LA “CARTILLA MORAL” DE ALFONSO REYES
INSTRUCTIVO PARA LEER AL GIGANTE DE LAS LETRAS MEXICANAS (AUNQUE POCO LEÍDO)
Rosa Luisa Guerra Vargas
La Cartilla moral ha tenido diversas reimpresiones desde 1944, año en que Alfonso Reyes la redactó por órdenes de Jaime Torres Bodet, secretario de Educación Pública del gobierno de Manuel Ávila Camacho.
Si hiciéramos un desfile de mexicanos destacados, Alfonso Reyes tendría uno de los carros alegóricos más impresionantes; pero el público no tendría mucha idea de por qué.
Hace pocos meses, su nombre resurgió por la polémica reimpresión de la Cartilla moral que escribió en 1944, a petición de Jaime Torres Bodet, secretario de Educación Pública. Quizá a raíz de ello, algún curioso buscó información y le salió la letanía de etiquetas que se le pueden adherir: ensayista, poeta, traductor, crítico literario, divulgador, diplomático, fundador de instituciones… Tal vez, el curioso halló, con sorpresa, que la Cartilla moral es una obra menor; unas cuantas páginas del tomo XX de los veintiséis volúmenes de sus Obras completas. Es posible que de la curiosidad haya pasado al asombro si se encontró con los temas que abordó: cultura y literatura griegas, letras novohispanas, filosofía, teoría literaria, cocina, ensayos sobre autores mexicanos, ingleses, españoles… y aquí cabe el más largo etcétera que quepa imaginar.
Sea con motivo de resurrecciones morales o por las efemérides del año, conocer la vida y visitar la obra de Alfonso Reyes Ochoa siempre resulta oportuno.
Los inicios
Nació el 17 de mayo de 1889 en Monterrey. Su padre, Bernardo Reyes, era en ese momento gobernador de Nuevo León. Su madre fue Aurelia Ochoa y se dedicaba al cuidado de su extensa familia.
Como era de esperarse debido a su cuna privilegiada, tuvo acceso a los libros y a la escuela desde edades muy tempranas; él mismo se recuerda sentado encima de la edición de El Quijote ilustrada por Gustave Doré, la cual le atraía irremediablemente.
Estudió en varios colegios de Monterrey y de Ciudad de México, adonde se trasladó cuando su padre fue nombrado ministro de Guerra del gobierno de Porfirio Díaz. A los once años ingresó al Lycée Français du Mexique. Fue alumno de la famosa Escuela Nacional Preparatoria, uno de los orgullos del Porfiriato.
Después, entró a la Escuela Nacional de Jurisprudencia que, en los siguientes años, como otras escuelas que durante décadas habían trabajado como entidades independientes, se integró a lo que hoy es la UNAM. Cabe destacar que Reyes fue secretario de una de ellas, la Escuela Nacional de Altos Estudios, que se convertiría en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad.
La influencia del Ateneo
Fue de los más jóvenes fundadores del Ateneo de la Juventud. El antecedente de esta asociación había sido la revista Savia Moderna de 1906, la cual dura poco tiempo pero da lugar a la Sociedad de Conferencias que permitirá la fundación del Ateneo.
El Porfiriato no admitía que estaba en su ocaso cuando un grupo de estudiantes y algunos muy jóvenes profesionistas descubrieron un interés común: dejar atrás el frío positivismo bajo el que se habían formado y retomar los valores clásicos, en especial los griegos y los del Siglo de Oro español, así como las novedades filosóficas del momento, como el francés Henri Bergson.
Hoy puede parecer poco audaz, pero los valores porfirianos de “Orden y progreso”, a los que el positivismo le iba tan bien, habían dejado atrás a las disciplinas cuya “utilidad” no fuera tangible. La elevación del espíritu tenía un estrecho lugar en esos tiempos.
La turbulencia política, que pronto estalló en la violencia revolucionaria, interrumpió el funcionamiento del Ateneo.
Trágicos eventos
En febrero de 1913 tuvo lugar un acontecimiento que cambiará el rumbo del país: la Decena Trágica que acabó con el gobierno y la vida de Francisco Madero. Este hecho marcó a Reyes de manera muy personal.
