Por José Félix Zavala
Otontecutli preside en Tlachco. Desde hace más de mil quinientos años, la vida de este valle de Querétaro, donde los teotihuacanos primero y luego los toltecas dejaron sus huellas, los unos obsidianas y conchas marinas, los otros atlantes y chacmoles.
Uehueteotl y Amatecutli, han cuidado de este lugar permanentemente y el hombre a cambio levantó un monte, con sus propias manos, para de allí alcanzar los nueve cielos y tener un altar donde ofrecer los frutos de la guerra.
Los dioses encargaron a Cihuacoatl, que permaneciera en silencio junto a su pueblo, mientras ellos se reunían a discutir la forma de resistir al nuevo dios venido de lejos, el monte levantado por los hombres del lugar, se llenó de follaje, tratando de pasar desapercibido.
En el sitio donde se encuentra la gran pirámide o el llamado cerro pelón, el cerrito, existe un pueblo que antes de la invasión española se le nombraba Tlachco, luego se le llamó San Francisco Galileo y finalmente El Pueblito.
Existe este lugar desde hace muchos años, antes de la llegada del invasor europeo y sobre sus habitantes, residentes inmemoriales del lugar, ha recaído la responsabilidad de permanecer como pueblo y como cultura, pero sobre todo preservar La Costumbre, volcada principalmente en las fiestas de febrero, donde los tenanches festejan a la Virgen y los naturales las fiestas del Tascame.
La cultura de Chupícuaro, por el año 300 a. C., la teotihuacana, hacia el año 300 d.C., la tolteca, hacia el año 850 d.C., y la cultura Purépecha y Otomí, contemporánea a la llegada de los invasores, le han dado a esta población una continuidad de habitación de cerca de los dos mil años.
Han tenido estas culturas, como común denominador, la veneración por la figura femenina, cuyas deidades han jugado un papel predominante en los pueblos mesoamericanos.
La pirámide que se encuentra allí levantada junto con la zona de la Negreta, formaron un cruce de caminos de intercambio entre mesoamerica, la gran chichimeca y el pacífico, creándose allí un centro ceremonial de gran esplendor, alrededor del los años 800 a 1100 d.C. y formado parte ya en el siglo XlV de la frontera entre el pueblo Azteca y el Puerépecha.
“Ignórase la fecha de su fundación en tiempos de la gentilidad, solo consta que esta población ya existía cuando Querétaro fue conquistado en 1531, por los caciques, Don Fernando De Tapia y Don Nicolás De San Luis de Montañés y que era un pueblo tributario del imperio Azteca”.
“A la parte norte y muy cerca de la población se yergue una pirámide monumental construída a mano por los idólatras aborígenes, a donde acudían a ofrecer sacrificios y a consultar sus oráculos”.
Lo anterior lo dijo el canónigo Cesáreo Munguía, sobre El Pueblito y sus habitantes, añadiendo: “Son estos indígenas profundamente religiosos”. Su decir apoya lo que los antropólogos han encontrado sobre el comportamiento de los habitantes del lugar y la arqueología ha encontrado en los vestigios encontrados en la zona.
La pirámide monumental que allí se encuentra, demuestra la importancia del intercambio y el asiento de dominio que sobre una extensa zona de la región se daba, debido a su fértil valle y a la sustentada actividad económica y social.
Esta pirámide tuvo dos èpocas de esplendor, una de ascendencia teotihuacana, por los siglos V, Vl, y Vll de la era cristiana y otra tolteca, por los siglos lX y X de la misma era.
Este pueblo que durante la época pre hispánica se le conoció como Tlachco, durante la colonia su nombre fue el de San Francisco Galileo y desde 1830 se le conoce como El Pueblito. Aquí se da un fenómeno especial con el culto, que desde niño se aprende a dar muy devocionalmente a la Virgen de los naturales.
Para esta población, el culto es de una importancia decisiva, alguien dijo “por Ti principalmente es por quien Querétaro vale algo en presencia de los demás pueblos”.
La cumbre de este rito es en el mes de febrero, mas exactamente en el mes del calendario mesoamericano anthaxmé, son las fiestas del tascame y de Xocotl Uetzi, concordando, como fue la costumbre durante la conquista espiritual, con la pascua católica.
