Santiago Torrado
El País
Con sus tepuyes tapizados de selva y salpicados por miles de pinturas rupestres, Chiribiquete se mantuvo durante siglos aislado, a salvo de la voraz deforestación que hoy lo asedia.
Así, como un secreto bien guardado, también intentó preservarlo por décadas Carlos Castaño-Uribe, el antropólogo que ha dedicado su vida a investigar y proteger el mayor parque natural de Colombia, declarado el año pasado patrimonio cultural y natural de la humanidad. Pero Chiribiquete ya no es ningún secreto. Su guardián –que le huye a la etiqueta de “descubridor”– ahora se esmera en que los colombianos, sin visitarlo, reconozcan el inmenso valor de este paraje en el corazón de la Amazonía.
“Más que en la ciencia, porque no tenemos el tiempo, o en las instituciones, la mayor fortaleza para proteger Chiribiquete está hoy en la opinión pública”, afirma Castaño-Uribe, entusiasmado, sobre Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar, el mayor estudio sobre este parque natural único en el planeta que acaba de publicar. Las ganancias del libro, ilustrado con centenares de imágenes, irán enteramente a su cuidado. Con el apoyo de Sura, se entregó a la tarea de escribir sobre un lugar donde habitan 500 especies de aves, 60 de reptiles y otras tantas de anfibios, murciélagos, mariposas y, por supuesto, el jaguar. Muchas de esas especies, con el emblemático felino en un lugar privilegiado, están representadas en los milenarios diseños que cubren las paredes de roca. “Aquí están cifrados algunos elementos que van a permitir afianzar la idea de una nacionalidad”, sostiene categórico. “En buena parte del Neotrópico, que es mi teoría, tenemos un sustrato común que está muy ligado a todo este lenguaje codificado”.
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas.ampliar
Hace más de 30 años, como director de los parques naturales de Colombia, Castaño-Uribe se proponía visitar Amacayacu, en el extremo sur del país. Cuando salían de San José del Guaviare en una avioneta muy pequeña, los sorprendió una enorme tormenta que los obligó a desviarse. Fue entonces cuando apareció en el horizonte una majestuosa serranía, desconocida hasta entonces. Ante sus ojos se elevaban, en medio de la selva, los imponentes tepuyes, mesetas abruptas características del escudo guayanés. “Era un mundo perdido, en la dimensión absoluta de su palabra. Lo recuerdo como si fuera hoy con enorme intensidad”, rememora en diálogo con EL PAÍS. Cuando repasa la fortuna de encontrarse de frente con ese lugar, y todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún se sorprende. Por momentos, asume un tono casi místico. “No he dejado de pensar que quizá no fue tan fortuito que yo pudiera llegar a este sitio. Me cuesta mucho trabajo como científico entrar en esta esfera de lo que no puedo explicar, pero Chiribiquete da para eso y mucho más”.
Enclavado entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, su singular cadena montañosa surge en medio de la planicie amazónica, la región más biodiversa del mundo. Es un paraje aislado, remoto, inexpugnable durante las largas décadas de conflicto armado que Colombia quiere dejar atrás. “Era el gran anhelo para cualquier servicio de parques nacionales, tener un área en ese estado de conservación como estaba Chiribiquete, intacto y totalmente desconocido”, rememora con brillo en los ojos.
Tras un par de años de sobrevuelos exploratorios, fue declarado parque natural en 1989, pero solo hasta 1990 pudo organizar una primera expedición. Con su equipo, se lanzaron desde un helicóptero al río Ajajú en un bote inflable, y desde allí divisó con sus binóculos un manchón rojo en una roca muy distante que le llamó la atención. Caminó durante horas en medio de la selva y escaló cientos de metros para toparse con la pintura de dos jaguares mirándose de frente. Bautizó esa pared de unos 120 metros, con más de cinco mil pinturas que pasaron el resto del día contemplando, como el Abrigo de los Jaguares. El primero de los 65 encontrados en las ocho expediciones formales que se han organizado hasta hoy.
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Ese mundo perdido todavía se reservaba sorpresas. En otras expediciones lograron excavar en un par de ocasiones. Las capas de carbón les permitieron asociar las pinturas –y la presencia humana– a fechas concretas. Los resultados arrojaron datos tan antiguos como 19.000 años, de manera que el lugar también encierra claves sobre los primeros pobladores del continente. A eso se sumó la evidencia sobre pueblos no contactados, así que los expertos involucrados acordaron no publicitar demasiado los hallazgos en Chiribiquete, rebajar las expectativas para mantenerlo a salvo. Rechazaron con cortesía las solicitudes de documentalistas al tiempo que trabajaban para ampliar el área protegida y lograr su reconocimiento como patrimonio de la humanidad.
Esos hitos llegaron en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), quien duplicó el área del parque en 2013 hasta casi 2,7 millones de hectáreas, y poco antes de entregar el poder, casi al mismo tiempo que la declaratoria de la Unesco, lo amplió una vez más hasta 4,3 millones de hectáreas. El sigilo ya no era posible. El lanzamiento en 2015 de un popular documental, Colombia Magia Salvaje, y la firma a finales de 2016 del acuerdo de paz con las FARC, que permitió acceder a rincones de Colombia antes vedados, dejaron a Chiribiquete en una posición más vulnerable. La estrategia de conservación se debía replantear. Había que contar la historia de la mejor manera, pues nadie ayuda a cuidar lo que no conoce. Empujado por su hija María José, Castaño-Uribe se volcó a divulgar las maravillas que lleva décadas escudriñando, y a ganar aliados. “La ciudadanía se puede empoderar en la defensa de los parques nacionales”, afirma con convicción.
on sus tepuyes tapizados de selva y salpicados por miles de pinturas rupestres, Chiribiquete se mantuvo durante siglos aislado, a salvo de la voraz deforestación que hoy lo asedia. Así, como un secreto bien guardado, también intentó preservarlo por décadas Carlos Castaño-Uribe, el antropólogo que ha dedicado su vida a investigar y proteger el mayor parque natural de Colombia, declarado el año pasado patrimonio cultural y natural de la humanidad. Pero Chiribiquete ya no es ningún secreto. Su guardián –que le huye a la etiqueta de “descubridor”– ahora se esmera en que los colombianos, sin visitarlo, reconozcan el inmenso valor de este paraje en el corazón de la Amazonía.
“Más que en la ciencia, porque no tenemos el tiempo, o en las instituciones, la mayor fortaleza para proteger Chiribiquete está hoy en la opinión pública”, afirma Castaño-Uribe, entusiasmado, sobre Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar, el mayor estudio sobre este parque natural único en el planeta que acaba de publicar. Las ganancias del libro, ilustrado con centenares de imágenes, irán enteramente a su cuidado. Con el apoyo de Sura, se entregó a la tarea de escribir sobre un lugar donde habitan 500 especies de aves, 60 de reptiles y otras tantas de anfibios, murciélagos, mariposas y, por supuesto, el jaguar. Muchas de esas especies, con el emblemático felino en un lugar privilegiado, están representadas en los milenarios diseños que cubren las paredes de roca. “Aquí están cifrados algunos elementos que van a permitir afianzar la idea de una nacionalidad”, sostiene categórico. “En buena parte del Neotrópico, que es mi teoría, tenemos un sustrato común que está muy ligado a todo este lenguaje codificado”.
Hace más de 30 años, como director de los parques naturales de Colombia, Castaño-Uribe se proponía visitar Amacayacu, en el extremo sur del país. Cuando salían de San José del Guaviare en una avioneta muy pequeña, los sorprendió una enorme tormenta que los obligó a desviarse. Fue entonces cuando apareció en el horizonte una majestuosa serranía, desconocida hasta entonces. Ante sus ojos se elevaban, en medio de la selva, los imponentes tepuyes, mesetas abruptas características del escudo guayanés. “Era un mundo perdido, en la dimensión absoluta de su palabra. Lo recuerdo como si fuera hoy con enorme intensidad”, rememora en diálogo con EL PAÍS. Cuando repasa la fortuna de encontrarse de frente con ese lugar, y todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún se sorprende. Por momentos, asume un tono casi místico. “No he dejado de pensar que quizá no fue tan fortuito que yo pudiera llegar a este sitio. Me cuesta mucho trabajo como científico entrar en esta esfera de lo que no puedo explicar, pero Chiribiquete da para eso y mucho más”.
Enclavado entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, su singular cadena montañosa surge en medio de la planicie amazónica, la región más biodiversa del mundo. Es un paraje aislado, remoto, inexpugnable durante las largas décadas de conflicto armado que Colombia quiere dejar atrás. “Era el gran anhelo para cualquier servicio de parques nacionales, tener un área en ese estado de conservación como estaba Chiribiquete, intacto y totalmente desconocido”, rememora con brillo en los ojos.
