Elena Poniatowska
La última vez que vi a mi linda, mi ferviente, mi dulce amiga poeta Minerva Margarita fue el 31 de agosto pasado en Oaxaca. Habíamos viajado a la Fundación Harp Helú oaxaqueña a escuchar a María Isabel Grañén Porrúa, quien recibió al consejo honorario de la Memoria Histórica y Cultural de México, encabezado por Beatriz Gutiérrez Müller.
Desayunamos en un pequeño hotel y Minerva Margarita, antes de tomar el avión de regreso, anunció: ‘‘Voy a hacer compras hasta en la tarde”. La vi bonita y contenta. Tenía entre las manos varios guajes pintados y le pregunté cómo iba a llevárselos: ‘‘Así, en una bolsa del mercado. Se van a ver padres en la sala de mi casa en Monterrey”.
–Quédate –me pidió–, quédate y nos vamos al mercado. Quiero poner mi casa muy oaxaqueña.
¿Por qué no me quedé? ¿Por qué el deber me esclaviza siempre?
Minerva Margarita fue una poeta muy reconocida y una excelente difusora cultural. José Emilio Pacheco la quiso mucho. Muy bonita, muy arreglada, sus labios muy rojos, sus pestañas muy pintadas, muy bien peinada, sus ojos grandes bajo su fleco, parecía una muñeca de porcelana o mejor dicho una herida luminosa como llamó a uno de sus libros de poesía. Era una dicha mirarla a través de una mesa o sentada frente a ella en un sofá y una dicha saberla amiga y oírla decir: ‘‘Espero que nuestra conversación nunca termine”. Volví a verla en Madrid; su tesis Amor y erotismo en la poesía de David Huerta para obtener la maestría en letras españolas fue muy festejada. Las revistas se la disputaban por su cultura y porque Minerva, además de gran poeta, era muy buena onda. Dirigía la Biblioteca y la Cátedra Alfonso Reyes en Monterrey y allá fuimos José Emilio y yo a dar alguna conferencia. También ella venía a México con su esposo o su hijo, hacedor de documentales.
Una tarde subía yo por elevador a un segundo piso de algún museo y de pronto, al abrirse la puerta metálica, vi ahí de pie, luminosa y atenta a Minerva Margarita Villarreal. Se miraba tan hermosa, tan entregada a la vida, que aún recuerdo su sonrisa y pensé: ‘‘Cada vez que vuelva a abrirse la puerta de un elevador, voy a recordar la expresión de cariño en el rostro de MinervaMargarita”.
‘‘Me dio cáncer tuve cáncer y estuve tocada por la muerte
Cáncer en el ovario derecho
Cáncer
Pero el sol vino a besarme.”
Cuando Minerva Margarita venía a México solía quedarse en un hotel en la avenida Álvaro Obregón, cercano a sus múltiples citas de trabajo. Atravesaba la ciudad en taxi para venir a Chimalistac. No le importaba que las cosas le costaran trabajo. No hablaba de su cáncer, jamás se quejó, aunque sí lo dijo en su poesía:
‘‘El aire / es tan intenso / esperando / mi muerte…”
‘‘El destino es una enorme piedra o el agua estancada en el pozo”, escribió también en El corazón más secreto y en La condición del cielo habló de lágrimas de luz. Y en Tálamo del ‘‘agua de sus labios, muerta de sed”.
¿Qué va a ser de la Capilla Alfonsina sin Minerva Margarita Villarreal? Nadie más estrechamente unida a don Alfonso que esta poeta, quien le hablaba de tú y emprendió el viaje antes de tiempo.