Los Mineros de La Valenciana construyeron un templo

Un órgano, un coro, un templo

San Cayetano

José Félix Zavala

El Organo

En la parte norte de la ciudad de Guanajuato, está el poblado minero de Valenciana, recostado a la mitad de la falda de una montaña, tierra de barreteros. Su templo, síntesis de la historia de este lugar, se llama San Cayetano, su silueta se percibe de manera completa solo a lo lejos.

Este templo, fruto del arte mexicano, tiene un coro y en èl, un órgano, todo en armonioso conjunto. Ocupa la porción comprendida entre el paño interior del muro de la fachada y los laterales, hasta las primeras pilastras, su piso se asienta sobre una bóveda de cañón.

Lo enmarca un arco de cantera, con intrados tallados con ángeles musicantes que llevan en sus manos: El uno la chirimía, otros trompetas, alguien el corno, violines, violas, flautas, campanas, salterios, mandola, gaita y algunos partitura, – solo para órgano y orquesta -, acompañamiento que el escultor quiso dar. En el mismo arco alargado, mascarones, querubines, vegetales y conchas. Todos participando, sin simetría como corresponde al churrigueresco mexicano.

En la Bóveda de cañón, 16 ángeles en grupos, intercalados con los lunetos, semejan cantores, las portadas de las puertas, tanto la que da acceso al cuarto de fuelles, como la de la entrada del coro y el ventanal que mira hacia Guanajuato, abunda la cantera, acojinamientos donde se esculpen ángeles, conchas – significantes de la gracia – mascarones, cuernos de la abundancia, dando la oportunidad de que el espíritu llegue a Dios entre la música.

 

La Caja del órgano – madera de cedro – solo en su parte superior manifiesta ornamentales con cascadas bambalinas y arriscados copetes, dijera Antonio Cortes, rivalizando con el esculpido de la piedra.

El órgano como todo el templo, es mexicano, costó mil doscientos pesos oro, 55 registros, trompetas, violín, bajoncillos, clarines, tambores, cajas de ecos, flautados y llenos, entre otros; dos teclados, dos mil flautas – aleación de plomo y estaño -, lengüetas de latón, seis flautas grandes de madera. Los secretos se accionan con alambres de cobre. No tiene pedales.

Este lugar de la Valenciana, – pueblo, mina, templo -, logra su cometido y defiende la elegancia del siglo XVlll, su época.

A 5 kilómetros de distancia de Guanajuato, junto a la boca de mina de los tiros: Tepeyac, San Antonio, San José, San Ramón, Guadalupe, Cristo de Burgos, podemos añorar la mañana del 26 de julio de l887 cuando sonó el órgano para el cantamisa de José Alvarez, los cambios de organista, sucedidos un 24 de julio de 1890 y un 9 de agosto de 1899, consta en inscripciones hechas en la caja junto a los registros.

Organo de doble teclado, cuatro fuelles, cincuenta misturas, coro de Arco orquestado, bóveda de ángeles cantores, portadas barrocas. Es un templo mexicano, es La Valenciana.

Guanajuato

Llegar de pronto a Santa Fe de Guanajuato, Ciudad cañada, que del Cantador sigue sin plan alguno, deslizándose entre callejones, Cantaritos, El Resbalón, otros barrios y rumbos, formando un verdadero laberinto, es un sueño.

Mis primeros pasos por Guanajuato han sido sus orígenes, todos coinciden en esa gran leyenda, arrieros que tropezaron con oro, y que dieran vida a esta ciudad minera, crecida sobre dos pendientes, donde forman ángulo Tamazuca y La Quebradita, en la falda del cerro del Cuarto, Buqueros, Rosarito, Robles, Buena Vista.

Me he topado con sorpresa con las fachadas barrocas y churriguerescas de los templos de Cata, San Diego y Valenciana, admirando con veneración la imagen de Nuestra Señora de Guanajuato, – regalo real – además de escuchar por las tardes, – jueves y domingos – la banda de música en el Jardín de la Unión, y en la Plaza del Baratillo y San Fernando, ver pasar el tiempo y su gente.