Tras un par de años de sobrevuelos exploratorios, fue declarado parque natural en 1989, pero solo hasta 1990 pudo organizar una primera expedición. Con su equipo, se lanzaron desde un helicóptero al río Ajajú en un bote inflable, y desde allí divisó con sus binóculos un manchón rojo en una roca muy distante que le llamó la atención. Caminó durante horas en medio de la selva y escaló cientos de metros para toparse con la pintura de dos jaguares mirándose de frente. Bautizó esa pared de unos 120 metros, con más de cinco mil pinturas que pasaron el resto del día contemplando, como el Abrigo de los Jaguares. El primero de los 65 encontrados en las ocho expediciones formales que se han organizado hasta hoy.
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Ese mundo perdido todavía se reservaba sorpresas. En otras expediciones lograron excavar en un par de ocasiones. Las capas de carbón les permitieron asociar las pinturas –y la presencia humana– a fechas concretas. Los resultados arrojaron datos tan antiguos como 19.000 años, de manera que el lugar también encierra claves sobre los primeros pobladores del continente. A eso se sumó la evidencia sobre pueblos no contactados, así que los expertos involucrados acordaron no publicitar demasiado los hallazgos en Chiribiquete, rebajar las expectativas para mantenerlo a salvo. Rechazaron con cortesía las solicitudes de documentalistas al tiempo que trabajaban para ampliar el área protegida y lograr su reconocimiento como patrimonio de la humanidad.
Esos hitos llegaron en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), quien duplicó el área del parque en 2013 hasta casi 2,7 millones de hectáreas, y poco antes de entregar el poder, casi al mismo tiempo que la declaratoria de la Unesco, lo amplió una vez más hasta 4,3 millones de hectáreas. El sigilo ya no era posible. El lanzamiento en 2015 de un popular documental, Colombia Magia Salvaje, y la firma a finales de 2016 del acuerdo de paz con las FARC, que permitió acceder a rincones de Colombia antes vedados, dejaron a Chiribiquete en una posición más vulnerable. La estrategia de conservación se debía replantear. Había que contar la historia de la mejor manera, pues nadie ayuda a cuidar lo que no conoce. Empujado por su hija María José, Castaño-Uribe se volcó a divulgar las maravillas que lleva décadas escudriñando, y a ganar aliados. “La ciudadanía se puede empoderar en la defensa de los parques nacionales”, afirma con convicción.
Con sus tepuyes tapizados de selva y salpicados por miles de pinturas rupestres, Chiribiquete se mantuvo durante siglos aislado, a salvo de la voraz deforestación que hoy lo asedia. Así, como un secreto bien guardado, también intentó preservarlo por décadas Carlos Castaño-Uribe, el antropólogo que ha dedicado su vida a investigar y proteger el mayor parque natural de Colombia, declarado el año pasado patrimonio cultural y natural de la humanidad. Pero Chiribiquete ya no es ningún secreto. Su guardián –que le huye a la etiqueta de “descubridor”– ahora se esmera en que los colombianos, sin visitarlo, reconozcan el inmenso valor de este paraje en el corazón de la Amazonía.
“Más que en la ciencia, porque no tenemos el tiempo, o en las instituciones, la mayor fortaleza para proteger Chiribiquete está hoy en la opinión pública”, afirma Castaño-Uribe, entusiasmado, sobre Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar, el mayor estudio sobre este parque natural único en el planeta que acaba de publicar. Las ganancias del libro, ilustrado con centenares de imágenes, irán enteramente a su cuidado. Con el apoyo de Sura, se entregó a la tarea de escribir sobre un lugar donde habitan 500 especies de aves, 60 de reptiles y otras tantas de anfibios, murciélagos, mariposas y, por supuesto, el jaguar. Muchas de esas especies, con el emblemático felino en un lugar privilegiado, están representadas en los milenarios diseños que cubren las paredes de roca. “Aquí están cifrados algunos elementos que van a permitir afianzar la idea de una nacionalidad”, sostiene categórico. “En buena parte del Neotrópico, que es mi teoría, tenemos un sustrato común que está muy ligado a todo este lenguaje codificado”.
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas.ampliar foto
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Hace más de 30 años, como director de los parques naturales de Colombia, Castaño-Uribe se proponía visitar Amacayacu, en el extremo sur del país. Cuando salían de San José del Guaviare en una avioneta muy pequeña, los sorprendió una enorme tormenta que los obligó a desviarse. Fue entonces cuando apareció en el horizonte una majestuosa serranía, desconocida hasta entonces. Ante sus ojos se elevaban, en medio de la selva, los imponentes tepuyes, mesetas abruptas características del escudo guayanés. “Era un mundo perdido, en la dimensión absoluta de su palabra. Lo recuerdo como si fuera hoy con enorme intensidad”, rememora en diálogo con EL PAÍS. Cuando repasa la fortuna de encontrarse de frente con ese lugar, y todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún se sorprende. Por momentos, asume un tono casi místico. “No he dejado de pensar que quizá no fue tan fortuito que yo pudiera llegar a este sitio. Me cuesta mucho trabajo como científico entrar en esta esfera de lo que no puedo explicar, pero Chiribiquete da para eso y mucho más”.
Enclavado entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, su singular cadena montañosa surge en medio de la planicie amazónica, la región más biodiversa del mundo. Es un paraje aislado, remoto, inexpugnable durante las largas décadas de conflicto armado que Colombia quiere dejar atrás. “Era el gran anhelo para cualquier servicio de parques nacionales, tener un área en ese estado de conservación como estaba Chiribiquete, intacto y totalmente desconocido”, rememora con brillo en los ojos.
Tras un par de años de sobrevuelos exploratorios, fue declarado parque natural en 1989, pero solo hasta 1990 pudo organizar una primera expedición. Con su equipo, se lanzaron desde un helicóptero al río Ajajú en un bote inflable, y desde allí divisó con sus binóculos un manchón rojo en una roca muy distante que le llamó la atención. Caminó durante horas en medio de la selva y escaló cientos de metros para toparse con la pintura de dos jaguares mirándose de frente. Bautizó esa pared de unos 120 metros, con más de cinco mil pinturas que pasaron el resto del día contemplando, como el Abrigo de los Jaguares. El primero de los 65 encontrados en las ocho expediciones formales que se han organizado hasta hoy.
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar.ampliar foto
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Ese mundo perdido todavía se reservaba sorpresas. En otras expediciones lograron excavar en un par de ocasiones. Las capas de carbón les permitieron asociar las pinturas –y la presencia humana– a fechas concretas. Los resultados arrojaron datos tan antiguos como 19.000 años, de manera que el lugar también encierra claves sobre los primeros pobladores del continente. A eso se sumó la evidencia sobre pueblos no contactados, así que los expertos involucrados acordaron no publicitar demasiado los hallazgos en Chiribiquete, rebajar las expectativas para mantenerlo a salvo. Rechazaron con cortesía las solicitudes de documentalistas al tiempo que trabajaban para ampliar el área protegida y lograr su reconocimiento como patrimonio de la humanidad.
Esos hitos llegaron en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), quien duplicó el área del parque en 2013 hasta casi 2,7 millones de hectáreas, y poco antes de entregar el poder, casi al mismo tiempo que la declaratoria de la Unesco, lo amplió una vez más hasta 4,3 millones de hectáreas. El sigilo ya no era posible. El lanzamiento en 2015 de un popular documental, Colombia Magia Salvaje, y la firma a finales de 2016 del acuerdo de paz con las FARC, que permitió acceder a rincones de Colombia antes vedados, dejaron a Chiribiquete en una posición más vulnerable. La estrategia de conservación se debía replantear. Había que contar la historia de la mejor manera, pues nadie ayuda a cuidar lo que no conoce. Empujado por su hija María José, Castaño-Uribe se volcó a divulgar las maravillas que lleva décadas escudriñando, y a ganar aliados. “La ciudadanía se puede empoderar en la defensa de los parques nacionales”, afirma con convicción.
on sus tepuyes tapizados de selva y salpicados por miles de pinturas rupestres, Chiribiquete se mantuvo durante siglos aislado, a salvo de la voraz deforestación que hoy lo asedia. Así, como un secreto bien guardado, también intentó preservarlo por décadas Carlos Castaño-Uribe, el antropólogo que ha dedicado su vida a investigar y proteger el mayor parque natural de Colombia, declarado el año pasado patrimonio cultural y natural de la humanidad. Pero Chiribiquete ya no es ningún secreto. Su guardián –que le huye a la etiqueta de “descubridor”– ahora se esmera en que los colombianos, sin visitarlo, reconozcan el inmenso valor de este paraje en el corazón de la Amazonía.
“Más que en la ciencia, porque no tenemos el tiempo, o en las instituciones, la mayor fortaleza para proteger Chiribiquete está hoy en la opinión pública”, afirma Castaño-Uribe, entusiasmado, sobre Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar, el mayor estudio sobre este parque natural único en el planeta que acaba de publicar. Las ganancias del libro, ilustrado con centenares de imágenes, irán enteramente a su cuidado. Con el apoyo de Sura, se entregó a la tarea de escribir sobre un lugar donde habitan 500 especies de aves, 60 de reptiles y otras tantas de anfibios, murciélagos, mariposas y, por supuesto, el jaguar. Muchas de esas especies, con el emblemático felino en un lugar privilegiado, están representadas en los milenarios diseños que cubren las paredes de roca. “Aquí están cifrados algunos elementos que van a permitir afianzar la idea de una nacionalidad”, sostiene categórico. “En buena parte del Neotrópico, que es mi teoría, tenemos un sustrato común que está muy ligado a todo este lenguaje codificado”.
