Las herencias ocultas de Monsiváis
Javier Aranda Luna
Es curioso: el único libro de ficción escrito por Carlos Monsiváis, revela más de su autor que los cientos de crónicas publicadas en libros, periódicos y revistas.
Aunque las crónicas nos ofrecen el punto de vista del escritor y sus temas de interés, los ríos subterráneos que los alimentan apenas se perciben.
No es difícil rastrear los intereses del Monsiváis cronista. Sus dos primeras crónicas publicadas en la adolescencia anticiparon el rumbo de su vasta producción:
La primera es la crónica de la última aparición pública de Frida Kahlo el 2 de julio de 1954.
Ella acude en una silla de ruedas que empuja Diego Rivera. Frida mantiene un puño en alto y con su otra mano sostiene una pancarta en favor de la paz en Guatemala. Se solidariza con el pueblo guatemalteco y protesta contra el golpe militar que derrocó al presidente Arbenz.
La otra crónica publicada también en el desaparecido periódico estudiantil El Preparatoriano es de espectáculos: da cuenta de un concierto del músico cubano Bola de Nieve.
Esas dos crónicas, publicadas a los 17 años, se convertirán en los cauces de su posterior producción: la sociedad ultrajada por los desplantes del poder autoritario y cómo ésta se organiza para luchar por sus derechos y, por otra parte, el mundo de los espectáculos de la cultura popular.
El Nuevo catecismo para indios remisos es un librito de poco más de cien páginas con 50 fábulas breves y delirantemente fantásticas. Fue publicado en 1982 y presenta un conjunto de historias ocurridas durante la evangelización, después de la conquista.
El rezo desobediente, El halo que nunca se posaba donde debía, El monje que tenía presentimientos freudianos, La herejía que se hacía pasar por falsa doctrina, La parábola de la virgen provinciana y la virgen cosmopolita, El ensayo del juicio final y Baños de pureza son algunos de sus títulos.
En el Nuevo catecismo para indios remisos se encuentra el siglo de oro español que conoció el niño Carlos Monsiváis al leer la mejor traducción de la Biblia a nuestro idioma: la de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera que conserva la sonoridad del lenguaje que tanto entusiasmo a Quevedo y a Góngora.
El especialista en el siglo de oro español Antonio Alatorre llegó a decir que si en nuestro país se hubiera leído esa versión de la Biblia y no las otras, México habría sido superior a lo que es ahora. No en vano Octavio Paz la consideraba la mejor traducción de ese libro a nuestro idioma.
Los textos iluminadores de Monsiváis tienen origen precisamente en ese libro que conoció en su niñez de quáquero, en la escuela dominical su verdadero lugar de formación.
Sus crónicas, nos repetía Sergio Pitol, su más entrañable amigo, son un testimonio del caos, de sus rituales, su limo, sus grandezas y abyecciones. Retrata nuestro esperpento con humor, inteligencia y cólera por momentos. También recupera al mundo rocambolesco y lúdico, delirante y a veces macabro.
Sus lecturas multiculturales de la política y la sociedad donde se cruzan el cine, la música culta y popular, la poesía de Octavio Paz, la deslumbrante prosa de Martín Luis Guzmán con las canciones de José José, Góngora, Lezama Lima, Paquita la del Barrio, la investigación erudita y el rumor de la calle son producto de esa visión protestante de entender y conectar al individuo con su historia y su comunidad.
Su solidaridad, su lucha por las causas perdidas o difíciles (mi verdadera causa parece que son las causas perdidas), su militancia contra la intolerancia, la explotación, la injusticia, en realidad son la consecuencia obvia de su formación religiosa. Puede decirse que su crítica feroz contra los abusos del poder, contra los feminicidios o los crímenes de odio son ante todo un asunto de ética, de una ética protestante llevada hasta sus últimas consecuencias.
Sólo así puedo entender su apoyo irrestricto a las minorías, a los disidentes, a los que se niegan a dejar de ser para ser aceptados: los indios, las mujeres, los sindicatos independientes, las sociedades protectoras de animales, los refugios de niños con sida, los disidentes políticos, los homosexuales y naturalmente las comunidades protestantes perseguidas aun en nuestros días en zonas tan intolerantes como la de San Juan Chamula, donde se impide la educación pública a niños con creencias diferentes al catolicismo.
¿Qué crónicas habría escrito Carlos Monsiváis sobre esta costosísima y rocambolesca contienda electoral? Este 4 de mayo cumpliría 80 años y se negaría a no pagar su boleto en el Metro, aunque por su edad podría no hacerlo.