La Jornada
Ciudad de México.
Rufino Tamayo (Oaxaca, 1899-Ciudad de México, 1991) hizo con sus murales contundentes declaraciones de principios que rompieron con los cánones del gran trío de antecesores. Hombres aspirantes a tocar el espacio cósmico, un lenguaje poético con narraciones alegóricas, además de una inspiración en el conocimiento amoroso del arte prehispánico irrumpieron contra las ideologías y los contenidos históricos, relata en entrevista con La Jornada Juan Carlos Pereda, curador en el Museo Tamayo Arte Contemporáneo.
Las ideas anteriores a las obras monumentales, expresadas en dibujos y gouaches preparatorios nutren la exposición En apariencia otro México: bocetos para murales de Rufino Tamayo, que se inaugura el 8 de octubre. Cada uno es una obra de arte en sí misma, considera el experto. Además, dan la oportunidad de conocer el proceso de creación.
Se abre un umbral de estudio muy importante sobre un artista completo, dice el entrevistado. No produjo mucho dibujo, como sí lo hizo como pintor o muralista. Pero lo compara con Henry Matisse, por no levantar el lápiz, en una línea seguida, dinamismo que se intuye rápido, con seguridad extraordinaria. Estas líneas que recorren el papel dan noción muy clara del volumen.
Una oportunidad hacia una visión desconocida, pues no era un hombre que hiciera bocetos para sus pinturas de caballete, porque pintaba directamente sobre la tela. Sin embargo, para sus murales sí dibujaba cada fragmento y luego, en obras espléndidas, todo el mu-ral en formato pequeño. Aunque no los conocemos todos, algunos trabajos servían de modelo del mural terminado.
El lienzo que Tamayo dejó inconcluso sobre el caballete, por su muerte en 1991, es la joya que corona esta exposición de gabinete, en el salón que resguarda las 11 piezas que el oaxaqueño donó al museo con su nombre, ubicado sobre Paseo de la Reforma, en el Bosque de Chapultepec. Un agregado de gran importancia, que con elocuencia deja entrever el proceso de realización de sus pinturas al óleo, describe quien ha dedicado una treintena de años a estudiar al artista.
Como un Prometeo lleno de vitalidad, así dibujó para el Palacio de Bellas Artes a un hombre abrasado en llamas, que explota en el arte, la cultura y la ciencia. Es uno de los detalles, quizá no siempre percibido en la obra mural en el edificio de mármol. Estas alegorías, plasmadas en trazos de pequeño formato, asombran como obra de arte.
Así ocurre con La naturaleza, mural que se admira en un gouache de apenas 23 por 73 centímetros, el color ya en esplendor, la composición aflorada: la naturaleza, agua, fuego y tierra como simbologías se ofrecen al espectador, que puede admirar en cercanía, sin la inmensidad del muro. Hay toda una narración de cómo copia la naturaleza y la transforma en obra de arte. Con líneas de grafito, la mujer voluptuosa o el hombre fuego transforman la visión de cómo Tamayo trabajaba en partes para luego formar la composición completa.
Hallazgos y nuevas lecturas
En blanco y negro, descubrimos a su esposa Olga, fotografiada en pose de modelaje; se ha colocado junto al personaje plasmado a lápiz en el pequeño marco el dibujo impecable, manchado de pintura y solventes, o la trinidad proletariada que antes plasmó Orozco junto a una nueva lectura de Rufino Tamayo, son tan sólo un par de ejemplos del juego de asociaciones de documentos y fotografías que enriquecen la visión del nacimiento de los murales.
La conjunción no sólo ocurre con la veintena de obras de gran formato que Tamayo realizó en México y en el extranjero, sino que también recupera vestigios de aquellos que no pudo realizar, como los que preparó para un hospital en Queens, en Nueva York, o el primero que propuso a Narciso Bassols para el Museo Nacional de Antropología, en 1933 y que fueron rechazados, por su interpretación poética de la Conquista. Otros murales, lejos del país o en manos de colecciones privadas, no son fáciles de admirar.
Un viaje se inicia por la composición de figuras de manera perfecta, en armonías internas, esa consistencia que Tamayo aprendió del Renacimiento en la academia.
Los dibujos pertenecen a la colección del museo Tamayo, había que ponerlos en valor y contexto, junto a la colección de óleos, y como los grandes clásicos siempre se descubre algo al observarlos, incluso algo cambia con la iluminación o al ponerlo junto a otro, se potencian de forma mágica, se produce una sinergia.
La explosión, como Prometeo en llamas, puede ser experimentada por el experto que ha visto cientos de veces los lienzos, o el estudiante que conoce por primera vez a Rufino Tamayo, con interés documental o con ánimo de deleitarse con piezas de difícil acceso. Es posible, antes de que clausure, el primero de marzo de 2020.