La encrucijada humanista de Tzvetan Todorov
Por Gustavo Ogarrio
El forastero que busca otra matriz humanista de la Ilustración
La Jornada Semanal
¿Qué es la Ilustración para sociedades lejanas a Francia? ¿Qué es la libertad iluminista cuando es invocada fuera del contexto de la Revolución Francesa y es obligada a cambiar de naturaleza enunciativa, de comportamiento político? Al menos desde la rebelión esclavista contra los opresores franceses que dio lugar a la independencia de Haití en 1804, el legado humanista de la Ilustración y su recepción en tierras lejanas es contradictorio, paradójico y, hasta cierto punto, obliga a que los mismos principios de la Ilustración francesa experimenten una metamorfosis que tiene como telón de fondo el gran espectáculo de la invención de Europa por las filosofías y narrativas de los “conquistados”.
El historiador José Luis Romero se refiere así a esta asimilación del principio iluminista de la igualdad que se vuelve contra su matriz política en Haití:
Análogo fervor por las ideas francesas se había manifestado en otras partes de América. Naturalmente llegaron a Haití, y encontraron favorable acogida entre los esclavos. La rebelión contra los ricos plantadores franceses empezó en 1791, fue apoyada por la metrópoli revolucionaria y dio origen a un nuevo orden institucional que organizó el jefe de los insurrectos, Toussaint Louverture, a través de la Constitución de 1801; poco después, su sucesor, Dessalines, completa ya la ruptura con Francia. Era el primer gran triunfo en Latinoamérica del principio de la igualdad, aplicado, precisamente, a una sociedad fundada ostensiblemente en la desigualdad.
¿Qué es la Ilustración para un haitiano, o para un búlgaro, por ejemplo? Desde su peculiar situación enunciativa, en su interrogación de “extranjero”, nacido en Sofía, Bulgaria, y articulada a su elección de Francia como su otra patria, y desde una excéntrica apropiación del “espíritu de la Ilustración”, Tzvetan Todorov (1939-2017) pregunta: “¿Qué imagen guardan los franceses de los búlgaros?” Todorov hace girar el legado humanista de la Ilustración hacia cierta periferia de Europa para fijar un punto de partida: esta imagen que produce la cultura francesa de los otros, de los búlgaros, es “bastante vaga”.
Todorov hace alusión a Mijaíl Bajtín para encontrar el fundamento de su propia aventura iluminista, para deslizarse de la etnología, como representación cultural pero también con un sesgo colonial de culturas no occidentales, a la representación problemática y contradictoria de los otros que generan ciertas narrativas, en su condición de voces que han vuelto más compleja la imagen y el registro cultural de sociedades ajenas a la mirada humanista “occidental”. Afirma Todorov:
En la época moderna, que también es una época de conciencia creciente de la existencia de los otros, ha aparecido una disciplina completa que parte de la premisa de que la mirada exterior es una mirada más lúcida y más penetrante que la del autóctono: la etnología… Pero, desde hace tiempo, varias voces han hablado en favor de la fecundidad, o incluso de la necesidad de este enfoque, sea cual sea la cultura estudiada. Entre ellas, uno de los primeros puestos pertenece indiscutiblemente a Mikhaïl Bakhtine, el gran pensador ruso. Bakhtine ha forjado un neologismo, vnenakhodimost´, que podríamos traducir por “exotopía”, que designa esta no pertenencia a una cultura dada. La exotopía, según él, no sólo no es un obstáculo para el conocimiento profundo de esta cultura, sino que es su condición. “La cuestión importante de la comprensión es la exotopía de aquel que comprende –en el tiempo, en el espacio, en la cultura– con relación a lo que quiere comprender creativamente”, escribe Bakhtine, y añade: “En el campo de la cultura, la exotopía es la palanca de comprensión más poderosa. Sólo ante los ojos de una cultura otra la cultura extranjera se revela de manera más completa y profunda.”
¿Qué “espejo extranjero” fue para el búlgaro Tzvetan Todorov los escritos de los “conquistadores” de Amé-rica? ¿Qué relación existe entre este interés por esos otros, tan radicalmente ajenos en su historicidad como exteriores a Europa, como lo eran los seres humanos que habitaban el “Nuevo Mundo” antes de la llegada de los españoles, y la mirada de un búlgaro que busca en otra definición del iluminismo los rastros de su propia “exterioridad”?
Los narradores de la conquista desde la encrucijada humanista
En su libro El espíritu de la Ilustración, Todorov identifica con precisión el lado oscuro del iluminismo, una vocación colonial y la tentación de transformarse en una política hegemónica a través de cierto “universalismo ideológico”: “Uno de los reproches que suelen hacerse a la Ilustración es que proporcionó los fundamentos ideológicos del colonialismo europeo del siglo xix y de la primera mitad del xx. El razonamiento es el siguiente: la Ilustración afirma la unidad del género humano, es decir, la universalidad de los valores. Los Estados europeos, convencidos de ser portadores de valores superiores, se creyeron autorizados a llevar su civilización a los menos favorecidos. Para asegurarse del éxito de su empresa tuvieron que ocupar los territorios en los que vivían estas poblaciones.”
Sin embargo, Todorov inventa otra Ilustración, una revolución de la razón mucho más heterogénea y que no siempre es obligada a coincidir con el colonialismo europeo moderno; señala que esta relación entre Ilustración y colonialismo fue más bien una estrategia para encubrir y legitimar las intervenciones europeas en Asia y África con los ropajes de un uso de la razón que gozaba de gran prestigio, como lo eran los principios de la Ilustración, pero que una vez en acción renunciaban al legado humanista de la Ilustración para imponer con suma crueldad el poder devastador del colonialismo moderno, una tendencia de larga duración y que, más que tener como matriz al iluminismo, recurría a una vieja y potente voluntad colonizadora de destrucción y autodestrucción. Sentencia Todorov: “La política de colonización se oculta tras los ideales de la Ilustración.” Más bien, los movimientos contra el colonialismo, e incluso contra los totalitarismos del siglo xx, se inspiraron con mayor fuerza en los principios del iluminismo.
