MORELIA, MICH.
(apro).-
Fernando Frías de la Parra retrata la marginación y la falta de oportunidades de los jóvenes en México en la película de ficción Ya no estoy aquí, que concursa en la sección Largometraje Mexicano de la 17 edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM).
Frías de la Parra precisa que un joven mexicano “de ciertos ambientes, es estigmatizado, y la sociedad y la familia te queda a deber”.
El largometraje se ubica en las montañas de Monterrey, donde una joven pandilla, con el nombre Los Terkos, pasa los días escuchando cumbia rebajada y asistiendo a bailes en los barrios cercanos. Pero su líder, Ulises (Juan Daniel García Treviño), de 17 años, se ve forzado a migrar, por un mal entendido, a Jackson Heights, Queens, en Nueva York, donde intenta adaptarse, pero allí su identidad y forma de vestir también llama la atención, y él extraña a Monterrey y a su banda, pero a la distancia se da cuenta que la violencia en esa ciudad está acabando con todo.
El cineasta, nacido en la Ciudad de México en 1979, relata que “la juventud pueden ser los momentos más alegres, más felices de la vida, se vuelven memorias y tendrían que ser mayoritariamente dulces, y tristemente en esa realidad personal de Ulises es muy difícil que así sean”.
–¿Cómo se le ocurrió retomar este movimiento de la cumbia rebajada en Monterrey?
–Monterrey es una tierra de contradicciones. Es la primera ciudad industrial de toda Latinoamérica, posee el municipio más rico de Latinoamérica, y al mismo tiempo los asentamientos que han sido politizados enormemente, se formaron con emigrantes de San Luis Potosí, el Bajío, y adoptaron la cumbia por sus letras y por su carácter nostálgico. Hay muchos tipos de cumbia, la del acordeón fue la que sobrevivió por su carácter melancólico, y las letras de cómo extraño mi sabana vieja y cómo dejé todo allá en mi pueblo, y esa fue la cumbia que se arraigó ahí. Muy chistoso porque Monterrey tiene a Texas encima, y ser cumbianchero significaba ser rebelde, y me interesó mucho retratar la cumbia rebajada con la mayor autenticidad y quizá apertura y generosidad para crear una historia.
–¿Cómo encontró a Juan Daniel García Treviño?, no había actuado nunca y es cumbianchero.
–Es un actor no profesional, bueno hasta antes de esta película. Juan Daniel que se hace llamar Derek, y en el filme es Ulises. La búsqueda fue extensiva por todos lados, me subí a taxis para que me llevaran a mercados. En 2013 que empecé a ir a Monterrey, el movimiento cumbianchero se estaba deshaciendo, por eso son importantes los audios de Felipe Calderón en la película, para contextualizar la historia en ese momento, porque a partir de la guerra contra los narcos se perdió toda esa contracultura.
“Entonces, era difícil encontrar chavos que todavía fueran de ese movimiento, aunque él toca los timbales en un grupo que se llama Fuerza Cumbianchera que patrocinaba el municipio de Escobedo, les daba para sus instrumentos y los ayudaba como ejemplo no de reinserción social, pero si como de algo positivo. Él es callado, pero posee un corazón de oro, más allá de la gratitud inmensa que le tengo, lo admiro. Es un chico que dentro de los miles, si vi miles, conserva unos valores increíbles de lealtad, nobleza, fuerza y coraje, y de cuidar a su familia, a su mamá. Me parece un chico fenomenal, entonces, no es una coincidencia que sea el protagonista de la película. Derek fue mostrando aguante y disciplina para ir pasando cada prueba”.
–Aborda el éxodo por la violencia, el personaje deja su familia y su tierra por eso, pero no se halló en Nueva York…
–Yo mismo vivo en Nueva York, me fui con la idea de una maestría con una beca, se supone que es para mejor, ya que estás allá se extraña la tierra, mi origen es mi origen, pero además estoy viendo a la distancia cómo cambian las cosas, cómo voy cambiando yo mismo. Fui a estudiar la maestría en cine. Mi experiencia no es comparable en ningún ángulo con la de Juan Daniel. En la migración forzada hay una gama de matices impresionantes, no todos viven la misma problemática.