Silvestre Revueltas o la música como acto solidario
Elena Poniatowska
La Jornada Semanal
Leer a Antonio Muñoz Molina en Babelia de El País es un premio, así como lo es desvelarse con Elvira Lindo en Noches sin dormir: último invierno en Nueva York. El pasado 28 de mayo, Antonio dedicó su artículo a Silvestre Revueltas, el mayor compositor del siglo xx mexicano, quien vivió entre muchos acelerando y crescendo cuasi grandioso. Hijo de una familia legendaria compuesta por doce hermanos, los Revueltas, Silvestre fue su primer prodigio; estudió violín en Estados Unidos y regresó a México en 1937.
En plena Guerra civil, en 1937 viajó al congreso antifascista de Valencia, España, como miembro de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (lear) al lado de Octavio Paz, Elena Garro, José Mancisidor, Juan de la Cabada, José Chávez Morado y María Luisa Vera. Fernando Gamboa ya estaba allá. El general Miaja los pastoreó bajo los bombardeos que iluminaban el cielo y los estallidos de obús que fascinaban a Octavio Paz y aventaban a Elena Garro debajo del primer mueble.
Después de que André Gide denunciara con valentía a la urss, los delegados se dispersaron; Octavio Paz y Elena Garro viajaron a París y Silvestre Revueltas dirigió sus obras en el Palau de la Música en Barcelona.
Aunque Alberti se espantó con la gordura de Revueltas, en el ii Congreso de Escritores Antifascistas en julio de 1937, recordó haber conocido en la calle a “un hombre ancho, grueso, de cara y ojos bonachones, despechugado, sin corbata”. Lo vio de nuevo y escribió que había alcanzado físicamente las mismas proporciones que Balzac.
El concierto, varias obras suyas para pequeña orquesta, dirigidas por él, en un salón de los amigos de México y en Madrid ¡En Madrid!: “Colorines, Homenaje a Federico García Lorca, El renacuajo paseador, Himno de los mexicanos combatientes en España”: este era el programa. Luego, en el mitin del teatro de la Comedia, dos obras grandes, Caminos y Janitzio. Bastaba. Casi demasiado para conocerle. Con sólo el Homenaje a Federico y El renacuajo me hubiera dado cuenta de lo que es este hombre, de su inmensa capacidad y talento, de lo mexicano y universal de su música. Muy mexicana su música, nada localista; popular pero sin transcripciones. Lo que Manuel de Falla hizo con lo andaluz, con lo español –más aún en su última época– logra Silvestre Revueltas con el acento de su país, y de manera magistral. Rafael Alberti también escribió en La Voz, el 24 de septiembre de 1937:
Octavio Paz, un jovencísimo poeta, para mí ya una realidad de la verdadera poesía mexicana, pronunció aquí en Madrid, sobre su compatriota, palabras justas, valorizadoras. Una de las condiciones primordiales de Revueltas es su gracia, la burla sana y fuerte que corre de pronto por su música.
Bienvenido a Madrid, a este hondo corazón de España, viejo, nuevo y silvestre todavía, este Silvestre mexicano, hombre, artista, que en medio de nuestra tremenda lucha nos deja una profunda estela de optimismo, de potencia, de genio.
De García Lorca, a Revueltas le gustaba decir en voz alta:
Ay, cómo me duele quererte como te quiero.
Por tu amor me duele el aire,
el corazón y el sombrero.
Silvestre escribió: “En Barcelona no parece sentirse la guerra. La gente hace su vida habitual con poca diferencia. Además me parece encontrar una revolución organizada, muy lejos del lirismo charro de nuestras exaltaciones momentáneas. La gente está seria: lucha y trabaja. Saluda con el puño en alto, gravemente, sin teatralidad. El teatro es el frente. Inmisericorde y sin ‘make-up’.”¿Sabrán los jóvenes músicos del mundo quién es Silvestre Revueltas? ¿Sentirán lo que son los remos de una barca en el agua al ritmo de Janitzio? Sensemayá –ligado a la poesía del cubano Nicolás Guillén–, La noche de los mayas, Planos y Homenaje a García Lorca, recogen el encantamiento de los ritmos populares, baile, duelo y son, la “célula rítmica de ocho sonidos esencia de la pieza que tiende a lo obsesivo como en el Bolero de Ravel”.
En 1934, el gobierno encargó a Revueltas rendirle un homenaje al presidente asesinado en el parque de la Bombilla, el general Álvaro Obregón. Revueltas compuso: Caminos y explicó: “Caminos un poco tortuosos: probablemente sin pavimento y que no recorrerán las limusinas. Por lo demás, lo suficientemente cortos para no sentir su incomodidad, o lo suficientemente alegres para olvidarla.”
Edgar Varèse, Ernest Ansermet y Aaron Copland admiraron a Silvestre. Carlos Chávez, envidiosillo, escribió: “Cuando fundé la Orquesta (Sinfónica Nacional) y me nombraron Director del Conservatorio, la primera persona en que pensé fue en Revueltas. En esa época tocaba en Alabama.”
En la película Redes, dirigida por Fred Zinnemann, la música de Revueltas parece una partitura hecha con los rostros quemados y las manos de miseria de los pescadores de Veracruz, “pueblo forjado en todos los dolores con su agrio sabor de desconsuelo y su dura consistencia” (“agrio sabor de desconsuelo y dura consistencia” me hace pensar en Muñoz Molina).
Silvestre, Fermín y José fueron alcohólicos, los tres vivieron a México como una patada en el culo, los tres se asombraron con su crueldad, los tres se indignaron con su corrupción y su miseria, los tres escogieron al cantinero en vez del psicoanalista “…señor cantinero, sírvame otra copa que quiero olvidar”. Muchas noches, Silvestre regresó a su casa borracho y sin camisa porque la había regalado en la calle. Con razón escribió: “Hacer el bien es algo muy complicado que requiere de un exquisito tacto y un gran talento.”
Como a Van Gogh, a Silvestre lo internaron en un hospital psiquiátrico. Ante el autorretrato de Van Gogh escribió: “Su rostro refleja la angustia de todos los hombres. Siento su presencia. Siento su dolor, su fuerza dentro de mí, como si fueran mías.”
Silvestre murió de una bronconeumonía. Su mujer, “creyendo que se trataba de la resaca de unas copas, lo llenó de cervezas heladas. En la noche no podía respirar y salió a la calle a tomar aire, con una camisa de mezclilla abierta como era su costumbre. Tenía una fiebre muy alta. Vagó por las calles, cuando regresó a su casa, ya se encontraba muy grave”.
Silvestre murió a los cuarenta años; Fermín, pintor, a los treinta y cuatro; José, escritor, a los sesenta y dos; Rosaura, actriz, vivió hasta los ochenta y seis años y protagonizó La sal de la tierra, película prohibida por el gobierno por defender a los mineros.
Silvestre Revueltas es uno de nuestros grandes creadores. Desde el otro lado del Atlántico, Antonio Muñoz Molina rinde homenaje al compositor, pero también al hombre solidario con la España republicana y con la mejor catarsis de todas: la cantina