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas.ampliar foto
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Hace más de 30 años, como director de los parques naturales de Colombia, Castaño-Uribe se proponía visitar Amacayacu, en el extremo sur del país. Cuando salían de San José del Guaviare en una avioneta muy pequeña, los sorprendió una enorme tormenta que los obligó a desviarse. Fue entonces cuando apareció en el horizonte una majestuosa serranía, desconocida hasta entonces. Ante sus ojos se elevaban, en medio de la selva, los imponentes tepuyes, mesetas abruptas características del escudo guayanés. “Era un mundo perdido, en la dimensión absoluta de su palabra. Lo recuerdo como si fuera hoy con enorme intensidad”, rememora en diálogo con EL PAÍS. Cuando repasa la fortuna de encontrarse de frente con ese lugar, y todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún se sorprende. Por momentos, asume un tono casi místico. “No he dejado de pensar que quizá no fue tan fortuito que yo pudiera llegar a este sitio. Me cuesta mucho trabajo como científico entrar en esta esfera de lo que no puedo explicar, pero Chiribiquete da para eso y mucho más”.
Enclavado entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, su singular cadena montañosa surge en medio de la planicie amazónica, la región más biodiversa del mundo. Es un paraje aislado, remoto, inexpugnable durante las largas décadas de conflicto armado que Colombia quiere dejar atrás. “Era el gran anhelo para cualquier servicio de parques nacionales, tener un área en ese estado de conservación como estaba Chiribiquete, intacto y totalmente desconocido”, rememora con brillo en los ojos.
Tras un par de años de sobrevuelos exploratorios, fue declarado parque natural en 1989, pero solo hasta 1990 pudo organizar una primera expedición. Con su equipo, se lanzaron desde un helicóptero al río Ajajú en un bote inflable, y desde allí divisó con sus binóculos un manchón rojo en una roca muy distante que le llamó la atención. Caminó durante horas en medio de la selva y escaló cientos de metros para toparse con la pintura de dos jaguares mirándose de frente. Bautizó esa pared de unos 120 metros, con más de cinco mil pinturas que pasaron el resto del día contemplando, como el Abrigo de los Jaguares. El primero de los 65 encontrados en las ocho expediciones formales que se han organizado hasta hoy.
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar.ampliar foto
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Ese mundo perdido todavía se reservaba sorpresas. En otras expediciones lograron excavar en un par de ocasiones. Las capas de carbón les permitieron asociar las pinturas –y la presencia humana– a fechas concretas. Los resultados arrojaron datos tan antiguos como 19.000 años, de manera que el lugar también encierra claves sobre los primeros pobladores del continente. A eso se sumó la evidencia sobre pueblos no contactados, así que los expertos involucrados acordaron no publicitar demasiado los hallazgos en Chiribiquete, rebajar las expectativas para mantenerlo a salvo. Rechazaron con cortesía las solicitudes de documentalistas al tiempo que trabajaban para ampliar el área protegida y lograr su reconocimiento como patrimonio de la humanidad.
Esos hitos llegaron en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), quien duplicó el área del parque en 2013 hasta casi 2,7 millones de hectáreas, y poco antes de entregar el poder, casi al mismo tiempo que la declaratoria de la Unesco, lo amplió una vez más hasta 4,3 millones de hectáreas. El sigilo ya no era posible. El lanzamiento en 2015 de un popular documental, Colombia Magia Salvaje, y la firma a finales de 2016 del acuerdo de paz con las FARC, que permitió acceder a rincones de Colombia antes vedados, dejaron a Chiribiquete en una posición más vulnerable. La estrategia de conservación se debía replantear. Había que contar la historia de la mejor manera, pues nadie ayuda a cuidar lo que no conoce. Empujado por su hija María José, Castaño-Uribe se volcó a divulgar las maravillas que lleva décadas escudriñando, y a ganar aliados. “La ciudadanía se puede empoderar en la defensa de los parques nacionales”, afirma con convicción.
on sus tepuyes tapizados de selva y salpicados por miles de pinturas rupestres, Chiribiquete se mantuvo durante siglos aislado, a salvo de la voraz deforestación que hoy lo asedia. Así, como un secreto bien guardado, también intentó preservarlo por décadas Carlos Castaño-Uribe, el antropólogo que ha dedicado su vida a investigar y proteger el mayor parque natural de Colombia, declarado el año pasado patrimonio cultural y natural de la humanidad. Pero Chiribiquete ya no es ningún secreto. Su guardián –que le huye a la etiqueta de “descubridor”– ahora se esmera en que los colombianos, sin visitarlo, reconozcan el inmenso valor de este paraje en el corazón de la Amazonía.
“Más que en la ciencia, porque no tenemos el tiempo, o en las instituciones, la mayor fortaleza para proteger Chiribiquete está hoy en la opinión pública”, afirma Castaño-Uribe, entusiasmado, sobre Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar, el mayor estudio sobre este parque natural único en el planeta que acaba de publicar. Las ganancias del libro, ilustrado con centenares de imágenes, irán enteramente a su cuidado. Con el apoyo de Sura, se entregó a la tarea de escribir sobre un lugar donde habitan 500 especies de aves, 60 de reptiles y otras tantas de anfibios, murciélagos, mariposas y, por supuesto, el jaguar. Muchas de esas especies, con el emblemático felino en un lugar privilegiado, están representadas en los milenarios diseños que cubren las paredes de roca. “Aquí están cifrados algunos elementos que van a permitir afianzar la idea de una nacionalidad”, sostiene categórico. “En buena parte del Neotrópico, que es mi teoría, tenemos un sustrato común que está muy ligado a todo este lenguaje codificado”.
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas.ampliar foto
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Hace más de 30 años, como director de los parques naturales de Colombia, Castaño-Uribe se proponía visitar Amacayacu, en el extremo sur del país. Cuando salían de San José del Guaviare en una avioneta muy pequeña, los sorprendió una enorme tormenta que los obligó a desviarse. Fue entonces cuando apareció en el horizonte una majestuosa serranía, desconocida hasta entonces. Ante sus ojos se elevaban, en medio de la selva, los imponentes tepuyes, mesetas abruptas características del escudo guayanés. “Era un mundo perdido, en la dimensión absoluta de su palabra. Lo recuerdo como si fuera hoy con enorme intensidad”, rememora en diálogo con EL PAÍS. Cuando repasa la fortuna de encontrarse de frente con ese lugar, y todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún se sorprende. Por momentos, asume un tono casi místico. “No he dejado de pensar que quizá no fue tan fortuito que yo pudiera llegar a este sitio. Me cuesta mucho trabajo como científico entrar en esta esfera de lo que no puedo explicar, pero Chiribiquete da para eso y mucho más”.
Enclavado entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, su singular cadena montañosa surge en medio de la planicie amazónica, la región más biodiversa del mundo. Es un paraje aislado, remoto, inexpugnable durante las largas décadas de conflicto armado que Colombia quiere dejar atrás. “Era el gran anhelo para cualquier servicio de parques nacionales, tener un área en ese estado de conservación como estaba Chiribiquete, intacto y totalmente desconocido”, rememora con brillo en los ojos.
Tras un par de años de sobrevuelos exploratorios, fue declarado parque natural en 1989, pero solo hasta 1990 pudo organizar una primera expedición. Con su equipo, se lanzaron desde un helicóptero al río Ajajú en un bote inflable, y desde allí divisó con sus binóculos un manchón rojo en una roca muy distante que le llamó la atención. Caminó durante horas en medio de la selva y escaló cientos de metros para toparse con la pintura de dos jaguares mirándose de frente. Bautizó esa pared de unos 120 metros, con más de cinco mil pinturas que pasaron el resto del día contemplando, como el Abrigo de los Jaguares. El primero de los 65 encontrados en las ocho expediciones formales que se han organizado hasta hoy.
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar.ampliar foto
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Ese mundo perdido todavía se reservaba sorpresas. En otras expediciones lograron excavar en un par de ocasiones. Las capas de carbón les permitieron asociar las pinturas –y la presencia humana– a fechas concretas. Los resultados arrojaron datos tan antiguos como 19.000 años, de manera que el lugar también encierra claves sobre los primeros pobladores del continente. A eso se sumó la evidencia sobre pueblos no contactados, así que los expertos involucrados acordaron no publicitar demasiado los hallazgos en Chiribiquete, rebajar las expectativas para mantenerlo a salvo. Rechazaron con cortesía las solicitudes de documentalistas al tiempo que trabajaban para ampliar el área protegida y lograr su reconocimiento como patrimonio de la humanidad.
