San Miguel El Grande, hoy de Allende; su belleza

Por José Félix Zavala

 

Los chichimecas habitantes inmemoriales de esta región, tenían sus adoratorios como un jacal hecho de paja muy atusada, cuya hechura solamente a su templo era dedicada y nadie hacía su casa de aquella manera ni forma.

Cuando había malos temporales, todos en general se subían a los cerros y allí ofrecían a sus dioses sahumerio de copal y papel.

La nueva religión, llegada con el invasor llenó a San Miguel El Grande de torres y cúpulas, pregonando su permanente espíritu religioso. Para finales del siglo XVlll, ya existían innumerables patronos y fiestas, dicen los cronistas que hubo necesidad de suprimir algunas.

La religión de los pueblos otomianos giraba alrededor de la adoración de dioses personales. Cada dios simbolizaba un oficio o fuerza natural y cada pueblo tenía un dios patrón que se identificaba con un antepasado y que probablemente era el dios del oficio característico del pueblo.

El curato de San Miguel El Grande fue elegido por el obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga en 1564, construyéndose de cal y canto la primera iglesia por el año de 1578 y renovada en 1683 y a principios del siglo XVlll.

Es este templo parroquial de una sola nave, en forma de cruz latina, con capillas laterales. Tiene una cúpula hexagonal, una capilla interior en forma octagonal, su piso es el techo de la cripta de los curas y notables de San Miguel.

En la torre suenan desde hace muchos años las campanas bautizadas con los nombres de “San Miguel”, San Pedro” y “La Luz”. El exterior del templo lo transformaron en “gótico” el maestro Seferino Gutiérrez.

Junto al dios guerrero Ayonatzytama-yo, identificado por los habitantes del lugar como San Rafael, se le levantó un templo al costado del parroquial y que es conocido como “La Santa escuela”, es una capilla de indios, donde en un principio los tlaxcaltecas, tarascos y mexicanos, recibían instrucción y sepultaban a sus muertos.

En la parte de atrás de la parroquia, en la calle del Hospicio estuvo el hospital y la iglesia primitiva, este lugar era destinado para el descanso de peregrinos y cuidado de enfermos.

Otra templo para servicios de los indios fue el de La Tercera Orden, que junto con el Convento franciscano y el templo de San Francisco, forman un hermoso conjunto arquitectónico.

El templo de San Francisco es gloria del chirrigueresco sanmiguelense, realizado como todos los grandes edificios de la época de la invasión europea, por manos indígenas, que dejaron su huella, en forma símbolos pre hispánicos, para perpetuo recuerdo.

Se comenzó a construir el templo por el año de 1779 y se terminó en 1799, su fachada la llaman los conocedores “danza de piedra”.

Tiene tres cuerpos, la fachada principal, sus entrecalles las separan columnas jónicas y se mezclan graciosamente róleos y follaje. Existen cuatro nichos, resaltan los de santo Domingo y San Francisco y entre ángeles y catorce medallones hay dos nichos monumentales uno en cada cuerpo, en el primero esta la Inmaculada Concepción y se rodea de santos franciscanos y en el segundo el ventanal, escoltado por santas de la orden franciscana, rematando con un Cristo en cantera bellamente labrada, acompañado por San Juan Evangelista y una Dolorosa.

La torre es esbelta, con tres cuerpos. La puerta lateral del templo tiene también tres cuerpos, adornada con follaje, cinco nichos, ventanal al remate, la forman cuatro columnas salomónicas en solo dos de los cuerpos.

El templo es de una sola nave, en forma de cruz latina, once altares, seis bóvedas y un coro con barandal de madera, parece de época. La cúpula que parte de cuatro columnas torales, con sus respectivas pechinas, dándole esbeltez, tiene tambor octagonal, es de media naranja y remata con una linternilla.

En la sacristía se pueden admirar los lienzos de “El sueño de San José” y “La Piedad”.Los indios que levantaron esta ciudad, piedra a piedra, en tiempos anteriores ya habían levantado otras bellamente hermosas como Tula o Teotihuacan.

Tenían señalados sus pueblos y sus barrios que ellos llebaban calpullis y acudan con sus servicios a su Señor y este tenía en cada pueblo o calpulles, un principal por gobernador perpetuo.

Cinco torres, un convento y un colegio, forman la fiesta del barroco en San Miguel El grande, es este lugar con su plaza un bello conjunto, como los grandes centros ceremoniales pre hispánicos, para las grandes ceremonias religiosas, todo esta lleno de misticismo, de fachas, de nichos, de portones.

