El Paseo de la Alameda
José Félix Zavala
Con la celebración de 40 corridas de toros, para recolectar un fondo de cuatro mil pesos, necesarios para la empresa, un terreno donado por Ramón Samaniego, propietario de la hacienda de Carretas, la plantación de 1341 árboles, el permiso del Virrey Miguel De La Grúa y la iniciativa del Corregidor Ruiz Calado. Para 1804, Querétaro tenía “su Paseo de la Alameda”.
Se pensó en este paseo, allá por el año de 1793, y en su lujo, estaba planeado, una fachada hermosa, de arcos triunfales, de diferentes órdenes de estilo, cuatro pórticos monumentales, una gran fuente al centro, con esculturas de las nueve musas y de los grandes hombres de la literatura universal.
El proyecto de un paseo arbolado en la ciudad, al estilo del Paseo de Bucareli, en la ciudad de México o al estilo de “paseos arbolados y jardinados” de algunas ciudades europeas, quedó desde el inicio, en solo una ilusión.
De José Mariano Orihuela, maestro agrimensor, de marcada influencia neo-clásica, fue el proyecto original, de cómo sería nuestra Alameda, intento nunca realizado completamente.
El Corregidor de Letras de Querétaro, Ignacio Ruiz Calado, pensó con acierto en la necesidad de este paseo, lo que sería la última obra de importancia en el equipamiento urbano de la ciudad, en pleno apogeo virreinal.
Para tan admirable paseo, se pensó, en más de cien hectáreas, ubicadas entre los cascos de las haciendas de Casa Blanca y Carretas:
Por los jardines y arboledas de La Alameda, entre merolicos, adivinadores de la suerte, acróbatas y carruseles, ha paseado el pueblo queretano, desde principios del siglo XlX hasta nuestros días. Son ya 200 años.
Nuestro paseo, ha tenido en su interior, al paso de su historia, y del tiempo, lo mismo que para nuestra recreación: hipódromo, palenque de gallos, paseos en carretas, bicicletas y en sus alrededores, pista de circo y el famoso tianguis, conocido como “Pueblo Nuevo”.
También han paseado por sus jardines, los emperadores, Maximiliano y Agustín Primero, el dictador Porfirio Díaz, lo mismo que el presidente Francisco I Madero y los diputados constituyentes de 1917.
Ha sido lo mismo, destruida la belleza de nuestro paseo de La Alameda, y los acontecimientos históricos no permitieron en su tiempo, la terminación planeada desde 1793, para este lugar, destruyéndose en parte, durante la guerra de Independencia, el sitio de Querétaro, la revolución del 1910 y por el descuido.
Los primeros automóviles y la primera estación del ferrocarril, también estuvieron junto a La Alameda, pero esta, a pesar de los muchos contratiempos y utilidades que ha tenido, jamás dejó de ser centro de reunión o de paseo obligado para los habitantes de la ciudad.
Si se consigue formar una alameda y que en ella, como se carece de otro paseo, existan las gentes de toda esfera, no hay duda en que se remediarán muchos excesos.
Existe en nuestra Alameda un conjunto escultórico, obra de Juan Velasco Perdomo, en atención a la anécdota del cronista J. Guadalupe Ramírez Álvarez, quien dice que en ese lugar de La Alameda, nuestro queridísimo amigo, – ya fallecido -, el compositor oaxaqueño, José López Alavez, compuso “La Canción Mixteca”, mientras era soldado villista, en su paso por la ciudad.
A mediados del siglo XX, en un intento más de darle “su lugar”, a La Alameda, tuvo “merenderos”, bancas abundantes y alumbrado con farolas de época, además de vigilancia.
Lo he alentado haciendo delinear el lugar más plano y de mejores proporciones en que pueda formarse con más de seis mil árboles, comenzando por una calle de ochocientas varas de largo, con sus respectivas carreras para coches y gente de a pie. A rematar en una plazuela que formará unas noventa calles.
Esta obra pensada para darle un mejor equipamiento a la ciudad, tiene entre sus cercanías obras de Manuel Tolsá y Tres Guerras, como es el Convento y Capilla de “Teresitas” y más adelante el templo y convento de Santa Rosa de Viterbo, obra de Mariano de Las Casas, que desde lejos hermosean el Paseo alamedado y dan la oportunidad de verlo, como dice Eduardo Loarca, como un “Hortus Conclusus”, donde la espiritualidad del queretano crezca.
El primer plantío se hizo en este terreno, donado al municipio y que fuera parte de la Hacienda de Carretas, de 1341 árboles.
La escultura de Cristóbal Colón, colocada en 1894, con motivo del cuarto centenario del encuentro de América con Occidente, ahora colocada en el lado sur de la Alameda, tiene una columna que en un principio sirvió de base a la estatua de El Marqués, en la Plaza de Armas.
La estatua de Benito Juárez, colocada al norte de La Alameda y al centro del camellón de la calzada Zaragoza, fue retirada del lugar y llevada a San Juan Del Río en 1967.
La estatua erigida a Miguel Hidalgo, forma parte de La Alameda, está en el centro y en medio de la fuente, es una hermosa escultura al Padre de la Patria, realizada en la “Fundición artística Nacional”, del pueblo de Tacuba, ahora parte de la ciudad de México.
La portada, estilo toscano, que tiene actualmente La Alameda, fue diseñada por el maestro Agustín Rivera y Antonio Loyola Vera, la herrería es de los hermanos, Martínez Lázaro y Domingo Galván.
Desde hace mucho tiempo que los queretanos sentíamos en el fondo de nosotros mismos la culpa del pecado de abandono de este lugar, donde pasamos horas inolvidables ya como niños, ya como jóvenes, como adultos o como ancianos. Palabras del maestro Eduardo Loarca Castillo, cronista de la ciudad.
Aquel Querétaro del siglo XVlll, de donde saliera la idea de un Gran Paseo arbolado, una alameda, estaba en su esplendor, sin saber que este llegaría pronto a su fin, al menos por el momento.
En el año de 1700, al cambio de la casa real de los Hasburgo por los Borbones, Querétaro era corregimiento. Con la implantación de intendencias, recibió el nombramiento de Corregimiento de Letras por cédula real de Carlos lV, firmada en Aranjuez el 17 de junio de 1794, con atribuciones este Corregimiento de justicia, policía, hacienda y guerra, el primer Corregidor de Querétaro fue el creador de La Alameda, José Ignacio Ruiz Calado.
En ese entonces había en la ciudad de Santiago de Querétaro, cuarenta mil habitantes entre españoles e indígenas. 23 obrajes de paños finos, además de trapiches de jergas y frazadas, tenerías y comercios de alimentos. 96 haciendas, la real fábrica de tabacos, una alhóndiga, bien abastecida de maíz y trigo.
Por esos días, era el año de 1795, se expidieron Las Ordenanzas, en donde se disponía para el mejor ordenamiento de la ciudad, la división en tres cuarteles mayores y estos a su vez, en tres cuarteles menores cada uno, mas un alcalde de barrio.
A pesar de la prosperidad, bonanza y esplendor de que se disfrutaba en Querétaro, había latente un estado de inconformidad en contra de las autoridades españolas. Señala el maestro e historiador don Manuel Septién.