De premios, literatos y escribidores
Javier Aranda Luna
La Jornada
No dejan de sorprenderme las reacciones que provocan los premios literarios. El Nobel de Literatura ha decepcionado a muchos en sus tres últimas entregas.
Si el otorgado a la periodista Svetlana Alexievich para algunos marcó el inicio de un cisma en las academias literarias, el otorgado a Dylan fue su confirmación.
Lo curioso es que el cisma no lo provocó alguna institución inconforme con las decisiones de la Academia Sueca, sino ésta misma al salirse de las reglas y pronósticos de especialistas y hasta de los oráculos de las casas de apuestas.
El escozor que causó el premio a Alexievich fue porque no era escritora sino periodista. Fue el mismo malestar que provocó el Premio Cervantes concedido a Elena Poniatowska.
Menuda crítica. Como si las buenas crónicas no fueran textos literarios. Basta leer a Robert Fisk, Kapuscinski, García Márquez o Vargas Llosa para comprobarlo.
Por lo demás, estoy seguro que las crónicas de Alexievich sobrevivirán a muchos cuentos y novelas canónicos.
Tal vez algunos recuerden la reacción que provocó en nuestro país el Nobel a Octavio Paz.
Un enjambre de intelectuales y columnistas –de ésos que sólo hablan de bestsellers o del libro de algún conocido cuando no tienen tema– escribieron tal cantidad de tonterías en la prensa que un joven redactor hizo un ensayo para dejar constancia de ese coro delirante.
Para unos, Televisa había inclinado la balanza en favor del poeta; para otros, sus nexos con la Casa Blanca y ¡la CIA! explicaban el galardón; otros atribuyeron el premio a La Contra… todo un tema de novela esperpéntica que sólo sabría manejar mi querido Sergio Pitol.
Pero ahora más que aquella gritería, me llama la atención que esa misma troupe de guardianes de la literatura, no alcen la voz cuando se trata de premios municipales, estatales, de una casa editorial, de una feria del libro, de cierta universidad.
No es un pecado afirmar que si hubieran sido justos la mayoría de esos certámenes, viviríamos en uno de los países con mayor generación de escritores de excelencia per cápita y entre los que cuentan con más lectores en el mundo.
Tito Monterroso, Juan José Arreola, Octavio Paz publicaban libros cada tres, cinco años. Juan Rulfo sólo publicó un libro de cuentos y una novela en toda su vida. Ahora existen autores que publican dos libros al año o por lo menos uno. ¿Sus obras durarán más que las de los mencionados?
La profesionalización de la literatura al parecer se ha convertido más en un mecanismo del mercado que en otra cosa. Y cuando la literatura se convierte en un negocio lo que menos importa es la literatura.
El más reciente Premio Nobel de Literatura otorgado a Kazuo Ishiguro no causó el malestar que provocaron Bob Dylan y Svetlana Alexievich pero tampoco provocó mayor entusiasmo, permaneció en el limbo del ninguneo.
En un mundo donde los comentarios sobre libros los hacen con frecuencia los encargados de publicidad de casas editoras y en el que una parte de los premios son engrane del marketing, el Nobel de la Academia Sueca destaca por no haberse adecuado a las necesidades del mercado.
Nos recuerda que no es lo mismo vender libros que promover la lectura; que existen literatos y escribidores como definió Juan Goytisolo.
Y qué bueno que la Academia Sueca mantenga su distancia del mercado. El premio a Dylan fue un machetazo a caballo de espadas. Cuando le otorgaron el premio a Mo Yan muchos descubrieron a Kailas, la pequeña editorial que lo publicaba; cuando lo recibió Alice Munro sus editores se dieron de topes porque días antes de ser reconocida, habían rematado sus libros como saldos.
Si la Academia Sueca sigue manteniendo su distancia del mercado mantendrá su salud. Sus aciertos y omisiones sólo serán de ella. Lamentamos que no lo recibiera Borges y agradecimos que nos descubriera a Mo Yan.
Cuando los nombres de sus premiados coincidan con los favoritos de las casas de apuestas o con las listas de las burocracias universitarias y los publicistas metidos a críticos, será un eslabón más del mercado del libro y un referente menos para la literatura.