De Rayas, Mellado, Cata, Valenciana y Marfil, de 33 Cuarteles, brota Guanajuato. De entre Otomíes, Nahuas, Mexicanos y Tarascos, nace, por el rumbo del templo de los Hospitales y es adoctrinado, este pueblo, por Fray Pedro de Bustamante, Fray Ignacio Páez y Fray José Rodríguez; Regida por primera vez por Perafán de Rivera y se extendía la población de Belén a San Diego, por aquellos días en que Carlos ll la nombra Villa de Santa Fe y Real de Minas de Guanajuato, un 5 de junio de 1682.

Tierra de Marqueses y Condes, de Dieguinos, Betlemitas, Mercedarios y Jesuitas; De Barreteros y Artesanos de San Luisito; de Plazuelas del Ropero, del Callejón de Loreto y la calle de Matavacas.

Guanajuato alborozada cuando su Virgen fue llevada por las calles de Pocitos, Cervera y Belén, hasta su templo, después de 139 años de no tenerlo, – templo con cañón de 79 varas, formación en cruz latina, altares de madera, pinturas de Vallejo, elegante y majestuoso; Cuando el 3 de julio de 1741 se comenzó la Presa de la Olla, cuando en la Plaza de Mejía de Mora en 1788, se inauguro el Coliseo de Comedias – palcos, lunetas, plazuela y patio -; Se alegrara con la llegada del ferrocarril en 1882, la luz pública y los tranvías en 1884.

Guanajuato permanece, a pesar de los pesares y de las muchas agresiones que a través de 400 años ha sufrido y de la falta de cariño, por eso sus callejones y casas de barro, que se detienen de las faldas del cerro y caen a la Cañada, donde están las Casas Reales y los templos de piedra.

En el templo de San Cayetano esplendor de mestizaje, indios y españoles plasmaron sus imágenes en armonioso conjunto: Forma de cruz latina, cuatro bóvedas, arcos y molduras de cantera.

El Baldaquino

El retablo central o del altar mayor, llena todo el muro del fondo del templo, en complicado y prodigioso derroche de formas y tallas.

Aquí se dan las experiencias escultóricas y arquitectónicas ancestrales, llevadas a una rica expresión. Su origen, los tiempos del rey Salomón, los relicarios de los mártires de los primeros cristianos; El retablo, su etimología – atrás de la mesa, – es una estructura de madera dorada, zócalo, donde nace el altar, banco y cuerpo donde arranca, columnas para el entablamiento y copete.

El retablo es la escenografía, magnífica, es la más certera visión que pudieron dar los religiosos del reino de Dios. El que nos ocupa tiene un cuerpo inferior dividido en tres porciones. En el medio un monumental baldaquino, flanqueado de pilastras, encerrando nichos El Baldaquino y el Sagrario

 

– laminado dentro y fuera, en la `portada dibujada una hostia – forman la parte baja. Su conjunto es una filigrana dando la impresión de estar desprendida del cuerpo del retablo. Arriba de ellos, el nicho a quien esta dedicado el retablo: San Cayetano, – al igual que las otras esculturas de los nichos principales, de los retablos naturales, desafortunada y fuera de época -.

Este retablo como los de época, son ya una mezcla de vanidad y soberbia en lo ornamental, que dejan lo teológico y se limitan a devociones tradicionales, en este caso a los patronos de las vetas y los mineros – barreteros -.

En el cuerpo inferior, también son notables las dos puertas de los extremos, donde destacan los capelos y se desprenden las ménsulas de los nichos, donde aparecen San José y San Nicolás Tolentino – efecto agraciado -. Puertas mixtilíneas en sus superficies, balcón, medallones formando ramas de laurel a manera de corona en oro y azul.

El dorado del retablo se asfixia disolviéndose en hojarasca: Pámpanos, olivos, acantos, zarcillos, helechos, laureles, y conchas o rocallas. Las grandes pilastras – nichos – complicadas en ornatos, le dan anchura, son cuatro en el cuerpo inferior y dos en el superior. Al final un arco de medio punto – es la altura de la bóveda -, en el centro un grupo escultórico que representa a la Virgen de la Luz, policromía total – estofada, túnica blanca, manto azul – San Rafael y San Gabriel a uno y otro lado, en los extremos San Francisco de Asís y San Juan Nepomuceno, bien proporcionados y de gran calidad.

El maestro escultor y ensamblador, pusieron además de su trabajo, su esmero, todo su arte, su leal saber y entender. Vienen a la memoria los participantes en esta obra, como fueron el teólogo, el escultor, el ensamblador, los carpinteros, yeseros, doradores, pintores y oficiales – cantidad de hombres de mente y trabajo fino -.