Meses atrás, su padre se había sublevado infructuosamente contra Madero y estaba en la cárcel. De hecho, gracias a un indulto del presidente se le había conmutado la pena de muerte. La primera acción de los levantados en 1913 fue liberar a los presos para fortalecer sus filas, entre ellos a Bernardo Reyes, que para su mala fortuna cayó en la primera ráfaga defensiva disparada desde Palacio Nacional.
Esa muerte resultó un evento extremadamente doloroso para su hijo; además, supuso una situación delicada para toda la familia. El joven se apresuró a presentar su tesis para titularse de abogado e irse del país con su esposa Manuela Mota y su pequeño hijo, nacido en noviembre de 1912.
Una larga carrera diplomática
En París ejerció un puesto diplomático menor. Le pesaba aceptar el cargo bajo el gobierno de Victoriano Huerta, aparte de que ya se había negado a ser secretario particular de este; sin embargo, era su única opción para alejarse.
La estancia en la capital francesa fue alterada por el inicio de la Primera Guerra Mundial. Así que en octubre de 1914 cruzó a España junto con su familia y una empleada bretona que se negó a abandonarlos. Uno de sus hermanos mayores estaba instalado en San Sebastián. Su esposa e hijo se quedaron momentáneamente allí mientras él se adelantó a Madrid en busca de mejores oportunidades.
Gracias a sus publicaciones hechas en México que eran ya conocidas y a muchos amigos, especialmente Pedro Henríquez Ureña, encontró trabajo en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, entonces bajo la batuta de Ramón Menéndez Pidal y con gente de la talla de Américo Castro y Tomás Navarro Tomás. Combinó ese empleo con una febril actividad periodística y literaria. Al paso de los años, resultará su periodo más fecundo.
En 1920 se integró de nuevo al Servicio Exterior; ocupó varios cargos hasta 1924, cuando regresó brevemente a México. Se supone que después ocuparía un puesto en Argentina, pero casi de último momento fue enviado otra vez a España, donde realizó una breve misión que lo llevó a entrevistarse con el rey Alfonso XIII. Posteriormente, se instaló en París y cumplió una gran variedad de encargos en todo el continente europeo.
En 1927 regresó otra vez a México para, ahora sí, salir con destino a Argentina como embajador plenipotenciario. En este cargo permaneció hasta 1930, cuando se trasladó a Brasil con un nombramiento similar. Estuvo en esta nación hasta 1939, aunque durante ese tiempo también cumplió diversas misiones diplomáticas en varios países de la zona, además de llevar la representación de México a eventos internacionales convocados por diferentes organismos.
Un hombre de instituciones
En febrero de 1939 regresó de manera permanente a México. Antes de llegar, ya había previsto contar con un espacio para instalar tanto a su familia como a los otros miembros distinguidos de ella: sus libros. Como es fácil adivinar, el lugar, tras su muerte y con el tiempo, se convertiría en la Capilla Alfonsina, ubicada en la colonia Condesa de Ciudad de México.
En marzo de ese mismo año, Reyes fue nombrado director de la entonces llamada Casa de España, institución que buscaba dar cobijo a muchos de los intelectuales de ese país que habían salido de su patria a raíz de la Guerra Civil. Posteriormente, se le cambió el nombre por otro más apropiado: El Colegio de México.
Bajo su batuta no solo se realizó el cambio de denominación, sino que, en mancuerna con Daniel Cosío Villegas, se sentaron las bases para que fuera una institución dedicada a la investigación y la docencia, en ese orden, además de que se garantizó su autonomía. Reyes la presidió hasta su muerte.
Asimismo, en 1943 le tocó ser de los fundadores de El Colegio Nacional. Esta institución promovida por el presidente Lázaro Cárdenas buscaba, como hoy, aglutinar a destacadas figuras de los ámbitos de la ciencia, literatura, filosofía y arte, con el fin de mostrar lo mejor de México y fortalecer la identidad del país. También pertenecieron al grupo fundador Diego Rivera, José Vasconcelos, Alfonso Caso, Mariano Azuela, José Clemente Orozco e Ignacio Chávez, entre otros.
