Bob Dylan, premio Nobel de Literatura 2016
La Academia Sueca otorga el galardón al músico «por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción»
Su eminencia Robert Allen Zimmeman, Bob Dylan por y para los siglos de los siglos, cumplió el pasado 24 de mayo 75 años. Un cumpleaños de oro que culmina con el Nobel de Literatura «por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción». Su obra es tan inabarcable como el rastro de la influencia en generaciones de músicos y poetas. Por eso, escoger 75 hitos para estos 75 años es tan imposible como pretender que sus seguidores no los conozcan.
El título de estas líneas sirve solo como una provocación sin ápice de malicia, como invitación al juego del dylanismo militante. Habrá muchos datos de los aquí recopilados que al devoto auténtico le resulten obviedades, pan comido. Porque el culto dylanita es tan extenso como inagotable: si existiese una app para localizarlos en pocos kilómetros a la redonda, una especie de Tinder para forofos del autor de Blowin’ in the wind, nuestros teléfonos entrarían probablemente en incandescencia. Larga vida, don Roberto, trovador de trovadores.
1. Las primeras actuaciones en público del niñito Bobby tuvieron lugar a los tres años de edad en la oficina de su padre, “hablando y cantando ante una grabadora Dictaphone”, según el biógrafo Robert Shelton.
2. Se supone que el apellido Dylan es un homenaje al poeta Dylan Thomas, pero se trata de un dato que nunca ha confirmado el propio artista. Es más: otra versión asegura que su primer apellido artístico habría sido Dillon, como guiño a Matt Dillon, héroe de la serie televisiva de vaqueros Gunsmoke.
Dylan y The Beatles se conocieron en 1964 en la suite que la banda tenía en el hotel Delmonico de Park Avenue. Bob agasajó a sus ilustres anfitriones liándoles unos porros de marihuana
3. En cuanto al nombre, sí ha admitido, en cambio, (en Chronicles, su autobiografía parcial de 2004), que prefirió “Bob” a “Bobby” para no parecerse a los cantantes Bobby Darin, Bobby Rydell y Bobby Vee.
4. Curiosamente, Bobby Vee tuvo a Dylan tocando en su grupo como pianista, allá por 1959. Se habían conocido cuando Bob trabajaba como ayudante de camarero en el Red Apple Café (Fargo, Dakota del Norte).
5. El nombre de su primera banda, en los años de la adolescencia, era el trío The Golden Chords (Los Acordes Dorados). Él se encargaba de la guitarra rítmica, con Monte Edwardson a la guitarra solista y Leroy Hoikkala frente a la batería.
6. El pintor malagueño Pablo Ruiz Picasso es reivindicado por Dylan como una de sus mayores influencias artísticas. En Chronicles escribió: “Él partió por la mitad el mundo del arte y lo abrió como si fuera un huevo”
7. Su primera aparición en escena con el nombre de Bob Dylan tuvo lugar en Dinkytown, el barrio bohemio de Minneapolis que él frecuentaba por las noches en su breve periodo como alumno de la Universidad de Minnesota. El primer escenario fue un café llamado The Ten O’Clock Scholar.
8. Pocas semanas después de desembarcar en el Greenwich Village neoyorquino, Dylan consiguió actuar durante dos semanas como telonero del emblemático bluesman John Lee Hooker. El contrato se firmó el 11 de abril de 1961.
9. En el verano de 1961 tocó la armónica en una canción de Harry Belafonte. La remuneración como músico de estudio por aquella sesión fue de 50 dólares.
Dylan y la cantante Marianne Faithfull coquetearon una noche durante la gira británica del bardo en 1965. Ella estaba embarazada del empresario John Dunbar. No hubo sexo, para frustración de Faithfull
10. La primera crítica sobre Dylan en el New York Times data de septiembre de 1961. La firmó Robert Shelton, entusiasmado con aquel joven que había ejercido como telonero de los Greenbriar Boys en la sala Gerde’s.
11. El homónimo disco de debut, grabado en solo dos días en Nueva York (20 y 22 de noviembre de 1961), incluye tres canciones sobre la agonía: In my time of dying, Fixing to die y See that my grave is kept clean.
12. Una de las primeras grandes pasiones de Dylan en Nueva York fue estudiar sobre la Guerra Civil estadounidense, para lo que se leyó todos los fondos de la hemeroteca entre 1861 y 1865. Le obsesionaba comprender, dijo, “cómo gente tan unida por la geografía y la religión podía convertirse en enemigos encarnizados”.
13. En sus comienzos, Dylan adelantaba en forma de partitura algunas de sus canciones a través de la revista folk Broadside. En el número 1 de esta publicación (febrero de 1962) difundió Talkin’ John Birch paranoid blues, una sátira sobre la histeria anticomunista que a última hora retiró de su segundo álbum, el mítico The freewheelin’.
