Alejandro Amenábar, cineasta
El País
La injusta fama de retraído contrasta con la fuerza de algunas cargas de profundidad que salen por su boca. En un mundo de charlatanes —en los platós de rodaje, en las redacciones de los periódicos, en los escaños del Congreso…—, Alejandro Amenábar habla lo justo y necesario. Probablemente es un volcán en erupción disfrazado de chico tímido. En septiembre, y tras pasar por los festivales de Toronto y San Sebastián, estrenará su nueva película, Mientras dure la guerra. Unamuno, Franco y la Guerra Civil. Y ya prepara El tesoro del Cisne Negro, su primera incursión en el mundo de las series.
Hacía 14 años que no rodaba en español, y lo hace con una historia española a más no poder: la Guerra Civil, Franco, Unamuno… ¿Por qué Unamuno y por qué ahora? Esta historia me la encontré de casualidad. Había algo relacionado con la idea de la tiranía que me rondaba la cabeza, estuve dándole vueltas a Fidel Castro, de ahí pasé a Stalin —que me tuvo bastante obsesionado— y justo después me encontré con la anécdota sobre Unamuno en el Paraninfo de Salamanca, que desconocía. Y empecé a tirar del hilo. La anécdota me parecía un momentazo cinematográfico. La evolución del personaje de Unamuno en aquellos meses, Franco —que en su búsqueda de poder me parece una especie de Yo, Claudio—, los entresijos políticos, esos militares que son un poco como de Shakespeare… Me puse a estudiar todo aquello y me encontré con esta historia doble de los dos personajes. Que, claro, tiene una conexión muy fuerte con la actualidad.
¿Se imagina un Unamuno hoy, un intelectual lleno de contradicciones y capaz de cambiar de opinión si hace falta, frente a las inamovibles certezas de tantos? Podría resultar bastante sano. Pues sí, a mí esos vaivenes del personaje y ese luchar consigo mismo me interpelan mucho. Yo, como ciudadano, pienso: y si me hubiera tocado vivir la Guerra Civil y dependiendo de en qué bando o en qué zona me hubiese tocado, ¿qué habría hecho? Por las mañanas paseo al perro por el parque y suelo coincidir con un señor que es de izquierdas y otro que es directamente franquista. Bueno, pues a lo mejor estos señores hace 80 años hubieran estado pegándose tiros.
Yo, como ciudadano, pienso:
‘Y si me hubiera tocado vivir
la Guerra Civil y dependiendo
de en qué zona me hubiese tocado…, ¿qué habría hecho?
Es fácil hablar de las cosas a toro pasado, cuando ya fueron, mucho más que cuando son o van a ser… Claro. Yo, por ejemplo, me identifico muchísimo con las crónicas y los cuentos de Chaves Nogales. Ser capaz de no perder la sensibilidad ante el horror y el dolor humano. Y eso se da en Unamuno también, porque lo que le hace explotar a un tío frío y seco como él es ni más ni menos que ver cómo está desapareciendo gente a su alrededor.
Amenábar, en el Colegio Oficial de Médicos de Madrid, donde se rodó la célebre escena del Paraninfo de Salamanca en ‘Mientras dure la guerra’.
Amenábar, en el Colegio Oficial de Médicos de Madrid, donde se rodó la célebre escena del Paraninfo de Salamanca en ‘Mientras dure la guerra’. XIMENA GARRIGUES Y SERGIO MOYA
Choca mucho que los franquistas no le tocaran un pelo, ¿no? Es insólito. Porque está claro que aquel día en el Paraninfo de Salamanca se montó un buen pifostio y que Unamuno se levantó y dijo cosas y la lio pardísima, y que por eso aquella misma tarde lo destituyen como rector, le insultan en el Casino y le ponen un policía en la puerta de su casa. Otra cosa es que a algunos ahora les interese decir que no, que no fue para tanto. Y yo creo que el hecho de que saliera de allí intacto tuvo que ver con que los franquistas ya habían matado a Lorca y no querían otro escándalo.
