Historia de la fiesta del «Corpues Christi»

 

FESTIVIDAD DE “CORPUS CHRISTI”

Breve síntesis histórica

A fines del siglo XIII surgió en Lieja, Bélgica, un Movimiento Eucarístico cuyo centro fue la Abadía de Cornillón fundada en 1124 por el Obispo Alberto de Lieja.

Santa Juliana de Mont Cornillón, priora de esta Abadía, fue la que Dios dispuso fuera la promotora de esta festividad. Desde joven tuvo una grande veneración al Santísimo Sacramento y anhelaba una fiesta litúrgica oficial en su honor. El obispo Roberto de Thorete, invocó un Sínodo de Lieja en 1246 en el que se aprobó la iniciativa para que la celebración se tuviera en el siguiente año, el jueves posterior a la Fiesta de la Santísima Trinidad, en el siglo XIII.

El Papa Urbano IV, tenía en ese tiempo como sede Orvieto, muy cerca esta Bolsena, en donde un sacerdote celebraba la Santa Misa, con dudas sobre la presencia real de Jesucristo, y a partir la hostia brotó de ella sangre que empapó el corporal y esa venerada reliquia, que se conserva, fue llevada con gran devoción en procesión a Orvieto el 19 de junio de 1264.

El Santo Padre Urbano IV, extiende la fiesta apoyándose en las peticiones de numerosos obispos a toda la Iglesia por medio de la Bula «Transiturus» (8 de septiembre de 1264) y encargó a Santo Tomás de Aquino elaborar la liturgia de las Horas de dicha fiesta, otorgando abundantes indulgencias. El Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y en el Concilio General de Viena en 1311 ordenó la celebración de esta fiesta para honrar a la Eucaristía y en 1317 el Santo Padre Juan XXII dispuso se extendiera y celebrara en toda la Iglesia.

 

Reflexión

 

La Eucaristía es el centro y la forma de vida de la Iglesia. El apóstol Pablo escribiendo a la comunidad de Corinto refiere por dos veces este mandato de Cristo en el relato de la Institución de la Eucaristía. «Hagan esto en memoria mía». Es decir, tomar el pan, dar gracias y partirlo, tomar el cáliz -dar gracias y distribuirlo-.

Este gesto ha sido conservado cuidadosamente por la Iglesia como su mayor tesoro: La Eucaristía. Cristo es siempre el protagonista, pero se lleva a cabo a lo largo de la historia de la Iglesia, a través de las manos del sacerdote o del obispo, que ungidas por el Espíritu Santo realizan de manera sencilla y humilde el mismo signo de Jesús en la Última Cena.

Jesús prepara un lugar y un alimento. Porque la Eucaristía es el corazón palpitante de la Iglesia, la genera y regenera, la reúne y le da fuerza, y ella nos prepara también un puesto arriba, para la eternidad, porque es el «Pan del Cielo». Pan del futuro que sacia nuestros deseos más grandes, y alimenta nuestros sueños más hermosos.

Es prenda de la vida eterna, no solo promesa sino anticipo de aquello que nos será dado. La Eucaristía es la «reserva» del paraíso, es Jesús viático de nuestro caminar hacia la vida bienaventurada que no tendrá fin.

En la hostia consagrada, además del lugar, Jesús nos prepara el alimento. Alimentarse es urgencia cotidiana y no solo de comida, también de proyectos, afectos, deseos, esperanzas. La Eucaristía es alimento sencillo, como el pan, pero es lo único que sacia, porque no hay amor más grande.

Al asistir a Misa y participar en la Eucaristía, nos encontramos con Jesús, compartimos Su vida, la experiencia de Su amor. Ese alimento sencillo, pero único que sacia y nos guía a profundizar en esa experiencia de que Su muerte y resurrección son para mí.

Cuando adoras a Jesús en la Eucaristía recibes de Él, el Espíritu Santo y encuentras paz y alegría. Pidamos al Señor estar hambrientos de Dios, nunca saciados. Cumplamos su disposición de «Irle a preparar un lugar». Vamos a llevarlo de preferencia a lugares no alcanzados por el amor, ni tocados por la esperanza… nos pide realizar los preparativos para que pueda llegar.

Él se ha hecho pan partido, nos pide que nos demos a los demás, derramando en el mundo el amor de Cristo que brota de Su carne y de Su sangre. La Eucaristía se traduce a la vida pasando del yo al tu, compartiendo.

Jesús quiere ir por las calles, entrar a las casas, compartir con la familia, permaneciendo en ese hogar y en las personas que abran las puertas de su corazón.

Hoy celebramos la fiesta de Corpus Christi, la grande solemnidad en honor a Cristo, Nuestro Señor, presente en la Eucaristía. En ella se unen a lo largo de los siglos la historia y la piedad popular con toda su creatividad: “te adoro con devoción… Dios escondido…” cantamos al agradecerle jubilosos su presencia y cercanía y siguiendo los textos de Santo Tomás de Aquino: “No veo las llagas como las vio Tomás Apóstol, pero confieso que eres mi Dios, haz que yo crea más en ti, en ti espere y que te ame…”

Proclamamos nuestra convicción de fe en la presencia real de Cristo en la Sagrada Eucaristía. Por ello nuestro amor y reverencia, tanto en la Santa Misa como cuando vamos a adorarlo presente en el Sagrario. Entre las múltiples formas una muy hermosa y valorada es la fiesta de Corpus Christi con su celebración y procesión, que tiene múltiples manifestaciones fruto del amor del pueblo de Dios a la Eucaristía (este año, sujeta a las disposiciones prudenciales de autoridades civiles y eclesiásticas).

Adorémosle con reverencia, devoción y amor y ofrezcámosle el sagrario de nuestro corazón para que también permanezca ahí. Él es el pan con el que Dios nos alimenta a lo largo del camino de la vida, como el maná en el desierto para el pueblo de Israel.

Por eso es día de alegría, de acción de gracias, de sentir cómo Él viene con nosotros para fortalecernos, en nuestra peregrinación, alimentarnos y decirnos “estoy contigo”, “estoy a tu lado”. Él está con nosotros.

Esta fiesta es para pedirle al Señor que sepamos ser profundamente Eucarísticos, su presencia y cercanía es una constante invitación para llevar a cabo nuestra misión y de la mejor manera: “dar lo mejor de mí mismo cada día en el cumplimiento de mi misión”, como consecuencia de su amor presente y actuante en su Eucaristía.

Así realizaremos en nuestra vida la experiencia apostólica: “todos ellos perseveraban juntos en la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús y de sus hermanos” (Hech. 1, 14).

Con gozo y gratitud te recibimos, de par en par abiertas las puertas de nuestro corazón, bienvenido, quédate con nosotros Señor para que aprendamos a permanecer en Tu amor, y al orar ante la Eucaristía le pediremos al Espíritu Santo nos conceda contemplar Tu rostro con los ojos de Tu Madre María y amarte en sintonía con el corazón de Ella.

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