El 19 de junio de 2020 se conmemoró el décimo aniversario luctuoso de Carlos Monsiváis. En su memoria, Proceso evoca al escritor, cronista, ensayista y uno de los narradores más destacados en las letras del país con este texto, publicado el 10 de abril de 2005 en el número 1484 de la edición impresa de esta casa editorial.
El protagonista: AMLO
Al personaje no lo van a quebrantar, eso no se discute. Es una anomalía, no viene de la élite y no se educó en los círculos de la omnipotencia, como quien dice es “nadie que se fugó de la Nada”.
Se inicia en el PRI de Tabasco, es colaborador cercano de Carlos Pellicer durante su campaña para senador (1976), trabaja con grupos indígenas en Coplamar, participa en el gobierno de Enrique González Pedrero y, luego, de modo inevitable, entra en 1988 al Frente Democrático Nacional en la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas, es candidato del PRD a la gubernatura de Tabasco, se enfrenta a Roberto Madrazo, promueve movilizaciones amplias y caravanas sacrificiales a la Ciudad de México. ¿Qué no ha hecho?
Dirigente nacional del PRD, figura inesperadamente mediática, veterano de marchas y mítines, orador frecuente (no lo hace muy bien, pero lo oyen con atención). En 2000, gana la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.
Desde los inicios, algo en la personalidad de AMLO desata la furia de un sector de clases medias y de todita la burguesía que ante las noticias de su existencia podría decir en su homenaje: “si ya no hay lucha de clases, hay necesidad de reinventarla”.
Sí que el clasismo es la melodía histórica de las reuniones de quienes lo sustentan. AMLO es naco, el delito mayor, es agresivo y tiene causas como el fraude de Fobaproa. Poco a poco la mirada clasista le concede el monopolio del encono. The Man you Love to Hate.
A sus defectos y limitaciones los rodea la atención más despiadada que se conoce. Cada uno de sus errores vuelve a él convertido en alta traición. El mundo empresarial lo halla inmejorable como rival: quiere privilegiar a los pobres (incitación al tumulto), su dicción se presta al choteo (¡Ah, que los chilangos se oyeran!), su combatividad irrita, los poderes que son y serán lo identifican pronto: es el Peje del Mal, y se precipitan sobre él con una muchedumbre de gritos y ademanes. “¡Atájenlo, que es Hugo Chávez!”. Y en las cenas burguesas o de la clase media que va pa’rriba un deporte de moda es enfurecerse con el Peje.
Recuerdo una cena donde el dueño, ya alborozado, gritaba: “¡¡delante de mí nadie habla bien de AMLO!!”. Y añadía: “a ver, síganme los buenos, López Obrador ¡¡¡a la chingada!!!”. Y varias afanosas señoras-de-la-más-encumbrada-clase-social lo seguían, en el nobilísimo Coro de Mentadas de Madre. Nadie en la Ciudad de México ha despertado una rabia tal en el sector que a sí mismo se juzga la Gente Bien (sin el adjetivo podrían ser nada más la Gente, y eso nunca).
El perseguidor, el fiscal de la trayectoria transparente
En la Cámara de Diputados le toca el turno al subprocurador general de la República, Carlos Vega Memije, ansioso de extraer de la media hora de fama las recompensas de la eternidad, algo de la pasión de Tommy Lee Jones al no dejar en paz a Harrison Ford en El fugitivo, o de Javert al seguir minuciosamente a Jean Valjean en Les Miserables, comedia musical que al parecer surgió de una novela donde no cantaban (“novelas mudas”, les decían en Francia). Viéndolo bien, el modelo de Memije es Javert, el policía implacable. No en balde fue secretario general de gobierno de Guerrero en el sexenio de José Francisco Ruiz Massieu y luego procurador de justicia en el mismo sufrido estado; no de gratis quiere tener un aspecto terrible, la dureza de la voz, del rostro, de los preceptos emanados del Código Penal; no son casualidades las acusaciones en su contra por despojo de tierras y tortura. Es el MP perfecto.
Por desgracia, los ayudantes de Memije no captan las condiciones de su grandeza y, seguramente a pedido, le fabrican un discurso reiterativo, poblado de citas citables, banal y tan temible como una ponencia que se niega a terminar (Vivimos ya la época de la autonomía de las ponencias).
