Yo dibujo de una manera brutal, vulgar. Bueno, brutal no es la palabra. Dibujo de una manera simple, como un campesino, si existe algo así. La fealdad es una característica personal y racial mía.
Sobre el dibujo
Yo dibujo de una manera brutal, vulgar. Bueno, brutal no es la palabra. Dibujo de una manera simple, como un campesino, si existe algo así. La fealdad es una característica personal y racial mía.
Al dibujar no me conducía la muñeca, sino un deseo, un verbo encarnado.
No se puede separar la ilustración del dibujo autónomo. Cuando mis dibujos vienen de adentro les digo “¡Qué bueno que vienen!” y les pregunto dónde estaban, como si hasta ese momento hubieran andado de vagos. Es decir, para mí no es un esfuerzo dibujar, pero cuesta energía.
Para lo que yo quiero decir alcanzan el negro y el blanco. Porque las ganas de describir y los colores no están presentes en mí ni como deseo. No me falta sólo como capacidad, sino como deseo también. La intención que dirige mi comunicación gráfica es golpear lo que yo quiera de la manera más simple.
En otras personas el dibujo puede ser la expresión total de la personalidad, pero no es mi caso. Para mí el dibujo es una forma de hablar que se lee con los ojos y que no tiene nada que ver con las palabras ni con el alma, ni con ninguna otra cosa, sólo consigo mismo. Si le preguntas al niño que vuelve del patio todo sudado por qué ha jugado, y si es inteligente, te va a decir que no tiene ni idea. Y se va corriendo y se mete a su cuarto. Yo soy igual.
Esta rara necesidad que se cumple en el dibujo es una tensión que no se representa en palabras. Pues, para mí, la expresión de esa tensión no verbal es el dibujo. Cuando quieren convertirlo en palabras y en frases surge un problema: se descubre que de la religión no se debería hablar. Porque, según esta necesidad, de la religión no se habla. La manera en que el dibujo canaliza la tensión no depende de mis intenciones. No quiero negar ni confesar nada. Lo único que quiero es difundirme en la vida como una forma intelectual sin tomar consciencia. Esta forma intelectual no quiere encargarse de ningún deber.
Sobre sensualidad
Tengo que confesar algo que suena indecente en un católico: recibí una carnalidad fuerte y ardiente de la naturaleza. Empecé a preocuparme de la sensualidad cuando tenía cinco años. No me podía contener como tampoco el germen puede contener su naturaleza de roble. Tenía mucho respeto por el cuerpo femenino […]. Siempre tuve la impresión de que la sensualidad nos fue prestada por Dios. Es su fuerza creadora. No es su culpa que después hayamos abusado de eso.
Sobre sí mismo
Pasé mis mejores días en Tarnabod porque allá no sentía ni el pasado ni el futuro, sólo el presente existencial. La dimensión de mi vida era más pequeña que la del punto. Desde entonces ya me gustaba volar solo. Como leí en el Cyrano: “No soy pino ni tengo carácter de roble, pero crezco solo –aunque no llegue muy alto.”
En vez de clases teóricas iba a cursos en otras universidades. Me interesaba el derecho, la medicina. Íbamos al depósito de cadáveres y al Instituto de Anatomía con Vladimir Szabó para dibujar cuerpos. Él fue quien me aconsejó dibujar ciegos porque sus movimientos son muy expresivos.
Cuando entré en los poemas de L?rinc Szabó me di cuenta de que a pesar de la perfección formal, no dicen nada al mundo de donde vengo. Porque yo también soy de Miskolc como él, pero por accidente. La verdad es que yo soy más bien de Tarnadob por haber crecido en la familia campesina de mi madre. L?rinc Szabó tenía un cuarto infantil, yo tenía toda una cuadra. Mis dibujos salen bien si me inspira el buey, el caballo, el pollito, la puesta o la salida del sol. No soy capaz de sumirme con pasión ni en el poema más lindo si en su mundo no siento el olor a estiércol del cual creció mi trigo.
Sobre Hungría
Los húngaros nacimos como el opuesto de la belleza, somos antibellos. No es que seamos feos, sino antibellos. Nosotros nacimos en el lado izquierdo de Dios.
El húngaro no es un pueblo colorista, si por colorismo entendemos un estado compuesto de varios colores. Kondor, incluso Munkácsy, Egry y Aba-Novák eran creadores pictóricos, pero trabajaban sólo con tres colores. Károly Ferenczy también, lo mismo que Rippl-Rónai, aunque él no es muy húngaro en cuanto a su personalidad. Rudnay trabajaba con dos colores, pero era un genio. Menyus Tóth tenía también sólo dos colores, el blanco y el negro… Csontváry era nuestro único colorista, pero él es una excepción que ni siquiera confirma la regla.
Rudnay era la tristeza más húngara que existía. ¿Que por qué húngara? Mira, parece que la relación del color marrón y blanco es una característica del alma húngara. Por otra parte, Rudnay conocía hasta las raíces de la lengua húngara y usaba sus errores como si fueran lunares crecidos en su lenguaje. Sus palabras sonaban como un ceceo. Las escuchábamos todos en silencio […]. El viejo hablaba de una manera tan linda. Por su ceceo, entre otras cosas, sus frases se nos pegaron en el alma.
Nunca nadie ha hecho dibujos más bonitos que Zichy. Nadie. La belleza estaba en su alma.
Traducción del húngaro de Elizabeth Barsi y edición de Iván García.