14. Los álbumes iniciales de nuestro hombre son solistas: voz, guitarra y armónica. Pero el 14 de noviembre de 1962 se atrevió a grabar con banda un primer single, Mixed-up confusión, publicado por Columbia con el número de catálogo 4-42656. Considerada generalmente una pieza mediocre, nunca apareció en un álbum hasta Biograph, la caja recopilatoria de 1985.
‘The Freewheelin’ (1963) es el segundo disco de Dylan. Se abre con ‘Blowin in the wind’ y contiene canciones como la cálida y emocionante ‘Don’t think twice it’s allright’. En la portada, el cantautor aparece con Suzy Rotolo –fallecida en 2011–: una artista estadounidense con la que estuvo de 1961 a 1964.
‘The Freewheelin’ (1963) es el segundo disco de Dylan. Se abre con ‘Blowin in the wind’ y contiene canciones como la cálida y emocionante ‘Don’t think twice it’s allright’. En la portada, el cantautor aparece con Suzy Rotolo –fallecida en 2011–: una artista estadounidense con la que estuvo de 1961 a 1964.
15. Suze Rotolo, la novia de Dylan que aparecía en la portada de The freewheelin’, aficionó a nuestro trovador al teatro de Bertolt Brecht. Así acabó trasluciéndose en canciones de la época como The lonesome death of Hattie Carroll.
16. Blowin’ in the wind, la inmortal pieza de 1963, fue una de las primeras en adaptarse al castellano… con fines eclesiásticos. La versión Saber que vendrás, que hemos escuchado todos en alguna misa, es obra del periodista Ricardo Cantalapiedra, que tan buenas páginas escribió para EL PAÍS.
No fui un esposo muy bueno, pero creo en el matrimonio. Primero me casé en serio y luego me divorcié en serio
17. El más dylanita de nuestros cantautores, Joaquín Sabina, incluyó en su reciente gira 500 noches para una crisis una versión de It ain’t me, babe que lleva por título Ese no soy yo. Én sus tiempos de La Mandrágora, el de Úbeda ya había realizado una delirante adaptación de Man gave name to all the animals (El hombre puso nombre a los animales) que nunca ha conocido edición oficial.
18. Las versiones al castellano de Dylan son múltiples y, en algunos casos recientes (Kiko Veneno, Amaral, Quique González, Nacho Vegas), muy meritorias y celebradas. Existe además un raro disco colectivo, Bob Dylan revisitado. Un tributo en la lengua del amor (1996), hoy muy difícil de encontrar.
19. Quizá la primera asociación de ideas entre Dylan y España que nos venga a la cabeza sea la fabulosa canción Boots of Spanish leather (1964). Pero hay otro “Spanish” en el repertorio dylanita. Se trata de Spanish is the loving tongue, una pieza tradicional que Bob grabó como cara B del sencillo Watching the river flow (1971).
20. Dylan publicó seis álbumes entre el 27 de mayo de 1963 (The freewheelin’) y el 16 de mayo de 1966 (Blonde on blonde). Seis discos, uno de ellos doble, en algo menos de tres años. Y no títulos cualesquiera: nos referimos a seis de los trabajos más influyentes en toda la historia de la música popular.
Las referencias bíblicas en la obra dylaniana son tan abundantes que el músico llegó a asegurar: “Si tuviera que empezar de nuevo, enseñaría Teología o historia clásica romana”
21. El 23 de noviembre de 1963, un día después del asesinato de Kennedy, Bob actuó en el norte del estado de Nueva York. La primera canción de aquella velada fue The times they are a-changin’.
22. “Una enorme burbuja transparente de ego”. Esa fue la definición que de Dylan ofreció la cantante Joan Baez, su gran mentora en el Festival Folk de Newport de 1963 e intermitente pareja durante los dos años siguientes.
23. Dylan y The Beatles se conocieron el 28 de agosto de 1964 en la suite que los de Liverpool habían contratado en el hotel Delmonico de Park Avenue. Bob agasajó a sus ilustres anfitriones liándoles unos porros de marihuana. Fue la primera vez que los británicos probaban la hierba…
24. Bringing it all back home (1965) incluye pasajes de Dylan a la armónica en todas sus piezas. Le sigue de cerca en esta clasificación John Wesley Harding (1968), donde la armónica suena en 11 de sus 12 canciones.
25. Tras la actuación de Dylan en el Royal Albert Hall (mayo de 1965) hubo un nuevo encuentro con los Beatles en el hotel Mayfair de Londres y una posterior visita a Kenwood, el palacete de 22 habitaciones que Lennon había adquirido en Weybridge. Según la leyenda, John y Bob grabaron una canción a medio hacer de la que nunca más se supo.
