Tuve que esperar 20 años para tener acceso a ese disco duro que Pacheco había alimentado con sus hallazgos toda la vida. Su memoria fotográfica como la de su amigo Monsiváis era asombrosa. En 1987, desesperado por no dar con un texto de Carlos Fuentes sobre el fascismo y México, me atreví a molestar a Jose Emilio Pacheco por teléfono.
Después de escuchar mi consulta, tras un breve silencio me dio su respuesta:
–Fue la ponencia de Fuentes en un congreso de 1976 en Mazatlán. Lo debe haber publicado Excélsior el 17 o el 19 de mayo.
Luego de despedirme entre agradecimientos y genuflexiones –a pesar de que no podía verme– corrí a la hemeroteca de La Ciudadela, que entonces se encontraba muy cerca de La Jornada. Y allí estaba el texto de Fuentes en la primera fecha que me mencionó: México: objetivo final de la marea fascista
.
Entre agosto de 1973 y enero de 2014 apareció una de las columnas literarias más importantes de Hispanoamérica. A decir de Carlos Monsiváis la mejor sección de periodismo cultural en México de la segunda mitad del siglo XX
. Su autor tenía 34 años y firmaba sólo con sus iniciales: JEP.
Se titulaba Inventario y apareció inicialmente en el periódico Excélsior de Julio Scherer y después del golpe al diario perpetrado por el entonces presidente Luis Echeverría en 1976, en la revista Proceso.
Aunque la crónica literaria tiene una larga tradición en México, pocas han sido tan constantes y fecundas como la escrita por José Emilio Pacheco durante más de cuatro décadas.
Curiosamente a pesar de haber sido tan pública –aparecía cada semana–, esa es la obra menos valorada del poeta. Una obra de servicio en la que se valió de su erudición para entender los asuntos del presente.
Si en la literatura nada viene de nada – todo es hijo de la tradición, del pasarse la estafeta literaria de una generación a otra– Inventario dio cuenta de ello. Por eso siempre encontró el pretexto para conversar con los muertos, para hablar de autores y obras en contexto, para entrecruzar la vida cultural y la estadística dura, los gustos cinematográficos de una época y la música.
Son notables sus crónicas sobre el nacimiento del jazz en Nueva Orleáns, las que escribió sobre Obregón o Borges. También sus acercamientos a Truman Capote, Revueltas, Noticias del imperio, Dumas, Pitol, Arreola, Stevenson, Gelman, Salvador Novo, de quien exhumó de las catacumbas de las hemerotecas sus crónicas con el título La vida en México durante el periodo presidencial de…
¿Y qué decir de sus acercamientos a Alfonso Reyes, Salman Rushdie, Monsimad, Monsimarx, Monsiváis?
Gilles Lipovetsky, sin duda el filósofo referente de nuestra cambiante modernidad, está cierto de que luego de la democratización del arte y la cultura hecha por el mercado (la motivación económica no mata la creación, la cultura pervive pese a su utilización mercantilista) lo que sigue es afinar la educación de los consumidores de la nueva estetización del mundo: ayudarlos a pasar de los espejismos de la cantidad a la calidad; a no conformarse con el erotismo de las Cincuenta sombras de Grey y asomarse, por ejemplo, a la Lolita de Nabokov. José Emilio Pacheco fue en este sentido un mediador indispensable, un verdadero curador de hechos culturales y expresiones artísticas cruzando datos aparentemente dispares, rescatando virtudes desatendidas, retomando lo nuevo, lo novedoso de un poeta como Ovidio valiéndose de cantantes como Gloria Trevi.
Aunque todas sus crónicas literarias dan cuenta de este generoso Big Data que tuvimos el privilegio de conocer, hay crónicas que retratan su erudición sin pedantería, su por momentos inverosímil capacidad para cruzar los datos más disímbolos para ofrecernos una lectura amable y francamente sabrosa como sus close ups de Vasconcelos, Álvaro Obregón o Francisco de Quevedo.
José Emilio fue el único escritor que notó, por ejemplo, el ninguneo en México y España, a los cuatro siglos del nacimiento de Quevedo, del forjador del bronce de la lengua castellana: el mayor artista que han tenido la prosa y el verso
de nuestro idioma.
Sólo Pacheco pudo recordar que el poeta siguió vivo en las cantinas mexicanas de los cincuenta; que la vanguardia dio, en boca de Borges, nuevas perspectivas para leerlo; que su vocabulario prohibido le ha dado vigencia, que uno de sus herederos fue Neruda, el poeta que habitó la isla Negra. También nos hizo ver que fue el poeta de la congoja, la pesadumbre, el desengaño; el de la carcajada grotesca y del gargajo en el rostro de la belleza; el poeta cuyo reino, dominio, harén, plaza fuerte, sensualidad e imperio fue la lengua española. Francisco de Quevedo y Villegas, el prisionero sombrío de la Torre de Juan Abad, es el emperador del castellano
.
¿Y qué decir de sus aproximaciones a los Cuatro cuartetos de Eliot, a Porfirio Díaz o a la Academia de Letrán, la academia más productiva y menos onerosa de nuestra historia, donde un grupo de escritores liberales de acción y reflexión como Ignacio Ramírez vivieron una vida austera y emocionante, características que difícilmente podemos encontrar en los neoliberales de nuestros días?
Recientemente Ediciones Era puso a circular una antología en tres tomos del Inventario de José Emilio Pacheco. La novedad editorial que esperé durante 20 años y que se convertirá en uno de los acontecimientos literarios más importantes en mucho tiempo.
En estos días en que se ha anunciado un nuevo modelo educativo para que los niños más que memorizar razonen, sería estupendo que todas las bibliotecas públicas contaran con una colección de Inventario para que pudieran conocer un ejemplar ejercicio de razonamiento a partir de la cultura.