Proceso
Germán Martínez Cázares
Ernesto Cardenal, el hombre que hizo aterrizar la Teología de la Liberación en la isla nicaragüense de Solentiname, el que fue groseramente regañado por el Papa Juan Pablo II –y luego reivindicado por el pontífice Francisco–, el que luchó en la revolución de su país, sigue activo en Nicaragua, país gobernado por un Daniel Ortega muy alejado de sus orígenes sandinistas. Cuando se le comenta al sacerdote que la tierra de Vasco de Quiroga está llena de dolor, él replica: “Como aquí”.
MANAGUA (Proceso).- El sacerdote Ernesto Cardenal Martínez se quitó la boina negra y se arrodilló para darle la bienvenida a Juan Pablo II en el aeropuerto Augusto C. Sandino de la capital nicaragüense. Pero el Papa lo humilló públicamente, dedo flamígero al aire: lo reprendió por formar parte del gobierno sandinista de Daniel Ortega. Era el 4 de marzo de 1983. Aunque faltaban seis años para la caída del Muro de Berlín, asomaba el final de la Guerra Fría. En México se cumplían siete meses de la nacionalización de la banca decretada por José López Portillo, las iglesias no existían jurídicamente; no había celular y las imágenes en los periódicos eran en blanco y negro. Eran los tiempos en que el gobierno se ensañó contra Proceso.
Desde entonces Cardenal tenía prohibido impartir los sacramentos católicos. Similar castigo le infligió la Inquisición al cura José María Morelos antes de su ejecución. A Cardenal le aniquilaron formalmente el sacerdocio, pero le agigantaron su liderazgo cívico. Treinta y cinco años después, el Papa Francisco corrigió la injusticia vaticana y lo rehabilitó. En el lugar de aquella bochornosa escena “bien premeditada por el Papa”, según confiesa Cardenal en sus memorias, empiezo a redactar este texto, mientras espero abordar mi vuelo de regreso a México. Hace unos minutos me despedí del poeta, teólogo, escritor y político que el próximo enero cumplirá 95 años. Cardenal es fuego de libertad en Latinoamérica.
Mi devoción por Vasco de Quiroga se topó con el poema “Tata Vasco”, esculpido por Cardenal “para que no se borrara su huella”. Acaba de reeditarlo el Fondo de Cultura Económica (Canto a México) en una nueva compilación. “Amo a México”, me dice con una sonrisa cómplice y la mirada alegre tras los cristales de sus anteojos. Esta lúcido y parece muy feliz. Le digo que la tierra de Don Vasco está llena de dolor y de inmediato me replica: “Como aquí”.
Quiroga fundó en el lago de Pátzcuaro los primeros hospitales de América, para comprometer a la Iglesia con el trabajo diario. Cardenal en el enorme lago Cocibolca, en la isla de Solentiname, levantó “un lugar de hospedaje” para practicar la acción contemplativa. A Quiroga lo inspiró la Utopía de Tomás Moro; a Cardenal, las conversaciones con su amigo Tomás Merton, del que aprendió que “la vida espiritual no estaba separada de ningún otro interés humano”.
Ni hospitales, ni escuelas, ni conventos, ni templos encerrados en sus cantos, rituales y ceremonias, repitiendo consignas sin contenido en la existencia terrenal. Cardenal ha sido una vida de contemplación y acción, su monasterio es interior y su vida, para los más desfavorecidos. “El evangelio de Solentiname” fue una revolucionaria prédica del pueblo a sus pastores, compilada por Cardenal. Pero ahora Solentiname es una herida: está embargada por el gobierno orteguista, por unos juicios contra Cardenal. Montaje puro, acoso, soberbia, intimidación.
¿Qué le pasó al Frente Sandinista de Liberación Nacional que se volvió un monstruo contra su poeta y pretende devorar a su gente? ¿Dónde se perdió aquella Revolución que conmovió al mundo? El presidente Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, gobiernan con una teología de la muerte donde antes los curas sandinistas intentaron hacer realidad la Teología de la Liberación. Adictos al poder y al dinero, tienen a su pueblo en un drama; y a su exministro de Cultura, azorado. En un poema inédito, “Con la puerta cerrada”, denuncia: “La revolución perdida/ en el actual régimen de terror y mentira/ la familia ha deforestado el país/ indefensos en la globalización”.