“Los indígenas de San Francisco Galileo, permanecían fieles a sus creencias tradicionales, aún los que habían sido bautizados y asistían al catecismo, al santo sacrificio de la misa y otras prácticas cristianas. Subían a la pirámide, llamada el gran cue a adorar sus dioses. Esta mezcla de costumbres religiosas se hallaba fuertemente arraigada en la población…”
“Los otomíes tenían tres sacerdotes, los cuales en algunos bosques espesos y desviados del pueblo, se juntaban de noche con sus discípulos y secuaces en tres jacales de paja o helechos, para celebrar las fiestas de los meses. Para estos días aderezaban las chozas, con juncia, ramos verdes, flores, ramilletes y esteras pintadas, en medio ponían una mesilla que se cubría con paños de algodón, un bracero con brazas, dos vasos en que echaban su bebida, además incienso y el papel, hecho de esteras muy pintadas…”. Dice Esteban García.
El fraile Franciscano Sebastián Gallegos, realizó en los albores del siglo XVll una imagen de la Purísima Concepción, en pasta de caña, al puro estilo tarasco de Pátzcuaro y la obsequió al cura de Querétaro Nicolás Zamora.
Cuenta los que saben. “Había llegado ya en aquel año casi a lo sumo el desconsuelo de su cura, el venerable padre fray Nicolás Zamora por no encontrar el remedio eficaz a tan grave daño, cuando entró por la puerta el reverendo y virtuoso padre fray Sebastián Gallegos, hijo de la provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán y especialmente diestro en el arte de la escultura, con una imagen formada de su mano, de la Purísima Concepción de Nuestra Señora…”, cita de José Manuel Rodríguez, 1769.
El fraile Hermenegildo Vilaplana nos cuenta: “Que por los años de 1632 aún se hallaba aquel partido del Pueblito en tan infeliz estado, que permanecían inflexibles a sus idolatrías, manantial lastimoso de supersticiones y muladar abominable de ídolos. Frecuentísimas eran allí las congregaciones de los indios, en un cerrito fabricado a mano, que aún hoy en día se conserva, a consultar sus oráculos y a tributar incienso al demonio, conservando por este medio el tirano imperio del príncipe de las tinieblas y estorbando la dilatación del reino de Jesucristo…”.
“Veía con tristeza que el Pueblito de San Francisco Galileo, tenía más de idólatra que de cristiano y con todo y su apostólico celo no había logrado mayor fruto en esos indómitos otomíes, pues sí es verdad que tenían una capilla levantada por los religiosos, en honor a su santo patriarca San Francisco de Asís, pero tenían también, de tiempo atrás, un montecillo con una cueva, único templo de los otomíes, centro de sus cultos idolátricos…”. Nos narra Jesús García.
“… Convergían al gran cue, por una calzada que los comunicaba con otros centros de población…”.
Para el año de 1632 el cura doctrinero de Querétaro colocó en las proximidades del gran cue la imagen de la Virgen logrando con este acto “la conversión” al catolicismo de los indios de San Francisco Galileo y con la construcción de una ermita en el lugar y el asentamiento de personas alrededor de ella comienza el culto a la Virgen de los Naturales.
El 18 de febrero de 1686 se funda la cofradía de indios, con la autorización del entonces Arzobispo de México Francisco de Aguiar y Seijas. Esta organización social implantada por los invasores les sirve a los indios para mantener cohesión y control sobre su cultura y permanencia.
La imagen de la Virgen Madre, Cihuacoatl y el Tepostecatl, el hijo de una virgen, permanecieron al paso del gran cue, donde se levantó una ermita que durante 82 años estuvo en el lugar, esperando la sincretización o apropiación indígena de la imagen, su culto y su rito.
En el año de 1714 fue trasladada a una ermita, levantada ex profeso en el panteón, donde duró 22 años a la veneración del pueblo, lugar escogido probablemente debido al gran culto mesoamericano a los antepasados y de gran ascendiente en la población y mientras se construía el templo, en el lugar donde se iniciara la veneración a la Virgen de los naturales.
En el año de 1736 se inaugura el templo dedicado a la Virgen del Pueblito, en el mismo sitio de la primera ermita, gracias a la promesa realizada por el coronel y alférez real Pedro De Urtiaga, de construirlo a su costa y realizado por su hijo, José De Urtiaga, trasladándose la imagen el 5 de febrero de ese año.
“Los padres franciscanos aprovecharon esta oportunidad para tomar por completo control en el culto que se tributaba a la santísima señora, ya que los naturales tenían una gran injerencia en él, al considerar la imagen como algo propio”.
“Para esto los frailes ofrecieron una réplica que fue aceptada con cierta resistencia, aunque posteriormente le tomaron un gran cariño”.
Estas citas de Esteban López F. Se unen a los muchos testimonios que sobre los dos cultos o cultos paralelos, se han venido dando desde que los frailes tomaron control sobre la veneración a la Virgen del Pueblito, culto y control ampliados por el ejercido por la sociedad criolla de la ciudad de Querétaro.