Esos hitos llegaron en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), quien duplicó el área del parque en 2013 hasta casi 2,7 millones de hectáreas, y poco antes de entregar el poder, casi al mismo tiempo que la declaratoria de la Unesco, lo amplió una vez más hasta 4,3 millones de hectáreas. El sigilo ya no era posible. El lanzamiento en 2015 de un popular documental, Colombia Magia Salvaje, y la firma a finales de 2016 del acuerdo de paz con las FARC, que permitió acceder a rincones de Colombia antes vedados, dejaron a Chiribiquete en una posición más vulnerable. La estrategia de conservación se debía replantear. Había que contar la historia de la mejor manera, pues nadie ayuda a cuidar lo que no conoce. Empujado por su hija María José, Castaño-Uribe se volcó a divulgar las maravillas que lleva décadas escudriñando, y a ganar aliados. “La ciudadanía se puede empoderar en la defensa de los parques nacionales”, afirma con convicción.
on sus tepuyes tapizados de selva y salpicados por miles de pinturas rupestres, Chiribiquete se mantuvo durante siglos aislado, a salvo de la voraz deforestación que hoy lo asedia. Así, como un secreto bien guardado, también intentó preservarlo por décadas Carlos Castaño-Uribe, el antropólogo que ha dedicado su vida a investigar y proteger el mayor parque natural de Colombia, declarado el año pasado patrimonio cultural y natural de la humanidad. Pero Chiribiquete ya no es ningún secreto. Su guardián –que le huye a la etiqueta de “descubridor”– ahora se esmera en que los colombianos, sin visitarlo, reconozcan el inmenso valor de este paraje en el corazón de la Amazonía.
“Más que en la ciencia, porque no tenemos el tiempo, o en las instituciones, la mayor fortaleza para proteger Chiribiquete está hoy en la opinión pública”, afirma Castaño-Uribe, entusiasmado, sobre Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar, el mayor estudio sobre este parque natural único en el planeta que acaba de publicar. Las ganancias del libro, ilustrado con centenares de imágenes, irán enteramente a su cuidado. Con el apoyo de Sura, se entregó a la tarea de escribir sobre un lugar donde habitan 500 especies de aves, 60 de reptiles y otras tantas de anfibios, murciélagos, mariposas y, por supuesto, el jaguar. Muchas de esas especies, con el emblemático felino en un lugar privilegiado, están representadas en los milenarios diseños que cubren las paredes de roca. “Aquí están cifrados algunos elementos que van a permitir afianzar la idea de una nacionalidad”, sostiene categórico. “En buena parte del Neotrópico, que es mi teoría, tenemos un sustrato común que está muy ligado a todo este lenguaje codificado”.
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas.ampliar foto
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Hace más de 30 años, como director de los parques naturales de Colombia, Castaño-Uribe se proponía visitar Amacayacu, en el extremo sur del país. Cuando salían de San José del Guaviare en una avioneta muy pequeña, los sorprendió una enorme tormenta que los obligó a desviarse. Fue entonces cuando apareció en el horizonte una majestuosa serranía, desconocida hasta entonces. Ante sus ojos se elevaban, en medio de la selva, los imponentes tepuyes, mesetas abruptas características del escudo guayanés. “Era un mundo perdido, en la dimensión absoluta de su palabra. Lo recuerdo como si fuera hoy con enorme intensidad”, rememora en diálogo con EL PAÍS. Cuando repasa la fortuna de encontrarse de frente con ese lugar, y todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún se sorprende. Por momentos, asume un tono casi místico. “No he dejado de pensar que quizá no fue tan fortuito que yo pudiera llegar a este sitio. Me cuesta mucho trabajo como científico entrar en esta esfera de lo que no puedo explicar, pero Chiribiquete da para eso y mucho más”.
Enclavado entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, su singular cadena montañosa surge en medio de la planicie amazónica, la región más biodiversa del mundo. Es un paraje aislado, remoto, inexpugnable durante las largas décadas de conflicto armado que Colombia quiere dejar atrás. “Era el gran anhelo para cualquier servicio de parques nacionales, tener un área en ese estado de conservación como estaba Chiribiquete, intacto y totalmente desconocido”, rememora con brillo en los ojos.
Tras un par de años de sobrevuelos exploratorios, fue declarado parque natural en 1989, pero solo hasta 1990 pudo organizar una primera expedición. Con su equipo, se lanzaron desde un helicóptero al río Ajajú en un bote inflable, y desde allí divisó con sus binóculos un manchón rojo en una roca muy distante que le llamó la atención. Caminó durante horas en medio de la selva y escaló cientos de metros para toparse con la pintura de dos jaguares mirándose de frente. Bautizó esa pared de unos 120 metros, con más de cinco mil pinturas que pasaron el resto del día contemplando, como el Abrigo de los Jaguares. El primero de los 65 encontrados en las ocho expediciones formales que se han organizado hasta hoy.
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar.ampliar foto
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Ese mundo perdido todavía se reservaba sorpresas. En otras expediciones lograron excavar en un par de ocasiones. Las capas de carbón les permitieron asociar las pinturas –y la presencia humana– a fechas concretas. Los resultados arrojaron datos tan antiguos como 19.000 años, de manera que el lugar también encierra claves sobre los primeros pobladores del continente. A eso se sumó la evidencia sobre pueblos no contactados, así que los expertos involucrados acordaron no publicitar demasiado los hallazgos en Chiribiquete, rebajar las expectativas para mantenerlo a salvo. Rechazaron con cortesía las solicitudes de documentalistas al tiempo que trabajaban para ampliar el área protegida y lograr su reconocimiento como patrimonio de la humanidad.
Esos hitos llegaron en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), quien duplicó el área del parque en 2013 hasta casi 2,7 millones de hectáreas, y poco antes de entregar el poder, casi al mismo tiempo que la declaratoria de la Unesco, lo amplió una vez más hasta 4,3 millones de hectáreas. El sigilo ya no era posible. El lanzamiento en 2015 de un popular documental, Colombia Magia Salvaje, y la firma a finales de 2016 del acuerdo de paz con las FARC, que permitió acceder a rincones de Colombia antes vedados, dejaron a Chiribiquete en una posición más vulnerable. La estrategia de conservación se debía replantear. Había que contar la historia de la mejor manera, pues nadie ayuda a cuidar lo que no conoce. Empujado por su hija María José, Castaño-Uribe se volcó a divulgar las maravillas que lleva décadas escudriñando, y a ganar aliados. “La ciudadanía se puede empoderar en la defensa de los parques nacionales”, afirma con convicción.
on sus tepuyes tapizados de selva y salpicados por miles de pinturas rupestres, Chiribiquete se mantuvo durante siglos aislado, a salvo de la voraz deforestación que hoy lo asedia. Así, como un secreto bien guardado, también intentó preservarlo por décadas Carlos Castaño-Uribe, el antropólogo que ha dedicado su vida a investigar y proteger el mayor parque natural de Colombia, declarado el año pasado patrimonio cultural y natural de la humanidad. Pero Chiribiquete ya no es ningún secreto. Su guardián –que le huye a la etiqueta de “descubridor”– ahora se esmera en que los colombianos, sin visitarlo, reconozcan el inmenso valor de este paraje en el corazón de la Amazonía.
“Más que en la ciencia, porque no tenemos el tiempo, o en las instituciones, la mayor fortaleza para proteger Chiribiquete está hoy en la opinión pública”, afirma Castaño-Uribe, entusiasmado, sobre Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar, el mayor estudio sobre este parque natural único en el planeta que acaba de publicar. Las ganancias del libro, ilustrado con centenares de imágenes, irán enteramente a su cuidado. Con el apoyo de Sura, se entregó a la tarea de escribir sobre un lugar donde habitan 500 especies de aves, 60 de reptiles y otras tantas de anfibios, murciélagos, mariposas y, por supuesto, el jaguar. Muchas de esas especies, con el emblemático felino en un lugar privilegiado, están representadas en los milenarios diseños que cubren las paredes de roca. “Aquí están cifrados algunos elementos que van a permitir afianzar la idea de una nacionalidad”, sostiene categórico. “En buena parte del Neotrópico, que es mi teoría, tenemos un sustrato común que está muy ligado a todo este lenguaje codificado”.
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas.ampliar foto
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Hace más de 30 años, como director de los parques naturales de Colombia, Castaño-Uribe se proponía visitar Amacayacu, en el extremo sur del país. Cuando salían de San José del Guaviare en una avioneta muy pequeña, los sorprendió una enorme tormenta que los obligó a desviarse. Fue entonces cuando apareció en el horizonte una majestuosa serranía, desconocida hasta entonces. Ante sus ojos se elevaban, en medio de la selva, los imponentes tepuyes, mesetas abruptas características del escudo guayanés. “Era un mundo perdido, en la dimensión absoluta de su palabra. Lo recuerdo como si fuera hoy con enorme intensidad”, rememora en diálogo con EL PAÍS. Cuando repasa la fortuna de encontrarse de frente con ese lugar, y todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún se sorprende. Por momentos, asume un tono casi místico. “No he dejado de pensar que quizá no fue tan fortuito que yo pudiera llegar a este sitio. Me cuesta mucho trabajo como científico entrar en esta esfera de lo que no puedo explicar, pero Chiribiquete da para eso y mucho más”.
