Violencia y danza: el tema y el contexto
Angélica Íñiguez*
La Jornada Semanal
Según quién mire y opine, la danza podría mantenerse apartada del mundo terrenal, del cotidiano, ése en el que habitan las necesidades primarias del hombre, o lo burdo. Desde otro polo, la danza podría considerarse el medio de expresión idóneo de todo lo que acontece alrededor del artista, un territorio de libertad y de compromiso.
Pero no se necesita mucho para que ambas ideas se conviertan en lugares comunes. Tomemos como ejemplo la danza contemporánea mexicana de la actualidad. Hablar a ciencia cierta sobre los temas que los artistas eligen para sus composiciones coreográficas sería un trabajo minucioso y exhaustivo que probablemente arrojaría respuestas tan variadas como las condiciones de vida y trabajo de cada rincón de nuestro país.
¿Cómo viven algunos artistas de la danza mexicana la violencia y cómo influye en su trabajo creativo? ¿O es que viven aislados de “la realidad nacional”, creando en una esfera delimitada por la duela y el escenario? ¿Sienten estos artistas un compromiso con los temas relevantes de México? ¿Es preciso que lo tengan? Son respuestas que no pretendo dar aquí. A cambio, algunos creadores mexicanos compartirán sus abordajes temáticos y visiones.
Para Abdiel Villaseñor y Laura Ayala, del proyecto independiente de creación, gestión e investigación la Serpiente Danza Contemporánea, de Morelia, Michoacán, los temas de la creación coreográfica en el panorama dancístico nacional son recurrentes desde hace décadas: “Desconocemos el panorama total de la creación coreográfica contemporánea en México, pero en un plano general consideramos que sigue abordando temas universales como la ausencia, el dolor, la muerte o el amor. Esta suerte de universalismos favorece la interlocución con otros contextos. Sin embargo, creemos que es notorio que las estrategias para abordar estos temas han sido recurrentes desde hace varias décadas, vivimos una suerte de anacronismo”, expresa Villaseñor y va más allá, hace un viaje en el tiempo: “Si hiciéramos una proyección en el tiempo ubicándonos en el 2035, en general la danza creada en México en el 2015-2016 no sería un referente de la situación política, económica y social del México que vivimos, no al menos en términos de los contenidos directos que se abordan.”
En su edición del 10 de octubre de 2015, el diario Excélsior publicó que en 2015 México era “el país más letal para jóvenes”. En 2013 la Unicef estimaba que el sesenta y dos por ciento de los niños mexicanos había sufrido violencia en algún momento de su vida, mientras que el inegi, en 2013, informaba que Guerrero, Chihuahua, Coahuila, Zacatecas, Morelos y Durango eran los estados donde se habían registrado más casos de abuso sexual hacia las mujeres. Las páginas de los diarios y la vida cotidiana están llenas de estas historias.
¿Qué debe hacer el arte ante estos trozos de realidad? ¿Acaso la danza debería abanderar alguna causa? Cada creador escénico tiene su forma, su poética, sus intereses, incluso un estilo. Desde la mirada de Lola Lince (quien ha desarrollado un proceso creativo y un estilo personales, donde involucra, por ejemplo, la danza butoh), es necesario buscar el otro lado de la realidad violenta y escapar de lo literal:
En mi perspectiva poética de la danza, trato la violencia y otros temas de esta naturaleza a través de una analogía o metáfora donde el tema pueda desarrollarse abriendo el espectro de los afectos humanos. Hay muchos tipos de violencia, y no podemos hablar de la violencia sin hablar de la contraparte: la bondad, la ternura. Tratarla así de frente es caer en panfletos y literalidades. Simplemente encuentro inaceptable hablar de la violencia con violencia, para eso existen las metáforas y el reto de transformar la violencia cotidiana en poesía.
Los artistas pueden ser hombres y mujeres contemporáneos, en el sentido que Giorgio Agamben le da a la palabra: un contemporáneo es un ser que se relaciona de forma singular con el tiempo que le tocó vivir, a la vez está plenamente consciente e inserto en su momento y lo rechaza, lo cuestiona, lo critica, es capaz de ver las sombras; en el contemporáneo hay un desfase y un anacronismo. “Los que coinciden de una manera excesivamente absoluta con la época, que concuerdan perfectamente con ella, no son contemporáneos porque, justamente por esa razón, no consiguen verla, no pueden mantener su mirada fija en ella”, afirma Agamben.
He aquí donde la mirada del artista dancístico se vuelve compleja y se expresa de maneras no siempre directas, a través del vocabulario de los cuerpos: el cuerpo como lienzo o como libro, la danza como texto.
“La violencia se ha vuelto un tema recurrente y de gran interés para la comunidad dancística, toda vez que es el cuerpo el receptáculo de toda agresión, sea física, emocional, espiritual, sexual o política. Nuestro cuerpo es lo que somos y toda violencia nos hace conscientes de nuestra propia fragilidad y falibilidad”, apunta Jorge Domínguez, coreógrafo, bailarín y profesor del Instituto de Cultura de Baja California en Tijuana.
Domínguez hace énfasis en una violencia que aparentemente no tiene relevancia política, pues a veces se mantiene en el ámbito privado, no obstante que atañe a la propia danza: “Sin duda, la violencia está presente en las aulas donde se enseña la danza, en los espacios de práctica profesional y los escenarios. Es una constante, un juego de relaciones donde alguien ordena y otro obedece, alguien enseña y otro aprende”, puntualiza.
De qué manera las formas violentas de enseñanza de la danza o desarrollo profesional influyen en la propia creación y más allá, en la vida cotidiana, en la sociedad, es otra pregunta que requeriría de un estudio minucioso.
El coreógrafo Mauricio Nava, director del Circo Contemporáneo en Guanajuato, ve en la danza un contrapeso a la violencia:
El papel de la danza tendría que estar mucho más arriba en el rango de importancia política y cultural de este país que vive momentos tan crueles, tan crudos, tan ásperos, ensordecedores y tristes; necesitamos la contraparte. Se necesita que los creadores estén dispuestos a experimentar, a arriesgar y a dar su vida en la creación; bailarines que tengan esa disposición, entereza, coraje y pasión y también que el que esté de traje y corbata detrás de un escritorio, encauce esos proyectos.
Queda todo un panorama por explorar; las implicaciones de la violencia en la danza son múltiples. Sin embargo, si atendemos a la observación que a la distancia del tiempo hacen los integrantes de la Serpiente Danza Contemporánea, podríamos pensar que los temas latentes de México y la danza escénica actual no tienen un vínculo estrecho en el panorama más general •
* Angélica Íñiguez es periodista, maestra en investigación de la danza (inba) y docente de artes. Escribió los libros Pioneros de la danza escénica en Guadalajara. Un legado nacional (Fonca/La Zonámbula, 2012) y Bailar en Guadalajara, árbol genealógico de la danza contemporánea (ceca, 2003) y En busca de la libertad. Danza experimental en Guadalajara (inédito).