Análisis de El laberinto de la soledad
El pachuco y otros extremos (capítulo 1)
Tin Tan como pachuco
Germán Valdés «Tin Tan» como pachuco.
Resulta interesante que Paz sitúe su primer acercamiento a la identidad mexicana fuera de las fronteras de México, en Los Ángeles. Para la década de 1950, en esta ciudad existía un grupo cultural conocido como «pachucos», bandas de jóvenes, casi siempre mexicanos, con un deseo manifiesto de ser distintos, tanto a su origen como a la cultura de acogida. Para paz, el pachuco pretendía infundir miedo en busca de la autohumillación, su voluntad era la de no ser.
Así, el pachuco resulta ideal para la imagen que acompañará todo el libro: la soledad mexicana nace del sentimiento de haber sido arrancado, dice Paz. Por tanto, la tesis fundamental será que la historia de México es la búsqueda de esa filiación, la búsqueda del vínculo o del origen, de cuya pérdida deriva su soledad esencial.
Paz se pregunta: ¿qué hace diferentes a los mexicanos? ¿Qué los diferencia de los estadounidenses? El vecino del norte le resultaba a Octavio Paz confiado en el futuro; luchaba por sus ideales a través del perfeccionamiento del sistema y no de la invención; partía de un optimismo que negaba la realidad, gustaba de historias de policías y de hadas, gustaba comprender y regodearse en el humor. Eran, al menos hasta la Segunda Guerra Mundial, crédulos.
Para Paz, los mexicanos contemplan el horror en su cultura, le rinden culto a la muerte; son creyentes, pero no crédulos; no son optimistas, pero creen en los mitos y las leyendas; contemplan y viven la tristeza como identidad.
Máscaras mexicanas (capítulo 2)
En este capítulo, Octavio Paz reflexiona sobre las actitudes de autodefensa, resignación e ironía mexicanas que funcionan como máscaras que ocultan la realidad. Así, establece: el mexicano es cerrado. En esta cultura, abrirse, mostrarse, es percibido como debilidad y traición. Octavio Paz piensa que esto es visible en expresiones del lenguaje como «no te rajes», una máxima mexicana.
«Rajarse» es ‘abrirse’, es mostrar lo que se lleva dentro, es estar al alcance de la penetración, de la invasión, del ultraje, de la violación. Por eso, Paz relaciona el carácter cerrado del mexicano con el machismo reinante, ya que después de todo la mujer es, pues, imagen de la raja que nunca se cierra. La mujer es lo abierto por naturaleza. Abrirse es «venderse», dice Paz.
El pudor es así una máscara que protege la intimidad. Si del hombre se espera la reserva, de la mujer se espera el recato. El cuerpo «muestra» el ser. La relación con el homosexualismo y el machismo en México dará otra pista: ejercerlo no es otra cosa que «rajarse», abrirse, pero, a pesar de ello, resulta válido ser el que «raja» al otro, el que lo «abre».
Todo son máscaras: la simulación, la disimulación propia y disimulación del otro, el ninguneo y, finalmente, el silencio. Son mecanismos defensivos, no ofensivos. Esa es la lucha mexicana.
En este capítulo, Paz postula también que lo cerrado vive en México como amor a la forma. De allí el ritualismo y de allí también la consolidación del barroco, tanto literario como plástico, por sobre otros paradigmas estéticos.
Todos los santos, día de muertos (capítulo 3)
Día de muertos
No debe extrañar que el mexicano guste de las fiestas públicas. Estas son canales de purificación por medio del caos, momentos excepcionales en los que la gente puede abrirse, «rajarse». La fiesta permite la expresión, y, según Paz, expresarse es romper con uno mismo. La fiesta permite que por un día sea exhibido aquello que la cultura cotidiana impide. Ese es el lugar del día de muertos o de la fiesta del grito.
La cultura mexicana de la fiesta es un culto a la muerte que Octavio Paz observa como símbolo de una venganza contra la vida. Las representaciones populares de la muerte son abordadas por el autor como símbolos de la insignificancia de la vida humana.