No es de extrañar que entre las habilidades artísticas de Bob Dylan estuviera la de pintar. Este cuadro de corte expresionista, y algo naïf, sirvió como portada para ‘Music from big pink’ (1968). La relación de Dylan con The Band se estrechó, especialmente, durante la época en la que el músico decidió abandonar el folk para convertirse al rock. Un periodo en el que recibió el apoyo incondicional de los de Toronto.
No es de extrañar que entre las habilidades artísticas de Bob Dylan estuviera la de pintar. Este cuadro de corte expresionista, y algo naïf, sirvió como portada para ‘Music from big pink’ (1968). La relación de Dylan con The Band se estrechó, especialmente, durante la época en la que el músico decidió abandonar el folk para convertirse al rock. Un periodo en el que recibió el apoyo incondicional de los de Toronto.
26. Dylan y la cantante Marianne Faithfull coquetearon una noche en el hotel Savoy durante la gira británica del bardo en 1965. Ella estaba embarazada del empresario John Dunbar. No hubo sexo, para frustración de Faithfull, según ella misma relató en sus memorias. Pero lo más doloroso fue que Dylan hizo trizas un poema que le había escrito.
A Dani Martín, antiguo cantante de El Canto del Loco, le preguntaron sobre Dylan (con el que comparte discográfica, como dato simpático). Y él respondió: “Me parece un pesado”
27. El día del gran escándalo, el de la conversión eléctrica de Dylan, fue el 25 de julio de 1965 en el Festival Folk de Newport. Los temas tocados con banda eléctrica (y a todo volumen) fueron solo tres: Maggie’s farm, Tombstone blues y Like a rolling stone. Al Kooper, el organista del grupo, admitiría luego que Maggie’s farm la tocaron con el compás cambiado y fue “una especie de desastre”.
28. Like a rolling stone (1965) figura en diversas clasificaciones como la mejor canción del siglo XX, pero nunca llegó al número 1. Se lo impidió en las listas estadounidenses I got you babe, de Sonny & Cher.
29. La influyente revista británica Mojo también eligió Like a rolling stone como la mejor canción de Dylan de todos los tiempos. Le seguían, por este orden, en la clasificación Positively 4th street (1967), Sad eyed lady of the lowlands (1966), Desolation row (1965) y, sorpresa, Blind Willie McTell, escrita en 1983 y nunca publicada hasta 1991.
30. A finales de 1965, la popularidad de Dylan era casi mayor como autor que como intérprete. En solo dos semanas, vieron la luz 80 discos sencillos con versiones de canciones rubricadas por él.
31. Los hijos de Bob con Sara Lownds se llaman Jesse, Anna, Samuel y Jakob (el líder de The Wallflowers). Así resumió el música su relación: “No fui un esposo muy bueno, pero creo en el matrimonio. Primero me casé en serio y luego me divorcié en serio”.
Dylan durante una conferencia de prensa en Suecia (1966). Convertido al rock, y siendo parte de la Generación Beat, su imagen evoluciona dejándose crecer el cabello –que rizado y revuelto le da un aire sexy–; utiliza las Way Farer, de Ray Ban y comienza a vestirse de riguroso negro con camisas estampadas que se erigen como icono rockero. Mención especial a la longitiud de las uñas de la mano derecha con la que se enciende el cigarrillo.
Dylan durante una conferencia de prensa en Suecia (1966). Convertido al rock, y siendo parte de la Generación Beat, su imagen evoluciona dejándose crecer el cabello –que rizado y revuelto le da un aire sexy–; utiliza las Way Farer, de Ray Ban y comienza a vestirse de riguroso negro con camisas estampadas que se erigen como icono rockero. Mención especial a la longitiud de las uñas de la mano derecha con la que se enciende el cigarrillo. CORDON PRESS
32. Dylan conoció a los hermanos Steve y Muff Winwood, del Spencer Davis Group, tras un concierto que ofreció en Birmingham el 12 de mayo de 1966. A la noche siguiente fueron a visitar una vieja casa incendiada en Worcestershire porque los Winwood le contaron que el dueño había muerto junto a su perro y que ambos se aparecían en forma de fantasmas.
33. El famoso grito de “¡Judas!” desde el público ocurrió en el Free Trade Hall de Manchester el 17 de mayo de 1966. La conversión eléctrica seguía provocando enconados enfrentamientos entre partidarios y detractores. Es mucho menos recordado, en cambio, que minutos antes del exabrupto, cuando el grupo finalizaba Just like Tom Thumb blues, había subido al escenario una chavala de pelo largo que le entregó a Dylan un papel. La nota rezaba así: “Dile a la banda que se vaya a casa”.
34. París, 1966. En plena fiebre por su obra y su figura, Dylan aborda una multitudinaria rueda de prensa. Pero antes se acerca por el rastro parisino y adquiere una marioneta. Cada vez que alguien formula una pregunta, él le bisbisea al muñeco y hace como que escucha lo que debe responder. Un delirio maravilloso.