El discurso orteguista es una palabra “de cara al ayer”, sentenció hace años Sergio Ramírez en su novela-memoria Adiós muchachos. El afán mental de Daniel Ortega –a quien Ramírez acompañó como candidato a la vicepresidencia cuando el FSLN perdió y entregó el poder democráticamente en 1990– “es el de rescatar un mundo que ya no existe” mientras enajena la democracia, y coloca a las instituciones a su servicio personal. “Nostalgia por el paraíso perdido” mientras “vacía el Estado”, sentencia el Premio Cervantes 2017.
Peor que el somocismo
“La humanidad es capaz de lo más sublime y de lo más infame”, así me explica Cardenal esa mutación sandinista. En Nicaragua estamos en una “etapa de la infamia”, reclama parsimoniosamente, sin el más mínimo gesto de odio.
–¿Del sandinismo qué queda frente al orteguismo? –le pregunto.
–Queda la conciencia del pueblo, yo creo, pero tampoco en tiempo de Sandino hubo mucho sandinismo en Nicaragua, porque tampoco se podía.
–¿Ahorita estamos peor que con Somoza? –lo provoco.
–Estamos peor.
Y remata: “En el somocismo no fueron tan crueles”.
Efectivamente la represión volvió a Nicaragua.
“El orteguismo intensifica su asedio”, publicó el día que visité a Cardenal el diario La Prensa, quizá la única trinchera de libertad de expresión en Nicaragua, al reclamar que uno de sus reporteros fue retenido al regreso de cubrir una manifestación antigubernamental celebrada en Costa Rica.
Balazos, allanamientos domiciliarios y detenciones son, otra vez, las herramientas de gobierno. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos condenó el 21 de junio del año pasado un “recrudecimiento de la violencia” que no cesa y evidenció un “uso excesivo y arbitrario de la fuerza por parte de agentes estatales”.
En la rectoría de la Universidad Centroamericana (UCA), junto a la foto de monseñor Romero se guardan algunas piedras con las que grupos paramilitares atacaron a los estudiantes y maestros el año pasado para sofocar una manifestación pacífica contra el gobierno. Y recuerdan con dolor cómo “fueron cayendo muertos como pajaritos, bajo la estatua de San Ignacio de Loyola”, algunos estudiantes que protestaron en abril del 2018 contra unas reformas a la seguridad social nicaragüense, que pretendían cobrar impuestos a las pensiones de vejez.
Recuerdos vivos
Los jesuitas centroamericanos han pagado con sangre el encabezar las causas de justicia y libertad. Ahora, cuidar la “casa común” en Nicaragua es peligroso. Y en la UCA nicaragüense vuelven a salir en las conversaciones, con enorme aflicción, palabras terribles: “presos políticos”, “tortura”. Y también surge un anhelo: que México no nos abandone.
Luis Carrión Cruz, líder exguerrillero y uno de los nueve comandantes históricos del FSLN, me cuenta en un desayuno cómo se hizo del poder Daniel Ortega. Todas las decisiones del FSLN eran colectivas y su hermano Humberto lo propuso, porque era el que menos dividía, el que menos ambición mostraba y menos división causaba.
Carrión, ministro de Economía del gobierno sandinista, no es el único de “los históricos” que combate públicamente a Ortega; también está su propio hermano, Humberto, que llegó a ser ministro de Defensa, como consta en libro El Preso 198, de Fabián Medina Sánchez, valiente periodista, jefe de información de La Prensa.
–¿Valió la pena el sacrificio de la Revolución? –le pregunto a Carrión.
–La revolución era inevitable –contesta sin dudarlo, pero ataja inmediatamente: –El Frente Sandinista ya no existe.
–¿Y el sandinismo?
