Refutan al Cardenal R. Sarah

(apro).-

Hay un refrán famoso que dice: “dondequiera se cuecen habas”. Es decir, en este mundo no hay lugar o persona que se escape en algún momento de la imperfección, el error, la falsedad.

Y aunque el ser humano es “polvo que piensa”, no deja de ser polvo y con frecuencia su pensar flaquea, yerra o de plano, se ausenta. Con la mira puesta ya en Navidad, escuela de reflexión personal y colectiva, escribo este artículo en un tiempo en que prevalece la irrealidad elevada a insensatez y para muchos “genialidad”.

I
Lo escribo en torno a declaraciones hechas por su eminencia el cardenal Robert Sarah a la publicación francesa “Valeurs Actualles” sobre migración y refugiados. Declaraciones realizadas a finales de marzo de este año y que hace días leí gracias a que un buen amigo me hizo conocerlas. Lo dicho a tal publicación por el señor cardenal Sarah desconcierta y entristece. Hace recordar palabras de buen humor de otro cardenal en el sentido de que a pesar de los cardenales, la Iglesia se mantiene incólume. Y así se mantiene gracias a su Fundador y a los mártires y santos.

Traigo a la memoria con la ayuda de Daniel Sargent, aquello que Tomás Moro dijo en Utopía: los utopienses recibieron la razón y la usan no obstante no haber recibido la luz de la Revelación. Y los cristianos que recibieron Fe y Razón, abusan de la primera y desusan la segunda. Así vapuleó Moro hace siglos a la Europa de su tiempo por “las diez mil insensateces, por el fracaso de esta república de la cristiandad al no ser razonable”.

Y siglos después, el teólogo alemán Von Balthasar, golpea a Occidente, con palabras fuertes en “Quién es Cristiano”. Dice él: que lo que faltó para evitar el ateísmo moderno es “una viva conciencia de fraternidad en lugar de una práctica religiosa farisea y cerrada al mundo; ¿para qué las sublimidades trascendentes, la atención al más allá, cuando las tareas cristianas las tiene uno ante las narices…”

Ahora procedo a citar algunas de esas declaraciones cardenalicias y a refutarlas con respeto a su alta investidura: “Es una falsa exégesis utilizar la Palabra de Dios para valorizar la migración…” Dios nunca ha querido estos desarraigos”. Una insólita declaración esa del cardenal Robert Sarah. Se olvida de que “Habló Yahvé a Moisés en los llanos de Moab: cuando hayáis pasado el Jordán…elegiréis ciudades que sean para vosotros ciudades de refugio… Estas ciudades os servirán de asilo contra el vengador de la sangre”. Se fundó el derecho de asilo para los que huían del “vengador de la sangre”.

Se olvida que la historia de los pueblos está hecha con la materia de las grandes migraciones. No se matiza, no se distingue entre tipos de migración. Y pensar, entre otras cosas, es relacionar, distinguir como lo señala el inolvidable sabio inglés John Henry Newman.

Hay una migración forzada por hambre, violencia como la de centroamericanos y mexicanos que anhelan llegar a los Estados Unidos. Como la de 4 millones de sirios obligados a huir de sus hogares devastados por un conflicto inducido, por una aberrante política internacional de un Occidente en decadencia: Alepo, por ejemplo, ciudad siria otrora pujante, hoy demolida física y moralmente.

Los que emigran forzados por aciagas circunstancias tampoco desean desarraigarse; se ven obligados a dejar sus terruños queridos. Juan XXIII, santo, en su Encíclica “Pacem in Terris” proclama el derecho de toda persona, cuando intervienen causas justas, “para poder emigrar y establecerse en otro país donde espere encontrar mejores condiciones de vida para ella y su familia”. ¡Qué contraste!

Y continúa el señor cardenal diciendo: “Tuvo que exiliarse -el pueblo judío-, pero Dios lo condujo de nuevo a su país. Cristo tuvo que huir de Herodes y refugiarse en Egipto, pero volvió a su país cuando Herodes murió”.

¿Y quién conducirá a los millones de refugiados sirios de nuevo a su país? ¿A un país en ruinas que sigue acosado? ¿Acaso las naciones poderosas que invaden países con pretextos infantiles e hipócritas como en el caso de Irak?

Y en el caso de los millones de seres humanos que huyeron y huyen de regímenes comunistas en busca de libertad como chinos, coreanos del norte y cubanos, ¿querrán acaso volver y perder su libertad? ¿Qué países ricos y libres de Occidente respondieron al llamado del saturado Hong Kong en los años sesenta del siglo pasado cuando la masiva emigración de chinos en fuga de la esclavitud y miseria maoísta? No hubo respuesta. Macao y Formosa apoyaron, pero ello no fue suficiente y muchos chinos infortunados fueron devueltos al infierno. ¿Eso se quiere ahora?

Esos refugiados en la miseria, obligados a emigrar, se ven abandonados hoy a su propia suerte, acorralados por perversidad, xenofobia, egoísmo o indiferencia de tantos gobiernos y pueblos. El deber, moral y jurídico, es brindar apoyo incondicional a esos refugiados en desgracia.

