofonista Tim Ries hace embocadura en un corno francés y desafina pero eso qué, en una orgía como esta no cuenta el virtuosismo de la música de concierto sino el fragor y entonces Mick Jagger da la solución al malestar en la cultura con el verso: nunca podrás tener todo aquello con que sueñas, pero si porfías, hallarás a veces que obtendrás lo que necesitas.
Y la última pieza culmina el tema existencial, con una rola sartreana por antonomasia: I can´t get no satisfaction. Y a todos nos recorre un hormigueo, una corriente eléctrica que nace en la nuca y se esparce por toda la epidermis y los órganos que bullen y así quedaremos para siempre, porque hemos presenciado el mejor concierto de nuestra vida.
Culminó así la cuarta visita a México de Sus Satánicas Majestades, que están en el mejor momento musical de su carrera.
De aquí en adelante sus conciertos serán cada día mejores.
Porque ya lograron alcanzar la cima: son inmortales.