La FIL tapatía número 31
José M. Murià
La Jornada
¡Hoy comienza! Ahora sí se cumplen 30 años exactos desde que se inauguró la primera Feria Internacional del Libro de Guadalajara. No diré parece que fue ayer, porque su riqueza no permite suponer que se haya logrado alcanzar tal situación en poco tiempo. Pero sí se me antoja recordar que la vez que oí hablar de ella, cuando era apenas un proyecto, todavía nebuloso, me pareció una pésima idea…
Así se lo dije a Raúl Padilla López aquella tarde, en una incómoda cafetería del aeropuerto de la Ciudad de México, mientras esperábamos que, acompañado de Juan López Jiménez –director a la sazón del Instituto Cultural Cabañas–, tomara el avión a Buenos Aires en su misión de espiar la feria libresca de dicha ciudad…
Mi aserto se basaba primordialmente en el hecho de que en Guadalajara casi no había librerías. Ni siquiera en las inmediaciones de los recintos universitarios dedicados al estudio de las letras y la sociedad o de la misma Escuela Normal de Maestros, que es donde abundan tales negocios en muchas ciudades del mundo. Dadas estas circunstancias, según yo, no se podía esperar el éxito.
De cualquier manera, atraído por la naturaleza de la empresa, no resistí la tentación de asegurarle que podía contar cabalmente conmigo. Creo haber sido útil durante los primeros años. Luego preferí alejarme de los malos manejos de Margarita Sierra, malhadada directora que tuvo la feria, aunque no la peor, de manera que mi participación ha sido tangencial, pero constante.
“ Haiga sido como haiga sido”, la FIL se ha convertido en algo portentoso. Vale decir que le ayudó la coincidencia de que, al parejo de ella, nació ExpoGuadalajara, que ha ofrecido un espacio excelente, y cada vez mejor, para que la magna actividad haya ido superándose constantemente.
Nos gusta decir que es la mejor del mundo, agregándole al gran número de expositores el cúmulo extraordinario de presentaciones de libros y reuniones académicas, así como la presencia de escritores famosos y de actividades artísticas muy diversas y para todos los gustos, que se expanden incluso por buena parte de la ciudad.
No cabe duda que es la festividad mayor para quienes tenemos mucho o poco que ver con las letras.
Asimismo, derrama buena cantidad de dinero por toda la ciudad y en muchos estratos de ella, aunque un secretario de Economía del pasado y preclaro gobierno panista haya declarado que más bien resultaba contraproducente. Cabe recordar que su colega de Cultura dijo también que la construcción del nuevo edificio para la biblioteca pública del estado era un gasto superfluo e innecesario.
Este año el invitado de honor es Madrid, con todo y su muy respetable gobierno; también vienen muchos personajes españoles que valen la pena, aunque se les ha colado alguno, como Fernando Savater, el intelectual corporativo del emergente neofranquismo peninsular. Ni modo, suponemos que debe haber de todo en la viña del Señor. No obstante, hubiéramos preferido que no fuera así.
Esperemos que Madrid haga olvidar la pésima imagen que dejó España en 2000, cuya presencia ha sido hasta la fecha, seguramente, la peor de todas. Tampoco mejoró mucho cuando la convidada fue Castilla-León. Al parecer ni a unos ni a otros les cayó el veinte de que la FIL no podía ni remotamente compararse con la Liber que se celebra en España.