No tengo mucho contacto
con el glamour del cine,
no tengo representante,
me gusta la calle, no las zonas
vip, para entendernos
¿Tuvo clara desde el principio la pareja de baile Karra Elejalde/Unamuno y Eduard Fernández/Millán-Astray? Sequedad y autocontrol frente a exuberancia y explosión… ¡Bueno, cuidado, Karra Elejalde no parece la primera opción que se te ocurre para hacer de Unamuno, yo diría que casi es la última! Pero tiene un talento increíble, carisma y esa fuerza que necesita el personaje. Pero se tuvo que poner un corsé.
¿Para no desbocarse? Claro, para hacer lo máximo con lo mínimo. Es extraño. Yo le observaba en el rodaje y casi le veía con la personalidad de Unamuno. Luego le veía en su estado basal, que es como un niño pequeño, que necesita estirarse, que no para de hablar…, y me daba cuenta del mérito que tenía al entrar así en Unamuno, con esa contención. Me gritaba: “¡Oye, que te olvidas de que soy un actor!”.
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¿Le da miedo escuchar eso de “¡otra peli sobre la Guerra Civil!”? ¿Cree que se han hecho demasiadas? ¿Demasiado pocas? Pues hay una cosa indudable, y es que sobre nuestra Guerra Civil sabemos más bien poco. Lo que de verdad sorprende es que esta historia no se haya contado antes. Yo, por ejemplo, he visto muy pocas películas sobre el momento en que Franco empezó a cobrar un protagonismo enorme, quizá Dragón Rapide y poco más. De todas formas, cuando tomas la decisión de hacer un filme como este, te tienes que liberar de todos los miedos. Pero es verdad que en un momento sí tuve cierta aprensión por las implicaciones políticas de la película y porque yo nunca me había metido en un embolao de esta naturaleza. Tenemos por ahí una asociación de legionarios que ha estado protestando desde antes de que empezáramos a rodar. Así que en un momento dado me pregunté: “¿Y yo qué necesidad tengo de meterme en esto?
¿En qué momento de su carrera llega Mientras dure la guerra? No entiendo bien… ¿En qué momento me veo yo?
Películas como Ágora y Regresión no fueron precisamente grandes éxitos e hicieron planear ciertas dudas sobre su carrera entre la crítica y el público… A ver, llevo más de 20 años en esto y a estas alturas eres consciente de que tienes filmes mejores, peores y, si haces unos cuantos, es posible que tengas hasta malos. Yo he hecho todas mis películas con la misma implicación y la misma pasión, pero cuando la cinta está terminada hay un juicio infalible que consiste en que a la gente le funcione o no le funcione. Yo tengo un buen presentimiento con la que acabo de hacer.
Estoy satisfecho de haber hablado
de la homosexualidad; algunas veces alguien se ha acercado y me ha dicho: ‘Aquello me ayudó
La gente metida en una sala de cine es público, y eso sí que es un misterio insondable, el público y sus reacciones, ¿no? Pues sí. Pero hay que tener la libertad para meterte en las historias y en las películas en las que crees. Evidentemente no se pueden hacer filmes al dictado del público, para mí eso es hacer un big-mac que no me interesa nada.
En función de todo eso…, ¿qué es para usted el éxito? Voy a intentar salirme por la tangente. Para mí el éxito es la libertad. Me lo dijo una vez un psicoanalista, que lo que yo estaba buscando era libertad. No me había parado nunca a pensarlo. Es la libertad para entretenerme, para apasionarme, para aprender, para inventar. Yo odiaba, de niño, cuando me decían “a ver, tema del dictado, o tema del dibujo…”. No, a mí lo que me gustaba era dibujar y escribir por libre. Y lo que quiero es esa libertad para meterme, por ejemplo, en esta película sobre Unamuno y Franco.
Alejandro Amenábar.