En este retablo está superado José Benito de Churriguera e imitado Jerónimo de Balbás, en las 62 cantatas angelicales y Felipe Ureña, introductor en el Bajío de las pilastras, de retablos estípites y Lorenzo Rodríguez. Estamos frente al declive del barroco, frente al canto del cisne.

El tiempo ha dado nobleza a este retablo, a sus estofados y a su atrevido colorido en azul y oro. Baste contemplar los ángeles que se desprenden de la parte superior del baldaquino, semejan sostener las columnas de los extremos.

Como todo templo que se precie de grandeza, en su basamento tiene dos inscripciones en el tablero de caprichoso contorno, donde Pío Vl concede indulgencia plenaria a quienes confesaren y comulgaren el día de San Cayetano en favor de las almas del purgatorio. Altar privilegiado, por apostólico y perpetuo indulto.

En 1756 dan inicio los trabajos para levantar el templo. El pueblo de Valenciana busca armonía con su prosperidad, corrieron 23 años hasta su terminación, un 7 de agosto de 1788, bajo el papado de Pío Vl.

Las capillas de indios; a El Señor del Perdón y Jesús Nazareno, ya no están, los Padres Teatinos nunca llegaron al convento anexo, construido ex profeso para ellos, continuadores de la obra de San Cayetano patrono.

Altar del Magisterio

“Por breve de 28 de noviembre de1778, concede Su Santidad, nuestro Santísimo Padre Sr. Pío Vl, que todas las personas de ambos sexos que rogando aquí por la exaltación de nuestra fe católica, paz y concordia entre los príncipes cristianos y felicidad de la Iglesia, visitaren este templo, ganen las mismas indulgencias que ganarían visitando personalmente la iglesia de Roma, en todos los días que señala el misal romano”. Señala parte de la inscripción en el retablo izquierdo del templo, donde 47 querubines, conchas, uvas, granadas y vegetales – dorados -, dan marco a una enseñanza que escultor y artesanos quisieron dejar a la posteridad en este sitio.

Cuatro grandes pilastras le sirven de entablamiento y llegan hasta la cornisa del edificio, dando límite al primer cuerpo. Dejan en la parte media del primer cuerpo – retablo de caoba con blanco de España, después el oro laminado -, continuando solamente dos en el segundo cuerpo, dejan en la parte media del nicho, adentro de este un San Antonio, desafortunado y fuera de época, el conjunto y la grandiosidad se señalan mejor que en los otros retablos que existen en el templo, por su gran sentido didáctico, al mostrar el magisterio de la Iglesia.

Sobre el nicho, un Jesús niño, – doce años – predicando a los doctores, enseguida arriba una hornacina, en cuya repisa está una talla completa de San Pedro Papa, con ornamentos papales de época, cobijado por un precioso docelete, rematando en el claro de la ventana con un Juan Bautista predicante.

También en la parte baja, en los extremos, dos puertas de tracería y elevados copetes, que a mas altura se cambian por ménsulas, donde aparece San Agustín y San León, doctores, siguiendo hacia el segundo cuerpo, entre variados elementos decorativos, remata con otras dos tallas, las de San Jerónimo y San Gregorio, también doctores de la Iglesia, mientras que en las medianías de las dos columnas del segundo cuerpo y casi al final de las dos interiores del primero, cuatro medios cuerpos de sacerdotes predicadores –signos de vida, muerte y resurrección de Cristo o doctrineros, según se vea.

Este retablo es el más integrado en cuanto a una idea común, es teológico, tiene también a los cuatro evangelistas –Juan, Lucas. Mateo y Marcos -, en las volutas medias de las cuatro columnas, en delicados medallones, cuatro ángeles dan la impresión de sostener el retablo desde su inicio.

En las alturas, dos amplias enjutas en caprichoso cornisamento, siguiendo los contornos del cañón de la bóveda. Allí aparece entre nubes, en rica policromía el Padre Eterno, cruzado de estola, en apoyo a quienes trasmiten la Palabra, que lo son todas las figuras del retablo.

Las esculturas, santos, ángeles, serafines, todas estofadas, exquisitas tallas, dan suntuosidad, manifiestan reposo, sus colores claros no rompen el armonioso conjunto.