–Quedan en mucha gente valores y principios cultivados por el sandinismo.
La idea de justicia e igualdad es una cicatriz sandinista que sigue abierta, en un mundo donde triunfan el dinero y el mercado voraz.
El populismo es la política desordenada por encima de la economía; pero la política ordenada para el bienestar, por encima de la economía, es la democracia. Y eso lo supieron muchos cristianos que se tomaron en serio la doctrina social de la Iglesia y asumieron como causa de vida la primacía del bien común, el destino universal de los bienes y la utilidad social de la propiedad privada. El mercado no acaba de asumir su responsabilidad en la incubación de los populismos, ni hace nada por domar a la sociedad de oropel, espectáculo y consumo que Cardenal denunció con exquisita ironía desde 1962 en su poema-oración que redactó a la muerte de Marilyn Monroe.
Al mercado sin control no le interesa la igualdad, sólo la cantidad. Sólo lo mueve, dirá Cardenal en su “Epístola a José Coronel Urtecho”, “la parthenogénesis del dinero”. Y denunció: “El mundo-pecado es el sistema./ Un cambio de actitud es de estructuras. Obtener más ganancias para/ acumular más capital para/ obtener más ganancias para /y así hasta el infinito”.
El comandante Carrión se queja de las prácticas corruptas orteguistas para repartir privilegios a algunos empresarios a cambio de apoyo, sobre todo de la alianza con el expresidente Arnoldo Alemán, que facilitó una reforma a modo a la Constitución y la permanencia de Ortega en el poder. Algunos mercaderes en Nicaragua se quejan de la izquierda socialista, pero firman regalías y monopolios con la derecha.
Con la esperanza de construir una sociedad más humana, sublime y justa, Ernesto Cardenal felicitó al presidente López Obrador cuando triunfó en las elecciones. “Estoy extático por la noticia de un triunfo que es el triunfo de México, de nuestra América Latina y, en fin, de nuestro planeta”, le firmó el poeta.
“Yo soy proustiano y vivo de recuerdos”, le escribió Cardenal a Merton hace muchos años. Ahora que lo vi, estaba más vivo que nunca, con la memoria llena de recuerdos. “No me queda más que leer y escribir”, me dijo. Y señala su escritorio donde tiene tiras de papelitos escritos a máquina con letra courier clásica, llenos de palabras, para tejer nuevos poemas. También esculpe; en el pasillo había trozos de madera con varios cinceles y martillos, donde empezaban a brotar unos peces redondos, bajo la mirada de un árbol de mango y una pitaya en flor.
“En mi memoria de ese tiempo las imágenes son luminosas”, dice la escritora nicaragüense Gioconda Belli, en su libro de remembranzas El país bajo mi piel. Fueron tiempos heroicos, de martirio y misticismo. “Tiempo-eje” diría Karl Jaspers, donde las personas se formulan preguntas radicales y aspiran a su liberación y salvación. Los recuerdos de Ernesto Cardenal están en tres tomos editados por el Fondo de Cultura Económica.
Y todos esos recuerdos, todo ese pasado un día se volcará sobre el futuro de las relaciones entre México y Nicaragua. El Senado mexicano ratificó el miércoles pasado a Carmen Moreno Toscano como embajadora en Managua. El desafío es enorme. ¿México no dirá nada? ¿Se refugiará en su silencio diplomático? ¿En la ambigüedad frente al dolor? ¿Ninguna solidaridad frente a la autoridad moral de Ernesto Cardenal que ha llamado “dictador” a Daniel Ortega?
El régimen de López Portillo no es ningún ejemplo a seguir. Cardenal cuenta en sus memorias el apoyo que recibió de aquel “emperador Moctezuma”, incluidos 100 mil dólares que les entregó el presidente del PRI de aquellos tiempos, previo recibo de 200 mil dólares que los sandinistas tuvieron que suscribir.