Memije justifica el desafuero con voz tonitronante y mira a los lados para ver -supongo- de qué lado lo contemplan -déjenme adivinar- los Constituyentes del 17, Crescencio Rejón, Nacho Vallarta (así le decían), y si mucho me apuran Benito Juárez, al que trajeron a rastras del Hemiciclo a vitorear al Salvador de la Patria, dicho esto sin ironía para ninguna de las dos partes.
Memije-Javert cuenta la historia de su persecución, más burocrática que la de la comedia musical, y nos ahorra el episodio en que López Obrador se tira de lo alto de la presa mientras Memije-Tommy Lee Jones reinicia la cacería (The Fugitive). Su final es apoteósico. Memije descubre que la Cámara de Diputados carece de voz y de vocero, y al sentirla muda, Belisario Domínguez en la cueva de los Pejes acude a su rescate y nos dice que esta Cámara de Diputados “no juzga ni absuelve ni condena a López Obrador, sólo permite que un juez lo haga como sucede con cualquier ciudadano”.
Oiga mi estimado, ¿qué eso no le toca decirlo a la Cámara misma? ¿O qué el MP es su tutor, como todo parece indicar? ¡Albricias pastores, que ha nacido hoy en San Lázaro…! Una Cámara de Diputados que admite ser definida porque le comieron la lengua los ratones. Ya engallado, luego del discurso en que nos hizo ver hasta qué punto dependen la Constitución, las leyes, el derecho de amparo, la República y la propiedad privada de la resolución del caso de El Encino, y tras insistirnos cuantiosamente en que el desafuero no es asunto político, sino de amor profundo a las leyes del gobierno de los amigos de Fox, Memije va a fondo y profetiza. ¡Ah, ir de Javert a Nostradamus en un abrir y cerrar de fojas!
Como estrategia de medios y con propósitos meramente políticos, el jefe de Gobierno del Distrito Federal ocupará esta tribuna para cuestionar todo lo habido y por haber, para atacar a personas e instituciones, o para autoerigirse en el abanderado de las causas populares, lo que no podrá hacer nunca será justificar el abuso de poder que ha realizado desde su cargo al desobedecer la orden de un juez, en violación a la ley y en agravio de la sociedad mexicana.
Canta, oh diosa, la ira del peleida Memije. ¿Se dará cuenta el subprocurador del contenido exclusivamente político de su apología del castigo, entenderá que su media hora de fama puede no eternizarse? ¿Por qué abandonó a Javert y se incorporó al bufete de Díaz Ordaz? ¿Quién le informó de “los propósitos meramente políticos” de López Obrador: su servicio de inteligencia o sus dones de vidente? Como MP deja que desear, como perseguidor le falla el timing. No sólo se pasó del tiempo, tampoco se enteró de la irracionalidad jurídica de su comportamiento.
El protagonista: el alegato de López Obrador
El discurso de López Obrador es combativo, en momentos rijoso, con la síntesis jurídica del alegato de su gobierno (ése que no tuvieron tiempo de leer los panistas). En lo básico, sustenta su idea rectora, la defiende, y si mucho lo apuran es uno de los dirigentes de un proyecto de nación opuesto al de sus jueces:
“Quienes me difaman, calumnian y acusan son los que se creen amos y señores de México, son los que en verdad dominan y mandan en las cúpulas del PRI y del PAN, son los que mantienen a toda costa una política antipopular y entreguista, son los que ambicionan las privatizaciones del petróleo y de la industria eléctrica, algo que aún no consiguen tras la entrega sucesiva de los bienes nacionales”.
Son argumentables algunas descripciones de AMLO: discurso permeado por tradición demagógica, búsqueda del monopolio de las broncas, brotes de autoritarismo, gasto excesivo en publicidad, reacciones tardías (dos casos: la marcha contra la violencia y los videoescándalos), uso de la realpolitik a propósito del clientelismo, indiferencia ante los temas de la diversidad (la Ley de Sociedades de Convivencia, por ejemplo).
A cambio de eso, el don del liderazgo, la entereza, la exactitud en el trazo del comportamiento de quienes lo acosan, la preocupación por los más pobres y los ancianos.
Lo dice bien: “son los que manejan el truco de llamar populismo o paternalismo a lo poco que se destina en beneficio de las mayorías, pero nombran “fomento” o “rescate” a lo mucho que se entrega a las minorías rapaces”.
