Felipe Garrido, hombre de letras
Juan Domingo Argüelles
La Jornada semanal
“Protagonistas de la Literatura Mexicana” se llama el ciclo del inba mediante el cual se reconoce o celebra a los escritores más destacados de nuestras letras, especialmente a aquellos de los que se podría decir que han consumado su obra. Como es obvio, el nombre proviene del indispensable libro de Emmanuel Carballo, cuyo título es precisamente Protagonistas de la literatura mexicana, un libro que su autor publicó por vez primera en 1965 y cuya edición definitiva, corregida y am-pliada, vio la luz cuarenta años después.
Emmanuel Carballo entendía el concepto “prota-gonista” con la acepción que le dan María Moliner y el Diccionario de la Real Academia Española (drae): “Per-sona o cosa que en un suceso cualquiera desempeña la parte principal.” De ahí que “protagonizar” sea “desempeñar el papel más destacado en cualquier hecho”, aunque no debemos olvidar que, como todo el mundo sabe, el sustantivo “protagonismo”, cuyo recto sentido se aplica a la “condición de quien es protagonista”, tiene también un sesgo despectivo: en la acepción del drae, “afán de mostrarse como la persona más calificada y necesaria en determinada actividad, independientemente de que se posean o no méritos que lo justifiquen”.
Siendo así, tener “protagonismo” no siempre es un elogio, y casi siempre resulta un estigma. Ejemplo: “El protagonismo de fulano lo convierte en el tipo más desagradable.” Para Emmanuel Carballo, sus “protagonistas” lo son porque poseen méritos literarios. Quiere ello decir que son “protagónicos” y tienen “protagonismo” en el mejor sentido, no en el peor.
Alguna vez le pregunté a Emmanuel por qué en su libro no estaban ni José Revueltas ni Jaime Sabines ni Ru-bén Bonifaz Nuño y su respuesta, siempre directa, como todas las suyas, me dejó ver más sus diferencias que sus simpatías con estos autores que, a mi juicio, son tan protagonistas de la literatura mexicana como los veintitrés que agrupa en su libro, e incluso yo diría mucho más protagónicos que algunos de sus protagonistas.
Esto revela que los “protagonistas” o “principales” lo son según sea la valoración de quien los juzga. Son, en todo caso, “protagonistas” en su tiempo y no necesa-riamente en la historia de las letras mexicanas. ¿Quién diría hoy, en 2017, que Fernández McGregor, Artemio de Valle-Arizpe, Jiménez Rueda, Octavio g. Barreda y Ramón Rubín, por mencionar sólo cinco de los entrevistados por Emmanuel Carballo, son “protagonistas de la literatura mexicana”? Y, sin embargo, lo fueron. En su momento.
Pero para ser “protagonista de la literatura mexicana” parece indispensable ser “figura pública”, además de escritor principal. Figura pública como no lo es, por ejemplo, Gabriel Zaid, y como durante mucho tiempo no lo fue José Emilio Pacheco hasta que le cayó el enorme y merecido éxito internacional como una bendición y como una maldición.
Entre protagónicos y protagonistas
Es indudable que el concepto “protagonistas de la literatura mexicana” tiene sus escollos e inconvenientes y, en cuanto a su definición, se presta a equívocos. Si “protagonista” es quien desempeña el papel más destacado en cualquier hecho, es comprensible que los periodistas utilicen expresiones como la si-guiente: “Fulano y Mengano se hicieron de palabras y protagonizaron una riña.” En este ejemplo serían protagonistas de la violencia mexicana.
Por lo demás, se puede ser “protagonista de la literatura mexicana” por la trascendencia de la obra, sin necesariamente ser figura pública y, por ello, sin acceder a homenajes, como en el muy bien conocido caso de Zaid y el no menos emblemático de Vicente Leñero, ya fallecido. También se puede (y esto es frecuente) ser protagonista del medio literario (que no de la literatura), es decir, figura pública del ambiente literario, sin ser escritor principal o trascendente. Los hay también.
Aunque se preste a equívocos (de la pedagogía y la didáctica), para mí resulta claro que el ciclo de homenajes del inba está destinado a los “maestros de nuestras letras”, a los escritores consagrados de la literatura nacional, pues protagonistas de la literatura mexicana son también, en todo caso, los escritores jóvenes de México que descuellan, y vale decir, con anacronismo, que a sus treinta y tres años Ramón López Velarde no “calificaba” para el ciclo de los “protagonistas de las literatura mexicana”.
En conclusión, el ciclo de Bellas Artes se dedica a los autores más destacados de nuestras letras que, además, acceden y consienten a este trato protagónico público. Su objetivo es celebrar y reconocer las obras literarias realizadas y las trayectorias literarias consumadas, más que los protagonismos al margen de esas obras.
En mi papel de antagonista o, mejor aún, de simple actor de reparto de la literatura mexicana, tenía la encomienda de acompañar y celebrar, en dicho ciclo, a mi admirado amigo y escritor Felipe Garrido, de quien soy lector desde sus inicios y con quien me une, además de la literatura, la especial pasión por la lectura y, sobre todo, la devoción, si pudiéramos decirlo así, por la promoción y el fomento de la lectura. El buen pretexto era su setenta y cinco aniversario.
