Un retrato sin prejuicios de Violeta Parra
A 100 años del nacimiento de la cantautora chilena, una biografía la desmitifica y ahonda en su faceta política
ROCÍO MONTES
Santiago de Chile
En el mes en que Chile conmemora los 100 años del nacimiento de una de sus artistas universales, Violeta Parra (San Fabián de Alico, 1917; Santiago de Chile, 1967), una biografía por primera vez retrata sin prejuicios a la cantautora, recopiladora de música folclórica y artista plástica. Después de vivir un siglo, del periodista chileno Víctor Herrero, es una investigación exhaustiva y documentada acerca de la autora de himnos como Gracias a la vida y Volver a los 17. Una mujer atrevida, difícil, iracunda, pero, sobre todo, un genio, que tuvo una marcada y desconocida faceta política.
«Era como un mustang, los caballos salvajes de Estados Unidos. No había quién la pudiera controlar. Si alguien lo intentaba, Violeta siempre zafaba para, finalmente, hacer lo que quería», señala el autor de este libro disponible en e-book para todos los países y que será publicado en noviembre en España.
Un retrato sin prejuicios de Violeta Parra Una Violeta llamada Chile en un país llamado Parra
Después de vivir un siglo señala que no provenía de una familia campesina y pobre del sur de Chile, como siempre se ha pensado, sino de la pequeña burguesía de provincia. Que fue cercana al Partido Comunista, aunque la dictadura de Augusto Pinochet haya querido deslavar su izquierdismo. Que la influencia de su hermano Nicanor fue importante, pero no se le puede atribuir al poeta la genialidad de Violeta Parra. Que no siempre fue la artista que conocemos: Violeta se transformó en Violeta recién a los 35 años, una edad avanzada en una época en que la expectativa de vida era baja. De acuerdo con Herrero, su faceta trascendental arranca divorciada de su primer marido, casada por segunda vez y con tres hijos.
Su mayor legado, señala el autor, «está concentrado en apenas 15 años, entre sus 36 y 49, cuando se suicidó». Hasta entonces, Violeta se dedicaba a actividades artísticas que le permitían subsistir. Como cuando en 1944 se concentró en la música flamenca, que en Chile estaba de moda y resultaba rentable debido a la llegada de exiliados republicanos ayudados por el poeta Pablo Neruda. En esa época, indica el libro, se podía ver a una Violeta «vestida al estilo andaluz, con faldas largas y rojas, el pelo engominado y peinado impecablemente hacia atrás, los labios pintados de rojo». Muy distinta de la mujer que se adelantó estéticamente a los hippies.
Si en 1952 crea canciones sobre los mineros con letras sin mayor contenido social, ocho años más tarde compone Arriba quemando el sol, uno de sus temas con más fuerza política: «Paso por un pueblo muerto/ se me nubla el corazón/ pero donde habita gente/ la muerte es mucho peor/ enterraron la justicia/ enterraron la razón/ Y arriba quemando el sol».
«¿Qué ocurrió entre una y otra composición?», se preguntó Herrero, que encontró un hecho que considera clave en su biografía: una conversación con su hermano Nicanor. Inspirado en el trabajo de recuperación del cante jondo que el compositor español Manuel de Falla le encargó a Federico García Lorca, el hermano mayor de Violeta la animó a rescatar el canto campesino chileno que a mediados del siglo XX desaparecía a causa de la emigración campo-ciudad. El biógrafo señala que, a partir ese momento, a la artista «le cambia el chip musical, se impone la labor tiránica de rescatar sola todo el folclore chileno con un lápiz y un papel, y comienza a surgir la Violeta Parra que actualmente conocemos».
Fue su hermano-padre, como reconoció la propia cantautora pero, a juicio del investigador, «luego de su muerte, el propio Nicanor sobrevendió su importancia en la carrera artística de Violeta».
Herrero no llegó a encontrar documentos que acreditaran su militancia en el Partido Comunista, pero la cercanía era evidente y el vínculo se manifestó en distintas etapas de su vida: desde su matrimonio con el sindicalista comunista Luis Cereceda, su primer esposo, hasta la presentación de Décimas, autobiografía en verso, que realizó por primera vez ante el Comité de Cultura del PC chileno en la casa de Neruda, un militante ilustre. En el libro Después de vivir un siglo se relata que Violeta Parra tuvo una relación histórica, política y cultural con el partido y tenía una elevada percepción de la URSS. «Yo no entiendo que usted no sea comunista. Este siglo es nuestro», le llegó a escribir a un amigo argentino, el diputado radical Joaquín Blaya.
Rechazo al franquismo
Aunque solo existen un par de viajes acreditados a España, la artista chilena rechazó combativamente al franquismo. En 1963, estando en Ginebra, participó con vehemencia en las movilizaciones internacionales para intentar que la dictadura española no ejecutara al comunista Julián Grimau. Lanzó bombas de pintura frente al Consulado de España, y en honor al republicano, que finalmente fue fusilado por el régimen de Franco, compuso la aguerrida Qué dirá el Santo Padre, otra de sus obras con un fuerte contenido social. Como no se acostumbraba en aquella época, Violeta Parra en esta composición interpela directamente al Sumo Pontífice: «Qué dirá el Santo Padre, que vive en Roma, que le están degollando a sus palomas».
El compromiso con la izquierda fue una de las facetas de la artista que se fueron difuminando con el tiempo. Herrero no lo explicita en la biografía, donde solo expone hechos para que el lector concluya, pero asegura que la dictadura de Pinochet desempeñó un papel importante en desvanecer su legado político. Relata que en 1977, cuando se conmemoraban 10 años de su muerte, el régimen militar instaló la idea de que Parra «fue una mujer genial que se mató por amor». «Pero creer que se mató por amor», señala el autor, «es una tontera. Es una mujer mucho más compleja y menos dependiente de los hombres de lo que se ha hecho creer».