¿Alguien, sensatamente, podría negar lo anterior? ¿Y podrían argumentar Creel y Madrazo, cada uno desde su nicho mercadológico, que los pobres o incluso las clases medias los consideran sus representantes? Pero todo, en última instancia, es asunto secundario. Lo central es la canallada de este proceso y este desafuero, y lo que digo ahora también forma parte de una crónica porque el cronista tiene derecho a expresar sentimientos y pensamientos.
El fraude electoral del 7 de abril de 2005 es superior y más ventajoso que el del 6 de junio de 1988, y es un programa de acción del PRI o del PAN, que ya no volverán a coincidir con tal enjundia, oh dolor, porque la silla sólo la ocupa uno, a menos que ya se apruebe la fórmula de tiempo compartido.
López Obrador no vino a convencer, vino a expresar su visión del país, en gran medida irrefutable, a menos que los señores diputados insistan en que el desafuero signifique el ingreso de México al paraíso.
AMLO responsabiliza a Vicente Fox en primer lugar, y está en lo cierto, pero en este caso, como en muchísimos otros de la historia política, no se mueve una hoja del árbol sin la voluntad de la impunidad. Y el mensaje final de López Obrador es preciso: “no llevaré a nadie al enfrentamiento. Todo lo que hagamos se inscribirá en el marco de la resistencia civil pacífica”.
Las atmósferas del juicio
¿Cómo se procede en las épocas del terror? En El 93 de Víctor Hugo o en Los dioses tienen sed de Anatole France, o en las novelas del Pimpinela Escarlata, en las escenas de la Asamblea Nacional donde se sentencia a la guillotina, lo distintivo son la ferocidad, las carcajadas en parejas, las señoras que tejen y reclaman el descenso de la cuchilla sobre los cuellos, la furia de la gleba en una palabra.
Esto es pedirle demasiado a los diputados del PRI y el PAN. Carecen de vínculos con el espíritu trágico (no tienen paciencia para esperar el final del segundo acto), son burócratas que nada más tienen sed del olvido que beneficie su corrupción o sus ineptitudes.
Están allí para ascender, a nadie se le ocurriría salir con ideales como los de antes de la globalización, y esta vez han traído a la Cámara sus rencores, las cientos o miles de horas gastadas en indagar su porvenir.
¡Es curioso! Una clase política que se desinteresa de su presente con tal de sumergirse en el futuro inmediato que les parece lejanísimo, todo es 2006 en su mira, todo es suyo con tal de que se vaya, y para siempre, y de puntitas, el Peje.
Los inspiradores del desafuero: Vicente Fox
¿En qué momento, Vicente Fox sintió que los reflectores lo abandonaban? ¿A qué hora percibió el alejamiento de la curiosidad universal? Las encuestas nunca lo dejan y allí están solícitas como pajes, y la nación de los creyentes (la única realmente existente) aprecia en lo que valen sus viajes, sus pronunciamientos, sus esfuerzos, aunque debería mostrarlo con algo más que la certidumbre de los rezos.
El Papa lo bendijo personalmente. ¡Ah!, allí fue, allí sobrevino su crisis de identidad, cuando él se arrodilló y besó el anillo papal, y el país entero no se postró en el rapto de júbilo y muchos le censuraron el olvido de su condición de jefe de Estado, y no tuvieron la amabilidad de explicarle la crítica, y luego en las mañanas sólo dispuso de las encuestas como aplausos in vitro.
En los medios lo caricaturizan, lo ven como una falla andante, en las giras la devoción nomás está garantizada para la primera fila porque a cada rato hay reclamaciones que no advierten que él ya vio el asunto (sinónimo de resolverlo), o nadie le ha dicho que eso era problema.
Los debates crecen a su lado y a él -es de suponerse- le inquieta el descreimiento, no le creen a las primeras y eso hace quedar mal a las encuestas, esas palomas mensajeras de las buenas noticias. ¿Qué pasa? ¡Ah, allí está! Todo ha cambiado desde que se apareció ese méndigo, el tal Andrés Manuel, por su culpa no me felicitan las 24 horas.
Los inspiradores II: Santiago Creel
Santiago Creel es un político nato. Supo de su destino cuando nadie más lo sospechaba ni tenía por qué hacerlo, y lo supo por vez primera esa mañana del primero de diciembre de 2000 en el Congreso, al desfilar como Secretario de Gobernación. Precocidad si alguna.
Él se siente, y muy probablemente lo es, un peleador nato, habituado al intercambio áspero del tipo de “lo acusan de gastar ilimitadamente en su campaña / Creo que tengo la razón y allí está la Constitución de la República. Léanla bien”.