Enclavado entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, su singular cadena montañosa surge en medio de la planicie amazónica, la región más biodiversa del mundo. Es un paraje aislado, remoto, inexpugnable durante las largas décadas de conflicto armado que Colombia quiere dejar atrás. “Era el gran anhelo para cualquier servicio de parques nacionales, tener un área en ese estado de conservación como estaba Chiribiquete, intacto y totalmente desconocido”, rememora con brillo en los ojos.
Tras un par de años de sobrevuelos exploratorios, fue declarado parque natural en 1989, pero solo hasta 1990 pudo organizar una primera expedición. Con su equipo, se lanzaron desde un helicóptero al río Ajajú en un bote inflable, y desde allí divisó con sus binóculos un manchón rojo en una roca muy distante que le llamó la atención. Caminó durante horas en medio de la selva y escaló cientos de metros para toparse con la pintura de dos jaguares mirándose de frente. Bautizó esa pared de unos 120 metros, con más de cinco mil pinturas que pasaron el resto del día contemplando, como el Abrigo de los Jaguares. El primero de los 65 encontrados en las ocho expediciones formales que se han organizado hasta hoy.
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Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Ese mundo perdido todavía se reservaba sorpresas. En otras expediciones lograron excavar en un par de ocasiones. Las capas de carbón les permitieron asociar las pinturas –y la presencia humana– a fechas concretas. Los resultados arrojaron datos tan antiguos como 19.000 años, de manera que el lugar también encierra claves sobre los primeros pobladores del continente. A eso se sumó la evidencia sobre pueblos no contactados, así que los expertos involucrados acordaron no publicitar demasiado los hallazgos en Chiribiquete, rebajar las expectativas para mantenerlo a salvo. Rechazaron con cortesía las solicitudes de documentalistas al tiempo que trabajaban para ampliar el área protegida y lograr su reconocimiento como patrimonio de la humanidad.
Esos hitos llegaron en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), quien duplicó el área del parque en 2013 hasta casi 2,7 millones de hectáreas, y poco antes de entregar el poder, casi al mismo tiempo que la declaratoria de la Unesco, lo amplió una vez más hasta 4,3 millones de hectáreas. El sigilo ya no era posible. El lanzamiento en 2015 de un popular documental, Colombia Magia Salvaje, y la firma a finales de 2016 del acuerdo de paz con las FARC, que permitió acceder a rincones de Colombia antes vedados, dejaron a Chiribiquete en una posición más vulnerable. La estrategia de conservación se debía replantear. Había que contar la historia de la mejor manera, pues nadie ayuda a cuidar lo que no conoce. Empujado por su hija María José, Castaño-Uribe se volcó a divulgar las maravillas que lleva décadas escudriñando, y a ganar aliados. “La ciudadanía se puede empoderar en la defensa de los parques nacionales”, afirma con convicción.
on sus tepuyes tapizados de selva y salpicados por miles de pinturas rupestres, Chiribiquete se mantuvo durante siglos aislado, a salvo de la voraz deforestación que hoy lo asedia. Así, como un secreto bien guardado, también intentó preservarlo por décadas Carlos Castaño-Uribe, el antropólogo que ha dedicado su vida a investigar y proteger el mayor parque natural de Colombia, declarado el año pasado patrimonio cultural y natural de la humanidad. Pero Chiribiquete ya no es ningún secreto. Su guardián –que le huye a la etiqueta de “descubridor”– ahora se esmera en que los colombianos, sin visitarlo, reconozcan el inmenso valor de este paraje en el corazón de la Amazonía.
“Más que en la ciencia, porque no tenemos el tiempo, o en las instituciones, la mayor fortaleza para proteger Chiribiquete está hoy en la opinión pública”, afirma Castaño-Uribe, entusiasmado, sobre Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar, el mayor estudio sobre este parque natural único en el planeta que acaba de publicar. Las ganancias del libro, ilustrado con centenares de imágenes, irán enteramente a su cuidado. Con el apoyo de Sura, se entregó a la tarea de escribir sobre un lugar donde habitan 500 especies de aves, 60 de reptiles y otras tantas de anfibios, murciélagos, mariposas y, por supuesto, el jaguar. Muchas de esas especies, con el emblemático felino en un lugar privilegiado, están representadas en los milenarios diseños que cubren las paredes de roca. “Aquí están cifrados algunos elementos que van a permitir afianzar la idea de una nacionalidad”, sostiene categórico. “En buena parte del Neotrópico, que es mi teoría, tenemos un sustrato común que está muy ligado a todo este lenguaje codificado”.
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas.ampliar foto
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Hace más de 30 años, como director de los parques naturales de Colombia, Castaño-Uribe se proponía visitar Amacayacu, en el extremo sur del país. Cuando salían de San José del Guaviare en una avioneta muy pequeña, los sorprendió una enorme tormenta que los obligó a desviarse. Fue entonces cuando apareció en el horizonte una majestuosa serranía, desconocida hasta entonces. Ante sus ojos se elevaban, en medio de la selva, los imponentes tepuyes, mesetas abruptas características del escudo guayanés. “Era un mundo perdido, en la dimensión absoluta de su palabra. Lo recuerdo como si fuera hoy con enorme intensidad”, rememora en diálogo con EL PAÍS. Cuando repasa la fortuna de encontrarse de frente con ese lugar, y todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún se sorprende. Por momentos, asume un tono casi místico. “No he dejado de pensar que quizá no fue tan fortuito que yo pudiera llegar a este sitio. Me cuesta mucho trabajo como científico entrar en esta esfera de lo que no puedo explicar, pero Chiribiquete da para eso y mucho más”.
Enclavado entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, su singular cadena montañosa surge en medio de la planicie amazónica, la región más biodiversa del mundo. Es un paraje aislado, remoto, inexpugnable durante las largas décadas de conflicto armado que Colombia quiere dejar atrás. “Era el gran anhelo para cualquier servicio de parques nacionales, tener un área en ese estado de conservación como estaba Chiribiquete, intacto y totalmente desconocido”, rememora con brillo en los ojos.
Tras un par de años de sobrevuelos exploratorios, fue declarado parque natural en 1989, pero solo hasta 1990 pudo organizar una primera expedición. Con su equipo, se lanzaron desde un helicóptero al río Ajajú en un bote inflable, y desde allí divisó con sus binóculos un manchón rojo en una roca muy distante que le llamó la atención. Caminó durante horas en medio de la selva y escaló cientos de metros para toparse con la pintura de dos jaguares mirándose de frente. Bautizó esa pared de unos 120 metros, con más de cinco mil pinturas que pasaron el resto del día contemplando, como el Abrigo de los Jaguares. El primero de los 65 encontrados en las ocho expediciones formales que se han organizado hasta hoy.
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar.ampliar foto
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Ese mundo perdido todavía se reservaba sorpresas. En otras expediciones lograron excavar en un par de ocasiones. Las capas de carbón les permitieron asociar las pinturas –y la presencia humana– a fechas concretas. Los resultados arrojaron datos tan antiguos como 19.000 años, de manera que el lugar también encierra claves sobre los primeros pobladores del continente. A eso se sumó la evidencia sobre pueblos no contactados, así que los expertos involucrados acordaron no publicitar demasiado los hallazgos en Chiribiquete, rebajar las expectativas para mantenerlo a salvo. Rechazaron con cortesía las solicitudes de documentalistas al tiempo que trabajaban para ampliar el área protegida y lograr su reconocimiento como patrimonio de la humanidad.
Esos hitos llegaron en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), quien duplicó el área del parque en 2013 hasta casi 2,7 millones de hectáreas, y poco antes de entregar el poder, casi al mismo tiempo que la declaratoria de la Unesco, lo amplió una vez más hasta 4,3 millones de hectáreas. El sigilo ya no era posible. El lanzamiento en 2015 de un popular documental, Colombia Magia Salvaje, y la firma a finales de 2016 del acuerdo de paz con las FARC, que permitió acceder a rincones de Colombia antes vedados, dejaron a Chiribiquete en una posición más vulnerable. La estrategia de conservación se debía replantear. Había que contar la historia de la mejor manera, pues nadie ayuda a cuidar lo que no conoce. Empujado por su hija María José, Castaño-Uribe se volcó a divulgar las maravillas que lleva décadas escudriñando, y a ganar aliados. “La ciudadanía se puede empoderar en la defensa de los parques nacionales”, afirma con convicción.
on sus tepuyes tapizados de selva y salpicados por miles de pinturas rupestres, Chiribiquete se mantuvo durante siglos aislado, a salvo de la voraz deforestación que hoy lo asedia. Así, como un secreto bien guardado, también intentó preservarlo por décadas Carlos Castaño-Uribe, el antropólogo que ha dedicado su vida a investigar y proteger el mayor parque natural de Colombia, declarado el año pasado patrimonio cultural y natural de la humanidad. Pero Chiribiquete ya no es ningún secreto. Su guardián –que le huye a la etiqueta de “descubridor”– ahora se esmera en que los colombianos, sin visitarlo, reconozcan el inmenso valor de este paraje en el corazón de la Amazonía.
