La Jornada
A una década de su fallecimiento, el escritor, traductor, poeta y activista social Carlos Montemayor (1947-2010) fue objeto de un homenaje ayer en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, acto organizado por la Secretaría de Cultura de Chihuahua y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal), por conducto de la Coordinación Nacional de Literatura.
La mesa de diálogo estuvo integrada por Victoria Montemayor, hija del homenajeado; los poetas Marco Antonio Campos, Raúl Manríquez Moreno, José Vicente Anaya, y el escritor Mario Sánchez Carbajal, y fue moderada por el periodista Pablo Espinosa. Se contó con la asistencia de su viuda, Susana de la Garza, su hija Marta Elena Montemayor, así como el diputado federal Porfirio Muñoz Ledo y Lucina Jiménez, titular del Inbal.
Campos se refirió a su relación con la obra literaria de Montemayor, quien en los años 80 se convirtió en una de nuestras conciencias políticas. No olvidó la gran cultura, pero se puso al lado de los perseguidos, los indígenas, de aquellos que han sufrido la violencia de Estado, de los pobres, y los defendió desde las trincheras que pudo.
Aunque Campos y Montemayor no se veían con frecuencia, fue una amistad entrañable: “Solíamos bromear, haciendo en juego un tour de force verbal, que éramos gemelos: Pólux y Cástor”.
Una mañana en Coyoacán, a finales de los años 80, Montemayor le leyó un capítulo de una novela que escribía sobre la guerrilla de Lucio Cabañas. Era Guerra en el paraíso. “Le dije: ‘Si así es toda la novela, será lo mejor que hayas escrito’. Cuando la leí impresa confirmé mi suposición. Las páginas de los combates son tan vívidas que se leen casi sin aliento. Es una de las novelas mayores de los 50 años pasados”.
Intelectual de múltiples facetas
Victoria Montemayor hizo hincapié en las varias facetas de su padre: la poesía, la narrativa, la investigación, el análisis político mediante las que se le puede acercar a su obra. La catedrática, ensayista y traductora se refirió a cosas logradas en la última década que llevan el nombre de su progenitor, como el Festival de Poesía Las Lenguas de América. También está el Premio Nacional Carlos Montemayor, mientras dos bibliotecas en Chihuahua llevan su nombre. Además, hay tres piezas musicales dedicadas a su persona, una de las cuales, basada en el poema Finisterra, se estrenará el 27 de febrero en el Polifórum de la Universidad Autónoma de Chihuahua.
Raúl Manríquez enfatizó dos aspectos de la obra de Montemayor: primero, su vocación social: tuvo la intención y lo consiguió, de recuperar, documentar, preservar hechos históricos que la versión oficial de la historia prefería ignorar o incluso ocultar. Hay que abrir sus libros para entender qué nos ha pasado y nos pasa. También se refirió a su obra poética, de la que se habla menos.
José Vicente Anaya dijo encontrar en la extensa obra literaria de Montemayor dos periodos claramente diferenciados, aunque el segundo es consecuencia del primero. La obra que marca la línea divisoria es su novela más laureada, Guerra en el paraíso (1991). El poeta se concentró en el primero cuando el mundo intelectual mexicano ubicaba a Carlos como un exquisito que sólo se ocupaba de los clásicos griegos y latinos, pasando por algunos autores con inclinaciones similares.
Mario Sánchez Carbajal se refirió a las revelaciones que más le han conmovido en la obra de Montemayor, y pidió que cada quien viva su propia odisea en su creación literaria.
Al final del homenaje, Marco Antonio Campos leyó La fiesta, de Los poemas de Tsin Pau, que dice: “Me pregunto si podrán presentir que mi amor es el río que corre junto a la aldea, que las sostiene en la canoa cuando cruzan la corriente…”
Pablo Espinosa resumió: No hay manera más hermosa de cerrar un homenaje si no es con la voz de Cástor en la de su hermano gemelo Pólux. ¡Larga vida a Carlos Montemayor!