Alejandro Amenábar. XIMENA GARRIGUES Y SERGIO MOYA
Lo malo es que el cine no es solo arte, creación y expresión. Es industria. Financiación. Poner los pies en la tierra todo el rato, ¿no? Desde luego llega un momento en el que te das cuenta de que no hay tanta libertad. Tú no sabes lo que nos ha costado buscar la financiación para Mientras dure la guerra. O lo que nos costó financiar Ágora.
A eso me refería: a que para un cineasta la vertiente de industria puede ser una pesadilla. En Mar adentro, por ejemplo, a usted de pronto se le ocurre que Ramón Sampedro tiene que salir volando por la ventana y automáticamente eso encarece el proyecto… Claro. Pero a mí me gusta ese juego. Un juego entre el sueño y a veces la imposibilidad de hacerlo real. Lo que pasa es que las películas cada vez tienen menos mercado porque las ventanas de explotación van quedando acorraladas. Sin embargo, las cintas siguen costando lo mismo o cada vez más. ¿Cómo lograr contar esta historia de Unamuno y la Guerra Civil con el dinero del que disponíamos? Pues ese ejercicio de quitar cosas de un sitio y luego aprovecharlas en otro, de apañártelas, a mí me sigue gustando.
¿Se hace cine como se es o se hace cine como se puede? Hay algo de eso, yo siento que, en mi caso, el cine saca lo mejor de mí. Estar en un rodaje y enfrentarme a los problemas de presupuesto, a las tensiones del equipo y a otras cuestiones, creo que saca lo mejor de mí como persona. Ante las dificultades no me vengo abajo, al revés, me crezco. Otra cosa distinta es el reflejo de uno que queda en las películas que hace. Hay cineastas que se alimentan de su propio interior. Yo voy alimentándome de lo que veo alrededor.
Las manos de Amenábar.
Las manos de Amenábar. XIMENA GARRIGUES Y SERGIO MOYA
Esa libertad a la hora de hacer cine tuvo su máximo parangón en Tesis, ¿no? La hizo con 24 años. ¿Le gustaría volver a hacer algo parecido, pero sabiendo lo que sabe hoy y con las posibilidades financieras de las que puede disponer hoy? Esa pregunta me la hizo un alumno hace un par de años en una universidad y le dije: “Yo no podría volver a algo como Tesis, ni por experiencia vital ni por presupuesto; vosotros sois los que tenéis que hacer hoy algo como Tesis”. Lo que pasa es que me temo que, en vez de hacer Tesis, acabarían haciendo una serie Tesis 1, Tesis 2, etcétera, o sea, cinco temporadas, porque ahora los chavales solo hablan de series. No, no volvería a esa película, sería un ejercicio inútil, tienes que evolucionar. Ahora bien, ese trabajo todavía me sirve para seguir haciendo ejercicios de optimización cuando ruedo, porque en aquel proyecto teníamos un presupuesto muy limitado al que le saqué el máximo partido. Ese ejercicio lo hice especialmente cuando preparaba Ágora, que es mi película más cara, pero en la que me faltaban 20 millones de euros para hacer lo que quería…
¿Cómo vivió a sus 24 años aquel éxito, un trabajo que se convirtió casi en película de culto? Bueno, a ver, se estrenó bastante discretamente. Luego, con la llegada de los Goya fue cuando se reestrenó con fuerza. Para mí fue cumplir un sueño, de alguna manera fue lo que dio sentido a mi vida, porque a lo que yo quería dedicarme era a contar historias. Cuando siendo tan joven consigues estrenar un filme y tener la confianza para el siguiente, te sientes completo. Pero nuestra memoria nos engaña y nos moldea. A lo mejor no sé ya muy bien quién era yo en aquel momento, pero me recuerdo como alguien que se tomaba las cosas con serenidad y a quien le gustaba tener anclajes en su mundo, en la realidad. Los amigos de la universidad, todas esas cosas…
¿Y sigue así? Yo creo que sí. De hecho, no tengo demasiado contacto con lo que es el mundo del glamour del cine, actualmente no tengo representante, me gusta sentirme parte de los que están abajo. Me gusta la calle, no las zonas vip, para entendernos.
