Perú estrena su primera película en lengua aymara
La ópera prima de Oscar Catacora se filmó a 5.ooo metros por encima del nivel del mar y en medio de las explosiones que causan los glaciares al derretirse
JACQUELINE FOWKS
Lima
El País
Óscar Catacora, cineasta autodidacta nacido en Puno, la región altiplánica del país, en la frontera con Bolivia, estrena Wiñaypacha (Eternidad), el primer largometraje peruano rodado íntegramente en aymara, y que cuenta la historia de una pareja de ancianos, abandonados por sus hijos, que viven añorando una visita y mantienen sus costumbres de religiosidad respetuosa con la naturaleza, a 5.000 metros de altura.
Para realizarla, el director del filme logró una subvención del Ministerio de Cultura en 2013, y esta semana recibió la noticia de que ganó por unanimidad el Premio de distribución que otorga anualmente la misma entidad. Con una financiación de 30.000 dólares, pretende proyectarla en dos ciudades de su región, subtitularla en quechua, y llevarla en un ciclo itinerante por el país. Pero antes, Catacora la proyectará por primera vez, en agosto, al público peruano y extranjero del Festival de Cine de Lima que inicia en un par de semanas.
La película ha sido programada en la sección Hecho en Perú, y compite -para el premio del público y el del Ministerio de Cultura- con El Abuelo, Deliciosa fruta seca, Los ojos del camino, Nada queda sino nuestra ternura, y Pacificum: el retorno al océano.
El director comentó a EL PAÍS el origen del relato minimalista de dos personajes abandonados. “Se basa en mi vida en el pasado con mis abuelos, veía la ausencia de mis papás y de sus otros hijos, mis tíos que viven en Lima, que pocas veces los visitaron; veía su nostalgia. Y ese abandono sigue ocurriendo porque muchos jóvenes dejan su lugar”.
Catacora, de 30 años de edad, explica que creció aprendiendo español, pero que cuando tenía seis o siete, sus padres acordaron mandarlo con sus abuelos para que aprendiera a hablar aymara. “Mi padre sobre todo no quería que aprenda, por ese estigma de que no es bueno para evitar que el niño tenga el mote (la forma de hablar español de un indígena). Pero mi madre sentía esa necesidad de que aprendiera. Convivir con mis abuelos fue etapa crucial en mi vida, en tres o cuatro meses empecé a comunicarme con mi abuela, al inicio era solo con señas. De regreso a casa, la primera vez, mi madre me dijo que había vuelto como un aymara”, recuerda.
“Al ganar el premio en 2013, mi compromiso fue filmar todo en el idioma nativo, en respuesta al Ministerio de Cultura, para agradecer que quede como un registro cultural e histórico-social de la cultura aymara, que es también de mi identidad”, añade el director.
El dolor del deshielo
El cineasta vivió con sus abuelos en las alturas de Acora, en la zona sur-central de Puno. “En la zona alta donde viví había bastantes nevados. Cuando escribí el guion de Wiñaypacha quería ese escenario muy parecido a mi historia, pero cuando fui al lugar para el scouting de locaciones, ya estaba todo descongelado, ya no había lo que había soñado”, señala por teléfono desde Puno.
“Al productor, Tito Catacora, que siempre me ha motivado y ayudado, le dije: » necesito un nevado». Gracias a él, fuimos a buscar en el norte de Puno y elegimos el Allincapac, en el distrito de Macusani (provincia de Carabaya)”, refiere.
Dado que los protagonistas eran aymara-hablantes de unos de 80 años, Catacora requirió un equipo en el que todos hablaran la lengua.
“En el rodaje, todos los días era de deshielo constante de este nevado. Conversamos con el equipo de producción, ellos sentían ese dolor de los indígenas, de cuándo va a desaparecer. Se escuchaba explosiones, como si fueran bombas”, describe.
En el mundo tradicional andino, los ancianos tienen mucha autoridad y el trato con los más jóvenes no es horizontal, por ello Catacora reclutó a un intérprete aymara de unos 50 años, como asistente de director e intermediario con los protagonistas.
“Hay un aspecto cultural de respeto: solo los mayores pueden hablar, los jóvenes no se meten. No es fácil que una persona de 29 interactúe con otra de 80. También fue un reto explicarles qué iban a hacer, porque el término cine no existe para ellos, ni actuar, no han visto nunca una película”, detalla.
El rodaje duró cinco semanas a 5.000 metros sobre el nivel del mar. “No podíamos filmar todos los días por el frío, necesitábamos tiempo para que el cuerpo se recupere, todos estuvimos agripados”.
Puno es un faro cultural desde los años 20 del siglo pasado: allí surgieron vanguardias andinas en poesía y ensayo, con revistas literarias multilingües que son conocidas poco a poco en la capital. Catacora aporta con su filme a la producción aymara de su región.