“Más que en la ciencia, porque no tenemos el tiempo, o en las instituciones, la mayor fortaleza para proteger Chiribiquete está hoy en la opinión pública”, afirma Castaño-Uribe, entusiasmado, sobre Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar, el mayor estudio sobre este parque natural único en el planeta que acaba de publicar. Las ganancias del libro, ilustrado con centenares de imágenes, irán enteramente a su cuidado. Con el apoyo de Sura, se entregó a la tarea de escribir sobre un lugar donde habitan 500 especies de aves, 60 de reptiles y otras tantas de anfibios, murciélagos, mariposas y, por supuesto, el jaguar. Muchas de esas especies, con el emblemático felino en un lugar privilegiado, están representadas en los milenarios diseños que cubren las paredes de roca. “Aquí están cifrados algunos elementos que van a permitir afianzar la idea de una nacionalidad”, sostiene categórico. “En buena parte del Neotrópico, que es mi teoría, tenemos un sustrato común que está muy ligado a todo este lenguaje codificado”.
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas.ampliar foto
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Hace más de 30 años, como director de los parques naturales de Colombia, Castaño-Uribe se proponía visitar Amacayacu, en el extremo sur del país. Cuando salían de San José del Guaviare en una avioneta muy pequeña, los sorprendió una enorme tormenta que los obligó a desviarse. Fue entonces cuando apareció en el horizonte una majestuosa serranía, desconocida hasta entonces. Ante sus ojos se elevaban, en medio de la selva, los imponentes tepuyes, mesetas abruptas características del escudo guayanés. “Era un mundo perdido, en la dimensión absoluta de su palabra. Lo recuerdo como si fuera hoy con enorme intensidad”, rememora en diálogo con EL PAÍS. Cuando repasa la fortuna de encontrarse de frente con ese lugar, y todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún se sorprende. Por momentos, asume un tono casi místico. “No he dejado de pensar que quizá no fue tan fortuito que yo pudiera llegar a este sitio. Me cuesta mucho trabajo como científico entrar en esta esfera de lo que no puedo explicar, pero Chiribiquete da para eso y mucho más”.
Enclavado entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, su singular cadena montañosa surge en medio de la planicie amazónica, la región más biodiversa del mundo. Es un paraje aislado, remoto, inexpugnable durante las largas décadas de conflicto armado que Colombia quiere dejar atrás. “Era el gran anhelo para cualquier servicio de parques nacionales, tener un área en ese estado de conservación como estaba Chiribiquete, intacto y totalmente desconocido”, rememora con brillo en los ojos.
Tras un par de años de sobrevuelos exploratorios, fue declarado parque natural en 1989, pero solo hasta 1990 pudo organizar una primera expedición. Con su equipo, se lanzaron desde un helicóptero al río Ajajú en un bote inflable, y desde allí divisó con sus binóculos un manchón rojo en una roca muy distante que le llamó la atención. Caminó durante horas en medio de la selva y escaló cientos de metros para toparse con la pintura de dos jaguares mirándose de frente. Bautizó esa pared de unos 120 metros, con más de cinco mil pinturas que pasaron el resto del día contemplando, como el Abrigo de los Jaguares. El primero de los 65 encontrados en las ocho expediciones formales que se han organizado hasta hoy.
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar.ampliar foto
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Ese mundo perdido todavía se reservaba sorpresas. En otras expediciones lograron excavar en un par de ocasiones. Las capas de carbón les permitieron asociar las pinturas –y la presencia humana– a fechas concretas. Los resultados arrojaron datos tan antiguos como 19.000 años, de manera que el lugar también encierra claves sobre los primeros pobladores del continente. A eso se sumó la evidencia sobre pueblos no contactados, así que los expertos involucrados acordaron no publicitar demasiado los hallazgos en Chiribiquete, rebajar las expectativas para mantenerlo a salvo. Rechazaron con cortesía las solicitudes de documentalistas al tiempo que trabajaban para ampliar el área protegida y lograr su reconocimiento como patrimonio de la humanidad.
Esos hitos llegaron en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), quien duplicó el área del parque en 2013 hasta casi 2,7 millones de hectáreas, y poco antes de entregar el poder, casi al mismo tiempo que la declaratoria de la Unesco, lo amplió una vez más hasta 4,3 millones de hectáreas. El sigilo ya no era posible. El lanzamiento en 2015 de un popular documental, Colombia Magia Salvaje, y la firma a finales de 2016 del acuerdo de paz con las FARC, que permitió acceder a rincones de Colombia antes vedados, dejaron a Chiribiquete en una posición más vulnerable. La estrategia de conservación se debía replantear. Había que contar la historia de la mejor manera, pues nadie ayuda a cuidar lo que no conoce. Empujado por su hija María José, Castaño-Uribe se volcó a divulgar las maravillas que lleva décadas escudriñando, y a ganar aliados. “La ciudadanía se puede empoderar en la defensa de los parques nacionales”, afirma con convicción.
on sus tepuyes tapizados de selva y salpicados por miles de pinturas rupestres, Chiribiquete se mantuvo durante siglos aislado, a salvo de la voraz deforestación que hoy lo asedia. Así, como un secreto bien guardado, también intentó preservarlo por décadas Carlos Castaño-Uribe, el antropólogo que ha dedicado su vida a investigar y proteger el mayor parque natural de Colombia, declarado el año pasado patrimonio cultural y natural de la humanidad. Pero Chiribiquete ya no es ningún secreto. Su guardián –que le huye a la etiqueta de “descubridor”– ahora se esmera en que los colombianos, sin visitarlo, reconozcan el inmenso valor de este paraje en el corazón de la Amazonía.
“Más que en la ciencia, porque no tenemos el tiempo, o en las instituciones, la mayor fortaleza para proteger Chiribiquete está hoy en la opinión pública”, afirma Castaño-Uribe, entusiasmado, sobre Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar, el mayor estudio sobre este parque natural único en el planeta que acaba de publicar. Las ganancias del libro, ilustrado con centenares de imágenes, irán enteramente a su cuidado. Con el apoyo de Sura, se entregó a la tarea de escribir sobre un lugar donde habitan 500 especies de aves, 60 de reptiles y otras tantas de anfibios, murciélagos, mariposas y, por supuesto, el jaguar. Muchas de esas especies, con el emblemático felino en un lugar privilegiado, están representadas en los milenarios diseños que cubren las paredes de roca. “Aquí están cifrados algunos elementos que van a permitir afianzar la idea de una nacionalidad”, sostiene categórico. “En buena parte del Neotrópico, que es mi teoría, tenemos un sustrato común que está muy ligado a todo este lenguaje codificado”.
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas.ampliar foto
El parque natural de Chiribiquete tiene casi 4,3 millones de hectáreas. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Hace más de 30 años, como director de los parques naturales de Colombia, Castaño-Uribe se proponía visitar Amacayacu, en el extremo sur del país. Cuando salían de San José del Guaviare en una avioneta muy pequeña, los sorprendió una enorme tormenta que los obligó a desviarse. Fue entonces cuando apareció en el horizonte una majestuosa serranía, desconocida hasta entonces. Ante sus ojos se elevaban, en medio de la selva, los imponentes tepuyes, mesetas abruptas características del escudo guayanés. “Era un mundo perdido, en la dimensión absoluta de su palabra. Lo recuerdo como si fuera hoy con enorme intensidad”, rememora en diálogo con EL PAÍS. Cuando repasa la fortuna de encontrarse de frente con ese lugar, y todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún se sorprende. Por momentos, asume un tono casi místico. “No he dejado de pensar que quizá no fue tan fortuito que yo pudiera llegar a este sitio. Me cuesta mucho trabajo como científico entrar en esta esfera de lo que no puedo explicar, pero Chiribiquete da para eso y mucho más”.
Enclavado entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, su singular cadena montañosa surge en medio de la planicie amazónica, la región más biodiversa del mundo. Es un paraje aislado, remoto, inexpugnable durante las largas décadas de conflicto armado que Colombia quiere dejar atrás. “Era el gran anhelo para cualquier servicio de parques nacionales, tener un área en ese estado de conservación como estaba Chiribiquete, intacto y totalmente desconocido”, rememora con brillo en los ojos.
Tras un par de años de sobrevuelos exploratorios, fue declarado parque natural en 1989, pero solo hasta 1990 pudo organizar una primera expedición. Con su equipo, se lanzaron desde un helicóptero al río Ajajú en un bote inflable, y desde allí divisó con sus binóculos un manchón rojo en una roca muy distante que le llamó la atención. Caminó durante horas en medio de la selva y escaló cientos de metros para toparse con la pintura de dos jaguares mirándose de frente. Bautizó esa pared de unos 120 metros, con más de cinco mil pinturas que pasaron el resto del día contemplando, como el Abrigo de los Jaguares. El primero de los 65 encontrados en las ocho expediciones formales que se han organizado hasta hoy.
