La Poni
Carlos Fuentes
La Jornada
La vi por primera vez disfrazada de gatito en un baile del jockey club de México. Toda de blanco, rubia como es, con antifaz y joyas claras, parecía un sueño bello y amable de Jean Cocteau. Como toda buena gatita, tenía un bigote que surgía de la máscara. Pero en ella el obligado flojel de los gatos no era, como el salvaje bigote de Frida Kahlo, una agresión sino una insinuación. Era una, varias antenas que apuntaban ya a las direcciones múltiples, a las dimensiones variadas de una obra que abarca el cuento, la novela, la crónica, el reportaje, la memoria… Salimos juntos, hace muchos años, yo con un libro de cuentos, Los días enmascarados, ella con un singular ejercicio de inocencia infantil, Lilus Kikus. La ironía, la perversidad de este texto inicial, no fueron percibidas de inmediato. Como una de esas niñas de Balthus, como una Shirley Temple sin hoyuelos, Elena se reveló al cabo como una Alicia en el país de los testimonios. Sin abandonar nunca su juego de fingido asombro ante la excentricidad que se cree lógica, que se cree excéntrica, Elena fue ganando gravedad junto a la gracia. Sus retratos de mujeres famosas e infames, anónimas y estelares, fueron creando una gran galería biográfica del ser femenino en México.
Supongo que su novela premiada en Madrid culmina esta exploración, imaginaria y documental, de la condición femenina. Elena ha contribuido como pocos escritores a darle a la mujer papel central, pero no sacramental, en nuestra sociedad. No nos ha excluido –gracias, Elena– a los hombres que amamos, acompañamos, somos amados y apoyados por las mujeres. Pero nadie puede oscurecer el hecho de que Elena Poniatowska ha contribuido de manera poderosa a darle a las mujeres un sitio único, que es el de las carencias, los prejuicios, las exclusiones que las rodean en nuestro mundo, aún machista, pero cada vez más humano. No sólo feminista sino humano, incluyente. Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón: la divisa de Sor Juana Inés de la cruz no sólo es eco en Sor Elena de la Cruz-y-Ficción; es un abrazo, es una especie de compasión abarcante, Hombres necios, unidos a mi trabajo, a mi lucha, a mi propia necedad. La noche de Tlatelolco es la grande y definitiva crónica del turbio crepúsculo del crimen que también marcó el crepúsculo del régimen autoritario del PRI en México. De esa terrible noche del 2 de octubre de 1968 data, acaso, la transformación de la princesa Poniatowska, descendiente de María Lesczinska, la segunda mujer de Luis XV de Francia, del rey Estanislao I de Polonia y del heroico mariscal de Napoleón, José Poniatowski, en una Pasionaria sonriente y tranquila de las causas de izquierda. No siempre estoy de acuerdo con ella en sus juicios. Siempre admiro su convicción y su valor. Pero por fortuna hoy la democracia mexicana se hace de acuerdos y desacuerdos lícitos, respetables y respetados. Lo importante de Elena es que sus posiciones en la calle no disminuyen ni suplantan sus devociones en la casa: el amor a sus hijos, la fidelidad a sus amigos, la entrega a sus letras. Amigo de Elena desde más años que los que quiero o puedo recordar, hoy le envío un inmenso abrazo, tan juvenil como nuestros primerizos.
Texto escrito por Carlos Fuentes (1928-2012) para la presentación del libro Elenísima: ingenio y figura de Elena Poniatowska, de Michael K. Schuessler, cuya primera edición se publicó en 2003