35. La imagen de portada de Blonde on blonde (primer plano del artista con fular blanco y negro anudado al cuello) la realizó el fotógrafo Jerry Schatzberg en el barrio Meat Market de Manhattan. Solo dos fotos de la sesión quedaron desenfocadas. Una de ellas fue la escogida por Bob. Para el interior se encaprichó con una imagen de la actriz italiana Claudia Cardinale que Columbia empleó sin permiso. Hubo de suprimirse en la segunda tirada de aquel inmenso doble álbum.
36. Tras el famoso (y mitificado) accidente de moto en Woodstock (29 de julio de 1966), la primera aparición pública de Dylan se demoró hasta el 20 de enero de 1968. Y fue fugaz: tres canciones en el Carnegie Hall, en un concierto benéfico en honor del recién fallecido Woody Guthrie. Fueron Grand coulee dam, Dear Mrs. Roosevelt y Ain’t got no home. No es fácil dar con ellas: figuran en un álbum de Columbia titulado A tribute to Woody Guthrie, Part I.
37. Las memorables Basement Tapes (Cintas del sótano), grabadas durante cientos de horas por Dylan y The Band entre junio y octubre de 1967, afloraron por primera vez en un disco pirata de 1969 al que se le atribuyó el título Great White Wonder. Ahí se divulgaron siete canciones. La edición definitiva de 2014 incluye más de un centenar de tomas.
38. El mayor éxito inicial de las sesiones en el sótano fue The Mighty Quinn (o Quinn the Eskimo). La banda británica Manfred Mann la publicó como single a principios de 1968 y logró permanecer con ella durante dos semanas en el número 1 de las listas del Reino Unido.
39. El dibujo de portada de Music from Big Pink (1968), el extraordinario debut de The Band, es obra de… Bob Dylan.
40. Fue una época en la que Bob le cogió gusto a los pinceles. La portada de la revista Sing Out! en octubre de 1968 también es de su autoría. Se trata de un hombre sentado con sombrero y guitarra. Quizás un autorretrato, aunque nadie lo puede asegurar.
41. ¿Qué es primero, la música o la letra? En el caso de Dylan, las dos a la vez. Solo hay una excepción relevante, en sus propias palabras: el álbum John Wesley Harding (1968) fue casi en su totalidad una colección de textos a los que el autor puso música posteriormente.
42. I pity the por inmmigrant (1968) incluye varias expresiones que Dylan tomó literalmente del Libro de Levítico del Antiguo Testamento. Levítico 26, versículos 19, 20 y 26, para quienes quieran indagar más.
43. Las referencias bíblicas en la obra dylaniana son tan abundantes que el músico llegó a asegurar: “Si tuviera que empezar de nuevo, enseñaría Teología o historia clásica romana”.
44. El 1 de mayo de 1969, Johnny Cash consiguió que Dylan grabase para su programa televisivo The Johnny Cash show. Fue su primera presentación televisiva en cinco años y se le ve… francamente agarrotado.
Jakob Dylan, de 46 años, también es músico. Es líder de los Wallflowers, una banda a la que casi se le podría etiquetar como ‘one hit wonder’ puesto que ‘One headlight’ fue su gran éxito de finales de los noventa que le vaió dos Premios Grammy.
Jakob Dylan, de 46 años, también es músico. Es líder de los Wallflowers, una banda a la que casi se le podría etiquetar como ‘one hit wonder’ puesto que ‘One headlight’ fue su gran éxito de finales de los noventa que le vaió dos Premios Grammy. CORDON PRESS
45. En la primavera de 1969, Dylan tenía que renovar el contrato que le unía con su representante, Albert Grossman. Nunca estampó su firma. Desde entonces ha dirigido su propia carrera y tomado todas las decisiones sin dar explicaciones a terceros.
46. ¿Quién es Elmer Johnston? El propio Dylan, que se escudó en este pseudónimo para aparecer por sorpresa en un concierto de The Band en Illinois, el 14 de julio de 1969. Sus nombres falsos más recurrentes son, no obstante, Blind Boy Grunt y (sobre todo) Jack Frost.
47. El gran amigo beatle de Dylan acabó siendo George Harrison. Juntos escribieron dos canciones maravillosas, If not for you y I’d have you anytime, para la obra cumbre en solitario de Harrison, All things must pass (1970). Pero existe una tercera colaboración de aquella época que solo está disponible en grabaciones piratas. Su título: Working on a guru.
48. Harrison convenció a Dylan de que participara por sorpresa en The concert for Bangla Desh, el concierto benéfico que tuvo lugar el 1 de agosto de 1971 en el Madison Square Garden. No solo eso: nuestro protagonista accedió a tocar Blowin’ in the wind, tanto en la sesión vespertina como en la nocturna, algo que sucedía por primera vez en siete años.
