François Villonv y El barrio ayer (muy ayer) y hoy
– Juan Guillermo López
François Villon
La Jornada Semanal
Este artículo nos fue confiado por su autor días antes de perder la vida a consecuencia de la tremenda crisis de inseguridad en nuestro país; inesperadamente se convirtió en una colaboración póstuma, con la que despedimos al colega y amigo.
El poeta francés François Villon, nacido en 1431 o 1432, en pleno siglo xv, y muerto se cree a los treinta y uno o treinta y dos años, a pesar de lo tumultuoso de su vida –fue perseguido, apresado y torturado por asesino y ladrón– fue un hombre ilustrado y también un gran observador que dejó espléndidos testimonios de aquella Ciudad Luz del barrio bajo, de sus calles oscuras y su gente miserable. Nunca dejó el barrio que, como se afirma aquí, en él fue alma y destino de su escritura.
El barrio es cabrón, si naces ahí, en sus entrañas, puede que tú salgas de él, pero él nunca va a salir de ti. Igual acabas siendo un señor de traje y corbata, funcionario o ejecutivo, con títulos y tarjetas de presentación, pero debajo de toda esa parafernalia, el barrio estará ahí.
Puedes aprender latín y retórica, el Trivium y el Cuadrivium, pero los bajos fondos de París, siempre irán contigo. Tal como le pasó a uno de los más grandes poetas de lengua francesa de todos los tiempos: François Villon, que en realidad se llamaba Montcorbier, localidad del Franco Condado, pero gracias a que fue adoptado por el señor Guillaume de Villon, capellán de Saint-Benoît-le-Bétourné, adquirió un nombre y una educación religiosa, por lo cual obtuvo el título de bachiller y la licenciatura y la maestría
en 1452.
Pero François, como dicen los que dicen, era “culoinquieto” y no podía mantenerse estable mucho tiempo en un solo lugar, así que se dedicó a poner en práctica todo aquello que había aprendido de sus maestres. Fue de taberna en taberna degustando y calificando los caldos que generosamente se servían en la antigua Lutecia, la Île de Saint-Louis, origen de la ahora reluciente Ciudad Luz.
El barrio es cabrón, ya se dijo, y François lo llevó tatuado en la piel, al punto de que por pelear los favores de una “chica de la vida”, de aquellas que pululaban por las calles y las tabernas en busca de alguien que les convidara a cenar y a beber, entró en competencia con un clérigo de aquellos lujuriosos que nos pinta el Arcipreste o de los que pululan en el Decamerón o en los cuentos de Canterbury, y lo asesinó a puñaladas. Tuvo que huir aunque con el tiempo lo atraparon; la libró, pero sí, el barrió lo jaló nuevamente y se vio envuelto en el robo del Colegio de Navarra. Otra vez huyó y en 1461 de nuevo fue arrestado y torturado por orden de Thibaut d’Aussigny, obispo de Orléans; regresó a París y en 1462 fue encarcelado en el Châtelet y liberado después de prometer la devolución de los 120 escudos de oro del Colegio de Navarra. Inevitablemente más tarde fue acusado de participar en el asesinato del notario François Ferrebouc y de nuevo fue arrestado y torturado. Su condena a muerte en la horca fue conmutada en 1463, a cambio de diez años de destierro. Después desapareció y no se sabe cuándo ni dónde murió.
En gran medida, el siglo xv fue para Francia una época de conflictos y pesadumbre: la guerra de Cien Años, la invasión inglesa, el sacrificio de Juana de Arco. En París se vivía en un cerco de lobos, ladrones, leprosos y suciedad maloliente (calles de máximo siete metros
de ancho con un canal en el centro por el
que corrían hacia el Sena las tripas de desperdicio de los carniceros, los colorantes de los curtidores. Pero París fue siempre París, no solamente la mayor ciudad de Francia (y tal vez de toda la Europa medieval), sino la que recibía en sus escuelas y catedrales el mayor número de estudiantes y maestros de todo el occidente cristiano. Es en esta ciudad donde se dice
que Villon formó parte de la banda de los Coquillards.
Y la universidad tampoco salió de Villon y la mezcla resultó en frutos extraordinarios: baladas, rondós, poemas que son el reflejo del alma medieval, pero no la de los clérigos o los claustros, sino la de las calles, las plazas, las tabernas con sus ruidos, sus cantos. La poesía estaba dentro y por eso escribió textos maravillosos
que quedaron para los lectores venideros: Les ballades des dames du temps jadis (La balada de las damas de antaño); La ballade de la Grosse Margot (La balada de la gorda Margot), y sobre todo Le Testament y La ballade des pendus
(El testamento y La balada de los ahorcados)
Balada de las damas de antaño
¿Dónde está la prudente Eloise
por quien castraron y quedó monje
aquel Pedro Abelardo en San Denís?
A causa de su amor tuvo esa pena.
u?u?u
¿Y Juana, la buena de Lorena
que los ingleses quemaron en Ruán?
¿Dónde, dónde están, Virgen serena?
Y las nieves de antaño, ¿dónde están?
El gran señor Charles d’Orléans organizaba concursos poéticos cuyos participantes hospedaba en su castillo. El anfitrión, que también era poeta, participaba en ellos. Villon destacó por su maestría en el metro y la rima y ganó el concurso glosando el tema que d’ Orléans propuso: Je meurs de seuf auprès de la fontaine (Muero de sed tan cerca de la fuente).
François Villon, baladista de crónicas de la vida cotidiana, de sus barrios, de la ciudad toda de París. Como si lo escucháramos cantar la Chilanga Banda o aquello de: “Te toca a ti pagar el pato, bato,/ no le saques,/ no me digas que te vale,/ gato flaco, ya no jales,/ que te toca a ti pagar el pato/ te toca a ti pagar el pato bato./ Estaba echándome aguas esa noche aquel carnal,/ la chota lo chotea, te catea ya sabrás,/ el bisnes era al chile por el mero callejón/ la tranza estaba echa pero el bato se peló/ que aguas ni que aguas/ con la tira el apañón/ las manos en la masa….”
Ni más ni menos.