Nuestro hombre en Ginebra: García Márquez y el periodismo narrativo
Gustavo Ogarrio
A Marta y Xavier
La Jornada Semanal
En el comienzo fue lo insólito, la violencia y un espantapájaros crucificado
–Qué es el periodismo para el joven Gabriel García Márquez que se inicia como redactor en mayo de 1948 en Cartagena de Indias? Quizás es el comienzo de la formación de un estilo periodístico y narrativo cuyas perturbaciones estéticas ya eran motivo de reescrituras de notas informativas que no cumplían con la calidad artística que el joven periodista exigía de sí mismo; las primeras arti-culaciones entre realidad y ficción, entre invención periodística y ejercicios de estilo disfrazados de co-lumnas, notas y crónicas.
La lectura cruzada, por ejemplo, de ciertos textos periodísticos de 1950 y 1951 con su primera novela, La hojarasca, permite fijar también las primeras relaciones entre el periodismo absolutamente narrativo de García Márquez y sus cuentos y novelas; una relación siempre sinuosa, nunca mecánica, en la que es difícil establecer terminantemente los límites entre la información y la ficción; entre los cuentos en los que García Márquez ensaya cierta perspectiva narrativa y las columnas o crónicas en las que se identifican las historias insólitas que reclaman un trabajo de verosimilitud, como la “noticia” de “cuatro alumbramientos dobles”, en mayo de 1948, cuatro nacimientos de gemelos en Cartagena y que seguramente afectarían “la estructura de la economía nacional”; o la posibilidad de que, a partir del descubrimiento de un antiguo pergamino, el cine haya sido inventado por antiguos chinos, ocho mil años antes (Textos costeños. Obra periodística i, 1948-1952).
En todo caso, García Márquez escribe periodismo desde muy joven con una amplia conciencia de los poderes de la ficción en la vida cotidiana de los lectores, como un auténtico y prolijo contador de historias que lejos de acentuar el origen culto de lo escrito, más bien parece que con un tono casi oral se permite articular figuras como la de los “niños campesinos” que se asombran ante signos de modernización como el helicóptero, rememorando el mismo narrador-periodista las historias de Las mil y una noches.
El 9 de junio de 1948 es asesinado el candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán y su muerte desata una respuesta popular enfurecida que se va a conocer como el “Bogotazo”. Es el inicio de una violencia de larga duración en Colombia y el contexto en el que García Márquez comenzará a escribir en diarios desde diferentes ángulos narrativos y periodísticos: desde la columna “La Jirafa” hasta cuentos invernales, pasando por la redacción de notas anónimas e imposibles, muchas veces difíciles de identificar con su autoría. Sin embargo, el escritor colombiano en plena formación ya se permite ensayar en su columna ciertas evocaciones narrativas: “Crucificado en mitad de la tarde está el espantapájaros. Tiene apenas la edad de una cosecha, pero su cercanía huele a frutas y a eternidad. El gesto duro, inexpresivo, ha caído desde su altura. Una serena luminosidad lo habita por dentro transfigurándolo. Los pájaros, jubilosos, han venido a rodearlo, a disfrutar de su vecindad.”
Esta descripción del espantapájaros crucificado es también parte de una “conversación” con otro columnista, su “vecino” de página, Héctor Rojas Erazo, que había escrito un día antes sobre la decadencia de los fantasmas. Lo notable de este breve texto es su voluntad ya manifiesta de relato; García Márquez lo cierra con un desenlace en el que se resuelve el contrapunto entre el espantapájaros y los fantasmas, ya que, si los hombres han dejado de considerar como reales a los fantasmas, los pájaros afirman la “realidad” del crucificado de tronco y paja: “No lo rebajan (los pájaros) sino que lo enaltecen. Lo rodean, lo frutecen de trinos, lo desnudan de su pintoresca y ridícula indumentaria, para que su armadura tenga la oportunidad de volver a ser árbol.”