Abajo el altar con su sagrario laminado, en la portada el Cordero, arriba dos ventanales laterales que lo iluminan; A la entrada del crucero, hay un arco de medio punto, en cantera rosada, almohadillado y maravillosamente esculpido.

Una puerta del lado derecho, da acceso a la Capilla de la Purísima, todo da la oportunidad de recordar aquel 1550, cuando el jefe de arrieros Juan de Rayas se tropezara con la riqueza, con Mo otti, Quanaxhuata, donde Otomitl –hijo legendario del cielo y de la tierra – le diera asiento a los otomíes y un Rodrigo Vázquez a los españoles, para que mas tarde floreciera Valenciana, la productora de plata mas importante del mundo en su época, el siglo XVlll, de donde naciera el Altar Del Magisterio.

Sigue diciendo la inscripción del retablo descrito: “ Conviene saber: en las cuatro doménicas de adviento, en los tres días miércoles, viernes y sábado de las témporas de adviento, en la vigilia de la natividad del Señor, en las festividades de San Esteban pro mártir, San Juan Evangelista, Santos Inocentes, Circuncisión del Señor y festividades de los Santos Reyes, en las doménicas septuagésimas, sexagésimas y quincuagésimas, en todos los días de cuaresma desde el miércoles de ceniza hasta el sábado de gloria, en todos los días de la octava de resurrección, en su doménica hasta la doménica in albis, en la vigilia de la ascensión del Señor, en el día de la vigilia de Pentecostés, en todos los días de la pascua del Espíritu Santo hasta el sábado inclusive, en el día de San Marcos evangelista y en todos los días miércoles, viernes y sábados de las témporas de septiembre, cuya concepción es perpetua y se ganen teniendo la bula de la Santa Cruzada “.

Antonio Obregón Alcocer, después de siete años de insistencia descubre la veta madre de Valenciana, es el año de 1760, de donde saldría la riqueza en oro y plata para levantar el templo de San Cayetano, digna obra de su tiempo y fiel testigo de la bonanza, del arte y del mestizaje.

Este hombre llegó a ser por su riqueza, conde de Valenciana, alcalde mayor, teniente de capitán general y juez de minas y tandas.

La Virgen de los niños.

El barroco, – artificio, gongorismo plástico – que a todo lo que toca le infunde movimiento, tiene su representatividad en el retablo derecho de este templo. Viéndolo de arriba abajo, el cuerpo superior limita la bóveda con una sinuosa cornisa, donde entre querubines aparece una media talla de la virgen, con dos niños en los brazos, la hacen extrañamente felíz, junto a su policromía.

Un poco mas abajo, en este mismo cuerpo se encuentran repisas sosteniendo a los siete príncipes de la corte celestial – son los arcángeles bíblicos -, en medio frente a la ventana: San Miguel, gallardo, triunfante, iluminado con la luz del exterior y como todo el conjunto, en rica `policromía, paños bien pegados, simulando ricos brocados. Este retablo aunque aparenta no tener un orden teológico, busca la manera de ser mariano.

Es el ultrabarroco anástilo a la vista. El arte de ensamblar, el agotamiento de las formas es lo que se nos presenta. El primer cuerpo que llega hasta la altura de la ventana, señala un arco de medio punto llegando hasta el piso. En su parte baja un nicho con la escultura de San José, por cierto desafortunada y fuera de época, este arco engalanado y con rico copete, tiene repartidos en los extremos cuatro medallones con pinturas de las apariciones guadalupanas y en el medio superior una Virgen de Guadalupe, pinturas con arte de época y de relativo valor, el retablo esta lleno de grandes masas de encajería.

A los lados del arco señalado y desde el inicio, nacen cuatro columnas estípites, en los dos interiores aparecen en la parte baja: San Ignacio de Loyola y San Ramón Nonato de uno y otro lado, enseguida arriba San Joaquín y Santa Ana. Las columnas del exterior están llenas de formas, dando la impresión al inicio de estar sostenidas por un ángel cada una y abajo las inscripciones. En su conjunto este retablo da vida a 34 querubines y es asfixiado por la hojarasca, zarcillos, laureles y rocallas.

Este conjunto arquitectónico consagrado a la vez a la Guadalupana y a San José, tiene “su gracia “para los visitantes, cuando una de sus inscripciones dice: “Por Breve de 28 de noviembre de 1778, concede su Santidad Pío Vl, indulgencia plenaria a favor de todos los fieles de ambos sexos que confesaren y comulgaren en cada uno de los días diecinueve de cada mes en esta Santa Iglesia.

