El primerísimo «grito» de independencia

 

El primerísimo “grito” de independencia

PATRICK JOHANSSON K.

Itzcóatl (Iztcoatzin) Códice Matritense fol 51r Itzcóatl (Iztcoatzin) Códice Matritense fol 51r

Doctor en letras por la Universidad de París, el autor de este artículo –nahuatlato discípulo de Miguel León-Portilla– hurga en los vericuetos prehispánicos para rastrear las huellas de la liberación mexica, y establece un paralelismo histórico con los insurgentes. Sometidos a los tepanecas de Azcapotzalco durante más de 100 años, los mexicas, bajo el mando de Itzcóatl, consiguieron su “independencia” en 1428. Este es el texto entregado a Proceso.

(Proceso).-

En el marco de cambios políticos radicales que definen el concepto de “transformación” y en los tiempos de pandemia en los que vivimos, el grito conmemorativo de independencia por darse en este segundo año de la llamada Cuarta Transformación debería tener resonancias particulares, ya que coincide con el 500 aniversario de la entronización de Cuitláhuac, señor de Iztapalapa como tlatoani de México, el 16 de septiembre de 1520, y de su muerte trágica, causada por una epidemia de viruela el 3 de diciembre del mismo año.

La victoria aplastante de Cuitláhuac sobre el ejército español y sus aliados nativos en la famosa “noche triste” del 30 de junio, que lo dio a conocer, iba a ser tan sólo un comienzo en el vasto proyecto que él tenía de federar las naciones indígenas, amigas y enemigas en torno a los mexicas, para poder derrotar a un poderoso adversario, peligroso en términos bélicos, pero también y sobre todo –como lo había intuido el ilustre iztapalapense– en los términos catastróficos del fin de una manera de ser y de pensar que la victoria del invasor, fatalmente, conllevaría.

“Hombre astuto, sagaz y bullicioso, y la principal parte de echar de México a los castellanos”, como lo describió Torquemada, su visión de vencedor habría propiciado la creación de una nación indígena y habría definido un rumbo radicalmente distinto de la historia de México. Desafortunadamente el vencedor fue vencido por una epidemia de viruela (totumonaliztli) que diezmó a los mexicas y puso un fin prematuro a su vida. Esta pandemia impidió asimismo la transformación genuinamente nativa que el tlatoani Cuitláhuac había concebido, abriendo el camino a otra al año siguiente, el 13 de agosto de 1521 con la capitulación de Cuauhtémoc y la instauración del gobierno español virreinal en el corazón lacustre de México.

El “grito” del 15 de septiembre de 1810, que marcó el comienzo del fin de tres siglos de opresión por parte de los españoles peninsulares, según lo expresó Miguel Hidalgo, y que se conmemora puntualmente cada año, no fue el primero aun cuando anticipó una magna transformación, que tampoco fue la primera.

Además del sonoro y sedicioso grito de libertad proferido por Hidalgo, la insurgencia iba a anclar visualmente los anhelos políticos de su mexicanidad en un emblema “pre-hispánico”. En efecto, una vez consumada la Independencia, el afán de desmarcarse radicalmente de los españoles, y de limpiar la joven nación de escorias ideológicas coloniales que podrían adherir todavía al espíritu de su edificación, hizo que se escogiera como blasón alegórico del México independiente el águila azteca posada sobre un nopal, a su vez imagen del portento fundacional de México-Tenochtitlán.

Esta imagen que figuró desde el 2 de noviembre de 1821 hasta nuestros días en el centro del lábaro patrio (con variantes iconográficas), así como en la ilustración de una versión de la constitución de 1824, expresaba claramente, en el umbral de un libero y mestizo futuro, una retrospección identitaria hacia el mundo prehispánico. Dicha representación –que relacionaba de manera algo anacrónica la Independencia con la fundación de la ciudad indígena epónima–, debía simbolizar el arraigo profundo de la nación mexicana en la historia de los pueblos originarios.

Ahora bien, la marginación y la miseria que sufrirían los indígenas en el México independiente, parecidas a las que habían padecido durante el periodo virreinal, muestran que, fuera de la imagen, los pueblos originarios no tenían cabida en esta transformación.

Un paralelismo histórico se podía establecer, sin embargo, entre los insurgentes y los mexicas. Estos últimos sometidos a los tepanecas de Azcapotzalco durante más de 100 años, hasta que, bajo el mando de Itzcóatl, consiguieron su “independencia” en el año 1-tecpatl “1-pedernal” (1428), como consecuencia geopolítica inmediata de una victoria en la batalla de Xoconochnopaltitlán.

Elegido a la muerte de su hermano Chimalpopoca en el año 13-Acatl (1427), Itzcóatl, hijo del primer gobernante de México-Tenochtitlán, Acamapichtli, emprendió una guerra contra Azcapotzalco que tenía como fin librar a los mexicas del yugo tepaneca.

La victoria de Itzcóatl (y Tlacaélel) en el mencionado lugar, fue emblemática ya que consagraba la independencia de México-Tenochtitlán, y daba inicio a una hegemonía mexica que iba a durar hasta la llegada de los españoles.

Poco después de su entronización, Itzcóatl mandó quemar los libros pictográficos que contenían la tradición mexica, so pretexto que contenían muchas mentiras (miec mopiaya iztlacayotl) e implantó una primerísima transformación. En efecto, si lo comparamos con los gobiernos anteriores de Acamapichtli, Huitzilihuitl y Chimalpopoca, todavía algo chichimecas y nómadas en su mentalidad, sus costumbres y sus aspiraciones, el reino de Itzcóatl manifestó una asunción plena del sedentarismo, con todo lo que implicaba, y realizó cambios radicales: entre otras medidas procedió a la repartición de tierras conquistadas, promulgó leyes y estableció normas que consolidaban el altépetl (el Estado mexica), si no es que lo creaban.

Itzcóatl no dio un grito formal de independencia pero, como lo refiere fray Diego Durán, en el ardor bélico de la batalla de Xoconochnopaltitlán, entre “vocería y silbos y otras algazaras”, los mexicas “empezaron a apellidar ¡México, México!”.

Esta evocación reiterada de una nación que rompía los lazos férreos de una sujeción, suena, sin duda, como el primerísimo “grito de independencia” de la historia de México.

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