Patricia Aridjis: la fotografía es mujer
– José Ángel Leyva* – .
La Jornada Semanal
Formada en la UAM-Xochimilco en la carrera de Comunicación Social, luego fotorreportera del diaro ‘Mira’, que dirigían Miguel Ángel Granados y Pedro Valtierra, y en muchos más, Patricia Aridjis (Michoacán, 1960) también ha desarrolado una trayectoria como artista visual, cuyo tema esencial son las mujeres. Sus trabajos ‘Las horas negras’ y ‘Nostalgia de la muerte’, entre otros, dan cuenta de ello.
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Tenía siete años cuando murió mamá. La imaginé o la soñé, pero la vi a lo largo de mi infancia. Era una imagen nítida que, postrada en su cama, me llamaba con los brazos abiertos, me acurrucaba en su regazo y me dormía, sin miedo a la oscuridad, sin el dolor de su ausencia. Esa fantasía, quizá la aparición de un ángel, se convirtió en una manera de ver la intimidad femenina. Soy, entre cinco hermanos, la mayor y la única mujer. De haber sido hombre seguramente no hubiese tenido la oportunidad de hacer fotografías propias de un mundo femenino con la misma empatía y confianza. Para mí hay tres elementos a considerar en la fotografía: el que crea las imágenes (fotógrafo), el fotografiado (personaje) y el que observa (espectador). Hay una relación triangular. El observador ve lo que piensa, su percepción de la fotografía responde a su propia historia, a su postura ante la vida, a lo que lo conmueve o altera, a sus intereses, al momento que vive. Hay una correspondencia biunívoca entre el interior y el afuera.
Mi búsqueda de imágenes en la realidad está en consonancia con mi propia biografía. De raíces griegas y michoacanas, purépechas y españolas, nací y crecí en Contepec. Allí estudié la primaria en la escuela pública José María Morelos y en la particular, de religiosas, Tata Vasco. Nicias Aridjis Teologou, mi abuelo, fundó familia en ese pueblo donde nacieron sus hijos, entre ellos mi padre Nicias Aridjis Fuentes y mi tío, el reconocido poeta y narrador Homero Aridjis. Mi madre se llamaba María Luisa Perea y falleció a los veintisiete años por una iatrogenia, es decir, a consecuencia de un error médico. Los cirujanos que la operaron de la vesícula le afectaron el páncreas. Durante años, mi principal miedo era que papá muriera y a menudo soñaba con su muerte. Me despertaba entre sollozos y venía mi madre adoptiva a consolarme, hasta que me vencía el cansancio.
Imágenes femeninas: Las horas negras y Nostalgia de la muerte
VINE A CIUDAD de México a estudiar la secundaria en el Colegio Martinak y realicé estudios en la Normal del Colegio Civilización; después obtuve la licenciatura en Comunicación Social en la UAM-Xochimilco. Ejercí el periodismo al mismo tiempo que la fotografía. Comencé a colaborar con fotografías en la revista Mira, en 1992. La dirigía Miguel Ángel Granados junto a Pedro Valtierra. Ingresé durante un período crucial en la vida política del país, cuando tuvieron lugar acontecimientos que eran los prolegómenos de la caída del PRI, de su ocaso, de la descomposición acelerada del tejido social, como el asesinato de Luis Donaldo Colosio, una serie de crímenes políticos que delataban la emergencia de un narcoestado, el levantamiento indigenista en Chiapas, entre muchos sucesos históricos. A partir de ese momento mi actividad central fue como fotorreportera. Mis modelos eran los fotógrafos de La Jornada.
Había estudiado fotografía en la carrera de Comunicación, pero entré, para consolidar mi formación técnica, a la Escuela Activa de Fotografía. Continué trabajando para varios periódicos nacionales. Sentía que muchos colegas me aventajaban porque habían comenzado su carrera y su oficio muy jóvenes, yo ya no lo era tanto. Sentía el apremio del tiempo y comencé a forjar, de manera simultánea, una obra en el plano de la fotografía documental. Cuando trabajé para Mira inicié La fiesta, un registro de eventos sociales desde una perspectiva estética, más que periodística. Me interesaba la gestualidad social, los rituales de los quince años, de las bodas, de los bautizos. Esas dinámicas culturales en torno a la celebración y el festejo, un tapiz cultural donde se expresan los distintos y más profundos hilos de la diversidad nacional.
