Luis Hernández Navarro
La Jornada
Con dificultades, el papalote se eleva hacia el cielo del andador turístico de Oaxaca, hasta que una ráfaga de aire le permite tomar altura y volar por los aires sin obstáculo alguno. No es el único. Lo acompañan 42 cometas más. Cada uno de ellos lleva el rostro de uno de los normalistas rurales de Ayotzinapa desaparecidos.
Los papalotes fueron creados por el artista plástico Francisco Toledo con la ayuda de trabajadores del Taller Arte y Papel de San Agustín Etla. Fueron su forma de exigir justicia por los estudiantes desaparecidos en Iguala y de abrazar en la distancia a sus familiares. Si se les busca bajo tierra, también hay que buscarlos en los aires. Confío en que sigan con vida, explicó sobre el sentido de su creación.
Su solidaridad con Ayotzinapa no fue un hecho aislado, sino parte de la misión que se propuso para su vida. Fue el mejor defensor de los pueblos de su estado natal. De la lucha contra la instalación de un McDonald’s en el centro histórico de Oaxaca a su oposición al maíz transgénico, de su rechazo al Tren Maya a la comprensión y el apoyo a los pueblos de Los Loxichas salvajemente reprimidos, de su acompañamiento a las protestas de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), a su resistencia a la construcción del centro de la antigua Antequera, en su biografía se cruzan arte y defensa de las mejores causas de la humanidad.
Más allá del relieve de su obra, Toledo fue un extraordinario promotor cultural. Fundó el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), dotándola de una formidable biblioteca de libros sobre arte. Promovió el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (Maco). Dio vida a la biblioteca para ciegos Jorge Luis Borges, de libros en Braille. Creó la Fototeca Manuel Álvarez Bravo.
Orgullosamente zapoteco, se sumergió a fondo en la preservación de las lenguas autóctonas, la educación de los pueblos indígenas y la recuperación de los saberes originales. Le abrió espacios inimaginables a artistas jóvenes. Organizó (y financió) encuentros educativos de todo tipo. Su labor dejó huella. Como dice el maestro istmeño Rogelio Vargas Garfias, invadido por la tristeza de la pérdida del pintor: Nos protegió, nos ayudó, nos enseñó.
Creador singular reconocido mundialmente, fue a un tiempo impresor, dibujante, pintor, grabador, escultor y ceramista. Su estética reinventó y refinó la de su pueblo. Sacó del esnobismo cultural y la pedantería a las artes plásticas. Puso fin al divorcio existente entre pintura moderna mexicana y causas sociales. Llevó la gráfica a las comunidades, fuera de galerías y museos, para ponerlas en contacto directo con la gente sencilla, a nivel de sus ojos y sus manos. Artista altruista y comprometido, Toledo patrocinó con su obra (y con el llamado a que otros pintores se sumaran a la causa) la fundación de La Jornada. Su generosidad y compromiso hizo posible que este diario viera la luz y que sorteara algunas de las más enconadas tormentas que ha debido enfrentar.
En Juchitán, la tierra donde el artista plástico nació y de la que siempre estuvo cerca, se vuelan papalotes en las festividades para enaltecer a los muertos y traer las almas de las personas fallecidas. Para honrar la memoria del artista, hoy en la noche, en la azotea del edificio que alberga las oficinas de este diario, surca el firmamento un imaginario cometa con el rostro del maestro. Es que al espíritu libre y creativo de Francisco Toledo hay que buscarlo como él recomendaba hacerle con los desaparecidos de Ayotzinapa: por los cielos.