Los indios retomaron su costumbre y siguieron sus tradiciones teniendo como objeto de su devoción la nueva imagen, donde ellos pueden tener dominio, de tal suerte que permanece en la casa del presidente de la mayordomía de cada año, quien a su vez le improvisa una capilla en su domicilio y se preparan las fiestas que celebrarán durante el año.
En la “Relación de Querétaro”, de Hernando de Vargas dice refiriéndose a los indios del Pueblito: “Otras de sus fiestas principales era el inicio del año, correspondiente al mes de febrero de nuestro calendario. Por último tenían una fiesta principal que se llamaba del Tascame o del Pan Blanco, era muy antigua y de gran solemnidad, todos ofrecían en esta fiesta a la madre de los dioses, el diezmo de los frutos que cosechaban…”.
“Este duplicado es el que se conoce como la Virgen de los naturales o Virgen de la mayordomía o La Tenanchita (tenanche quiere decir en purépecha, servidora del pueblo). Es probable que en esta época se pueda considerar la formación de la corporación de la mayordomía”.
“También por esta época (1732), la Virgen de la mayordomía comienza a recibir el culto de los naturales en forma independiente, con una mínima influencia de los padres franciscanos, por tanto, con una mezcla de muchas de sus antiguas costumbres”.
Las citas anteriores que corresponden a Esteban López, han sido confirmadas por los indios del lugar, lamentándose de que a partir de la coronación pontificia de la Virgen del Pueblito en 1946, se admitió a la Corporación de la mayordomía a “gente de razón”, pero también señalan el triunfo obtenido, ya que la imagen ha recibido nuevamente culto en la pirámide, después de trescientos años de no tenerlo a partir de 1939.
El pueblo otomí, tenía varias fiestas principales, las fiestas ordinarias, eran cada veinte días, de acuerdo al calendario mesoamericano. Otra de sus fiestas importantes era la correspondiente al mes de febrero del calendario juliano y la del Tascame o fiesta del pan blanco, muy antigua y de gran solemnidad, dedicada a la Madre de los dioses o Madre Vieja.
Las fiestas principales de los indios actuales del Pueblito, siguen siendo en el mes de febrero y tienen una gran solemnidad y trascendencia social.
Los habitantes de Tlachco o el Pueblito celebran la entrada de la primavera con toda la riqueza cultural de sus antepasados, es la fiesta de la madre Vieja.
Se inicia con la Velación, como toda fiesta importante entre el pueblo mesoamericano, es la noche de la purificación, donde las flores, nube, hinojo, clavel y las velas, más el sahumador, son los utensilios para “la limpia”.
Se prepara una Paranda o mesa hexagonal, con figuras de azúcar y bulbos de orquídeas, simulando vasos de chocolate y rebanadas de fruta, melón, sandía, caña. Que. Será entregada a la mayordomía entrante. Este es uno de los momentos importantes de la celebración
Existe dentro de las fiestas de febrero, una ceremonia llamada Tratoli, consistente en llamar a la puerta, tres veces, por parte del mayordomo saliente al mayordomo entrante, lo sahúma, mientras la banda de música toca y los cohetes, son lanzados al cielo.
A la ceremonia de cambio de mayordomía se le conoce como La Remuda, donde se coloca sobre la cabeza de cada tenanche, un paliacate, un sombrero de azúcar y se le entrega un platón con figuras de dulce, son doce los tenanches que dejan el cargo y doce los que lo reciben.
Para la preparación de la fiesta existe un día llamado “Paseo del buey”, donde dos bueyes adornados con verdura, zanahoria, coles, ajos, cebolla y tortillas de colores, es paseado por el pueblo y después sacrificado para alimento de los festejados.
Todas estas ceremonias narradas sucintamente, forman parte de otras muchas ceremonias ya españolizadas o adheridas en los últimos tiempos, para celebrar las milenarias fiestas de febrero o del Pan Blanco o de la Madre de los dioses en el Pueblito.
Ahora son dedicadas a la Virgen esculpida por un fraile franciscano y puesta en la pirámide por el cura de Querétaro y retomada como una devoción indígena sincrética, mientras los frailes crearon en la ciudad la devoción castellana u occidental de la misma imagen llamada cariñosamente, La Virgen Del Pueblito.
Puede considerarse al Pueblito o Tlachco, como síntesis de las manifestaciones culturales de la región, desarrolladas por la población regional vinculados a los grupos naturales de América antes de la llegada de los invasores.
Todo aquel espacio sobre la tierra que había más allá de aquella provincia, estaba ocupada por los bárbaros otomíes y chichimecas, los cuales no tenían ocupación, ni obedecían soberano alguno.