Desde entonces vivo la Ciudad de México como un manjar visual y aquí surgió el trabajo documental que titulé Nostalgia de la muerte, evocando la poesía de Xavier Villaurrutia. Las horas negras fue el ensayo fotográfico que marcó un antes y un después en mi trayectoria visual. Se trataba de una investigación muy personal; no atendía a encargo alguno. Fue un trabajo muy arduo, de 2000 a 2007, con largas jornadas en los reclusorios para mujeres. Las internas buscan y hallan recursos para sobrevivir a su encierro, a sus condenas. No justifico sus actos, pero entendí en muchos casos los motivos de sus transgresiones. Para lograr mis objetivos tuve que asimilar un largo aprendizaje de respeto y de comunicación, escuchar mucho e ir poco a poco liberando de las celdas imágenes, relatos, mucho dolor, tristezas, alegrías. Me gané su confianza y me permitieron revelar su intimidad, su sexualidad, su maternidad, sus esperanzas.
A partir de Las horas negras vinieron otras series en donde la mujer es la protagonista, el personaje central de mi búsqueda. Ojos de papel volando (2012) y Arrullo para otros (2013) sucedieron casi de manera simultánea. Cuando realicé mi más reciente ensayo fotográfico, Mujeres de peso, que no pude exhibir a causa de la pandemia, entré al universo estético de quienes han sido colocadas al margen de los patrones sociales de la belleza; son vistas incluso desde una perspectiva de lo grotesco. Lucien Freud me inspiró para emprender esta serie, pero comencé a ver a otros pintores, como Botero, Rubens, etcétera, que han puesto su atención creativa en torno a la gordura.
“Lo que importa es la búsqueda”
CON LA DIGITALIZACIÓN de la fotografía puedes ver en el instante las tomas que acabas de hacer, y a causa de ello me han pasado cosas muy curiosas. Una chica que trabaja en un table dance, pero en los baños, tiene un cuerpo muy voluminoso, nada que ver con los cuerpos esculturales de las chicas que se exhiben y bailan. Aceptó que la retratara, pero cuando me pidió ver las imágenes, advertí su decepción, no era lo que esperaba. Se vio en mi mirada y no en su fantasía.
Hay grupos de mujeres que tratan el tema de su obesidad, colectivizan su condición, socializan su corporeidad. Me espejeo mucho en su mundo interior, en sus inquietudes. En Hermosillo conocí a un grupo que se hace llamar “Las gordiamigas”. Son jóvenes muy bien plantadas, muy claras en relación con el cuerpo. En Ciudad de México hay puntos de reunión por otros motivos, como sucede en el Metro Chabacano, donde hay puestos especializados en ropa de tallas extragrandes. No sólo es el hecho de vender ropa para personas obesas, sino ofrecer prendas que responden a ciertos patrones de la moda.
Me apasiona en extremo mi oficio. Nunca me ha preocupado responderme si la fotografía es un arte o es simplemente un lenguaje visual, pero sé que busco algo personal, algo que tenga una intención estética, que provoque una emoción y un placer que vaya más allá del entretenimiento, que obligue a pensar y a revelar una imagen no prevista. Recuerdo cuando vivía en el pueblo, era niña y estaba enamorada platónicamente del monaguillo de la iglesia, quien era mi compañero en la escuela. Él nunca lo supo, pero yo iba a la iglesia para verlo. La fotografía es como esa situación, no puedo dejar de buscarla, no importa si se ha fijado en mí, si advierte mi presencia. Lo que importa es la búsqueda.
*Escritor, jefe de Publicaciones de la UACM.