Del Papa Francisco:
Queridos miembros del Círculo de San Pietro, ¡bienvenidos!
Agradezco al nuevo presidente de la Asociación, el marqués Niccolò Sacchetti, las amables palabras que me ha dirigido, y le deseo todo lo mejor para esta nueva tarea.
Vuestro lema es: «Oración – Acción – Sacrificio». Estas palabras representan los tres principios cardinales en los que se basa la vida de la Asociación. En nuestro encuentro del año pasado centré mi reflexión en el primero: la oración (cf. Discurso a los miembros del Círculo de San Pietro, 19 de febrero de 2019). Este año, en cambio, me gustaría centrarme en la acción.
La pandemia, con la necesidad de un distanciamiento interpersonal, os ha llamado a repensar las modalidades concretas de las obras de caridad que habitualmente realizáis en favor de los pobres de Roma. A las necesidades de las personas a las que servís habitualmente se ha añadido la necesidad de responder a las necesidades urgentes de tantas familias, que se han encontrado de la noche a la mañana en apuros económicos. Y no hay que asustarse: habrá cada vez más porque las repercusiones de la pandemia serán terribles.
A una situación excepcional no se puede dar una respuesta habitual, sino que se requiere una respuesta nueva y diferente. Para ello es necesario tener un corazón que sepa «ver» las heridas de la sociedad y manos creativas en la caridad activa. Un corazón que vea y unas manos que hagan. Estos dos elementos son importantes para que una acción caritativa siempre sea fecunda.
En primer lugar, es urgente identificar, en la ciudad que se está transformando rápidamente, las nuevas formas de pobreza. La pobreza, habitualmente, es pudorosa, tiene pudor: hace falta ir a descubrir donde está…Las nuevas formas de pobreza, vosotros bien lo sabéis, son tantas: pobreza material, pobreza humana, pobreza social. Está en nosotros verlas con los ojos del corazón. Hay que saber mirar las heridas humanas con el corazón para «preocuparse de todo corazón» por la vida del otro. As,í ya no es sólo un extraño necesitado de ayuda, sino, antes que nada, un hermano, un hermano que pide amor. Y sólo cuando nos preocupamos de todo corazón por alguien podemos responder a esta expectativa. Es la experiencia de la misericordia: miseri-cor-dare, misericordia, dar misericordia a los míseros, dar el corazón a los míseros.
Nuestro mundo, como observó San Juan Pablo II hace cuarenta años, «parece no dejar espacio a la misericordia» (Enc. Dives in Misericordia, 2). Cada uno de nosotros está llamado a cambiar el curso. Y es posible si nos dejamos tocar en primera persona por el poder de la misericordia de Dios. Un lugar privilegiado para experimentarlo es el sacramento de la Reconciliación. Cuando presentamos nuestras miserias al Señor, nos envuelve la misericordia del Padre. Y es esta misericordia la que estamos llamados a vivir y a dar. Siempre Dios, nosotros y los demás.
Después de ver las heridas de la ciudad en la que vivimos, la misericordia nos invita a tener «imaginación» en nuestras manos. Y lo que habéis hecho en esta época de pandemia es mucho: una vez aceptado el reto de responder a una situación concreta, habéis sabido adaptar vuestro servicio a las nuevas necesidades impuestas por el virus. También me gusta recordar un pequeño gran gesto que el grupo de jóvenes del Círculo tuvo con los miembros mayores: una ronda de llamadas telefónicas para ver si todo iba bien y hacerles compañía. Esta es la imaginación de la misericordia.
Os animo a continuar con empeño y alegría vuestras obras de caridad, siempre atentos y dispuestos a responder con valentía a las necesidades de los pobres. No os canséis de pedir esta gracia al Espíritu Santo en la oración personal y comunitaria.
Os doy las gracias porque sois una expresión concreta de la caridad del Papa que se preocupa por la pobreza de Roma. De los pobres y de las pobrezas. Y os agradezco el Óbolo de San Pedro que recogéis todos los años en las iglesias de la ciudad y que hoy me ofrecéis.
Os encomiendo, así como a los miembros de vuestras familias y a todas las personas que atendéis diariamente, a María, Salus Populi Romani, y a la intercesión de los santos patrones de Roma, Pedro y Pablo. Y os pido que sigáis rezando por mí. Gracias.