La vida periodística inicial de Gabriel García Márquez está consignada en sus cientos de notas que desde 1948 hasta 1960 conforman el primer corpus del periodista de tiempo completo que se inicia en el Caribe colombiano y que culmina con el viaje a Europa, anunciado con bombo y platillo por su diario de entonces, El Espectador, y el regreso a América (Obra periodística iii. De Europa y América ,1955-1960). Son cinco tomos de obra periodística que llegan hasta 1995. Tres libros complementan la matriz periodística de un García Márquez en el que la crónica, la entrevista transformada en testimonio en primera persona y el reportaje, ya se expresan como altamente novelizados: “Relato de un náufrago” (catorce entregas publicadas en 1955 en El Espectador y editadas como libro en 1970), “La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile” (1986) y “Noticias de un secuestro” (1996). Sin embargo, este pe-riodismo siempre narrativo, quizás un poco más ensayístico después de 1960, es de alguna manera inseparable de la obra de ficción: el análisis y la comprensión de sus cruces, de sus modos de convivir y de potenciarse el uno al otro, es también una fascinante manera de acercarse a un clásico que exige recomenzar desde otro ángulo su lectura, su pertinencia artística y periodística como una posible lección para el presente.
Nuestro hombre en Europa también escribe cuentos y novelas
C
on bombo y platillo, el diario El Espectador de Colombia anuncia el miércoles 13 de julio de 1955, en su primera página, el envío de un corresponsal a Ginebra, Suiza. Este redactor tiene la misión de cubrir la llamada conferencia de los Cuatro Grandes. El popular enviado tiene veintiocho años de edad y es ya una de las figuras más importantes del periodismo y la literatura en Colombia. Su nombre es Gabriel García Márquez. A los dos días, el periódico colombiano publica otra nota relacionada con la travesía de su en-viado: “Hoy viaja García Márquez a París.” Lo que sería una corresponsalía breve en Europa se trasformó en una estancia prolongada para el escritor de Cien años de soledad, ya que la dictadura de Rojas Pinilla comienza su acoso a la prensa y el mismo diario de El Espectador es obligado a cerrar.
“La intención de viajar a Europa era un viejo sueño de García Márquez, del que aparecen señales en la pro-ducción periodística de Barranquilla. El periodismo fue el pretexto para emprender la travesía del océano”, afirma Jaques Gilard, el más importante estudioso de la obra periodística de García Márquez y a quien debemos su compilación. Europa representa para el escritor colombiano la oportunidad de medir el alcance del mundo que lleva dentro, el de la comarca oral colombiana, y que se va a transformar en el punto de partida para la formación de Macondo. “Desde un principio García Márquez mide las cosas con un parangón estrictamente colombiano. Ginebra le parece ser una ciudad comparable con Manizales”, sostiene el mismo Gilard. El hombre enviado a Ginebra comenzará su propia conquista e invención del Viejo Mundo y, sobre todo, otro capítulo de la relación entrañable entre periodismo y ficción, entre esas noticias delirantes que también le gustaba contar desde Europa, entre cumbias y butifarras.
Uno de los escritores que, según el mismo García Márquez, le enseñó a narrar el Caribe fue el inglés Graham Green: “Él me enseñó una manera de ver el Caribe. Me enseñó a lograr que hiciera calor en los libros… Green era un maestro para dar un ambiente o una situación con un solo trazo. ¿Qué tal ésta?: ‘Tal vez la tierra sea el infierno de otros planetas’.” En su novela Nuestro hombre en La Habana, Green narra la transformación obligada de un vendedor de aspiradoras en espía, en los años previos a la Revolución cubana. James Wormold se incorpora forzadamente al servicio secreto británico en La Habana y su actividad de espionaje termina por inventar informes, planos y situaciones. Es muy probable que García Márquez haya tenido un comportamiento similar en Europa, casi paródico, al de Jim Wormold en La Habana: un periodista que cumple con sus responsabilidades informativas, pero que al mismo tiempo se va inventando parte de estos mismos relatos periodísticos, al tiempo que amplía obsesivamente los márgenes de trabajo para el escritor de cuentos y novelas. Así lo consigna el mismo Gilard: “Las simplifi-caciones y exageraciones a las que siempre había re-currido se hacen más perceptibles y más divertidas precisamente en el momento en el que se ve obligado a informar sobre Europa.” Exageración, dramatización, el uso narrativo de datos y anécdotas aparentemente extravagantes, serán algunas de las constantes de estos textos periodísticos que son, ante todo, narraciones. A pesar de que muchos de ellos se presentan hasta deshilvanados o resueltos mediante “chistes fáciles”, según Gilard, ciertos “reportajes falsos” de esta época “pueden figurar dignamente entre los más perfectos relatos escritos por García Márquez”.