49. Solo los muy dylanitas recuerdan un single de noviembre de 1971 con la canción George Jackson, que se publicó en doble versión: acústica y con big band. Contaba la historia de un escritor y activista asesinado en una cárcel de California por los guardias de seguridad y se consideró su primera canción comprometida en ocho años.
50. 1972 es el año en blanco por excelencia en la trayectoria de Dylan, una incómoda temporada de barbecho que invirtió para “relajarse una temporada” en Arizona.
51. Knockin’ on heaven’s door, el famosísimo tema central de la película Pat Garret & Billy the Kid (1973), es el único single de Dylan que llegó al top 20 durante las décadas de los setenta y los ochenta. Y se quedó muy lejos de los puestos de gloria: no pasó del número 12.
52. Existe un libro de 1973, Writings and drawings, en el que Dylan recopiló letras y escritos procedentes del periodo entre 1961 y 1971. Los textos incluían más de 60 canciones no incluidas en ninguno de sus álbumes.
53. Planet waves (1974), el excelente disco en el que Bob Dylan volvía a requerir la compañía de The Band, tuvo dos títulos previos que se desecharon in extremis. Primero iba a ser Love songs y luego, hasta el último momento, Ceremonies of the horsemen.
54. El cómico Steve Martin (sí, el de El padre de la novia) fue telonero de Dylan. Ocurrió en Tampa, Florida, a mediados de los setenta.
55. Aunque Dylan ha escrito por sí solo la práctica totalidad de su repertorio, para Desire (1976) se valió del director teatral francés Jacques Levy como coautor en siete de los temas. Levy ejercía en aquel entonces como director de la caótica y excitante gira Rolling Thunder.
56. El judío Bob Dylan actuó en el verano de 1978 en el estadio de Zeppelinfield (Nuremberg), donde habían tenido lugar algunas de las arengas más famosas de Hitler. El cantante ordenó que el escenario se colocara en el extremo opuesto al habitual. Consiguió así que los 80.000 asistentes dieran la espalda al lugar donde tantas veces se había venerado al dictador nazi.
57. En la sonada conversión de Dylan al cristianismo, a finales de los setenta, fue decisiva la figura de una actriz negra, Mary Alice Artes, de la que nuestro hombre se enamoró perdidamente. Se supone que en 1980 le regaló un anillo de compromiso valorado en 25.000 dólares, pero el romance no fraguó. De hecho, a Artes está dedicada la canción The groom’s still waiting at the altar (El novio está todavía esperando en el altar), del disco de 1981 Shot of love.
58. Los cazadores de tesoros en vinilo son muy felices cuando se encuentran con un ejemplar de Masterpieces, un triple LP con éxitos y rarezas que se editó el 25 de febrero de 1978…, pero solo en Japón, Australia y Nueva Zelanda.
59. La corista negra de soul Clydie King, que ya había tenido un affaire con Mick Jagger, fue pareja de Dylan a principios de los ochenta y tuvo con él uno o dos hijos, según las fuentes. Pero más intrigante aún es la existencia de un álbum a dúo de Dylan y King que se habría grabado en 1982. Al parecer, en CBS no gustó y el trabajo nunca vio la luz.
60. Mark Knopfler, líder de Dire Straits, fue el inesperado productor de Infidels (1983), uno de sus pocos discos salvables de aquella década aciaga. Pero aún más extraños habrían sido los candidatos que rechazaron el encargo: Frank Zappa y… ¡el icono disco Giorgio Moroder!
61. Madrid, 26 de junio de 1984. El estadio del Rayo Vallecano acoge el primer concierto de Dylan en suelo español, con Santana como telonero. Le esperan 25.000 espectadores, rozando el lleno, y no pocos ministros socialistas. Las palabras del genio, en esforzado castellano, al salir a escena a la una de la noche fueron “¡Sois cojonudos!”.
62. La cicerone de Dylan por las calles de Madrid en aquella primera visita española era una chavala de 18 años que trabajaba para el promotor de conciertos Gay Mercader. Su nombre: Ángeles González-Sinde. En efecto, la que con los años sería guionista, cineasta y hasta ministra de Cultura. Le llevó al Museo del Prado y de compras por la calle Almirante, en el corazón de Chueca.
63. El paso de Dylan por el mastodóntico Live Aid (13 de julio de 1985), en su caso desde Filadelfia, se recuerda como uno de los peores conciertos que ha ofrecido en su vida. Le escoltaban Keith Richards y Ron Wood, de los Rolling Stones, pero interpretó tres canciones en un murmullo. Y, al finalizar, pese a que el macroconcierto pretendía recaudar fondos para luchar contra el hambre en Etiopía, solo se le ocurrió decir: “Sería buena cosa que algo de este dinero fuera a parar a los granjeros americanos…”.