Una de las raíces del hecho migratorio es planteada con claridad por el economista T. Piketty: “La discusión debe establecerse en el contexto de la justicia económica y el combate contra la desigualdad y la discriminación. Innumerables estudios han demostrado que, para un mismo diploma, aquellos cuyos nombres tienen una consonancia árabe-musulmana a menudo no son invitados a una entrevista de trabajo…

Es hora de que todos aquellos que rechazan el pronóstico de choque entre el nacionalismo identitario y el globalismo elitista se reúnan y se unan en torno a un programa para la transformación económica. Si no logramos ir más allá de estas pequeñas disputas y viejos odios, entonces el odio que recuerda al fascismo bien podría ganar el día”.

Y sigue el cardenal Sarah: “Cada uno de nosotros debe vivir en su país. Como un árbol, cada uno tiene su terreno, su ambiente donde crece perfectamente. Más vale ayudar a las personas a crecer en su cultura que animarlas a venir a una Europa en plena decadencia”. El problema es que el árbol se ve forzado a dejar sus raíces porque su tierra ha sido arruinada por fuerzas exteriores y su ambiente envenenado por odio y violencia inducidos. Libia, Afganistán, Siria, Irak, ejemplos insobornables.

No se les brinda ayuda como veíamos, se les fuerza a buscar en Europa y en otros mundos un lugar para vivir con dignidad. Se les orilla a caer con frecuencia en manos de traficantes, de policías migratorias racistas, del odio de quienes debieran tender su mano solidaria al desamparado extranjero. Por desgracia no le queda de otra al migrante pobre que correr esos riesgos mortales. La responsabilidad histórica, moral y jurídica de esa catástrofe humanitaria es fundamentalmente de los provocadores occidentales del éxodo. Lo provocan y luego se rasgan las vestiduras.

II
Otra declaración del señor cardenal Sarah: “Todos los inmigrantes que llegan a Europa están hacinados, no tienen trabajo, ni dignidad… ¿Es esto lo que quiere la Iglesia? La Iglesia no puede colaborar en esta nueva forma de esclavitud en que se ha convertido la migración de masa”.

El deber de la Iglesia es recordar a Europa y al mundo su obligación de solidaridad mínima. Su obligación de respetar la dignidad de esos inmigrantes miserables forzados a buscar amparo, de cumplir con las normas humanitarias del derecho internacional.

La Iglesia está obligada a colaborar en que esa migración legítima por las circunstancias aciagas, goce de los derechos humanos consagrados por las normas jurídicas internacionales en base al derecho natural. Y ese deber lo está cumpliendo su Santidad el Papa Francisco con palabra y testimonio ejemplares, dignos del más alto encomio. Lo están cumpliendo obispos, sacerdotes, monjas, seglares católicos comprometidos con la Fe y su exigencia perentoria de caridad, de solidaridad.

La Iglesia no puede nunca convertirse en cómplice del un Occidente que reniega de su tradición grecolatina, de sus raíces judeo-cristianas. De un Occidente mezquino que ha convertido el hecho de la migración forzada en esclavitud.

Finalmente declara su eminencia: “Si Occidente continúa por este funesto camino, hay un gran riesgo de que, debido a la falta de natalidad, desaparezca, invadido por los extranjeros, como Roma fue invadida por los bárbaros… Dios ha dado una misión a Europa, que acogió al cristianismo… Si Europa desaparece, y con ella los valores inestimables del viejo continente, el islam invadirá el mundo y nuestra cultura, nuestra antropología y nuestra visión moral cambiarán totalmente”.

Europa no está desapareciendo a causa de la migración provocada por el arrogante, materialista y codicioso Occidente. Está naufragando porque Europa y Occidente, salvo honrosas excepciones, han dado la espalda, han abandonado los valores evangélicos que les dieron vida hace incontables siglos. La decadencia y colapso de las civilizaciones viene de dentro no de fuera, del cisma interno en el alma personal y colectiva como lo muestra Arnold Toynbee en su monumental Estudio de la Historia.

Lo que es hoy España estuvo bajo el yugo moro durante ocho siglos. Yugo que respetó cultura y religión locales, y cuyo último reducto fue abatido en Granada por Isabel la Católica, reina sin par, en enero de 1492. En la ciudad siria de Alepo, por ejemplo, los católicos eran y son tratados -los que quedan- con respeto y tolerancia por la moderada mayoría musulmana.

Además, los refugiados pobres que logran llegar a Europa y sus costas, al margen de su religión, son seres humanos en desgracia. Son bebés, niños, mujeres, ancianos expulsados por el horror de la violencia y el hambre y la desesperación. El deber de toda persona cristiana de buena voluntad es el de acogerlos fraternalmente. Negarles la mano franca, bajo cualquier pretexto, es traicionar el mandamiento fundamental del cristianismo: amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.

Deseo a los amables lectores lo mejor en las venideras fiestas de Navidad y Año Nuevo. Estaré de vacaciones. Volveré a escribir en enero próximo si hay vida y licencia. Hasta pronto y muchas gracias.

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