Los hijos de la Malinche (capítulo 4)
Negociaciones con los españoles Tlaxcala
Desiderio Hernández Xochitiotzin: Negociaciones entre los aztecas y los españoles, Tlaxcala. Mural.
La Malinche aparece en medio actuando como intérprete entre ambas lenguas.
El capitalismo y su relación con México es una de las preocupaciones de Paz. Según el autor, el capitalismo representa el despojo de lo humano al reducirlo a mera fuerza de trabajo. El capitalismo irrumpe en la sociedad y transforma el orden y los símbolos en utilidad y utilidades.
Si el campesino, dice Paz, representa el misterio y la tradición, el obrero está disuelto en lo genérico de la clase, pues no es dueño ni de sus herramientas, ni del resultado de su obra ni de sus ganancias. El obrero cumple apenas una función en la cadena de producción. Por lo tanto, su trabajo se deshumaniza. Cosa semejante pasa con el técnico. La sociedad capitalista se hace eficaz, pero pierde el rumbo.
En medio de ello, el mexicano se mantiene en la lucha con sus entidades del pasado, cuyas fuentes se encuentran en la conquista. Será este el lugar de la expresión lingüística «¡Viva México, hijos de la chingada!»; pero ¿quién es la Chingada?, se pregunta el autor.
Será esta una frase usada en contra de los demás: los otros, los extranjeros, los malos mexicanos. Si bien chingar tiene un significado diferente en cada región de América Latina, siempre tiene una connotación violenta; siempre refiere a una forma de agresión.
Dice Paz que la chingada es, pues, «la madre abierta, violada o burlada por la fuerza». Es doña Malinche, amante de Cortés, por lo que sus hijos son el engendro de la violación. Si la Malinche «se ha vendido», ha traicionado a su gente, el mexicano no la perdona. Ha roto con su madre, ha perdido el vínculo.
Esta frase es para Paz la sarcástica humillación de la madre y la afirmación violenta del padre. Ese es el grito de la revolución. Por eso, la revolución niega lo diverso e impone al hombre en la cúspide. Cerrados una vez más, los mexicanos viven la orfandad y la soledad.
Ver también Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.
Conquista y colonia (capítulo 5)
diego rivera la colonizacion
Diego Rivera: La colonización o llegada de Hernán Cortés a Veracruz (fragmento).
Frente a la conquista y la colonización, los aztecas sienten que los dioses los han abandonado, los han dejado en la orfandad. España, en aquellos años, no es la España medieval cerrada, sino que está abierta a la universalidad por influencia del renacimiento. Por eso España aplica y adapta, pero no inventa, según Octavio Paz.
La Iglesia católica, también de pretensión universal, le ofrece a los indígenas una filiación, un refugio y, en última instancia, un rol o papel, así sea el último de la sociedad. De allí que la religión católica haya cumplido un papel cohesionador.
De la misma manera que España no inventa, sino que aplica y adapta, el arte novohispano no pretenderá la originalidad. Pretenderá, sí, la universalidad.
Sor Juana Inés de la Cruz será ejemplo de ello. Pero ella también, como hija del orden colonial impuesto en México, vivirá la doble soledad: la soledad de la mujer y de la intelectualidad. Como es de esperarse en la cultura de la máscara, el disimulo y el ninguneo, sor Juana acabará por guardar silencio y acatar el rol que se le ha impuesto.
De la independencia a la revolución (capítulo 6)
Independencia de México
Juan O’Gorman: Independencia de México. Fragmento. Mural.
La decadencia del orden colonial trae consigo una imagen de América Latina como un futuro por realizar y no como una tradición a continuar.
Pero según el autor, los líderes de la independencia anteponen las ideologías como una máscara, puesto que, de fondo, no plantean un nuevo orden sino la perpetuación del orden anterior en manos de los herederos. Por eso, dice Paz, la independencia mexicana será una guerra de clases y no una guerra con la metrópolis; será una reforma agraria en gestación.