64. Participó de manera fugacísima en Sun City, el himno antiapartheid que Steve Van Zandt, guitarrista de Bruce Springsteen, lanzó en 1985. Puede escuchársele durante apenas dos segundos: el ingeniero de sonido, Jay Burnett, dijo que “no había una sola línea de Dylan que estuviera bien cantada ni siguiese el compás”.
65. Dylan protagonizó en 1986 una película desastrosa, Corazones de fuego, en la que encarnaba a “una solitaria leyenda del rock”, un personaje peor que manido. Como coprotagonista ejercía el británico Rupert Everett.
66. ¿Dylan y Michael Jackson juntos? Asombroso pero cierto. Cantaron un dúo en febrero de 1987, en la fiesta en la que Elizabeth Taylor soplaba 55 velas de cumpleaños.
67. El Never Ending Tour (Gira sin fin) que ocupa a Dylan aún a día de hoy se remonta a mediados de 1988. El rapsoda la puso en marcha espoleado por la gran acogida de The Traveling Wilburys, la superbanda que, de manera casi accidental, había formado junto a George Harrison, Tom Petty, Jeff Lynne y el poco después malogrado Roy Orbison.
68. Dylan rumió la posibilidad de retirarse para siempre de los estudios de grabación en 1988, tras el estrepitoso fiasco de su disco Down in the Groove. Fue Bono (U2) quien, en el transcurso de una cena regada con abundante alcohol, le persuadió de que debía conocer a Daniel Lanois, el canadiense que les había ayudado a producir The unforgoettable fire y The Joshua tree. De la impensable alianza Lanois-Dylan nació Oh mercy (1989), uno de los discos más míticos del maestro.
69. El impresionante Time out of mind (1997), también grabado junto a Lanois, salió a la calle pocos meses después de que Dylan superara una gravísima pericarditis (inflamación de la bolsa cardiaca) y de actuar junto al papa Juan Pablo II en el Congreso Eucarístico Mundial de Bolonia. Aún más extraño, Time out of mind cosechó el Grammy al mejor disco del año a principios de 1998.
70. La casualidad quiso que Love & Theft (Amor y robo), el extraordinario disco de 2001, saliera a la calle el 11 de septiembre, coincidiendo con los ataques terroristas a Nueva York. Dylan había dicho que se trataba de “un gran álbum que se ocupa de grandes temas”.
71. El 25 de enero de 2006 se estrenó en el Old Globe Theater de San Diego el musical The times they are a-changin’, La trama relataba las desventuras de un circo de medio pelo regentado por el Capitán Arab (que aparecía en la canción Bob Dylan’s 115th dream) y su hijo Coyote, del que hay referencias en el tema The ballad of Hollis Brown.
72. Desde el 3 de mayo de 2006 al 15 de abril de 2009, Dylan presentó y dirigió 100 ediciones exactas de un programa de radio por satélite al que llamó Theme Time Radio Hour. Los dos artistas a los que más pinchó fueron Tom Waits y ¡Dinah Washington!, con diez canciones cada uno.
73. El siempre influyente New York Times machacó sin piedad Modern times (2006), un trabajo que goza de bastante prestigio. Pues no: Ron Rosembaum escribió que estábamos ante “una decepción salvajemente sobrevalorada” y “el peor disco de Dylan desde Self portrait”.
74. No todo van a ser parabienes al genio de Duluth. A nuestro Dani Martín, antiguo cantante de El Canto del Loco, la Revista 40 le preguntó en 2010 su opinión sobre Dylan (con el que comparte discográfica, como dato simpático). Y él respondió: “Me parece un pesado”. Cuando el periodista le advirtió de que su contestación podía ser políticamente incorrecta, él arreció: “Qué va, qué va. Para nada. Es que es muy repetitivo”.
75. La austera gira de 2015 por seis ciudades españolas fue la décima de nuestro hombre por estos andurriales. También le recibimos en 2007 con motivo del Príncipe de Asturias de las Letras. El verano pasado apenas salió de su magic black bus para ofrecer sus actuaciones y hacer ejercicios matutinos. La comida se la preparaba su chef particular, de origen escandinavo.
