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El Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM informó del fallecimiento de la doctora en Historia del Arte, Elisa Vargaslugo Rangel, investigadora emérita de dicha institución, quien fue reconocida en diciembre de 2019 con el Premio Federico Sescosse, a quien ella consideraba “prócer singular” por su defensa del patrimonio cultural.
Responsable ella misma de empresas como la elaboración del primer Catálogo Nacional de Escultura Novohispana –que se inició en 2004 con el registro de cinco mil piezas de los estados de Oaxaca, México, Hidalgo y Ciudad de México– fue autora de los volúmenes Portadas Religiosas de México (UNAM, 1968), La iglesia de Santa Prisca de Taxco (UNAM, 1974), Claustro franciscano de Tlatelolco (SRE, 1980) y México Barroco (Salvat, 1992).
Vargaslugo nació en la ciudad de Pachuca, Hidalgo, en 1923. En 1994 recibió el Premio Universidad por parte de la UNAM, fue miembro de la Academia Mexicana de la Historia desde 1998 y en 2005 se le otorgó la Medalla Sor Juana Inés de la Cruz, también por parte de la UNAM, entre otras distinciones.
Semblanza de Vargaslugo Rangel
La más completa semblanza de su vida y trayectoria la ha realizado la investigadora de la Universidad Nacional de dicho estado (UAEH), Rosa María Valles Ruiz, con el título Una mujer llamada ELISA. Trazo biográfico de Elisa Vargaslugo Rangel, publicada en 2013, en la cual habla de su paso por la preparatoria, su admiración por el especialista en arte Francisco de la Maza (1913-1972), su formación profesional, entre otros muchos temas.
Le cuenta casi todo. Si bien aclara la investigadora en la introducción –tras relatar que las preguntas que animaron su investigación fueron el papel de las mujeres científicas en México y el mundo, quiénes son las científicas mexicanas de mayor relevancia, cuál es su aportación a la ciencia mexicana y desde luego, quién es Elisa Vargaslugo– fue férrea en la defensa de su intimidad:
“Elisa exige respeto a su vida privada. Es tajante al rechazar preguntas que considera impertinentes o irrelevantes. ¿Experiencias felices? ¿Qué si estuve enamorada? ¿Cómo pregunta eso? ¿Qué caso tiene? ¿Qué si me compré un vestido nuevo cuando recibí el Premio Nacional de Ciencias y Artes? No, yo no soy de ese tipo. Así respondió en varias ocasiones. No insistí y la pregunta de si estuvo muy enamorada de su esposo el también investigador Carlos Bosch se quedó sin respuesta. Y todas las preguntas que consideró de carácter personal.”
Fue docente en materias como Historia del Arte, en la Escuela Nacional de Artes Plásticas; en Arte Colonial, en la de Restauración “Manuel del Castillo Negrete”; y dio el Seminario de Tesis de Arte Colonial en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras, de la UNAM.
En dicha casa de estudios hizo su licenciatura, maestría y doctorado, todo en Historia del Arte. Entonces la sede de la Facultad de Filosofía y Letras era el histórico edificio de Mascarones, en la calzada México-Tacuba (actualmente cerca del Metro San Cosme) y se llamaba Escuela de Altos Estudios. Ahí fue discípula del arquitecto Carlos Lazo, del escritor hondureño Rafael Heliodoro Valle, del propio Francisco de la Maza y del especialista en arquitectura y arte colonial Manuel Toussaint. Acerca de él comentó a Valles Ruiz:
“…yo había leído todos sus libros. Era un encanto de hombre, además después fui a dar yo al Instituto de Estéticas y él era director, así es que lo traté más. Tengo un recuerdo muy importante de don Manuel, toda su aportación al arte colonial, porque yo entré a la carrera de historia y debía tomar algunas materias optativas y en éstas llevé las de arte: tomé joyería prehispánica, arte colonial, pintura colonial con Toussaint”.
Hay que decir que, finalmente, la investigadora de la UAEH, logró arrebatarle a Vargaslugo algunos pasajes de su vida que permiten un acercamiento más allá de sus especialidades en investigación del patrimonio cultural. Como su matrimonio en 1954 con Bosch García, hijo del exiliado español Pedro Bosch Gimpera, de origen catalán. Su testigo de boda fue, ni más ni menos, el historiador Edmundo O’Gorman.
Su esposo murió el 23 de febrero de 1994 y le confiesa a la autora de su biografía que aún lo extraña, pues, aunque tuvo que acostumbrarse a estar sin él, compartieron su gusto por la historia, los congresos, los monumentos y los viajes.