Ignacio Trujillo, obispo de Valladolid autorizó la creación del Oratorio Felipense, gloria de la arquitectura de San Miguel El Grande, un 21 de abril de 1712.

La fachada del Oratorio es barroca mexicana, claro, llena de follaje en sus dos cuerpos y su remate, las cuatro columnas salomónicas abarcan los dos cuerpos y en las entrecalles están cuatro nichos, en los primeros se ven a San Pedro y a San Pablo, en el remate un San José y la ventana que ilumina el coro.

La portada lateral tiene un arco de medio punto y remata con una escultura de la Anunciación y la ventana, todo con follaje.

El Convento felipense da a la plaza con doce ventanales, mientras las torres de tres cuerpos se ve sencilla.

La nave del templo tiene forma de cruz latina, seis bóvedas, tres de ellas nervadas, por doquiera aparecen óleos con datos de la vida de san Felipe Neri. La cúpula con tambor octagonal y de media naranja, remata con su linternilla. El coro y su barandal nos permiten ver la caja del órgano plateresco del siglo XVlll.

“Hay convento de padres felipenses observantes, con una bella capilla de la Tercera orden, Oratorio de San Felipe Neri, con varias becas para colegiales y estudios mayores y menores y también escuela para niños, todo a la dirección de dichos padres del Oratorio, tiene una suntuosísima capilla de Nuestra Señora de Loreto, adornada ricamente”.

Dentro de este hermoso conjunto o ciudadela religiosa, dos cúpulas arabescas y una torre ricamente adornada, dan vista desde lo lejos a la capilla de los condes De La canal, es la llamada casa de Loreto, entrando por el costado lateral izquierdo del Oratorio felipense.

Al entrar se topa uno gratamente con una bella fachada portada en piedra dorada, con dos pares de columnas salomónicas que sostienen el balustre y remata en un ventanal.

Angeles niños escalan las columnas, mientras arriba del remate se puede leer: “Esta es la casa en al que el hijo de Dios se hizo hombre”.

Esta capilla fue fundación y construcción de Manuel Tomás De La canal, por el año de 1736, con un costo de 36 mil pesos.

Ala entrada de la Casa de la Virgen, hay una reja con ventana, el piso es de azulejos azules, amarillos y verdes. El techo está decorado con medallones dorados y espejuelos, cromos chinos, valencianos y poblanos, cortinajes tisú y reliquias.

Salta a la vista un camerín de la Virgen de Loreto, vestida a la usanza de las damas medievales, una triple corona, sobre ella baja el Espíritu Santo, salido de un resplandor de madera dorada y las letras “Madre y Virgen”, nueve candiles y una torrecilla en forma de corona, anunciando al pueblo de San Miguel El Grande, la existencia arrobadora de dicha capilla.

Se ve a los condes De La Canal de rodillas, sosteniendo las lámparas votivas, mientras flanquean a la Virgen San Joaquín y Santa Ana. Algunos frescos acerca de la casa de la Virgen ilustran el lugar.

Existe lo que era la capilla privada de los condes o camerín posterior, de planta octagonal, con pilastras adosadas a los muros y que al cruzarse toman la estructura de la bóveda y sostienen la linternilla que en forma de tiara remata la capilla.

En esta pequeña capilla existen seis altares, pequeñas esculturas, ángeles y arcángeles custodian el lugar, en el altar del frente los restos funerarios de San Colombo y una imagen de San José custodiada por la del diácono San Lorenzo y la virgen Santa Cecilia, que dan lo mejor del estofado en madera del lugar.

La luz penetra por siete ventanas octagonales, conchas de la gracia las rematan, los retablos dorados de un cuerpo y copete a ángeles en vuelo el que sostengan medallones con iconografía de la Virgen, como reina del cielo y co-redentora de las ánimas.

Resaltan en este lugar pequeñas esculturas de santo Domingo, San Francisco, San Ignacio de Loyola, San Felipe Neri y otros cinco santos más, fundadores de órdenes religiosas, mientras en las pechinas y la linternilla aparecen frescos de no muy buen gusto.

Es importante resaltar en la decoración de esta pequeña capilla, su estilo mestizo, se ven corazones en rojo vivo, del mistic9ismo español y cuatro mascarones del más puro estilo pre hispánico.

A la salida de la capilla esta un púlpito con un ángel sosteniendo el sol y los cuatro evangelistas, además del rostro de Cristo, inspirador de sus biógrafos.

En esta misma ciudadela religiosa se encuentra el templo de Nuestra señora de la salud, original capilla intercalada entre el claustro y el colegio, construida por Felipe Neri Alfaro, a fines del siglo XVlll.

