La tirada de dados editorial: el valor icónico de la poesía
José María Espinasa
La Jornada Semanal
¿Cómo recordamos a una editorial? ¿Por el libro que leímos y nos marcó, por la frecuentación de una colección o de su catálogo? Sí, pero muchas veces se nos fija en la memoria una apuesta icónica que se sale de sus parámetros… Por ejemplo, podemos recordar a Joaquín Mortiz por Las dos orillas o por El volador, por las Obras, de Arreola, o por haber leído con ese sello Se está haciendo tarde (José Agustín). Sin embargo, yo la recuerdo casi siempre por dos ediciones anómalas, los Cantares, de Pound (traducción de Joaquín Vázquez Amaral) y la Poesía, de Apollinaire (de Agustí Bartra). En esas publicaciones se combina oficio editorial, ambición y poesía. Suele ser este género el que más fácilmente provoca la relación icónica o fetichista con un libro. Por ejemplo, a Juan Pablos Editor, que tiene un amplio catálogo en ciencias sociales y que muchos recordarán por las obras de Trotsky o de Gramsci, yo la recuerdo de forma inevitable y automática por las Poesías, de Cavafis.
Sobre todo las editoriales independientes tienden de vez en cuando a lanzar un libro que en principio parecería fuera de su alcance. Por ejemplo, hace unos años (2009) La Cabra publicó una extensa muestra de la obra de Gottfried Benn en dos tomos, Un peregrinar sin nombre, en traducción de José Manuel Recillas. Cuando pienso en esa editorial ese libro me viene siempre a la cabeza. Esos libros suelen ser apuestas muy arriesgadas, costosos de producir, y por lo tanto caros y con poco futuro de ventas, y sin embargo se vuelven el rostro de un sello, incluso si no es exclusivamente literario. Ya en plan de apantallar, Ediciones del Lirio publicó hace unos dos años los cuatro tomos de Poesía visual mexicana, verdadero desafío de diseño y tipografía. Pero ese síndrome lírico también ocurre en otro tipo de editoriales. Por ejemplo, cuando pienso en las ediciones de la unam lo que me suele venir a la cabeza es la antología Más de dos siglos de poesía norteamericana, en dos tomos, que se publicó bajo el impulso de Hernán Lara Zavala y organizada por Eva Cruz (xix) y Alberto Blanco (xx).
Que esa función icónica en la memoria esté cargada hacia la poesía no es sólo por las particulares preferencias mías como lector. Suele ocurrir incluso cuando la tendencia es, por ejemplo, la novela policíaca o la historia patria. Y tiene que ver inevitablemente como el valor simbólico de ese género en el inconsciente colectivo. Es por eso también que muchas veces a las editoriales independientes que tienen colecciones diversas de ensayo y narrativa se les identifica por su labor en poesía. Los lectores suelen tener más cerca, sobre el escritorio o en el librero más próximo, la sección de poesía. Es una estrategia que el inconsciente le juega a la mercadotecnia que repite machaconamente: la poesía no se vende.
Esa tirada de dados editorial suele involucrar al editor con un obstinado traductor, generalmente poeta, que persiste y se anima con una cierta idea de completud. Baste ver lo celebrada, y con razón, que ha sido la Obra completa, de Rimbaud recientemente publicada en España por Atalanta, traducción de Mario Armiño (además, bilingüe). En México, donde el poeta-niño ha contado con espléndidos traductores, hace años se había publicado Obra poética y Correspondencia escogida (por la unam, versión de José Luis Rivas, que no desmerece para nada ante la de Armiño). Así el propio Rivas anunció hace años una, nunca concluida hasta ahora, Poesía completa, de Saint John Perse, una de sus figuras tutelares. Verdehalago se embarcó en la Obra completa, de Pessoa (traducción de Miguel Ángel Flores) y Papeles Privados en la Poesía, de Pavese en traducción de Elvia de Ángelis.
Las menciones anteriores han sido suscitadas por dos casos de lo que he llamado aquí el valor icónico de la poesía, aparecidos el año pasado. Por un lado, la culminación de una ya longeva, constante y extensa labor de traducción y difusión de la poesía de Seamus Heaney que ha venido haciendo la escritora Pura López Colomé, y que desembocó en la edición de la Obra reunida del escritor irlandés publicada por la editorial Trilce, y que –creo– se volverá libro insignia, icono de un sello que se ha repartido entre los libros de arte y su magnífica colección de poesía Tristan Lecoq. Es, además, un buen ejemplo del interés, devoción y fidelidad a un autor por parte de su traductor. Pura, que había publicado en diversas editoriales adelantos de este trabajo, lo revisó íntegramente y en comunicación con el autor, escritor por cierto nada fácil de traducir. La editorial así lo entiende y echa la casa por la ventana con un libro muy bien diseñado y acompañado de abundante iconografía.
Cuando se vierte a un idioma toda la poesía de un autor, las exigencias que se le hacen al traductor no son las mismas que si traduce un puñado de poemas o un libro. A la exigencia puntual se suma la exigencia de conjunto (atmósfera, unidad de léxico y estilo) y el conocimiento del desarrollo biográfico y conceptual. Junto a la traducción de la Poesía completa, de Montale, de Fabio Morabito, la de Pura de Heaney es un hito en la historia de los seguidores de San Jerónimo en México.
La otra tirada de dados editorial corresponde a Vaso Roto, sello nacido en Monterrey y hoy ya con casa en Madrid, camino que también siguió anteriormente Sexto Piso. Pero si este último es una admirable proyecto que ha enriquecido nuestras posibilidades de lectura en español con novelas y reflexiones, Vaso Roto lo ha hecho en el terreno de la poesía y el ensayo, y en poco tiempo ha configurado un extraordinario catálogo. Su tirada de dados es la poesía y la prosa de Elizabeth Bishop en dos gruesos volúmenes (la poesía traducida por Jeannette l. Clariond, directora de la editorial, y la prosa por Mariano Peyrou). De esta y otras tiradas de dados editoriales seguiremos hablando en una próxima entrega, pues el tema da para mucho •