Este festejo debió darse el 19 de septiembre de 2017, pero el sismo que estremeció ese día a Ciudad de México lo impidió. Otro homenaje parecido se frustró en Oaxaca, días antes, a consecuencia del sismo del 7 de septiembre de este mismo año. De modo que el protagonista fue el sismo en ambos casos.
Felipe Garrido, a sus setenta y cinco años, es un autor de una obra consumada, y señal de ello es que el año anterior fue galardonado con el Premio Nacional de Letras, un premio que se entrega no a los jóvenes, sino a los maduros y a los viejos por su dilatada y destacada trayectoria en la literatura. En efecto, Felipe Garrido es un maestro de nuestras letras: un “hombre de letras”, como se decía antiguamente. Cuentista, ensayista, prosista, traductor y promotor apasionado de las letras y de la lectura, tiene también una larga historia como editor.
Ha trabajado en las más diversas casas editoriales privadas, y en el sector público aportó su experiencia en la Secretaría de Educación Pública (sep), donde tuvo a su cargo la emblemática colección SepSetentas, y en el Fondo de Cultura Económica, donde impulsó otra colección no menos importante: la Biblioteca Joven, que coeditó con el Consejo Nacional de Recursos para la Atención de la Juventud, el llamado crea.
Durante varios años también estuvo al frente de los Libros del Rincón, de la sep, proyecto editorial muy significativo de promoción de la lectura entre maestros y alumnos de la educación básica. Igualmente llevó a cabo múltiples antologías para los libros gratuitos conmemorativos del Día Nacional del Libro, el 12 de noviembre de cada año. Ha vivido entre libros y para los libros, y ha sabido combinar sus talentos y destrezas al servicio de los lectores.
Setenta y cinco años, cuatro décadas y contando
Nació en Guadalajara, Jalisco, el 10 de septiembre de 1942. Su primer libro de narraciones, Con canto no aprendido (1978), lo publicó en 1978, al cual siguieron La urna y otras historias de amor (1984), Garabatos en el agua (1985), La musa y el garabato (1992), Historias de santos (1995), Del llano (1999), La primera enseñanza (2002) y Conjuros (2011), entre otros. En su género preferido, el de los textos breves, el del cuento ceñido, el de las prosas narrativas sintéticas y precisas, Felipe Garrido es un maestro.
Ha publicado también múltiples libros para niños y jóvenes, en los que combina su destreza literaria y su enorme pasión por la promoción y el fomento de la lectura. Desde Tajín y los siete truenos (1982) hasta El co-yote tonto (1996), Racataplán (1998) y Lección de piano (2002), que están entre mis favoritos. Ha hecho adaptaciones para niños y jóvenes, como las que realizó con el Quijote, que acercan la lectura a quienes les aterra ese libro desmesurado y maravilloso.
En el ensayo literario le debemos, entre otros títulos, Tierra con memoria y otros ensayos (1990) y Voces de la tierra: La lección de Juan Rulfo (2004). En la crónica de viaje, Viejo Continente (1973) es un ejemplo espléndido de observación y evocación lírica. No olvido su premiada y hermosa traducción de Quizás, un relato (1984), de Lilian Hellman, autora a quien yo descubrí por este libro, para luego leer Tiempo de canallas.
Maestro de las letras y de la edición, Felipe Garrido ha ejercido su magisterio no sólo en la literatura, sino también en la iniciación de la lectura de muchas generaciones, en la formación de escritores y editores, en los talleres de apreciación y mediante la reflexión crítica sobre la cultura escrita.
Es también ensayista y promotor de la lectura, con quien me une la pasión de leer y la necesidad de buscar congéneres de lectura. Entre otras obras, en este tema que es obsesión compartida, ha publicado Cómo leer (mejor) en voz alta: Una guía para contagiar la afición a leer (1996), El buen lector se hace, no nace: Reflexiones sobre lectura y formación de lectores (1999), Para leerte mejor: Mecanismo de la lectura y de la formación de lectores capaces de escribir (2004, 2014) y La necesidad de entender: Ensayos sobre la literatura y la formación de lectores (2005).
No coincidimos siempre en nuestros conceptos, pero el punto central del interés mutuo lo constituyen el libro y la lectura, y en esto tenemos más coincidencias que diferencias. A pesar de las excepciones, y las decepciones, que nos contradicen, ambos creemos en el poder redentor de la lectura. Si no fuera por esto no tendríamos ninguna razón para desear que la lectura (y especialmente la lectura de buenos libros) sea una práctica habitual y placentera de todo el mundo.
Felipe Garrido, hombre de letras, conoce todos los procesos del libro y la lectura. Autor, editor, traductor, promotor, divulgador y maestro. Ha llegado a los setenta y cinco años respetado y apreciado en este mundo de las letras a veces tan intolerantemente hostil •