La labor de los 250 operarios de la mina de Valenciana, hicieron posible la realización de este templo de San Cayetano, donde también se venera a los santos patronos de las vetas. El Conde de Valenciana no vio su obra terminada, murió en 1786, dos años después 7 de agosto de 1788, fue solemnemente inaugurado, teniendo licencia para capilla y estructura de basílica.

Se dieron misas solemnes, se escucharon salvas, se oyó el órgano, tronaron los cohetes, se comió espléndidamente, el yodo se deleitó con el tintineo de campanas mezcladas de plata, una de ellas con más de 114 quintales, el júbilo duró los cien años de dichas y riquezas que tuvo esta mina durante los siglos XVlll y parte del XlX y que llegara a ganar hasta un millón trescientos mil pesos oro en un año.

Su exterior

La fachada principal mira al sur, cantera rosada, dos cuerpos y un copete ricamente ornamentado, todo él es un complicado entablamiento. “El primer cuerpo es más importante, lo inicia en lo alto hasta la repisa”. Cuatro columnas estípites, en los vanos nichos vacíos, la Trinidad herética corona la puerta del arco de medio punto.

En el segundo cuerpo cuatro pequeñas columnas enmarcan la ventana, lo mismo que dos nichos vacíos, en el copete un nicho solitario rodeado de rica ornamentación y columnas, nos llevan a ver en lo alto a San Cayetano. Todo jambas y arquivoltas, follaje y medallones. Es la cantera vuelta arcilla, es la arcilla vuelta madera, es Churriguera vuelto fachada.

Las torres con sus cubos robustos ligan en lo alto a la fachada y entre sí por un cornisamento, perforadas por ventanas y claraboyas que la enriquecen, un campanario de dos cuerpos, solo uno.

“La cúpula aperaltada que encierra la techumbre en la parte que corresponde al crucero. La forman un tambor de planta octagonal y de gran altura cuyos paños están perforados, cada uno por una gran ventana, guarnecidas de pilastras adosadas que sostienen un cornisamento que enrasa dicho tambor y sobre este, a la vez descansan las ocho porciones de la bóveda, en forma de gajos que constituyen la propia cúpula, la cual se encierra y termina en una linternilla rematada en cupulino. El tambor, decorado al exceso con molduras y formas homogéneas y de estilo, que contribuye muy notablemente al exterior del templo.

La portada lateral mira al poniente y se halla empotrada en un nicho colosal dedicada a San José, el patrono de la Nueva España, dos pilastras que rematan en complicados cornisamentos que sustentan estípites.

Se recuerda que el 20 de marzo de 1760, por cédula firmada en el pardo y refrendada por Don Antonio Ventura De Tarranco, le concediera el Rey de Castilla el título, bajo la denominación de Vizconde y Conde de Valenciana al Señor Antonio de Obregón y Alcocer.

Las minas de Serena, Rayas, Mellado y Santa Ana, acompañan a la de Valenciana, donde desde la torre de San Cayetano se miran los cerros del Meco y San Miguel, mientras la ciudad levítica canta en el Oratorio de San Felipe Neri, Nuestra Señora de Bethlem, del Refugio y San José y la historia se pasea por los templos de la Compañía, San Pedro Alcántara, San Roque, San Juan, Los Hospitales, San Diego y La Tercera Orden.

“ Partió Nuño de Guzmán de Puruándiro, que es el postrero pueblo de la provincia de Michoacán, hacia los teúles chichimecas el diez del mes de febrero, año de quinientos treinta… y llegó al río de Nuestra Señora del Buen Paso… allí se detuvo tres días”.

“La veta primera de Guanajuato fue descubierta en 1548 y 1550 las minas de Mellado y de Rayas, en cuyas excavaciones había de ser descubierta en 1558 la famosa veta madre, que unida al descubrimiento posterior de Valenciana, había de extender por todo el mundo el nombre de Guanajuato.

Ya para 1555 existía el hospital de los Otomíes, en 1556 el de los Mexicas y en 1555 el de los Purépechas, todos ellos constructores de la riqueza guanajuatense, erigida en el cerro del Cuarto junto a Marfil, Tepetapa y Santa Ana

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