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar.ampliar foto
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Ese mundo perdido todavía se reservaba sorpresas. En otras expediciones lograron excavar en un par de ocasiones. Las capas de carbón les permitieron asociar las pinturas –y la presencia humana– a fechas concretas. Los resultados arrojaron datos tan antiguos como 19.000 años, de manera que el lugar también encierra claves sobre los primeros pobladores del continente. A eso se sumó la evidencia sobre pueblos no contactados, así que los expertos involucrados acordaron no publicitar demasiado los hallazgos en Chiribiquete, rebajar las expectativas para mantenerlo a salvo. Rechazaron con cortesía las solicitudes de documentalistas al tiempo que trabajaban para ampliar el área protegida y lograr su reconocimiento como patrimonio de la humanidad.
Esos hitos llegaron en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), quien duplicó el área del parque en 2013 hasta casi 2,7 millones de hectáreas, y poco antes de entregar el poder, casi al mismo tiempo que la declaratoria de la Unesco, lo amplió una vez más hasta 4,3 millones de hectáreas. El sigilo ya no era posible. El lanzamiento en 2015 de un popular documental, Colombia Magia Salvaje, y la firma a finales de 2016 del acuerdo de paz con las FARC, que permitió acceder a rincones de Colombia antes vedados, dejaron a Chiribiquete en una posición más vulnerable. La estrategia de conservación se debía replantear. Había que contar la historia de la mejor manera, pues nadie ayuda a cuidar lo que no conoce. Empujado por su hija María José, Castaño-Uribe se volcó a divulgar las maravillas que lleva décadas escudriñando, y a ganar aliados. “La ciudadanía se puede empoderar en la defensa de los parques nacionales”, afirma con convicción.
on sus tepuyes tapizados de selva y salpicados por miles de pinturas rupestres, Chiribiquete se mantuvo durante siglos aislado, a salvo de la voraz deforestación que hoy lo asedia. Así, como un secreto bien guardado, también intentó preservarlo por décadas Carlos Castaño-Uribe, el antropólogo que ha dedicado su vida a investigar y proteger el mayor parque natural de Colombia, declarado el año pasado patrimonio cultural y natural de la humanidad. Pero Chiribiquete ya no es ningún secreto. Su guardián –que le huye a la etiqueta de “descubridor”– ahora se esmera en que los colombianos, sin visitarlo, reconozcan el inmenso valor de este paraje en el corazón de la Amazonía.
“Más que en la ciencia, porque no tenemos el tiempo, o en las instituciones, la mayor fortaleza para proteger Chiribiquete está hoy en la opinión pública”, afirma Castaño-Uribe, entusiasmado, sobre Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar, el mayor estudio sobre este parque natural único en el planeta que acaba de publicar. Las ganancias del libro, ilustrado con centenares de imágenes, irán enteramente a su cuidado. Con el apoyo de Sura, se entregó a la tarea de escribir sobre un lugar donde habitan 500 especies de aves, 60 de reptiles y otras tantas de anfibios, murciélagos, mariposas y, por supuesto, el jaguar. Muchas de esas especies, con el emblemático felino en un lugar privilegiado, están representadas en los milenarios diseños que cubren las paredes de roca. “Aquí están cifrados algunos elementos que van a permitir afianzar la idea de una nacionalidad”, sostiene categórico. “En buena parte del Neotrópico, que es mi teoría, tenemos un sustrato común que está muy ligado a todo este lenguaje codificado”.
Hace más de 30 años, como director de los parques naturales de Colombia, Castaño-Uribe se proponía visitar Amacayacu, en el extremo sur del país. Cuando salían de San José del Guaviare en una avioneta muy pequeña, los sorprendió una enorme tormenta que los obligó a desviarse. Fue entonces cuando apareció en el horizonte una majestuosa serranía, desconocida hasta entonces. Ante sus ojos se elevaban, en medio de la selva, los imponentes tepuyes, mesetas abruptas características del escudo guayanés. “Era un mundo perdido, en la dimensión absoluta de su palabra. Lo recuerdo como si fuera hoy con enorme intensidad”, rememora en diálogo con EL PAÍS. Cuando repasa la fortuna de encontrarse de frente con ese lugar, y todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún se sorprende. Por momentos, asume un tono casi místico. “No he dejado de pensar que quizá no fue tan fortuito que yo pudiera llegar a este sitio. Me cuesta mucho trabajo como científico entrar en esta esfera de lo que no puedo explicar, pero Chiribiquete da para eso y mucho más”.
Enclavado entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, su singular cadena montañosa surge en medio de la planicie amazónica, la región más biodiversa del mundo. Es un paraje aislado, remoto, inexpugnable durante las largas décadas de conflicto armado que Colombia quiere dejar atrás. “Era el gran anhelo para cualquier servicio de parques nacionales, tener un área en ese estado de conservación como estaba Chiribiquete, intacto y totalmente desconocido”, rememora con brillo en los ojos.
Tras un par de años de sobrevuelos exploratorios, fue declarado parque natural en 1989, pero solo hasta 1990 pudo organizar una primera expedición. Con su equipo, se lanzaron desde un helicóptero al río Ajajú en un bote inflable, y desde allí divisó con sus binóculos un manchón rojo en una roca muy distante que le llamó la atención. Caminó durante horas en medio de la selva y escaló cientos de metros para toparse con la pintura de dos jaguares mirándose de frente. Bautizó esa pared de unos 120 metros, con más de cinco mil pinturas que pasaron el resto del día contemplando, como el Abrigo de los Jaguares. El primero de los 65 encontrados en las ocho expediciones formales que se han organizado hasta hoy.
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar.ampliar foto
Muchas de las pinturas de Chiribiquete están dedicadas al jaguar. FUNDACIÓN HERENCIA AMBIENTAL
Ese mundo perdido todavía se reservaba sorpresas. En otras expediciones lograron excavar en un par de ocasiones. Las capas de carbón les permitieron asociar las pinturas –y la presencia humana– a fechas concretas. Los resultados arrojaron datos tan antiguos como 19.000 años, de manera que el lugar también encierra claves sobre los primeros pobladores del continente. A eso se sumó la evidencia sobre pueblos no contactados, así que los expertos involucrados acordaron no publicitar demasiado los hallazgos en Chiribiquete, rebajar las expectativas para mantenerlo a salvo. Rechazaron con cortesía las solicitudes de documentalistas al tiempo que trabajaban para ampliar el área protegida y lograr su reconocimiento como patrimonio de la humanidad.
Esos hitos llegaron en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), quien duplicó el área del parque en 2013 hasta casi 2,7 millones de hectáreas, y poco antes de entregar el poder, casi al mismo tiempo que la declaratoria de la Unesco, lo amplió una vez más hasta 4,3 millones de hectáreas. El sigilo ya no era posible. El lanzamiento en 2015 de un popular documental, Colombia Magia Salvaje, y la firma a finales de 2016 del acuerdo de paz con las FARC, que permitió acceder a rincones de Colombia antes vedados, dejaron a Chiribiquete en una posición más vulnerable. La estrategia de conservación se debía replantear. Había que contar la historia de la mejor manera, pues nadie ayuda a cuidar lo que no conoce. Empujado por su hija María José, Castaño-Uribe se volcó a divulgar las maravillas que lleva décadas escudriñando, y a ganar aliados. “La ciudadanía se puede empoderar en la defensa de los parques nacionales”, afirma con convicción.
on sus tepuyes tapizados de selva y salpicados por miles de pinturas rupestres, Chiribiquete se mantuvo durante siglos aislado, a salvo de la voraz deforestación que hoy lo asedia. Así, como un secreto bien guardado, también intentó preservarlo por décadas Carlos Castaño-Uribe, el antropólogo que ha dedicado su vida a investigar y proteger el mayor parque natural de Colombia, declarado el año pasado patrimonio cultural y natural de la humanidad. Pero Chiribiquete ya no es ningún secreto. Su guardián –que le huye a la etiqueta de “descubridor”– ahora se esmera en que los colombianos, sin visitarlo, reconozcan el inmenso valor de este paraje en el corazón de la Amazonía.
“Más que en la ciencia, porque no tenemos el tiempo, o en las instituciones, la mayor fortaleza para proteger Chiribiquete está hoy en la opinión pública”, afirma Castaño-Uribe, entusiasmado, sobre Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar, el mayor estudio sobre este parque natural único en el planeta que acaba de publicar. Las ganancias del libro, ilustrado con centenares de imágenes, irán enteramente a su cuidado. Con el apoyo de Sura, se entregó a la tarea de escribir sobre un lugar donde habitan 500 especies de aves, 60 de reptiles y otras tantas de anfibios, murciélagos, mariposas y, por supuesto, el jaguar. Muchas de esas especies, con el emblemático felino en un lugar privilegiado, están representadas en los milenarios diseños que cubren las paredes de roca. “Aquí están cifrados algunos elementos que van a permitir afianzar la idea de una nacionalidad”, sostiene categórico. “En buena parte del Neotrópico, que es mi teoría, tenemos un sustrato común que está muy ligado a todo este lenguaje codificado”.