Creel, el Hombrecito, como tanto le dicen, no es un héroe de las encuestas, ni siquiera un favorito de los cortesanos de la computadora y el micrófono.
¡Qué curioso! Por cada 100 ataques a don AMLO, hay medio elogio para Fox y Creel. Revisen las hemerotecas, esos sarcófagos de las profecía fallidas, y verán que ahora en México la única forma encendida del elogio es la crítica atroz. Fox y AMLO están bien en este renglón, pero a Creel los cuchilleros casi siempre lo exceptúan y la alabanza ni lo toca. ¡Qué diferencia de las épocas del PRI! Entonces sí que sabían adular o por lo menos reconocer la calidad de las buenas intenciones.
Don Creel se sabe el próximo presidente de la República y por derecho de sangre y de raza. Entonces sí brillará su proyecto, el gran plan de Dios para México. Es un optimista nato. ¿Su proyecto? ¿Cuál es? A ver, díganle a la secretaria que me traiga mi proyecto de nación. Debe estar por allí en el archivero… Bueno, cuando lo encuentren lo revisan porque él sale a cada rato en la tele y conviene aturdir a las entrevistadoras light con una bonita confesión: “no soy de sociedad, sino de rancho”, y emitir frases luminosas como: “un día no hace verano…”.
Es un carismático nato, pero los demás nunca han sabido entender el carisma… Ahora vienen los problemas graves: ¿qué sastre será el indicado para su traje del primero de diciembre de 2006? ¿Vendrá el nuevo Papa? Y los volantes de campaña, tendrán que llevar al final un RSVP? Eso se acostumbra en los banquetes importantes. ¡Qué difícil la política! Pero nomás falta quitarse de encima al necio patarrajada de López Obrador. Él, se aclara a sí mismo, nunca ha sido un racista nato, ¿pero qué tal la realidad?
El golpe maestro de don Santiago es el uso logístico de su sonrisa. Es un sonreidor nato, y se ha dado cuenta de la alucinación que produce la dulcificación de su semblante, tan adusto. Por eso, cuando prepara una declaración que conmoverá al país y a las Casas de Bolsa y el FMI, también ensaya su sonrisa: allí van el mensaje y el gesto facial: “es una mala tarde”, y al decirlo ejerce el golpe hipnótico y sonríe. Ya quisiera ese presidiario próximo sonreír así.
Las atmósferas II: ¿Qué cara poner?
A ellos nadie les dice cómo hay que votar. Son independientes, y eso les consta a sus familias, sus amigos, sus socios… Siempre han actuado de acuerdo a su conciencia, y quién lo dude que se los diga de frente y de perfil… Aquí el cronista se retracta, porque tanta dignidad junta ahoga, mejor un paisaje creíble de los orígenes de esta divina pléyade, las batallas en las antesalas, las amistades y los compadrazgos, los negocios ilícitos (los únicos que hay, si no no emocionan), el currículum que se convierte en prontuario de recomendaciones.
Ahora la crónica se vuelve algo más irreal y sólo falta localizar o inventar por agregado de partes a un priista modelo que dé su santo y seña: “,ira, a las entrañas del PRI no entras si no tienes cola que te pisen”, en rigor el PRI es un círculo de Colas Pisables, y allí está la verdadera membresía.
No todos son corruptos, pero por una razón u otra demasiados tienen colas que les pisen, porque han participado en funciones de gobierno, y allí los quiero ver lejos de los contratos y de las firmas. De otro modo, les tocaría investigar por años los alcances del pensamiento de Luis Donaldo Colosio o de Alfonso Corona del Rosal, y para ese caso va mi cola pisable en prenda… Si me dicen que exagero me retracto, y aseguro que el PRI es un círculo de Virtudes a Media Asta. Tal vez sea esa una definición más adecuada.
Corre un rumor: los diputados del PAN tienen la conciencia refrigerada, y me arrepiento de hacer eco de esta blasfemia pero no la retiro por a ver si me cae un rayo y deshace la maldad, aunque sea conmigo dentro.
Los de la derecha reúnen en un solo paquete económico la culpa y el perdón y, además, ¿cuál culpa? Si sacaron ese buey de Los Pinos (que buen lema de Fox) es para gobernar indefinidamente y devolverle al país la fe (no es negocio) y continuar de paso con sus buenos negocios (éstos sí son fe). Y el único obstáculo en su camino, además del PRI al que ya le dimos en la madre en 2000, y no por los del voto útil, que sólo se dedicaron a viajar por cuenta nuestra, el último escollo es este cabrón del Peje, que o es protestante o es descreído.