En su interior se encuentra un Cristo de Rodríguez Juárez, un San Javier de cabrera, una Guadalupana de Antonio Torres y un no despreciable ciprés, donde anida la Virgen de la Salud.

La portada es una concha gigantesca que guarece a cinco esculturas, tiene dos cuerpos y remate, torre de un solo cuerpo. La bóveda remata con una linternilla estilo arabesco.

En esta capilla se daban las “borlas” del doctorado a los alumnos del colegio de San Francisco de sales. Colegio ahora ya destruido casi en su totalidad y que parece magnífico en su fachada que remata con una espadaña y torreoncillos en todo lo largo del edifico que da a la plaza o ciudadela.

Los alumnos que estudiaron en este colegio fueron tanto españoles, como criollos e indios, se enseñó desde leer, escribir, contar y hasta filosofía. Esto nos lo recuerda el Doctor Gamarra.

“Y con facultades de que sus congregantes puedan enseñar públicamente a los niños en la escuela y a los mayores enseñarles gramática, retórica, filosofía y teología, teniendo, los que allí estudien, el privilegio de graduarse en la universidad de México…”. Son palabras del Rey de España.

Este logro del felipense Antonio Pérez de espinosa se traduce en las palabras que sobre el edificio se dijeron: “El edificio noble y severo subsiste, – patio, fuente, silencioso, triste – se inició su construcción en mayo de 1734. El hombre más ilustre que ha salido de él fue Juan Benito Díaz de Gamarra, nacido en la ciudad de Zamora en 1745.

Los padres felipenses, Hipólito Aguado, Martín Zamudio y el famoso Padre Alfaro, fueron los que inundaron de vestales a San Miguel El Grande, con las fundaciones de los beaterios de dominicas, y capuchinas, más el convento de concepcionistas. Convento real, colegio de niñas y los templos de santo Domingo, Santa Ana y el llamado “Las Monjas”.

A este monumental convento de religiosas concepcionistas, llegó su primera abadesa un primero de febrero de 1756, era Sor Antonia, venía acompañada de las monjas de coro sor María Gertrudis y sor Felipa, salidas las tres del convento de la ciudad de México, llamado “Regina Coelli”.

La construcción del templo convento de las concepcionistas, fueron Francisco Martínez Gudiño, Pedro Joaquín Tapia y Salvador Antonio Hernández, los tres destacados “alarifes y maestros de arquitectura”.

Habiendo medido el solar resultaba una iglesia con 61 varas de largo, 11 de ancho y 16 y medio de alto, incluyendo el coro, que tiene de largo 16 varas. Contiguo a la misma iglesia y corre paralelo con ésta, el antecoro bajo y alto, más dos pasadizos generales, escaleras, sacristía interior y exterior, quedando encima de esta un “niñeado “y un noviciado.

Por otra parte, al oriente, corre uno de los costados del convento, que contiene en si portería exterior e interior, cuatro rejas para capillas o devocionarios, el claustro tiene dos danzas de arcos, todo él de 30 varas…

La construcción de la cúpula del templo de Las Monjas, es posterior ala construcción principal, por casi cien años. “Consta de dos cuerpos, el primero sostenido por columnas corintias pareadas, que hacen marco a los ocho amplios ventanales, el segundo empieza con un barandal donde se ostentan estatuas de santos, precisamente arriba de cada par de columnas del primer cuerpo, acusándose También la balaustrada, remata en una graciosa linternilla, coronada con una estatua de la Concepción”.

La iglesia tiene pesantes y como todo convento femenino las puertas de acceso, son laterales, es el templo austero, alto, en forma de cruz latina, al centro del altar mayor se distingue una Inmaculada Concepción de gran factura, un San José policromado, que vale la pena detenerse a admirarlo. Las rejas de los coros son enormes, fuertes y sencillas. Los grandes pintores de época, Cabrera y Juárez, tienen obra en él y decoran el coro.

Sor María Josefa de la Santísima Trinidad, hija de los condes De La canal, tomó los hábitos de las monjas concepcionistas, en la capilla privada de sus padres, la llamada “Santa casa de Loreto”, en el Oratorio felipense, ante el obispo michoacano, Mons. Elizacochea y esta enterrada según la costumbre en el coro bajo del templo de las Monjas. Este convento y templo se levantaron con la dote de esta monja.

La fachada principal del templo de las monjas concepcionistas es de dos cuerpos y remate, con cuatro columnas en cada cuerpo y en las entre calles nichos.