FERNANDO NAVARRO
El País
Por primera vez en la historia del Nobel de Literatura, la gente no correrá a las librerías sino a las tiendas de discos. Cuando la secretaria de la Academia Sueca Sara Danius ha pronunciado el nombre, han retumbado todos los cimientos. Bob Dylan (1941, Duluth, Minnesota), premio Nobel de Literatura. La sorpresa en los mundos de las letras y la música solo puede ser comparable a la que seguro ha sido una legendaria, hipnótica, imbatible sonrisita pícara del galardonado al enterarse, perdido como siempre en su gira interminable alrededor del mundo, al margen del mito. Era el eterno aspirante, así como un recurrente chiste entre los más escépticos y, sobre todo, más ortodoxos. ¿Un músico, cuya única obra en prosa fue un fracaso, cosechando el mayor de los premios literarios? Imposible. Pero lo imposible –y vivir a contracorriente- es lo que mejor se le ha dado a este compositor que cambió como nadie el concepto de canción popular en el siglo XX, añadiendo una particular dimensión poética a la música cantada. Y tan importante como ese determinante hecho: su influencia, reconocida por los Beatles, los Rolling Stones, Bruce Springsteen y cualquier icono del rock y el pop que venga a la cabeza, no ha hecho más que crecer a medida que ha pasado el tiempo. Ahora, con este premio, y tras haber recibido antes el Pulitzer o el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, la onda expansiva da para otro siglo.
El bing bang comenzó a principios de los años sesenta, cuando un Dylan chaval abandonó su pueblo de Minnesota para trasladarse a Nueva York con el fin de dedicarse a la música y conocer en persona a su ídolo musical Woody Guthrie. Provisto de una gorra y una guitarra acústica, incluso inventándose parte de su biografía, recaló en Greenwich Village, el bohemio barrio de Manhattan poblado de cafés y clubes donde conoció ya la palabra afilada de los combatientes cantautores Pete Seeger, Ramblin’ Jack Elliott o Dave Van Ronk. Componía a partir del contacto con ellos pero también de la poesía de los surrealistas franceses, especialmente de Arthur Rimbaud, y devorando la prensa diaria, que le daba combustible para esas primeras canciones que cambiaron la cara del folk norteamericano y le dieron un carácter contestatario sin renunciar al aspecto poético. Composiciones como Blowin’ in the wind, Masters of War, The Times They Are a Changing, A Hard Rain’s a-Gonna Fall, Mr Tambourine Man o Chimes of Freedom llegaron al corazón de la generación de los sesenta, donde se fraguó la contracultura.“Venid senadores, congresistas, por favor oíd la llamada, / y no os quedéis en el umbral, no bloqueéis la entrada, / porque resultará herido el que se oponga, / fuera hay una batalla furibunda, / pronto golpeará vuestras ventanas y crujirán vuestros muros, / porque los tiempos están cambiando”, cantaba en 1964 con su voz nasal en The Times They Are a Changing, anticipándose al revuelo social y político de Norteamérica.
Fueron en esos primeros sesenta, en su tránsito diario de trovador por Greenwich Village, cuando conoció a los poetas beat. Aquello determinó aún más su visión literaria, a la que impregnó de una fuerza contracultural más incisiva, repleta de instinto y mordiente. Se relacionaba con Jack Kerouac, Neal Cassady, William Burroughs, Herbert Huncke, John Clellon Holmes o Allen Ginsberg, pero aún más importante: había vasos comunicantes. Dylan se fijaba en ellos, pero ellos veían en él al portavoz generacional, sorprendiéndose de su capacidad de captar la agitación, la desorientación, los desamparos y los ideales de aquellos convulsos sesenta. Con sus más de seis minutos de canción, rompiendo en 1965 el molde de single y reventando el concepto de radio comercial, Like a Rolling Stone conquistó el territorio de la ruptura generacional de los sesenta, más que cualquier novela, obra de teatro o película. Como dijo el poeta estadounidense David Henderson, no se trataba de una canción, sino de “una epopeya”.
Acababa de empezar la epopeya de Dylan, que abandonó el folk por el pop, maravillado por el ímpetu desenfadado y juvenil de los Beatles, los Rolling Stones y toda la tropa británica que desembarcó con un éxito monumental en EE UU. Con su sonido circense, de folk-blues-rock acelerado, sin olvidar esas baladas al piano, los álbumes Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde elevaron a la música popular a lo más alto del universo cultural. Allí donde antes había un chaval folkie lanzando dardos surgía un merodeador que documentaba las emociones de la extraña realidad.
Según ha declarado con exageración el poeta chileno Nicanor Parra, solo por tres versos de la canción Tombstone Blues, incluida en Highway 61 Revisited, se merece el Nobel. Son los versos: “Mamá está en la fábrica / no tiene zapatos / papá está en el callejón / está buscando un fusible / yo estoy en las calles /con el blues de Tombstone”. “Es realismo real, con la fábrica, el callejón y la cocina, donde está el niño solo con los blues», ha dicho Parra. A decir verdad, son muchos más los versos, que abren imágenes como ventanas a otros mundos posibles y que se recogen en esos dos discos esenciales para el desarrollo intelectual del rock. Esas obras, publicadas entre 1965 y 1966, sirvieron de guía fundamental para los Beatles, los Beach Boys y toda esa irrepetible generación del pop y el rock que protagonizó el siglo XX con sus canciones. Y, sin embargo, fue en esos años cuando, aupado por su propio entusiasmo compositivo y su fama, publicó su única novela Tarántula, una pifia de literatura experimental muy por debajo de toda su obra musical. Está claro que el comité del Nobel no ha tenido en cuenta el aspecto narrativo de Dylan a partir de su único libro, en el que intentó emular en prosa poética a Kerouac, Burroughs o Ginsberg.
