La Jornada
San Cristóbal de Las Casas, Chis.
Ganadora de dos premios en el Festival Internacional de Cine de Morelia, con su largometraje documental Tote-Abuelo, basado en la discriminación y el racismo, la tzotzil María Sojob afirmó: “no éramos conscientes de que éramos indígenas hasta que salimos de la comunidad, llegamos a la ciudad y nos lo dijeron”
Escrito a partir de la historia que le contó su abuelo materno Manuel Martínez, el filme “habla un poco de toda esta etapa en que nuestros padres sufrieron mucha discriminación por no hablar bien español; de la ruptura cultural-lingüística, porque muchos jóvenes de mi generación que son hijos o hijas de padres que fueron los precursores en educación indígena ya no hablan la lengua porque no se las transmitieron para que no sufrieran discriminación y racismo por no hablar español”, dijo.
“Nuestros padres y abuelos eran castigados cuando hablaban la lengua originaria”, agregó, al tiempo de señalar que “el documental es bastante autobiográfico y personal, ya que empiezo como a reflexionar sobre las formas afectivas que se viven en el contexto tzotzil o familiar”.
Comentó que Tote-Abuelo ganó el premio Ambulante, y será incluido para ser exhibido en la gira nacional de documentales 2020, así como el que otorga la Asociación de Mujeres en el Cine y la Televisión (USA) al mejor documental mexicano hecho por mujeres, que consiste “en una escultura hecha por una artista mexicana”.
Desde niña le gustó la radio, la fotografía y ahora está enfocada al video; estudió comunicación y una maestría en cine documental en la Universidad de Chile en 2010. Es originaria del municipio de Chenalhó e hija de maestros de educación indígena. A los 12 años de edad fue enviada a San Cristóbal para estudiar la secundaria y la preparatoria y se enfrentó a la barrera del idioma.
En entrevista, Sojob explicó que la cinta cuenta “una historia dolorosa porque habla de las rupturas, separaciones, desvinculación con lo comunitario y de las infancias tan duras” que pasaron sus antecesores.
“Mi abuelo cuenta lo que vio de sus padres y abuelos. Cuenta que para entrar a San Cristóbal la gente que estaba a cargo de permitir o no la entrada para vender los productos de la comunidad, les pedía que trajeran una piedra, y decía que alrededor de la ciudad ya no había piedras por lo que tenían que cargarlas desde la comunidad, aparte del costal con los productos, frutas, verduras, además de que no les pagaban lo que valía el producto sino lo que quería la gente”, expresó.
Abundó: “Es como una historia dolorosa porque mi madre salió de la comunidad para estudiar en San Cristóbal sin hablar español, en un contexto racista y de discriminación. Reconozco en la película que ella es la primera mujer indígena en mi vida que rompe con un patrón para que yo pueda avanzar y estar en un mundo y contexto menos hostil”.
Debido a que María creció en Chenalhó, de donde es originario su padre Pedro Mariano Arias, tuvo poco contacto con su abuelo materno, que es de Huixtán. “Nunca tuve una relación afectiva, hasta hace cuatro o cinco años en que fui a rodar la película y fue el momento de decir: ‘nuestros abuelos se están muriendo’; él es de una de las dos personas en la comunidad de Los Ranchos que hacen los sombreros tradicionales que usan las autoridades de Huixtán”, explicó María.
“Cuando empecé a preguntar cómo se dice amor en tzotzil encontré que el concepto no existe como en español. La película es una reflexión de cómo se vive el amor desde una familia tzotzil. Sí conocía al abuelo, pero no me había sentado a platicar o saber de su vida, ni conocer de su infancia”.
Aseveró que la plática genera en el documental “una relación porque el pretexto es que yo le pido que me enseñe a tejer un sombreo y a partir de ahí se va entretejiendo; el tejido del sombrero es también una metáfora de cómo ir tejiendo las relaciones que en algún momento se desvincularon o fracturaron o simplemente nunca se construyeron”.
Entones, añadió “es tejer una relación con el abuelo, pero en medio de ese proceso conocer las historias de vida de él y de mi mamá, que es un poco hablar de mi historia de vida. Cuando me vine a San Cristóbal vivía con familiares. Fue difícil pasar de la comunidad a la ciudad. No éramos conscientes de que éramos indígenas hasta que salimos de la comunidad y llegamos a la ciudad y nos dicen que lo somos”.
Expresó que si las mujeres no hablan español son relegadas. “Hay un gran índice de monolingüismo y analfabetismo en las comunidades. Todos estos procesos de discriminación hacia la mujer, que no se permite salir, profesionalizarse, formarse, porque ese derecho está reservado para los hombres; aunque ha ido cambiando esa dinámica, en mucho es por lo que las mujeres estamos haciendo día a día”.
Sin querer, subrayó, “he roto eso y ha sido como perseguir los sueños, deslindar un poco de estos obstáculos que una misma se pone y puede quedar en la victimización de decir como soy mujer, la gente me tiene que dar todo y yo no pudo hacer nada. A partir de ahí están los primeros límites que nosotras nos ponemos. En el momento en que decimos somos mujeres y podemos estar en cualquier ámbito artístico que queramos y podemos estar en un festival de cine compitiendo con otros cineastas sin importar de dónde venimos, ni a donde vamos, sino porque el cine conecta con otras personas, más allá de si es hecho en una comunidad y lengua indígena o no. Es cómo a partir del cine entramos en diálogo con otras personas, culturas, lenguas; eso hace el cine, abrir ese espacio de diálogo”.
Orgullosa de ser mujer tzotzil, Sojob aseguró que el hecho de que su largometraje haya participado en el festival es un triunfo. “Fue inesperado ganar porque generalmente la producción que hacemos quienes pertenecemos a comunidades indígenas tiene una etiqueta de cine indígena, en los grandes festivales. Es como seguir relegando lo que hacemos al arte en general”.
Comentó que “había participado en otros festivales de cine como el Berlinale, y el de Edimburgo, Escocia, pero siempre en una sección sobre cine y video indígena. Estar en el Festival Internacional de cine de Morelia, fuera de esa etiqueta, era ya un logro porque era estar al mismo nivel que es como la aspiración, que un día desaparezcan los festivales de cine y video indígena, que un día desaparezcamos también los indígenas en un sentido de que se logre la igualdad, la equidad en toda la sociedad en general”.
Manifestó que los premios que ganó son “como un reconocimiento a las mujeres que están haciendo cine. He hecho más de una decena de cortometrajes y tres mediometrajes; Tote-Abuelo es como la ópera prima, el primer largometraje documental que hago y me llevó dos años con un equipo de producción, con un costo de más de un millón de pesos”, financiado por la desaparecida Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, el programa de coinversiones del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y del Fondo para la Producción Calidad del Cine en México.