Pero el gobierno lopezportillista, cuando apenas tenía un mes en el cargo Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa como canciller, rompió relaciones con Somoza. Nada de autodeterminación de los pueblos, nada de países no alineados. Era el 17 de junio de 1979. Un mes después, el 19 de julio, las columnas guerrilleras del FSLN entran triunfantes a Managua y toman la capital. Llegaron al zócalo, inundado hoy por árboles frívolos que en la noche iluminan de color la avenida Bolívar. Caro capricho de la vicepresidenta, que no le quita al centro de Managua una sensación de abandono. No tiene vida la casa presidencial, no impone autoridad; la catedral en ruinas no invoca a Dios; y el Palacio Nacional es un simple escenario para eventos de protocolo, no reina. ¿Volvió a Nicaragua el tiempo de las mazmorras?
La retórica del silencio
En aquel viaje del Papa Juan Pablo II a Nicaragua en 1983, cuando regañó a Ernesto Cardenal, también celebró una misa multitudinaria en Managua y en un hecho inusitado regañó a los 700 mil feligreses que gritaban “¡queremos la paz!” y pedían justicia para sus muertos. Reclamaban el cese de la guerra contrarrevolucionaria que seguía desangrando al país. Las protestas de la gente en plena misa iban creciendo, cuenta Ernesto Cardenal en La Revolución perdida que “el Papa cogió el micrófono y gritó a todo pulmón ‘¡Silencio!’, lo que irritó más al pueblo, que no estaba acostumbrado a que sus dirigentes le gritaran jamás”. El Papa volvió a gritar: ¡Silencio! ¡Silencio! Nadie le obedeció. “A medida que Juan Pablo II intensificaba su censura… aumentaba el clamor contestatario”, escribió aquel día Jesús Ceberio, entonces corresponsal y después director del periódico español El País. ¿México va a abrazar, ahora, aquel “silencio” decretado por Juan Pablo II, frente a un nuevo Daniel Ortega totalitario que tiene el control, junto a su esposa, de todas las instituciones del gobierno, incluidos el Ejército y la otrora ejemplar Policía Nacional? ¿Responderemos con mudez al delito en Nicaragua?
Lo más enigmático y poético de mi visita al padre Cardenal en su casa del barrio de Altamira ocurrió cuando le pregunté:
–¿Y la comunidad internacional los apoya?
Su respuesta fue poesía:
–Una “red de agujeros”, como decían en México los indígenas –soltó con un tono de melancolía.
Cardenal aludía a unos poemas nahuas recuperados por Miguel León Portilla en Visión de los vencidos, donde se rememora el dramatismo de la caída de México-Tenochtitlan. “Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,/ y era nuestra herencia una red de agujeros”. Eran los últimos días del imperio mexica.
En una “red de agujeros” está Nicaragua frente al despotismo de Daniel Ortega y su esposa, que buscará presentarse por octava ocasión como candidato a la Presidencia de su país. ¿Vamos a dejarlos golpear los muros de adobe sin respuesta? ¿Vamos a mirar sólo a Estados Unidos de Norteamérica? ¿Nos importa un rábano la patria de Rubén Darío?
Todavía en su cuarto, sencillo y austero, antes de despedirme, frente al pequeño escritorio con pedacitos de poema por entretejer, con una cama de hospital, un librero, y un sillón café donde lo vi. Internamente asumo el compromiso, como senador de la República, de no abandonar al pueblo nicaragüense y no aceptar “silencios”.
Y ahora, ya en la Ciudad de México, rezo con el padre Cardenal una de sus “Bienaventuranzas”, la primera:
Bienaventurado el hombre que no se guía por consignas del Partido
ni asiste a sus mítines
ni se sienta en la mesa con los gánsters
ni con los Generales en el Consejo de Guerra
Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano
ni delata a su compañero de colegio
Bienaventurado el hombre que no lee anuncios comerciales
ni escucha sus radios
ni cree en sus slogans
Será como un árbol plantado junto a una fuente.
Ernesto Cardenal Martínez acepta tomarse una foto conmigo. Esta vez pide su boina negra y se la pone sobre la cabeza, porque es una foto oficial, bromeamos.