Hace más de 30 años, como director de los parques naturales de Colombia, Castaño-Uribe se proponía visitar Amacayacu, en el extremo sur del país. Cuando salían de San José del Guaviare en una avioneta muy pequeña, los sorprendió una enorme tormenta que los obligó a desviarse. Fue entonces cuando apareció en el horizonte una majestuosa serranía, desconocida hasta entonces. Ante sus ojos se elevaban, en medio de la selva, los imponentes tepuyes, mesetas abruptas características del escudo guayanés. “Era un mundo perdido, en la dimensión absoluta de su palabra. Lo recuerdo como si fuera hoy con enorme intensidad”, rememora en diálogo con EL PAÍS. Cuando repasa la fortuna de encontrarse de frente con ese lugar, y todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún se sorprende. Por momentos, asume un tono casi místico. “No he dejado de pensar que quizá no fue tan fortuito que yo pudiera llegar a este sitio. Me cuesta mucho trabajo como científico entrar en esta esfera de lo que no puedo explicar, pero Chiribiquete da para eso y mucho más”.
Enclavado entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, su singular cadena montañosa surge en medio de la planicie amazónica, la región más biodiversa del mundo. Es un paraje aislado, remoto, inexpugnable durante las largas décadas de conflicto armado que Colombia quiere dejar atrás. “Era el gran anhelo para cualquier servicio de parques nacionales, tener un área en ese estado de conservación como estaba Chiribiquete, intacto y totalmente desconocido”, rememora con brillo en los ojos.
Tras un par de años de sobrevuelos exploratorios, fue declarado parque natural en 1989, pero solo hasta 1990 pudo organizar una primera expedición. Con su equipo, se lanzaron desde un helicóptero al río Ajajú en un bote inflable, y desde allí divisó con sus binóculos un manchón rojo en una roca muy distante que le llamó la atención. Caminó durante horas en medio de la selva y escaló cientos de metros para toparse con la pintura de dos jaguares mirándose de frente. Bautizó esa pared de unos 120 metros, con más de cinco mil pinturas que pasaron el resto del día contemplando, como el Abrigo de los Jaguares. El primero de los 65 encontrados en las ocho expediciones formales que se han organizado hasta hoy.
Ese mundo perdido todavía se reservaba sorpresas. En otras expediciones lograron excavar en un par de ocasiones. Las capas de carbón les permitieron asociar las pinturas –y la presencia humana– a fechas concretas. Los resultados arrojaron datos tan antiguos como 19.000 años, de manera que el lugar también encierra claves sobre los primeros pobladores del continente. A eso se sumó la evidencia sobre pueblos no contactados, así que los expertos involucrados acordaron no publicitar demasiado los hallazgos en Chiribiquete, rebajar las expectativas para mantenerlo a salvo. Rechazaron con cortesía las solicitudes de documentalistas al tiempo que trabajaban para ampliar el área protegida y lograr su reconocimiento como patrimonio de la humanidad.
Esos hitos llegaron en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), quien duplicó el área del parque en 2013 hasta casi 2,7 millones de hectáreas, y poco antes de entregar el poder, casi al mismo tiempo que la declaratoria de la Unesco, lo amplió una vez más hasta 4,3 millones de hectáreas. El sigilo ya no era posible. El lanzamiento en 2015 de un popular documental, Colombia Magia Salvaje, y la firma a finales de 2016 del acuerdo de paz con las FARC, que permitió acceder a rincones de Colombia antes vedados, dejaron a Chiribiquete en una posición más vulnerable. La estrategia de conservación se debía replantear. Había que contar la historia de la mejor manera, pues nadie ayuda a cuidar lo que no conoce. Empujado por su hija María José, Castaño-Uribe se volcó a divulgar las maravillas que lleva décadas escudriñando, y a ganar aliados. “La ciudadanía se puede empoderar en la defensa de los parques nacionales”, afirma con convicción.
on sus tepuyes tapizados de selva y salpicados por miles de pinturas rupestres, Chiribiquete se mantuvo durante siglos aislado, a salvo de la voraz deforestación que hoy lo asedia. Así, como un secreto bien guardado, también intentó preservarlo por décadas Carlos Castaño-Uribe, el antropólogo que ha dedicado su vida a investigar y proteger el mayor parque natural de Colombia, declarado el año pasado patrimonio cultural y natural de la humanidad. Pero Chiribiquete ya no es ningún secreto. Su guardián –que le huye a la etiqueta de “descubridor”– ahora se esmera en que los colombianos, sin visitarlo, reconozcan el inmenso valor de este paraje en el corazón de la Amazonía.
“Más que en la ciencia, porque no tenemos el tiempo, o en las instituciones, la mayor fortaleza para proteger Chiribiquete está hoy en la opinión pública”, afirma Castaño-Uribe, entusiasmado, sobre Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar, el mayor estudio sobre este parque natural único en el planeta que acaba de publicar. Las ganancias del libro, ilustrado con centenares de imágenes, irán enteramente a su cuidado. Con el apoyo de Sura, se entregó a la tarea de escribir sobre un lugar donde habitan 500 especies de aves, 60 de reptiles y otras tantas de anfibios, murciélagos, mariposas y, por supuesto, el jaguar. Muchas de esas especies, con el emblemático felino en un lugar privilegiado, están representadas en los milenarios diseños que cubren las paredes de roca. “Aquí están cifrados algunos elementos que van a permitir afianzar la idea de una nacionalidad”, sostiene categórico. “En buena parte del Neotrópico, que es mi teoría, tenemos un sustrato común que está muy ligado a todo este lenguaje codificado”.
Hace más de 30 años, como director de los parques naturales de Colombia, Castaño-Uribe se proponía visitar Amacayacu, en el extremo sur del país. Cuando salían de San José del Guaviare en una avioneta muy pequeña, los sorprendió una enorme tormenta que los obligó a desviarse. Fue entonces cuando apareció en el horizonte una majestuosa serranía, desconocida hasta entonces. Ante sus ojos se elevaban, en medio de la selva, los imponentes tepuyes, mesetas abruptas características del escudo guayanés. “Era un mundo perdido, en la dimensión absoluta de su palabra. Lo recuerdo como si fuera hoy con enorme intensidad”, rememora en diálogo con EL PAÍS. Cuando repasa la fortuna de encontrarse de frente con ese lugar, y todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún se sorprende. Por momentos, asume un tono casi místico. “No he dejado de pensar que quizá no fue tan fortuito que yo pudiera llegar a este sitio. Me cuesta mucho trabajo como científico entrar en esta esfera de lo que no puedo explicar, pero Chiribiquete da para eso y mucho más”.
Enclavado entre los departamentos de Caquetá y Guaviare, su singular cadena montañosa surge en medio de la planicie amazónica, la región más biodiversa del mundo. Es un paraje aislado, remoto, inexpugnable durante las largas décadas de conflicto armado que Colombia quiere dejar atrás. “Era el gran anhelo para cualquier servicio de parques nacionales, tener un área en ese estado de conservación como estaba Chiribiquete, intacto y totalmente desconocido”, rememora con brillo en los ojos.
Tras un par de años de sobrevuelos exploratorios, fue declarado parque natural en 1989, pero solo hasta 1990 pudo organizar una primera expedición. Con su equipo, se lanzaron desde un helicóptero al río Ajajú en un bote inflable, y desde allí divisó con sus binóculos un manchón rojo en una roca muy distante que le llamó la atención. Caminó durante horas en medio de la selva y escaló cientos de metros para toparse con la pintura de dos jaguares mirándose de frente. Bautizó esa pared de unos 120 metros, con más de cinco mil pinturas que pasaron el resto del día contemplando, como el Abrigo de los Jaguares. El primero de los 65 encontrados en las ocho expediciones formales que se han organizado hasta hoy.
Ese mundo perdido todavía se reservaba sorpresas. En otras expediciones lograron excavar en un par de ocasiones. Las capas de carbón les permitieron asociar las pinturas –y la presencia humana– a fechas concretas. Los resultados arrojaron datos tan antiguos como 19.000 años, de manera que el lugar también encierra claves sobre los primeros pobladores del continente. A eso se sumó la evidencia sobre pueblos no contactados, así que los expertos involucrados acordaron no publicitar demasiado los hallazgos en Chiribiquete, rebajar las expectativas para mantenerlo a salvo. Rechazaron con cortesía las solicitudes de documentalistas al tiempo que trabajaban para ampliar el área protegida y lograr su reconocimiento como patrimonio de la humanidad.
Esos hitos llegaron en el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), quien duplicó el área del parque en 2013 hasta casi 2,7 millones de hectáreas, y poco antes de entregar el poder, casi al mismo tiempo que la declaratoria de la Unesco, lo amplió una vez más hasta 4,3 millones de hectáreas. El sigilo ya no era posible. El lanzamiento en 2015 de un popular documental, Colombia Magia Salvaje, y la firma a finales de 2016 del acuerdo de paz con las FARC, que permitió acceder a rincones de Colombia antes vedados, dejaron a Chiribiquete en una posición más vulnerable. La estrategia de conservación se debía replantear. Había que contar la historia de la mejor manera, pues nadie ayuda a cuidar lo que no conoce. Empujado por su hija María José, Castaño-Uribe se volcó a divulgar las maravillas que lleva décadas escudriñando, y a ganar aliados. “La ciudadanía se puede empoderar en la defensa de los parques nacionales”, afirma con convicción.