¿Por qué la “conquista de América” es para Todorov tan importante en los problemas de representación política y narrativa del “otro” o de las “otras y “otros? En su libro La conquista de América. El problema del otro, Todorov comienza su hermenéutica de la invasión española en tierras americanas con una dedicatoria: a una mujer maya devorada por los perros por órdenes del capitán Alonso López de Ávila, hecho consignado por Diego de Landa en su Relación de las cosas de Yucatán. El “descubrimiento” de América es el hecho más importante de la época moderna porque funda esta violencia de destrucción y autodestrucción del colonialismo moderno. Todorov afirma que todas y todos somos “hijos” de este hecho, de esta violencia deshumanizada que se expresa en la mujer maya devorada por los perros: “el siglo xvi habrá visto perpetrarse el mayor genocidio de la historia humana”.
Quizás una de las mayores aportaciones de Todorov al estudio de las narrativas de la violencia en perspectiva histórica es haber reconocido en toda su complejidad a la “conquista” como un relato, el estudio en su dimensión narrativa de las figuras de Cristóbal Colón y Hernán Cortés, entre otros colonizadores-conquistadores-narradores. Relatores inesperados y definidos inicialmente por el pragmatismo de la empresa de conquista, Colón y Cortés paulatinamente van encontrando una forma particular de relatar, una perspectiva que rebasa por mucho los fines meramente de sometimiento del “otro”. Estilo, composición, la ambición por el oro (que en Colón se transforma paulatinamente en la ambición por “descubrir”), así como la pulsión de Cortés por “comprender” para colonizar, serán los elementos básicos de sus enunciados complejos. Uno, Colón, se transforma en al narrador del “descubrir”; el otro, Cortés, en el narrador de la institucionalización de la conquista. Los dos son sujetos narrativos que exigen de sus “lectores” colocarse en la encrucijada de renunciar a la transparencia de lo que dicen sus textos para reubicarlos en la complejidad del “lugar” cultural e ideológico desde el cual narran: “El único remedio es no leer estos textos como enunciados transparentes, sino tratar de tener en cuenta al mismo tiempo el acto y la circunstancia de la enunciación.” Cristóbal Colón y Hernán Cortés son los primeros narradores-conquistadores de la articulación problemática y traumática entre “Occidente” y tierras americanas. Narran desde el “equívoco” y la ambigüedad que produce en ellos la figura de las otras y otros, pero también desde la pulsión colonial que todo lo arrasa.
El forastero Todorov, el búlgaro que se apropia excéntricamente del espíritu del iluminismo, encuentra en estos relatos de conquista una “tipología de las relaciones con el otro”. La relación con la otra y el otro tiene tres dimensiones:
Hay que distinguir por lo menos tres ejes en los que se puede situar la problemática de la alteridad. Primero hay un juicio de valor (un plano axiológico): el otro es bueno o malo, lo quiero o no lo quiero, o bien, como se prefiere decir en esa época, es mi igual o es inferior a mí (ya que por lo general, y eso es obvio, yo soy bueno, y me estimo). En segundo lugar, está la acción de acercamiento o de alejamiento en relación con el otro (un plano praxeológico): adopto los valores del otro, me identifico con él; o asimilo al otro a mí, le impongo mi propia imagen; entre la sumisión al otro y la sumisión del otro hay un tercer punto, que es la neutralidad o indiferencia. En tercer lugar, conozco o ignoro la identidad del otro (este plano sería un plano epistémico).
¿Qué hay en las narraciones de la conquista para Todorov que implica también esa encrucijada humanista de comprender el legado de la Ilustración como un gesto excéntrico, heterogéneo, que va más allá de Francia, de Europa, y que muchas veces inventa con sus propias narraciones y representaciones su particular uso de la razón? La narración de un intérprete búlgaro en Francia, pero que también mira en perspectiva no eurocéntrica el legado iluminista, llega a la siguiente conclusión: “La época de la Ilustración se caracteriza por el descubrimiento de los demás en su extrañeza, tanto si han vivido en otro momento como si lo han hecho en otro lugar. Dejamos entonces de ver en ellos la encarnación de nuestro ideal o un lejano anuncio de nuestra perfección presente, como se hacía en épocas anteriores. Pero este reconocimiento de la pluralidad en el seno de la especie sólo es fértil si escapa del relativismo radical y no nos obliga a renunciar a nuestra humanidad común.”
Para que esto suceda, la Ilustración debe dejar de comprenderse como una doctrina, es más bien una “actitud común” que busca incansablemente sus nuevos fundamentos en los relatos que se enuncian desde los traumáticos encuentros con los otros; el presagio de la otra y del otro es también el presagio de un nosotros capaz de estigmatizar, someter, ignorar o destruir. “El otro también soy yo”, se puede decir para concentrar toda la fuerza problemática de la encrucijada humanista que plantea Todorov. ¿Cuál es la posible poética del relato y de la memoria que Todorov elige para su excéntrica apropiación de la Ilustración?: “He elegido contar una historia. Más cercana al mito que a la argumentación, se distingue de él en dos planos: primero que es una historia verdadera (cosa que el mito podía pero no debía ser), y luego porque mi interés principal es más el de un moralista que el de un historiador; el presente me importa más que el pasado.” •