Ha dirigido producciones pequeñas o medianas —Tesis, Abre los ojos, Mar adentro, Mientras dure la guerra— y producciones grandes o enormes —Los otros, Ágora, Regresión—. ¿Se afrontan igual o son mundos distintos? No debe de ser igual llegar el primer día de rodaje y ver a Nicole Kidman que a Karra Elejalde… Sí y no. Si hablamos de presupuestos, para mí la experiencia es prácticamente la misma. Para mí el cambio esencial fue trabajar con una estrella de Hollywood como Nicole Kidman, sobre todo en un momento en el que yo sabía muy poco de dirección de actores. Aprendí mucho con ella. Aprendí a ejercitarme no tanto como director, sino como mediador, como negociador, que es muy necesario en un rodaje. A partir de ahí sentí un respeto enorme por el trabajo de los actores. Pero me pongo una coraza. Me aproximo a ellos, pero no pretendo ser su colega. No me relajo cuando hay actores o actrices en el set. Soy consciente de que están jugando con su puto cerebro para transmitir cosas.
Hablando de Los otros…, dijo una vez que sus mejores guiones son los que ha escrito del tirón, como aquel. ¿Por qué? Me refería a los que escribes rápidamente. Cuando ves que el guion te arrastra, que las escenas salen solas, que lo has escrito en menos de un mes, como el de Los otros y este de Mientras dure la guerra…, es bueno. Aunque al principio, cuando me puse a escribir esta historia, me decía: “¿Y yo ahora cómo me voy a poner a hablar por la boca de Franco?”.
Sus mejores guiones son los que van rápido…, pero tiene una carrera lenta, con perdón. Sí, sí, sí [risas].
Alejandro Amenábar: “No se puede
hacer cine al dictado del público”
XIMENA GARRIGUES Y SERGIO MOYA
¿Cómo vive ese desierto creativo que suele haber a menudo entre proyecto y proyecto? Pues se vive, se vive, no es fácil. Porque si has elegido en tu carrera el camino de la libertad, no consiste en que alguien te llame y te diga haz esto o lo otro. Mi destino depende de mí. Yo soy el que se sienta delante del escritorio, el que decide escribir o dibujar esto o lo otro y ver si a alguien le interesa ponerlo en movimiento y si a la gente le apetece verlo. En ese proceso te puedes sentir muy mal. A mí me ha pasado. Es la sensación de que no te sale nada que pueda interesar a la gente. Pero ya he asumido que soy un director de pocas películas.
Digamos que se lo piensa mucho. Es ilusionante, en una sociedad en la que todo el mundo hace cosas sin parar, tengan sentido o no. Y en el que pasan cosas sin parar, sean verdad o mentira. Bueno, yo me lo puedo permitir, pero no sé si un día estaré en una situación en la que tendré que hacer cualquier cosa aunque no me apetezca necesariamente, situación en la que han estado muchos creadores. Tampoco lo descarto, ¿eh?
¿Haciendo series, por ejemplo? Un mundo en el que nunca ha entrado del todo, ¿no? Mira, sobre el tema series, plataformas y tal no me quiero extender ni crear polémica porque yo ya tengo toda una teoría elaborada. Sí es probable que un día haga una serie. El formato que a mí me encajaría es el de miniserie. Por ejemplo, Chernobyl es lo que más me ha impactado de todo este año último. Son cinco episodios. A mí eso me parece asumible como creador y como espectador [pocos días después de esta entrevista, Amenábar confirmaba a El País Semanal que su próximo proyecto sería una miniserie para Movistar+ basada en el cómic El tesoro del Cisne Negro, de Paco Roca y Guillermo Corral, sobre el expolio del tesoro de la fragata Nuestra Señora de la Mercedes a cargo del cazatesoros Odyssey y el posterior embrollo político-judicial entre EE UU y España]. Pero quiero apuntar algo que puede parecer un detalle, pero es muy sintomático de por dónde va ahora mismo el movimiento de las plataformas. Cuando una plataforma anuncia una serie o una película y dice “una serie original de…” y te pone el nombre de la marca y borra el nombre de los creadores, eso significa que están anteponiendo la empresa por encima del creador. No puede haber una “serie original de Netflix” o “de Movistar” o “de HBO”, porque Netflix, Movistar y HBO no son personas que han creado eso. El talento individual tiene que ser valorado y reflejado en ese cartel de créditos.
