Kazuo Ishiguro
Vilma Fuentes
La Jornada
Kazuo Ishiguro, premio Nobel de Literatura 2017, con una obra de géneros, personajes, decorados y épocas muy distintos, a través de sus diferentes novelas y relatos, sorprende al lector de su obra por sus giros y desviaciones. Así, incursiona en la ciencia ficción después de publicar una novela histórica o un relato contemplativo.
Sin embargo, el autor británico-japonés es fiel a temas y sentimientos que lo obsesionan. Sujetos dobles que se enfrentan y se funden uno en otro: el recuerdo y el olvido, la ficción y la realidad, la nostalgia y la amargura ante el pasado, la desilusión frente al presente y la desesperanza del sinsentido de cara al futuro.
Con un estilo y una lengua en apariencia simple y rápida, el inglés adoptado por este autor nacido en la adolorida Nagasaki de tan triste recuerdo de la bomba atómica, Ishiguro publicó su primera novela, Luz pálida sobre las colinas (1982) a sus 28 años. En ésta, Ishiguro aborda el tema de la culpabilidad parental. En Un artista del mundo flotante (1986) evoca la generación belicosa anterior a la suya, última generación de la tradición ancestral japonesa que condujo su pueblo a la derrota, al desastre y al final de un mundo. Ishiguro no puede olvidar pero tampoco quiere recordar. En El inconsolable (1995) toca los temas del olvido y la negación: ¿qué otra cosa puede hacer un hombre nacido en Nagasaki, llegado a Inglaterra a los cinco años, que cambia su lengua natal por la del país de adopción para escribir sus libros, que adhiere a las costumbres y vida inglesas más profundas, casi atávicas? Dos islas alejadas una de otra. Dos civilizaciones y dos culturas en apariencia sin nada en común. Podría decirse que este año se da el premio Nobel al producto de la mundialización, el exilio y el mestizaje de culturas.
Curiosamente, es su novela acaso más inglesa, inscrita en la tradición británica, Los restos del día (1989), con la que Ishiguro seduce al gran público. La novela fue llevada al cine con el mismo nombre, dirigida por James Ivory con las magníficas actuaciones de Anthony Hopkins y Emma Thomson, en los papeles del mayordomo Stevenson y la gobernante Miss Kent. Historia de un mayordomo admirativo de lord Darlington a cuyo servicio dedica y sacrifica su vida, lo cual no le impide espiarlo tras las puertas. Ishiguro pone en escena a personajes históricos como lord Chamberlain o el embajador alemán Ribbentrop al lado de los protagonistas de ficción. Stevenson despide, para complacer a su amo, a dos jóvenes judías. La intendente Miss Kent, aunque enamorada de Stevenson, le reprocha este acto. La posible historia de amor entre ambos no tendrá lugar: él prefiere dedicarse a servir a Darlington sin juzgarlo, pues un servidor no debe juzgar la conducta del amo. Historia de sumisión y de encierro en una jaula de oro, el dominio de Darlington.
Con Nunca me abandones (2006), Ishiguro vuelve a asombrar a sus lectores, ahora con una novela de ciencia ficción sobre un universo de clones destinados a donar sus órganos hasta su final. De nuevo, el sinsentido de un universo donde reinan la soledad y la desesperanza.
De alguna manera, Kazuo Ishiguro aparece como una figura emblemática de la época actual. Si el personaje inventado por Franz Kafka, el señor K, representaba el individuo prisionero de un destino inexplicable y sometido a poderes oscuros que no pueden sino provocar una angustia insuperable, el destino del escritor británico-japonés, laureado con el Premio Nobel, parece poseer algunos rasgos comunes con el señor K. Es un hombre que se recuerda y olvida. En sus novelas como en su vida. Comprender el sentido de lo que le sucede está, sin duda, por encima de sus fuerzas. No hay quizás explicación sobre el destino de un individuo cualquiera y la última palabra de una existencia es tal vez ésa que tanto ha sido citada a lo largo de la época moderna: el absurdo.
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