El periodismo y la fuerza de las palabras

Roberto Hernández Hinojosa, el periodismo y la fuerza de las palabras

– Vilma Fuentes –

La Jornada Semanal

Recuerdo entrañable y homenaje a un periodista mexicano de pura cepa, Roberto Hernández Hinojosa (1920-1993), dedicado al reportaje deportivo, sobre todo de beisbol, que llegó a ser corresponsal del ‘Sporting News’ y jefe de información de ‘El Universal’ y ‘El Gráfico’. Un hombre que sabía de los silencios y, por lo tanto, “las palabras que decía podían ser escuchadas al pie de la letra: tenían sentido”.
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El próximo 31 de octubre se cumple el centenario del nacimiento de Roberto Hernández Hinojosa, pilar del periodismo mexicano del siglo XX y estrella del periodismo deportivo. Su hija Bebis decidió ocupar su confinamiento recopilando textos sobre su vida y sus cincuenta años de periodista. Su fallecimiento ocurrió el 24 de febrero de 1993, fecha que, magnífica ironía, fue miércoles de ceniza y día de la bandera. El libro reúne más de ciento cincuenta fotografías, de su infancia a su entierro al pie del Popocatépetl. Roberto con Vilma Elodia, su mujer, en familia, con beisbolistas, líderes sindicales, presidentes, obreros. Los textos de Raúl Mendoza, José Luis Martínez, Élmer Mendoza o los míos, trazan la aventura periodística. Se inicia en La Afición como reportero y, gran cronista de beisbol, llega a jefe de redacción. Corresponsal del Sporting News. Creador de Éxito y La Verdad, periódico en español en Los Ángeles. Jefe de información de El Universal y El Gráfico. Son evocadores los retratos de Roberto, de su sentido del humor, hechos por sus hijos Roberto y Laura, y su nuera, Magdalena Flores Peñafiel.

Roberto –escribe Jordá Galán– contaba que Lozano y él dieron una exhibición privada de dominó al Papa en Nueva York. Lo decía tan en serio que muchos nos quedábamos pensando si era cierto o era broma. O cómo, durante una gira por la frontera, metió en apuros a las empleadas de las tiendas pidiéndoles una plancha
para zurda.

David Huerta escribe de un proyecto: me hubiera gustado sentarme a su lado a recoger los recuerdos personales –anécdotas, sobre todo– de varios peloteros famosos, como Martin Dihigo y Babe Ruth, a los que trató de cerca cuando era reportero deportivo.

La vocación de Roberto por el periodismo remonta a su infancia: era un chiquillo, alumno de primaria, cuando una vecina, llamada doña Chonita por los chamacos del barrio, le preguntó si sabía leer. La anciana había perdido la vista pero no el vicio por la nota roja. A cambio de algunas monedas, mi padre iba a comprar un periódico y le leía asesinatos que causaban escalofríos y arrobo a doña Chonita. Algunos meses más tarde, las ganancias del abusado escuincle se triplicaron cuando no pudo adquirir el diario, a causa de una huelga que le dio la idea de economizar la compra del periódico. Después de todo, la ceguera de la mujer le impedía ver que el chico pasaba las hojas de un viejo diario fingiendo la lectura en voz alta de un crimen inédito y en exclusividad para ella, un asesinato más truculento y excitante que los publicados en las páginas de nota roja.

Roberto, escribe Bellefroid, hablaba poco. Este silencio permitía conservar a las palabras la fuerza que nunca habrían debido perder. Varias veces me ocurrió sentir la misma impresión al oírlo hablar: l­as palabras que decía podían ser escuchadas al pie de la letra: tenían sentido. O bien, en silencio.

Tania tuvo la buena idea de guardar las cartas que le escribió su abuelo a París. Es difícil leerlas sin reír: “Debo decirte que, el papá es la máxima autoridad de santería en México. Tengo varios amigos santeros que con una gallina colorá (rojita, pero los cubanos dicen colorá) te salvan de diablos, de brujerías, de Fidel Castro, de Reagan, de Gorbachov, de vampiros, te consiguen novio, un premio chico de la lotería y te desaparecen todo el dinero que lleves en la bolsa. Descubrí el secreto de las gallinas asesinadas en la Zona Rosa en un artículo del periódico. Resulta que en los principales cruceros de la Zona Rosa encontraban todas las madrugadas a gallinas y a veces gallos despanzurrados o descabezados. Parecía un gran misterio pero el papá dijo que era un caso como para el Tobi, lo investigué y descubrí que eran los animales que usaban en las limpias (así se dice) los babalaos cubanos. Hace poco estuve platicando con un babalao que vive en Cuernavaca, aunque disfrazado, pues tiene un colegio de monjas. Babalao es sacerdote de la santería. No lo confundas con Babalú (a quien debes llevarle 17 velas para ponerlas en cruz). Babaí es San Lázaro. Changó es uno de sus dioses. Sus vudús son bobos. Para colmo, los malvados santeros o babalaos hacen limpias cobrándolas en dólares en México, lo que les quita clientela a las brujas mexicanas, que casi nunca matan pollos, pero que te hacen salir como pavo ahumado, pues queman bola de yerbas olorosas mientras te sacuden para limpiarte de males con ramos misteriosos.”

El misterio de la muerte se cierra con ella. Bebis narra que, en busca de una cuidadora para ocuparse de nuestro padre, ya en fase terminal, se topó con una mujer fuerte y alta, quien se ofreció a la tarea: “mi papá la amó al instante. Era la mujer de su muerte… Cuando falleció, a nadie le pasó por la cabeza avisarle a la cuidadora”. Una semana después, la buscó en vano. Nadie sabía de ella, ni siquiera su nombre. “Nadie la recordaba. Parecía haber salido de la nada y regresado, a la muerte de mi padre, a ese lugar donde sólo se permite la entrada de algunas brujas y grandes magos”.

Acaso, para Roberto, la ausencia era una antesala de la muerte, y la muerte una simple cuestión de lugar.

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