El propio Allen Ginsberg fue el que más defendió su obra como un legado literario influyente, que a día de hoy se estudia en algunas universidades y tiene varios ensayos de análisis. De hecho, las primeras noticias acerca de la candidatura de Dylan al Nobel empezaron a llegar en 1996 cuando se organizó en Estocolmo un comité de campaña, apoyado por Ginsberg y Gordon Ball, profesor de la Universidad de Virginia. Ginsberg afirmaba: «Dylan es uno de los más grandes bardos y juglares norteamericanos del siglo XX y sus palabras han influido en varias generaciones de hombres y mujeres de todo el mundo”. Y Ball, por su lado, escribió: “Dylan ha devuelto la poesía de nuestra época a su transmisión primordial a través del cuerpo, revivió la tradición de los trovadores”. Un buen ejemplo de todo esto es un disco como Blood on Tracks. Para explicarse todas las grietas sentimentales del amor, uno puede leer los relatos De qué hablamos cuando hablamos de amor de Raymond Carver, pero también puede coger este álbum de diez composiciones y bucear en sus letras para dar con huellas emocionales que explican los sinsabores del alma humana.
En las últimas dos décadas, Dylan, como siempre pero más que nunca, ha huido de su propio mito, como bien demostró en sus memorias Crónicas, un fabuloso libro lleno de trampas que no tiene nada de autobiografía al uso y sí mucho de literatura, en ese repaso desordenado y fascinante a algunos recuerdos de su vida. En este tiempo, no quiere saber nada de su influencia imponente en la música popular contemporánea o en las letras norteamericanas. No quiere detenerse ni un segundo en preguntarse si es tan valioso para la cultura y el arte como Picasso o John Ford, tal y como no se cansan de decirle. En estas dos últimas décadas, también muchos detractores le han situado en el ocaso de su carrera, lejos de esos años dorados de bardo divino. Pero, en todo este tiempo, realmente, el veterano compositor ha dado frutos conmovedores en discos como Time Out of Mind, Modern Times, Love and Theft o Tempest.
A partir de una melancolía sonora que bucea en las raíces del folk, el gospel o el country, ha creado un universo repleto de símbolos del pasado y evocaciones. La historia norteamericana llegando hasta nuestros días se despliega a través de postales ocres, repletas de personajes anónimos que podrían poblar las novelas de Philip Roth, Richard Ford o Cormac McCarthy en ese retrato espiritual del envés del sueño americano y del imparable paso del tiempo. “Ningún hombre, ninguna mujer sabe / la hora en que llegará el sufrimiento / En la oscuridad escucho la llamada de las aves nocturnas… El sueño es como una muerte temprana”, canta Dylan con voz arrastrada en Workingman’s Blues #2. “Reúnete conmigo al final, no te retrases / Tráeme mis botas y zapatos / Puedes rendirte o luchar lo mejor que puedas en primera línea / Canta un poquito este blues del trabajador”, dice el estribillo.
Esquivo e imprevisible, Dylan hace historia al ser el primer músico que consigue el premio Nobel de Literatura. Ya en 1965, cuando la prensa norteamericana le calificaba del gran poeta de su tiempo, el músico decía: “No me llamo poeta porque no me gusta la palabra. Soy un artista del trapecio”. Durante más de medio siglo, su paso por el trapecio ha sido un irrepetible ejemplo para otros muchos más artistas y personas de todo el mundo que reconocen una deuda con sus letras, con su visión del mundo. Bruce Springsteen dijo una vez: «Si Elvis Presley liberaba tu cuerpo, Bob Dylan liberaba tu mente». Esa capacidad, al alcance de los mejores creadores, es esencia misma de la mejor literatura, de la más trascendente y admirable obra artística.
Bob Dylan, premio Nobel de Literatura. Han retumbado los cimientos, como esa guitarra eléctrica, órgano Hammond, baqueta sobre la caja de la batería y voz punzante acopladas hicieron retumbar el mundo hace más de medio siglo con la arrolladora Like a Rolling Stone, un torrente literario que no deja indiferente. Bob Dylan, premio Nobel de Literatura. El secreto está en las canciones. Allí el trapecista Dylan ha conseguido lo que parecía imposible: que un músico gane el premio más prestigioso de la literatura mundial. Eso sí, que nadie espere que, a diferencia del resto, esto le va a cambiar la vida. Dylan seguirá a lo suyo, en su trapecio, con su sonrisita épica, intentando contarnos cómo sopla el viento.