La conquista de Europa por parte de García Márquez está también inspirada por la misma actividad que Graham Green llevaba a cabo para escribir sus novelas: confrontar el mundo propio con lugares lejanos, desafiantes, con otros mundos que afirmaban la universalidad de la propia región en la que se había nacido; una especie de contra-conquista narrativa y periodística. Así lo veía García Márquez en uno de sus textos sobre el novelista inglés: “No me ha sorprendido, en último término porque, de un modo consciente o inconsciente, Graham Green fue siempre a buscar sus fuentes de inspiración en lugares distantes y arriesgados.” La mirada fugaz de un narrador que no porta ese culto letrado por una civilización europea en plena decadencia en la postguerra; la contemplación de esos “otros” a través del ojo del periodista, del espía, del corresponsal de guerra y hasta del turista de veranos que terminan con un mes de anticipación en la “vieja y empobrecida Europa”.
Esta resonancia de una Europa “conquistada” por García Márquez –cuyo espacio narrado periodísticamente se transfiere al relato de ficción mediante figuras sorprendentes e insólitas– se puede leer en el cuento “Me alquilo para soñar”, de 1980. El narrador, que es marcadamente autobiográfico, evoca la figura de Frau Frida, una “mujer inolvidable” de trayectoria extravagante y cuyo misterio radica en “contar los sueños en ayunas, que es la hora que conservan más puras sus virtudes premonitorias”. El contrapunteo espacial entre América y Europa marca la trayectoria del relato y de su temporalidad: de la muerte de Frau Frida en La Habana a la remembranza del momento en el que el narrador la conoce en los “crueles inviernos” de Viena y un segundo encuentro en Barcelona: “Fue el día en que Pablo Neruda pisó tierra española por primera vez desde la Guerra civil.” El narrador entrecruza elementos histó-ricos y autobiográficos en una ficción que es siempre una evocación, que está hecha con el tejido de recuerdos que el mismo narrador tiene de esa colombiana insólita que lleva en el índice derecho un anillo en “forma de serpiente y ojos de esmeralda”. “Viena era todavía una ciudad imperial”, una ciudad estratégica entre los dos mundos que dejó la segunda guerra mundial y que sirve como punto de partida de la remembranza de un relato que recorre Europa y las Américas a través de los sueños alquilados de Frau Frida y de la memoria narrada de más de trece años del narrador, cuyo relato culmina con una ironía sobre el mismo Borges –cuando un somnoliento Neruda afirma que ha soñado que Frau Frida soñaba con él: “Eso es de Borges”, responde el mismo García Márquez narrador– y la tentación paradójica que se le presenta a este narrador de escribir un cuento “sobre ella”: un cuento dentro del cuento.
Este redactor colombiano enviado inicialmente a Ginebra ha cumplido con su objetivo secreto: registrar la decadencia del Viejo Mundo mediante su propio sistema comparativo en el que, como un Colón invertido de contra-conquista algo delirante, establece un intrépido juego de espejos entre Colombia y Europa; esto para finalmente transformarse en cuentista y novelista con la “ayuda” siempre de su propia mirada insólita de periodista narrativo.
Es precisamente en este “enorme bosque” que para García Márquez es la Viena de la postguerra, a pesar de la “hospitalidad y el espíritu de los vieneses”, que el escritor colombiano expresa, en noviembre de 1955, una de sus murmuraciones irónicas sobre la Vieja Europa y que se narra como un golpe de conciencia, casi como una epifanía: “En aquel enorme salón llenó de humo, bailando cumbias con espermas encendidas y comiendo butifarras, me pareció que no había valido la pena atravesar el océano Atlántico para volver a las fiestas de San Roque, en Barranquilla. Sólo faltaba el negro Adán. Lo demás es literatura barata.” •