Resaltan las esculturas de San Pedro y San Pablo, arriba la de la patrona, Santa Beatriz Reina y en medio de hojarasca, la puerta, con arco de medio punto y una ventana entre dos pequeñas columnas, en el remate en una especie de concha, interrumpida por cuatro columnas, destaca un San José, patrono, tanto de las monjas, como de los condes y de la Nueva España.

Cómo un castillo medieval, se divisa a lo lejos, con muros altos de recio mamposteo, sólidos contrafuertes, espadaña llena de campanas, espadaña graciosa, donde suena en hermoso argentino, la llamada campana “Guadalupe”.

Es el templo del beaterio dominico, sorprendente y admirable, construido a iniciativa del felipense Fray Marín Zamudio en 1735 y conocido por mucho tiempo entre los lugareños como el santuario de la Virgen de Guadalupe. El beaterio de santo Domingo está “encaramado” en el cerro de La Cruz, al término de la calle del Correo y dentro de los límites de la hacienda El atascadero.

Las beatas habitantes de este lugar, vivían en pobreza pero desde luego a la usanza de la época, en pequeñas casitas o celdas, junto con sus doncellas y dieron vida al san Miguel El Grande.

Solo se recuerda, no se porque hazares del destino solo a las ultimas beatas de este siglo, Sor María Almagre, Sor margarita López, Sor Francisca Olvera, Sor Bernarda Almanza, Sor Luisa, Sor Magdalena Rivera, todas ellas monjas de coro y la lega Ma. De Jesús Sánchez.

El templo de este beaterio, es de una bóveda corrida lisa, de una sola nave pequeña, con coro alto y abajo el osario, dos sacristías, la privada y la externa. El altar mayor, estilo neoclásico, tiene en el centro a la patrona dominica, Santa catalina de Siena, doctora de la iglesia y en el retablo mayor tiene un cuerpo y un remate, donde existe un lienzo de buena factura de la Virgen de Guadalupe, que recuerda los mejores tiempos de este lugar.

Pareciera, por la ubicación y construcción de este pequeño templo guadalupano, como si la Tonantzín, La madre de los dioses, se elevara sobre izcuinapan, en un acto indígena de resistencia contra la dominación europea, como un acto último de guerra, recuerdo las palabras del códice Ramírez:

Pero a estos otomíes los españoles los han arruinado enteramente, los han aniquilado completamente….

El beaterio dominico parece recordar la edad media, sus muros y arcos bajos rodean un pequeño patio, todo en gran mamposteo, la sala “De Profundis”, único lugar de reunión de las beatas, permanece como mudo testigo de historias que jamás serán contadas.

La tradición señala que las aguas que bajaban del Atascadero no permitían la construcción del templo y beaterio, pero la divinidad se manifestó deteniendo las aguas y de donde salía en chorro mas fuerte sirvió de nicho a la Guadalupana.

La fiesta de esta patrona mexicana costaba 1400 pesos y se celebraba el cuatro de agosto de cada año, fiesta de santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden, en un extraño mestizaje.

El otro beaterio que existe y distingue a san Miguel El Grande, es el de santa Ana, se encuentra bajando hacia el poniente, del Oratorio felipense, aparecen sus doncellas por el siglo XVlll, su convento se construyó a un costo de 40 mil pesos.

Un sobrio pero hermoso contrafuerte, da marco a la entrada lateral del templo, lo mismo que al beaterio. Estas mujeres clarisas franciscanas, tenían para su vida de contemplación un convento con hermosas arcadas, patio, huerta, habitaciones, todo sobrio, fuerte y de elegante belleza.

También es importante nombrar, en este San Miguel El Grande, las capillas de indios levantadas por ellos y para ellos, como lo es el templo de La tercera Orden, el de San Juan de Dios y su hospital, el de San Antonio, el de San José y la llamada Ermita.

Los Juaninos se hicieron cargo del hospital, añadido al templo, tiene este edificio, una arcada alrededor, por tres costados y juntos templo y hospital forman, en la ciudad y más concretamente a las afueras de ella, un hermoso conjunto arquitectónico.

Fue construido esta plaza, hospital y templo, por el año de 1770 por el cura Manuel de Villegas, tiene también su cementerio, lugar muy apreciado por los indios, debido al culto a los antepasados muy arraigado en mesoamerica.

Ningún conocimiento aquí

Verdaderamente nada

Ni palabra se decía acerca de los españoles

Antes de que llegaran aquí

Antes de que se reconociera su reputación/

Primero reapareció en el cielo un presagio de desgracia

Nos asustamos, como si se tratara de una llama…

“Tales fueron los templos y conventos que en todos los estilos en todos los tamaños y en todas las épocas levantó la muy rica, unificada y muy católica Villa de San Miguel El Grande”

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