Aunque ya era miembro desde 1918, fue presidente de la Academia Mexicana de la Lengua a partir de 1957. Además, fue miembro y promotor del Pen Club Internacional, entre otras muchas actividades que desarrolló a lo largo de su vida.
En 1944 tuvo un primer infarto, del que se recuperó favorablemente; sin embargo, tuvo dos eventos más en 1947 y otro más grave en 1951. De este fue atendido por el doctor Ignacio Chávez, su compañero de El Colegio Nacional, en el recién estrenado Instituto Nacional de Cardiología. Aunque no volvió a tener otro infarto, su corazón no se recuperó del todo y esto fue la causa de su muerte, acaecida el 27 de diciembre de 1959.
La obra literaria
La primera publicación formal de Reyes fueron tres sonetos en el periódico El Espectador de Monterrey en 1905. Se toma esa fecha como el inicio de su vida literaria. En 1955, es decir, a los cincuenta años de esas primeras letras, se empezó la edición de sus Obras completas, que llegarían a conformar veintiséis tomos; el último se publicó en 1993.
Reyes escribió poemas, fábulas, narraciones, artículos periodísticos, e hizo traducciones, pero lo que domina es su obra ensayística, que es tan vasta y variada que hay quienes, como José Luis Martínez, la clasifican incluso por tipos de ensayo: género de creación literaria, poemático, de fantasía, doctrinario, interpretativo, teórico, de crónica y expositivo.
Alguien diría que lo único que no escribió fue su autobiografía, pero si bien no lo hizo de manera sistemática, sí dejó su Diario, que ha sido publicado gracias a los esfuerzos continuados de su hijo Alfonso, su nieta Alicia y de quien fuera su amigo y editor, José Luis Martínez. Asimismo, dejó muchos pasajes de memorias, entre los que vale la pena destacar: Pasado inmediato, Historia documental de mis libros, así como la rememoración de la muerte de su padre: Oración del 9 de febrero.
¿Qué leer de Alfonso Reyes?
José Emilio Pacheco, otro de nuestros grandes escritores, señalaba que a la pregunta de por dónde empezar se debía responder: “Empieza por donde quieras, lee lo que te interese, considera las obras de Reyes una enciclopedia o un periódico que nadie te pide que leas de principio a fin”.
Sin afán de contradecirlo porque la variedad de temas es tal que seguro habrá alguno que interese, pero temiendo que, ante tal nivel de erudición, un lector se sienta intimidado y confundido, me atrevo a hacer algunas propuestas.
La primera es Visión de Anáhuac, la cual escribe durante su estancia España. Como primer epígrafe utiliza la frase de Alexander von Humboldt: “Viajero: has llegado a la región más transparente del aire”, la cual también dará origen al título de la famosa novela de Carlos Fuentes. En esta obra, Reyes hace un recorrido por las impresiones de los que llegan al valle de México. Lectura corta pero evocadora, nos pone en contacto con el estilo alfonsino, con su dominio del español y la capacidad de enlazar con soltura temas y autores, constantes en toda su producción posterior.
La otra es Memorias de cocina y bodega, publicada en 1953 y que trae una compilación de textos que giran en torno a algo tan cotidiano como la comida. El lector puede viajar al pasado de muchos platillos, conocer la evolución de los modos de alimentarnos, la evocación de deliciosos olores de antes y de hoy. Su amor por la buena mesa, cuenta el mismo Reyes, viene de la época en que, habiendo salido de Francia a raíz de la Primera Guerra Mundial, tuvo graves estrecheces económicas durante sus primeros meses en Madrid. Padeció, para su sorpresa, hambre y frío.
Finalmente, resulta práctico acudir a las muchas antologías de su obra que se han publicado; en ellas hay una selección variada y accesible que facilita el acercamiento. Aparte, es previsible que este año se reediten algunas, o se haga alguna nueva, con motivo de los 130 años de su nacimiento y sesenta de su fallecimiento.
Las veredas para llegar a la obra de este gigante son, pues, muchas y todas llevarán a variados descubrimientos; ojalá que permitan que Alfonso Reyes deje de ser la figura grandiosa y poco conocida para convertirse en una presencia constante y amigable para más lectores.