Los inspiradores III: Roberto Madrazo
“Roberto Madrazo lleva la política en las venas”… Esa frase no está mal, pero hay que recordarle al mercadólogo que no le eche demasiada crema a los tacos del árbol genealógico. Él también cuenta, es criatura de sí mismo. ¿Qué tal un slogan así: “Roberto Madrazo aprendió la política al fijarse en lo que hacía”?
Él revisa su trayectoria y sonríe: qué le duran sus adversarios, a él las calaveras… A López Obrador le ganó en Tabasco, cierto que con clientelas y acarreos y un supergastazo de dinero, pero las cajas con los comprobantes, ¿quién las tomó en serio?
Desde joven lo supo: con todo y supertransas, les parecerá natural lo que haga. Él no cae muy bien y de él se aguarda lo que sea, pues entonces aténganse. Allí está el hijo de Catalina Creel al que choteó con todo y parche, ¿y qué pasó? El otro lo acusó con sus tías del IFE y a él las calaveras… Y eso que no se le ocurrió llevar el cadáver de un apache arrestado por Catalina Creel, pero eso ya era muy complicado y lo que le explicaron de Chihuahua ya se le olvidó.
Uno por uno se los ha bailado a todos, es el John Travolta de la grilla, la sonrisa franciscana y el catálogo de lugares comunes útiles para toda ocasión. “Creo que los mexicanos debemos unirnos ante la adversidad”. ¡Qué bien le sale ese! Y lo otro es suma de clientelas, mientras los otros van él viene, los que no estarán conmigo estarán desempleados.
Miren a los gobernadores en la Asamblea del PRI, tanto amenazaron para acabar en la foto con el abrazo y la cachondería inútil. A él las calaveras… De plano, lo único que lo ha sacado de onda es que en las encuestas de Tabasco, su feudo, también se lo ha bailado el Peje.
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Dispense usted las molestias que le ocasiona esta interrupción del proceso democrático (Al fin que nosotros ni queríamos).
El debate era y no era previsible. El Grammy a la mejor actuación cómica involuntaria lo gana por aclamación el abogado Juan de Dios Castro, en el papel de un lic tan enamorado de la justicia que disuelve su oratoria en manoteos y un lenguaje corporal tan intrépido que lo situaba haciendo jogging al borde del abismo.
Y el lic Castro se fue a fondo al decir que conocía el pensamiento de López Obrador. El perredista Pablo Gómez lo interrumpe: “¡Es adivino!”. Y el alma de los abogados panistas se sintetiza en la respuesta de don Juan de Dios:
¡Le voy a decir el pensamiento de don Andrés! ¡Él tenía pensado… porque hay una prueba que se llama presuncional! ¡El derecho penal establece que no se puede castigar el pensamiento, pero cuando se traduce en actos externos como, por ejemplo, tratándose del homicidio premeditado, el derecho penal permite saber qué pensaba el homicida! Y así puedo determinar qué pensaba don Andrés con estos elementos.
Caramba, qué maravilla. El jurisperito y jurisnotable se da el lujo de: a) incorporar la telepatía a los juzgados; b) igualar la magia de Fox que “sospecha” que la pobreza se ha reducido 15% en su sexenio; c) introducir la duda, por medio de comparaciones, sobre las intenciones últimas de AMLO: asesinar al predio El Encino. Formidable.
Las intervenciones que rescato: las de Roberto Campa Cifrián, Horacio Duarte, Pablo Gómez y, muy específicamente, Diana Bernal.
Y elijo dos pronunciamientos para un Hall de la Fama de Otra Índole. El primero, de Santiago Creel: “México está en paz porque es un país de leyes”; el segundo, del CEN del PRI: “López Obrador tiene derecho a defenderse ante un juez, no con movilizaciones”; y dejo aparte la suprema joya de don Vega Memije: “López Obrador no tiene derecho a hacer actos de proselitismo ni a participar en manifestaciones ni a hacer conferencias de prensa ni a mandar cartas desde la prisión”.
Como se ve, el fin de este proceso era exclusivamente jurídico. Esto es justicia, lo demás son las brigadas humanitarias de Pinochet.
Tiempo y espacio de canallas.