La confusión que se genera en México en aquellos años permite que EE.UU. aproveche la situación para robar la mitad de su territorio, lo que hiere de muerte al caudillismo militar y golpea la moral mexicana. Es una raja, es la tierra violada, penetrada, rajada.
El porfirismo posterior será heredero del feudalismo colonial. Es la imposición de una minoría. Aparece así, una vez más en la historia de México, la simulación, apenas útil para romper con el pasado, pero incapaz de crear un orden real.
La revolución mexicana es la primera y verdadera revelación del ser mexicano para Octavio Paz, pues aunque nació sin programa, su proceso fue auténticamente de base y muy anterior a las revoluciones socialistas del siglo, empezando por la rusa.
Sin embargo, hallaría sus límites al llegar al gobierno. Por ello, atrapada en su condición orgánica sin programa ideológico, acaba por adoptar un programa liberal, asimilar un discurso socialista y sufrir las consecuencias del imperialismo. Lo que nace por primera vez desde una autenticidad se transforma, nuevamente, en un disfraz, en una máscara; en simulación y disimulo. La revolución quiere regresar al origen, y esa voluntad de regreso es fruto de la soledad.
La inteligencia mexicana (capítulo 7)
Orozco
José Clemente Orozco: Katharsis. 1934-1935. Fresco.
Octavio Paz aborda en este capítulo el surgimiento y evolución de una nueva generación de intelectuales que acompañó el proceso revolucionario o que vivió la transformación, no sin contradicciones. Surgieron toda clase de artistas e intelectuales al servicio de la revolución, que debieron formarse en áreas ajenas para desarrollar un papel en la administración del Estado. Algunos, al identificarse con el gobierno, perdieron el espíritu crítico del oficio.
Paz celebra la política educativa desarrollada por José Vasconcelos, secretario de educación, quien impulsó importantes reformas y brindó los espacios para el desarrollo de las artes de inspiración popular y nacional, como el muralismo mexicano.
Ver también 5 claves para entender la importancia del muralismo mexicano.
Autor de La raza cósmica, Vasconcelos contempla a México y América Latina como una promesa de futuro para el mundo. Sin embargo, dice Paz que la pretensión de una educación socialista, progresista y antidogmática se contradecía con el programa liberal de gobierno.
Paz destaca el valor del aporte de importantes intelectuales de méxico que marcaron la diferencia y destacaron, por lo que se constituyen en referencias fundamentales, como José Gaos y Alfonso Reyes, entre muchos otros.
Nuestros días (capítulo 8)
Siqueiros
David Alfaro Siqueiros: Imagen de nuestro presente. 1947.
Al reflexionar sobre su actualidad, Octavio Paz reconoce que la revolución creó a la nación, le dio cuerpo y nombre, le dio entidad, pero que, a pesar de ello, no fue capaz de crear un orden vital en el cual pudieran encontrarse las respuestas que los mexicanos han buscado a lo largo de su historia, especialmente desde el momento en que comenzaron a tomar consciencia de su especificidad.
Analizar su tiempo histórico lo lleva a escudriñar en los límites y alcances de los modelos de orden político, económico y social que dominan para entonces el mundo occidental, y que, de alguna manera, afectan el proyecto de país: el capitalismo y el socialismo. Ambos sistemas, sea en el discurso o en la praxis, se muestran insuficientes para dar respuesta a las necesidades mexicanas, lo mismo que las realidades de otras naciones, como las latinoamericanas, las asiáticas y las africanas.
Quizá se deje traslucir en este laberinto de Octavio Paz, de algún modo, un pequeño aliento de esperanza, de posibilidad del ser mexicano, de promesa y de futuro, que, en este caso, reclama la invención.
La revisión de la historia, los símbolos, el lenguaje y los rituales hechos por el autor hasta este punto, no son más que un esfuerzo por encontrar los derroteros que conduzcan a la liberación del hombre que es, al fin y al cabo, el propósito de toda la historia humana.