¿Cree que el mismo concepto de autoría corre un riesgo? Sí. Lo está corriendo hace tiempo. Hay una intencionalidad perversa en las plataformas, que es borrar el nombre de los creadores y acabar con el concepto de autor. ¡Y mira que no quería yo entrar en esto!
Las series han ocupado la conversación, incluso en detrimento del cine, salvo cuando estrenan usted o Almodóvar y poco más. ¿No es excesivo ese ensimismamiento general? De cada dos buenas, hay ocho malas. No sé…, yo me considero un animal de películas. Pensar una serie en cinco temporadas —que para mí es como cuando se hacían filmes y luego se iban haciendo secuelas— me resulta difícil de concebir. A mí me gusta saber dónde voy. Me encanta ver Mr. Robot o Perdidos, pero llega un momento en que te preguntas: “Chicos, ¿de verdad sabéis a dónde vais?”. Porque compruebas que los guionistas tienen muchas pizarras con muchas líneas, pero en ese momento no saben a dónde van. Por supuesto hay series largas, como Breaking Bad —que me gusta mucho—, donde la apuesta es absolutamente honesta. Estoy seguro de que en esta serie los guionistas improvisaban giros y vericuetos, pero subsistía un camino central: en este caso, que el bueno se convierte en villano.
¿Cree que está asegurado el futuro del cine en sala, frente a la avalancha de series y de nuevos dispositivos y posibilidades tecnológicas? Va a haber una reducción significativa de lo que entendemos por el mundo del cine. Ya se está viendo. Hay una cosa esencial, y es la capacidad de atención: cómo la tecnología nos ha llevado a esta especie de vidas paralelas donde hablas por el móvil, chateas, ves una película en la tableta…, pero hay algo emocionante en el hecho de apagar las luces de una sala y que se haga silencio y que la gente preste atención y se deje llevar. Es concederte un estado de ánimo para escuchar y ver al que tienes delante. Y en el mundo en que vivimos cada vez es más difícil. Y me siento un dinosaurio diciendo estas cosas.
Quiero acabar con dos preguntas de carácter más personal. La primera es: usted decidió anunciar públicamente su homosexualidad y dijo que creía que con eso podía ayudar a muchas personas. ¿Le ha reportado una satisfacción personal haberlo hecho o ni siquiera piensa en ello? Pues estoy satisfecho de haber hablado de la homosexualidad porque más de una vez alguien se me ha acercado y me ha dado las gracias: “Gracias, porque me ayudó a hablar este tema con mis padres”. Siempre me ha gustado ser coherente y consecuente, no me gusta tener que estar fingiendo o diciendo cosas que no me creo. Y como afortunadamente vivimos en una sociedad en la que no te cuelgan por ser homosexual —cosa que sí pasa en países no tan lejanos—, me pareció bien hacerlo. Así cortas cualquier tipo de especulación, y a quien le moleste que se rasque.
La segunda pregunta personal: ¿qué hay de cierto y de falso en el eterno runrún sobre las malas relaciones entre Pedro Almodóvar y usted? [Risas] Estuvo el otro día en el pase de Mientras dure la guerra que hicimos para académicos. Como decía, tengo escasa relación con el mundo del cine y con otros directores. Almodóvar y yo —Pedro y yo— tenemos una relación normal, y la rivalidad, que es lógica, se suele dar sobre todo en los años en que coincides en la cartelera. Le tengo respeto y sé quién es: un icono de la cultura española.