Serena Williams puede con todo
Cuatro meses después de volver al circuito tras su maternidad, la estadounidense (6-2 y 6-4 a Goerges) jugará el sábado su décima final de Wimbledon contra la alemana Kerber (doble 6-3 a Ostapenko)
ALEJANDRO CIRIZA
Sí, es posible. No para cualquiera, desde luego, pero sí para Serena Williams, una deportista como la copa de un pino. Ganadora de 23 grandes, siete trofeos de Wimbledon, infinidad de méritos después de una infancia dificilísima en un gueto de Los Ángeles y hoy día una campeona que aspira, sin Angelique Kerber no lo remedia en la final (doble 6-3 de la alemana a Jelena Ostapenko), a levantar su octavo cetro en el All England Lawn Tennis & Croquet Club.
Pero no lo hace en una circunstancia común. Lo hace después de haber sido madre por primera vez, el pasado mes de septiembre; después haber sufrido una embolia pulmonar durante el parto que pudo costarle la vida; después de 14 meses alejada de las pistas, y por lo tanto muy fuera de forma; y lo hace cuando su reloj biológico está a punto de alcanzar (el 26 de septiembre) la friolera de 37 años, cuando en torno a ella y su figura solo existían dudas, muy pocas certezas y muchas voces que decían que en breve colgaría la raqueta.
Tal vez lo haga, pero de momento disputará una nueva final, la décima de Wimbledon, y está a un solo pasa de alcanzar el registro histórico de la australiana Margaret Court, ganadora de 24 títulos de los Grand Slams. Nadie, ni en su época Steffi Graf (22) o Martina Navratilova (18), ni Roger Federer (20) o Rafael Nadal (17), está tan cerca de conseguir un logro que en el caso de Serena (181 del mundo ahora, virtualmente ya la 28) tiene el meritorio añadido de la maternidad.
Regresó oficialmente en marzo, durante el torneo de Indian Wells. Luego intervino en Miami y la Copa Federación, y después aterrizó directamente en Roland Garros sin haber tenido el más mínimo rodaje en tierra. Allí, en París, su cuerpo la frenó. Una lesión muscular que afectaba a su pectoral derecho y le impedía sacar la obligó a abandonar antes del pulso con Maria Sharapova en los cuartos, pero una vez solucionado el problema enfiló con decisión Wimbledon.
Más trabajada físicamente, en Londres su tono ha sido bastante superior al de hace un mes. Cediendo un único set, frente a la italiana Camila Giorgi, ha ido despachando de forma progresiva a Arantxa Rus, Viktoriya Tomova, Kristina Mladenovic, Evgeniya Rodina (esta también madre, de una niña de cinco años) y en última instancia a la alemana Julia Goerges, ante la que cometió solo siete errores y a la que cedió tan solo cuatro puntos (27/31) con el primer servicio.
No es la Serena de antes, no de momento. Carente de movilidad –que, dicho sea de paso, nunca ha sido su fuerte–, continúa refugiándose y golpeando con su esplendorosa derecha. Arma suficiente para ir desarmando al ejército de rivales a las que su apellido sigue produciéndoles pesadillas. En una franja muy estrecha de tiempo, la norteamericana ha sido capaz de algo casi imposible para la mayoría. No para ella, porque Serena puede con todo.